sábado, 2 de noviembre de 2013

La sopa intoxicada y El Juicio del Alma sobre la infancia.

(Pintura de Vadin Chazov)

Se necesita la poesía para poder afrontar lo que quiero decir, para poder asumirlo y procesarlo. La poesía de Walt Whitman, que da en la diana (los subrayados son míos):

"Erase un niño que se lanzaba a la aventura todos los días,
y en el primer objeto que miraba y aceptaba 
con asombro, piedad, amor o temor, en ese objeto se convertía,
y ese objeto se hacía parte de él durante el día o una parte
del día...O durante muchos años o largos ciclos de años.
 
Las primeras lilas se hacían parte de este niño, Y la hierba y el dondiego de día, blanco y rojo y el trébol, blanco y rojo, y el canto del febe,(...)
Y los brotes de abril y de mayo se hacían parte suya... los retoños del grano en invierno, los del maíz amarillento y las raíces comestibles del huerto,(...)

Sus mismos padres, el que había impulsado la sustancia paterna durante la noche y lo había engendrado, y la que lo concibió en su útero y le dio a luz... ellos dieron a este niño más que eso, 
le dieron después cada uno de sus días... se hicieron parte suya.

La madre en casa poniendo plácidamente los platos en la mesa para la cena, 
la madre de palabras dulces... el gorro y el camisón limpios... 
su persona y ropas exhalando un olor sano cuando pasa;

El padre fuerte, seguro, viril, mezquino, colérico, injusto, 
el bofetón, la palabra rápida y violenta, el pacto estricto, la persuasión astuta, 
el trato familiar, el lenguaje, la compañía, los muebles... 
el corazón anhelante y henchido, el afecto que no será denegado... 
La sensación de lo que es real... la idea de si, en definitiva, todo será irreal, 
las dudas diurnas y las dudas nocturnas... 
el sí y el cómo extraños,

Si lo que parece ser así es así... o si no son más que destellos y manchas. (...)
El filo del horizonte, el cuervo marino en vuelo, la fragancia de la marisma y el cieno de la playa,
Todas estas cosas se hicieron parte de aquel niño que se lanzaba a la aventura todos los días y que se lanza ahora y se lanzará a la aventura cada día,

Y todas esas cosas se hacen parte de aquel o de aquella que ahora las lee atentamente."

(Walt Whitman, "Hojas de Hierba", 1855)

Lo que me gustaría decir es que somos porosos. Desde que somos concebidos hasta que morimos, somos seres permeables al entorno, y también reactivos al mismo. El entorno no sólo nos moldea debido a nuestras reacciones hacia el mismo (reacciones conscientes y deliberadas, o por el contrario inconscientes y automáticas), sino también debido a que se nos mete como por debajo de la piel. Porque lo olemos, lo respiramos, lo comemos, lo absorbermos.

De hecho, lo que sucede con la biología del cuerpo está relacionado y tiene un paralelismo con lo que sucede en nuestra energía y en nuestro psiquismo. Si la contaminación física del entorno puede afectarnos físicamente, esto también lo hace otra clase de toxinas a las que podríamos llamar psíquicas. Y viceversa: un aire saludable puede sanarnos, o al menos conservar nuestra salud en buen estado. Las partículas del aire que respiramos, del agua que bebemos o de la tierra en la que cultivamos nuestros alimentos, terminan formando parte de nosotros físicamente. Pero en el mundo de la energía sutil, en el mundo espiritual y en el mundo psíquico, se cumple la misma ley: no somos impermeables al entorno.

Y esto es aún más cierto para el niño. Un adulto puede discernir y elegir qué alimentos tomar, descartando sustancias nocivas, puede elegir escapar de un entorno altamente contaminado, o al menos paliar o contrarrestar los efectos nocivos de determinadas sustancias, pero el niño no. Del mismo modo, en términos psíquicos y/o espirituales, un niño está igualmente expuesto a la "contaminación", y es, de hecho, más permeable a la misma que cualquier adulto poseedor de un mínimo sentido crítico o cierto discernimiento. Los niños, sí, rechazan instintivamente algunas energías/contenidos del entorno porque les producen repulsa, incomodidad o desasosiego, pero este incipiente "instinto de discernimiento" es muy embrionario y por esa razón pueden ser engañados por las apariencias, o confundidos por un ambiente saturante.

Si ni siquiera el instinto animal es infalible, y nos encontramos con animales "engañados" por cebos y trampas, o por los mismos plásticos que inundan la naturaleza y que ellos devoran, creyendo que son comida, ¿cómo vamos a creer -con fe ciega- que el instinto de nuestros hijos va a salvarles de "ingerir" contenidos dañinos, ya sean materiales o energéticos? Así, un niño puede aficionarse a la comida basura porque ésta "engaña" a su inteligencia instintiva innata; pero también puede ingerir una nube de energía emocional agresiva y violenta del entorno, si ésta adopta una forma seductora o engañosa.


(pintura de Vadin Chazov)

Pero el poema de Walt Whitman señala algo más profundo y doloroso: la coexistencia, en un mismo punto del espacio y el tiempo, de dos energías de mensaje antagonista que inciden sobre el niño. El poema habla de una madre "sana" y bondadosa, y de un padre injusto, iracundo y golpeador, pero podría ser a la inversa, o también podría tratarse de otras figuras de autoridad, cuidadoras y referentes del niño. Sea como sea, el asunto es que, en un mismo punto espacio/ temporal, un niño se ve expuesto a una energía benéfica y a una dañina; a una energía amorosa y a otra dominada por el miedo y la agresividad.

¿Qué sucede, entonces? Comparemos este binomio "educativo" con un plato de sopa que el niño se come, y que incluye, entre sus ingredientes, cosas nutritivas junto con otras tóxicas. No le es posible, a nadie y menos a un niño, abrirse y cerrarse al mismo tiempo. Si comes, comes todo lo que hay en la sopa. Si no la comes, no comes nada en absoluto de la misma. 

El asunto es que si descartas la sopa por tener componentes que tu ser rechaza, no ingieres tampoco los que tu ser necesita y anhela. Cuando en tu crianza inciden, desde una misma fuente (por ejemplo, los padres o la escuela) lo amoroso y compasivo junto con lo frío, brutal e injusto, no puedes cerrarte a lo uno sin dejar fuera también lo otro. Y, como generalmente la necesidad de "comer" (y de ser cuidado, atendido y amado) es más imperiosa que la repulsión a ciertos elementos, los niños suelen aceptar todo el pack. Lo cierto es que rara vez tienen alternativa, por no decir nunca. Sólo en casos de extremo maltrato un niño elige rechazar todo ese conjunto, lo cual implica elegir la muerte. Se deja morir de manera indirecta, como por "inanición", o se quita la vida directamente.

Dependiendo del grado de toxicidad de la sopa envenenada que muchas infancias ingieren, los resultados se perciben a corto o largo plazo, y su intensidad varía. Pero, sea como sea, no se puede negar la intoxicación, el daño. Muchos adultos esgrimen como argumento defensor de la crianza "convencional" el tópico "A mí también me pegaban y no me ha pasado nada, no estoy traumatizado". 

Bien, tal vez su organismo fue más fuerte que el de otros, o tal vez el grado de intoxicación fue menor, o incluso puede que algunas otras vivencias hayan ayudado a esa persona a "desintoxicarse", o al menos a contrarrestar los efectos de los elementos perniciosos incluídos en su pack "educativo". Ahora bien, de ahí no se puede concluir que éstos sean inocuos. La ira desatada contra un niño siempre es dañina, al margen de lo evidentes que resulten sus efectos. 

¿Y porqué la ira y la agresividad son dañinas, y no sirven (tal y como algunas personas sostienen) como otra forma de amor, un amor "severo", pero "necesario", según el cual golpear a los hijos o gritarles cada dos por tres es bueno, pues "los educa"? Pues porque el amor se relaciona con todo un funcionamiento hormonal, psíquico y espiritual, y la agresividad iracunda con otro. Cuando sientes amor, y cuando te sientes amado, tu energía se expande, tu cuerpo se relaja y se vuelve receptivo al otro. Sientes deseos de dar, pero también te vuelves, de manera instintiva y automática, capaz de recibir. Esto se relaciona con una apertura en todos los niveles, desde el físico al espiritual. 

En cambio, ante actitudes carentes de empatía y llenas de agresividad e ira (gritos, burlas sarcásticas, amenazas más o menos veladas) uno se pone, irremediablemente, a la defensiva. La energía corporal, emocional y espiritual se retrae y contrae. El ser se cierra porque, con toda razón, quiere protegerse de eso, pues lo percibe dañino, demasiado duro y cortante, agresivo, doloroso.

Entonces, y volviendo a la poesía de Walt Whitman, un niño que es criado con dosis mezcladas de amor y agresividad, se ve enfrentado a un problema de funcionamiento interno: su instinto le exige cerrarse y al mismo tiempo abrirse; aceptar y al mismo tiempo rechazar la energía (y el trato, y la persona) que tiene delante. En otras palabras: estamos ante una sopa envenenada, pero ¿qué se puede hacer cuando ésta es toda la comida que se tiene? 

Lo dicho: generalmente, los niños tarde o temprano se abren y "comen" o absorben lo que hay. Lo hacen a desgana, y de hecho aprenden a permanecer con la energía "abierta" o receptiva pasando por alto las señales evidentes de alarma o rechazo que su cuerpo les envía. Con el tiempo, la mayoría se acostumbran a este modo de funcionar, a este "estar abierto aunque no se quiera", lo cual se vuelve tan habitual para ellos que se convierte en algo inconsciente.

Estos niños crecen y, siendo adultos, o bien han aprendido a cerrarse a todo (entrando en insensibilidad), o bien siguen abriéndose a todo, de manera excesiva. Literalmente ni seleccionan, ni disciernen. Se convierten en esponjas excesivas, en personas más permeables que la media. 

Un ser humano es poroso de manera "natural", pero esta permeabilidad tiene límites. Tenemos piel, existe una barrera que filtra el tránsito de contenidos entre nuestro ser y el entorno, por el bien de nuestra salud. Pero cuando un ser ha vivido en la infancia un maltrato mezclado con "buen trato", y sobretodo si esta mezcla ha sido especialmente intensa, se convierte en alguien incapaz de poner límites o de filtrar, a través de su piel invisible ("La piel del alma") los contenidos psíquicos externos, las energías, e incluso los pensamientos e ideas ajenos.

Las heridas abiertas de la infancia se convierten en brechas a través de las cuales toda clase de contenidos externos pueden entrar y salir, sin orden ni discernimiento, de un ser humano. Y lo peor es que, a través de estas fracturas del ser, también se cuelan lo que podríamos llamar "infecciones oportunistas", energías sutiles dañinas equivalentes a virus o bacterias. 

(pintura de Vadim Chazov)

Estos seres humanos "rotos", con la piel abierta, viven un gran sufrimiento interno del cual intentan evadirse, precisamente, dejando de "sentir", porque lo que sienten les supone demasiado dolor. Así que viven entre dos extremos: sentir demasiado y sentir demasiado poco; acorcharse, acorazarse tras una placa de insensibilidad, y sentir demasiado intensamente las cosas...

Para restaurar este desequilibrio, esta herida, hay que vivir una purificación interna en la cual se pueda expresar lo que verdaderamente se sintió (y se siente) con algunas heridas. Ha de ser posible llamar a las cosas por su nombre, porque si no puedes decir, reconocer, o incluso gritar "¡Me han cortado, estoy sangrando!" no podrás reconocer tampoco que "eso" es un daño que hay que sanar, ni desde luego curarlo. 

Y es que para recibir una medicina, el primer paso es saberse enfermo, y el segundo diagnosticar el daño o enfermedad. Pero si te encuentras atrapado en un sentimiento contradictorio, a caballo entre la fidelidad, apego o incluso devoción hacia un padre o madre que era a veces afectuoso y genial, y la ira y el terror que te suscitaron sus agresiones esporádicas (o habituales), será mucho más difícil que reconozcas el origen de tu dolor. Hacerlo equivaldría, para tu subconsciente, a denunciar a tus padres ante la policía (los médicos del alma, en este caso), algo que te sientes incapaz de hacer porque, como por otro lado ellos eran tan buenos...No quieres perder lo bueno, y entonces no denuncias lo malo ni ante tí mismo.

Así que, en tu tribunal interior, único lugar donde se dirime todo proceso de Justicia autobiográfica, y único lugar donde se vive el Gran Juicio del Alma, tu voz no acertará a señalar al causante de tus heridas, porque es la misma persona que te ayudó en otras ocasiones, te alimentó y te dio cobijo. El Juicio, entonces, no se puede realizar. Se paraliza. Y, en esa parálisis "judicial", pueden transcurrir muchos años...en los cuales no se resuelve nada y, por lo tanto, no se puede producir la gran curación. La curación del alma.