jueves, 7 de marzo de 2013

¿Dios Padre, Diosa Madre...?

(Imagen de Alex Grey)

En mi largo camino hacia la reconexión con "Lo Real" (y lo pongo con mayúsculas porque hago un juego de palabras entre lo que es real, y la auténtica "realeza") me he topado con los discursos de los defensores de un retorno a religiosidades centradas en La Diosa, o Dios en femenino. En su día me resultaron atractivos, pero algo no terminaba de encajarme: si consideramos al principio femenino como superior, o aquello de lo cual todos dependemos (pues Dios es eso, por definición), ¿cómo se conjuga esto con la realidad de que, para generar vida, la mayor parte de las veces se necesita la participación masculina? 

Solo algunos seres invertebrados minúsculos son capaces de reproducirse por partenogénesis. Por lo tanto, ¿qué implica otorgar a Dios rango femenino? Así comprendí que, por más que estos defensores de La Diosa digan lo contrario, aludir a La Feminidad de lo divino por encima de todas las cosas, implica, necesariamente, que reneguemos en nuestro subconsciente de la sexualidad que contempla la unión de un cuerpo femenino con uno masculino.

Es más: si abrazas el concepto de que Dios es mujer, entonces el hombre (el ser masculino) puede ser prescindible pues, por definición, Dios se basta a sí mismo. Pero, dado que realmente no es así (no nos dividimos por partenogénesis, ni lo hacen la inmensa mayoría de animales), asumir un "Dios-Hembra" en la cúspide del poder, implica asumir que la sexualidad con seres masculinos es poco "sagrada", porque si todos procedemos de La Diosa, y ella nos tuvo porque se "dividió" a si misma, los machos son un subproducto secundario e indigno del sexo sagrado. 

Hay una contradicción en llamar "femenino" a algo tan absoluto, pero también en pretender que esas creencias puedan servir para levantar la dignidad del ser humano, o ni siquiera para enseñar a ver lo sagrado "en igualdad de condiciones" de toda la vida. Inconscientemente miraremos al lado macho de la naturaleza con un filtro que disminuirá su dignidad, su validez y su importancia.

Incluso aunque asumiéramos que toda la vida procedió de una especie de gigantesca bacteria que se partió a sí misma sin concurso de macho (lo cual podría ser cierto), y sacralicemos ese súper microbio en nuestras mentes, tildándolo de Diosa, estaríamos incurriendo en un error: una bacteria que se divide a sí misma no es, ni puede ser, femenina. ¡Estamos hablando de un ser asexuado, no de una mujer, ni de una hembra! ¡No puede haber un útero del que todo procedamos, porque el útero es propio de animales súper especializados y por lo tanto sexuales!

Si hay que honrar un principio sagrado del cual toda vida proceda, ha de ser un principio asexuado. Es decir: ni macho, ni hembra sino, definitivamente, "otra clase de ser". Este sería un principio capaz de crear a partir de auto-generaciones la vida sexual, pero en origen sería algo indefinido en ese sentido. De ahí que, en mis creencias, haya elegido llamar a "Dios" Lo Uno. Con el "lo" delante adrede, para no decir "el" (masculino) ni ella (femenino).

Este es, para mí, nuestro origen real, y ahí está la verdadera realeza: en la asunción de la sacralidad de la vida, muy por encima de las consideraciones sexuales, o de preferencias hacia ningún sector de la naturaleza, porque no se trata de que los machos sean un producto secundario y de menor importancia, sino de que ambos, machos y hembras, lo somos.

El sexo, tal y como lo entendemos, probablemente nació después del inicio de la vida microscópica, pero fue una idea sensacional. El sexo implica diferenciación e intercambio, lo cual implica festividad, encuentros, experiencias diversificadas, enriquecimiento... Por eso, después de aquellos sistemas de creencias que sacralizan a Lo Uno (al Tao, al "Todo", etc), los siguientes en recibir mi beneplácito son los que proponen un modelo de Dios como una Pareja Sagrada en perpetua danza amorosa. Porque, realmente (y de verdad de la buena) sin eso no existiríamos, y dependemos de que eso siga existiendo para poder vivir. ¡Sin ese sexo "nuestra" vida no sería posible! Alguna vida habría, pero desde luego sería muy poca, y nosotros no estaríamos aquí. 

Por lo tanto, "nuestro" Dios ha de ser sexuado en alguna de sus facetas, porque aunque Lo Uno como Origen Divino es válido, nos queda muy lejos, es muy abstracto. Necesitamos, además de la idea o imagen unitaria de Lo Uno, alguna imagen y/o idea más cercana, que concrete mejor lo que es sagrado (y sin lo cual no podemos vivir). Es comprensible y natural que, en la percepción que han tenido de lo divino las diversas sociedades humanas, hayan surgido otros "aspectos" de Dios, de Lo Uno o de Lo Sagrado, que serían algo así como conceptos más cercanos y palpables del mismo.

Y aquí es donde brilla algo que es imprescindible para nuestra existencia: la unión con los demás, con el debido intercambio, pues es lo que produce la fertilidad y nos permite transmitir la vida que conocemos. Pero reconocer esto y elegir andar un camino de amor hacia la sexualidad, para vivirla como la realidad sagrada que es, es algo incompatible con elegir un Dios Macho o un Dios Hembra. No, Dios (entendido como principio sagrado absoluto) no puede ser "El", ni tampoco "Ella". O incluye a los dos, o no es, porque dependemos de ambos.

Tal vez las sociedades donde se ha creído en una Diosa Madre como divinidad última y absoluta, hayan ninguneado en ocasiones al individuo masculino o lo han convertido en un mero "servidor-fecundador" cosificado e intercambiable, porque éste sería el riesgo de esa visión o su tendencia negativa, por así decirlo. Pero lo que es cierto es que las sociedades en las que se ha defendido a un Dios "Padre", generalmente han ninguneado a la madre y la han querido, igualmente, poseer y utilizar como una cosa. La figura femenina ha permanecido (y aún permanece) en un segundo plano en muchas partes del mundo, actuando sólo con un poder entre bambalinas, a veces reconocida como una influencia fuerte, pero no a la misma altura que "Él". 

Este concepto de Dios está directamente relacionado con el trato que las mujeres han recibido en estas sociedades y la clase de ideas que se han asumido sobre lo femenino. En sus mitos y creencias religiosas, abunda la idea de que es el macho quien "siembra" a la mujer, la cual que equivale a la tierra. No se habla jamás de que la mujer también aporta una semilla para la generación de un ser humano, porque esto, estas gentes, probablemente lo desconocían. Pero si hoy en día revisamos estos mitos y asumimos lo real como pauta para establecer el modelo de la "realeza" divina, hay que asumir que, aunque la mujer sí es un poco como la tierra, su trabajo como sembradora es indiscutible y de igual importancia al masculino. ¡Sin los óvulos femeninos no existimos, es así de simple!

Yendo más lejos aún en mi observación de lo real, he llegado a la conclusión de que también es un error considerar al principio femenino como algo generalmente pasivo, y al masculino como activo. Es cierto que el hombre "entra y sale" de la mujer y sus espermatozoides corren como locos, pero no es menos verdad que la mujer también se mueve y que sus óvulos recorren una cierta distancia en el interior del cuerpo femenino y se mueven a su manera. Lo que sucede es que, si comparamos las dos velocidades de las células o semillas sexuales, parece que la mujer no se mueva. 

En ese sentido, la mujer se parece realmente mucho a la tierra. Sus movimientos internos son muy lentos, pero existen.

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