jueves, 30 de octubre de 2014

Las montañas y el arco iris

                 (Arriba, Monte Teleno (en invierno), desde donde llegó el contenido de este post)


(30 octubre 2014)

Y esto va de cómo, durante esta noche y a lo largo del día de hoy, el espíritu de una montaña me ha dicho que el mayor regalo de energía que las Montañas Sagradas (las que aun viven "Al Servicio de Dios") pueden dar al corazón del ser humano, es la posibilidad de experimentar "energía arco iris" cuyo destino es...nuestras familias, y muy especialmente las raíces del árbol familiar.

Yo esperaba que me dijeran: Enfoca esa energía aquí, o allá, en diferentes puntos planetarios...¡Pues no! Es en lo más cercano, en el núcleo de nuestras raíces, en nuestro origen, donde me dicen que debemos "canalizar" o irradiar este maravilloso arco iris. 
Dicen:
"El porqué de esto es sencillo: si cada ser humano sanara sus raíces... Si cada ser humano enviara el Amor con mayúsculas a su origen, a su familia... no quedaría familia, clan, tribu, nación, ni país sin ser bañado por el Sagrado Poder Sanador de las Cumbres, cuyo verdadero nombre (desconocido, hasta ahora) es: Amor Puro y Absoluto.

"Amor Puro y Absoluto es irradiado desde las cimas rocosas de las montañas sagradas, con un único fin: ayudar a los seres a vivir y a trascender...Y, en este caso, ayudar a los seres humanos.
¿Y cómo quieres, oh ser humano que nos lees, sanar nada, ni ayudar a las generaciones siguientes (los pequeños que nacen ahora, o son gestados, y los que nacerán) sin sanar las raíces de tu origen, tu árbol, tu familia?

"Los sueños de sanar a la humanidad que no contemplan esto, son sueños ilusorios, carentes de raíz. Por eso no se podrán materializar, o no lo harán correctamente. Les faltarán fundamentos, cimientos.

"Y con esto no queremos decir que uno "deba" convivir con familias disfuncionales o soportar maltratos, o no mirar a nadie más, salvo a su familia. Lo que queremos decir es: Nosotras, las Montañas Sagradas, os ofrecemos el Arco Iris para que lo enviéis ahí donde más falta hace de vuestra familia, tribu o clan carnal. Hasta a vuestros ancestros (si lo precisan), pero desde luego a vuestros padres y hermanos, para empezar.

"No se trata de esperar determinados resultados. Se trata de Amor. Y ya está. Misión cumplida: una vez enviado el Amor, hecho está. Pero hasta que no hayas amado hasta la última celula de tu origen carnal, aún te faltará algo, lo más importante para fundamentar (enraizar) cualquier proyecto con el que sueñes, cualquier materialización que desees encarnar.

"Si no sabes Amar a lo próximo, ¿cómo podrás amar a lo lejano? El hecho de desconocer lo ajeno, o lo lejano, te puede engañar, haciéndote creer que lo amas, todo porque no conoces sus sombras, sus rasgos desagradables o duros. Luego, cuando al fin los descubras, dirás: "Qué decepción" y dejarás de amar. Pero es que eso no era Amor.

"Hablamos del Amor con mayúsculas. Y de una oportunidad para vivirlo gracias a nuestra ayuda, a la irradiación de nuestras cumbres. Pues hay una parte de nuestro ser que es "para eso", y nuestra vocación es eso: Ser Amor Puro y Absoluto, y ayudar a los demás seres a serlo.

"Hay más secretos pendientes de ser desvelados sobre el Sagrado Camino de las Montañas, pero el primero es éste."

"Desde el Monte Teleno, Montaña Sagrada del Noroeste de España, hemos hablado"

domingo, 12 de octubre de 2014

Enseñanzas de una Maestra Encina.


Ayer por la tarde conocí a un ser tan trascendido, que no se puede ni describir cómo vé el mundo.
Mi pareja me llevó a ver una encina enorme (foto de arriba). Los que entendéis de árboles sabéis que las encinas son árboles de crecimiento muy lento (por eso su leña es dura). Imagináos, pues, una encina de 20 metros de alto y 8 metros de perímetro. Se le estima una edad de 500 años, pero quién sabe si tendrá más.

Nada más ví al árbol sentí la tentación de entrar en el hueco de su tronco, creado por un rayo que casi lo partió todo en sentido vertical (aún están las grietas) pero no mató al árbol. Lo que pasa es que me acordé de las veces que, escuchando a otros árboles, me habían aconsejado pedir permiso siempre, antes de abrazar a un árbol o "usarlo" para cualquier fin. Porque los árboles también son "gente", y por mucho que digan algunos que, como no tienen sistema nervioso animal (!), no sienten, en mi experiencia eso no es verdad, y vaya que si sienten. ¡Muchísimo!

En fin, que seguí las normas de cortesía casi a destiempo. Casi fui una maleducada, porque ya me había precipitado hacia el hueco del tronco, pero me detuve a tiempo y saludé. Le mostré las palmas de mis manos abiertas, a la par que abría mi corazon para decirle "Ésta soy yo, aquí estoy, te saludo". Y luego presté atención/oído a la respuesta.

Entonces entré en resonancia con la encina y ¡casi caigo en trance! Porque sentí por contagio su estado de ser, y era un estado como de meditación muuuuuy profunda...Me pareció que era como esos lamas que quedan como inertes, aletargados casi, sin apenas respiración audible, sin mover ni un pelo...están vivos pero su mente está en otra "onda" muy distinta a la habitual, y su cuerpo guarda una quietud total. Eso era lo que sentí como "respuesta" de parte de la encina. Ni un "hola", ni ninguna palabra...La Encina me estaba "sintiendo" (Porque yo senti que ella o él me sentía), pero mi presencia prácticamente no le afectaba. Estaba como en "otra parte".

Le pedí permiso para sacarle fotos, a pesar de todo, y la respuesta fue la misma: Ni sí, ni nó. Ni inmutarse. La encina me "respiraba", como "respiraba" a todas las otras cosas de su entorno, con un poder enorme, con una fuerza impresionante. No me pareció que se opusiera, de todos modos, con lo cual me saqué unas fotos de recuerdo. (Vaya, todavía soy una viciada de la imagen, una hija de esta generación de adictos a las dichosas fotos)

Luego dejé la presencia del árbol y paseé por los alrededores con mi hijo y mi pareja. Era una tarde 100% otoñal, una de las escasas tardes en que mi pareja libra, y por lo tanto podemos salir -en coche- lejos de las calles asfaltadas y respirar un poco otro aire. Se estaba bien paseando, pero...

Yo quería volver con la encina y senti la tentación de abrazarla y quedarme un rato con ella. Tal vez si me sentaba a sus pies... Pero entonces oí por primera y única vez la voz de aquel ser, y fue una advertencia tajante: "¡Cuidado! Porque adonde yo llego, tú aun no puedes llegar!

Y comprendí en un flash de información concentrada que, si bien la encina no me prohibía sentarme con ella, ni abrazarla, me aconsejaba NO hacerlo, o no hacerlo con deseo de permanecer con ella. No le parecía buena mi idea, vamos. El/ella, como ser vivo, tenía un campo de resonacia, influencia y contagio muy grande, muy intenso, y me podía "arrastrar" con facilidad hacia su estado de ser. Pero, según me decía, yo no podía "llegar" donde ella "llegaba". La experiencia podía desestabilizarme.

Lo cierto es que durante unos instantes yo había vuelto a experimentar por resonancia aquella especie de trance profundo parecido a un sueño medio lúcido-medio aletargado desde el cual se "contempla" la realidad desde otros parámetros. Y de hecho, ahora yo tenía sueño, una somnolencia especial, ganas de acostarme, cerrar los ojos y entregarme a una fuerza superior para que fuera "lo que Dios quisiera". 

Entendí que eso era un efecto colateral contagiado de la encina, y resistiendo a la tentación de aquel "entregarme y dejarme llevar" acepté el consejo. No parecía que su estado de "ser" fuera malo, ¡al contrario!, pero si ella/él decía que yo no podía...o que no estaba preparada...¿quién era yo para contradecir a un ser de unos 500 años...? ¿Tenemos siquiera idea de cómo siente o ve el mundo un árbol de...quinientos años...? La verdad es que no. Hay que ser muy arrogante para pretender lo contrario.

***
Me acordé entonces de una experiencia que tuve hace años, durante un viaje a una vieja y monumental ciudad castellana. Toda una historia con el espíritu de una "muertera" que había vivido allí en la Edad Media, el resumen de sus peripecias vitales, su aprendizaje espiritual, sus virtudes y sus defectos, sus logros y el trauma que finalmente la llevó a abandonar la ciudad y a rechazar su don espiritual temporalmente, sobrepasada por el sentimiento de impotencia ante ciertas fuerzas adversas y personalidades contrarias a su labor. 

Recordé mis diálogos con aquella, hum, mujerona de unos 50 y pico años, y cómo tras dar voz a su trauma, ella recuperó enseguida el tono, el brillo (desahogarse es sanador hasta para los ayudadores, ja ja), y me dio algunos consejos de "maestra experta" para mi respectivo camino como "ayudadora de muertos".

Se me quedó grabada su respuesta, cuando le pregunté por qué me encontraba física y anímicamente tan mal a menudo, ayudando a muertos o "sintiendo" otras energías, y cómo podía hacerlo "mejor". Aquella mujer me respondió que no debía esforzarme, ni fustigarme, ni empeñarme en querer hacer las cosas "ya", ni en llegar a determinado "nivel" enseguida. Mi camino de "muertera" se parecía al de un árbol. Yo era, aún, un retoño de arbolito joven, que se ve azotado por una simple brisa y se asusta porque le parece todo muy fuerte. Mi capacidad era la de un arbolito, ni más ni menos. 

Así que ¿Cuándo podría ayudar, pero de veras, a ciertos muertos y ciertos eventos? Pues cuando hubiera crecido mucho más y "tuviera el cuerpo fuerte y recio de una vieja encina", y ni me inmutara ante el viento...Necesitaba más cuerpo y más consolidación, fuerza, corteza, etc. Y eso solo se desarrollaba con el tiempo.

Diciendo esto, la señora tocaba una encina enorme, toc, toc, con la mano, para señalarme su corpulencia, su resistencia. Y me dijo: "Has de llegar a ser dura como esto. Has de tener MUCHO MÁS CUERPO. ¡Ahora estás demasiado delgada! Pero fíjate, ¡si ni siquiera tienes nada de barriga!" (Y era verdad, yo en aquel entonces no tenía ni una curvita en la panza)

La respuesta me chocó y respondí automáticamente: "Eh, ¡que yo no quiero ponerme gorda!" 
Y la muertera se rió, pero me dijo que determinados trabajos de energía no se podían "sostener ni soportar" sin tener "más cuerpo", puesto que la materia bien asentada ayudaba al espíritu a "posarse" sobre ella. ¡A más madera, más fuego! Y el espíritu es como fuego... Claro que eso tampoco quería decir que hubiera que estar gordo en plan fofo, obeso, dejado o maltratado. Pero sí, me dijo e insistió en que la delgadez no era precisamente una virtud en mi camino, sino sólo algo con lo que se tenía que lidiar, si no había más remedio.

De hecho, la mujer se rió (con un poco de ironía) de las personas que, de tanto ayunar y comer poco, se vuelven extremadamente delgadas y creen que eso las hará más capaces o mejores en términos espirituales. "Esos acaban la mayoría "volados" y son incapaces de ayudar a los muertos. Les llega lo celestial y es como si no tuvieran contrapeso. ¡Qué pena, esos vientres hundidos hacia dentro! No tienen apenas cuerpos, no tienen raíces, y por ende no pueden transmutar energías terrestres/celestes. En cambio, un poco de barriga bien llena de energía viene muy bien para este trabajo, porque te "asienta"" 

Finalmente, la muertera me dijo que yo no tenía nada "que hacer", sólo tener paciencia, perseverar y... dejar que el crecimiento "arbóreo" de mi ser se produjera. Un día todavía muy lejano, tal vez yo sería una señora "bien plantada" y "recia" como aquella encina, y entonces, sólo entonces, podríamos hablar de realizar determinadas empresas. 

Puede que hasta ella, la muertera, volviera en esos días a verme, para enseñarme lo que ella hacía, y entonces me transmitiría su don y su herencia o legado espiritual. Pero ahora, conmigo tan flaquita y tan joven, ja ja ja, ¡imposible! Ganas de volverme tarumba o de sobrecargar la máquina. "Relájate, vive y crece, y todo se andará, si es que ha de ser ¿Qué prisa tienes?". 

Y diciendo esto, se despidió. Se marchó por los campos de Ávila, rumbo a las solitarias dehesas donde murió, completamente sola "de humanos" (pero acompañada por "otros seres"), en algún año de la Edad Media...

Y nunca más la he vuelto a ver, ni a sentir, y eso que desde que fui madre tengo un poco de barriguita, je je, pero se ve que todavía estoy muy blanda y sin fuerza; me veo vieja con 42 pero sigo siendo demasiado joven para según qué. Y vete a saber si viviré lo suficiente como para realizar ciertos potenciales. A fin de cuentas no soy más que un retoño de árbol, y empiezo a pensar como los árboles: lo importante no es que "yo" alcance ese saber y realice esos trabajos. Lo importante es que mi especie lo haga. (El mundo arboreo no piensa desde el yo, su mente es colectiva)

***

En fin, aquellos recuerdos volvieron a mí ayer, frente a la encina centenaria, y un destello de comprensión y CONFIRMACIÓN de lo entendido y oído se produjo cuando me di cuenta de que la encina crecía junto a un cementerio. 

Supe entonces, porque lo sentí durante segundos, a qué se había referido aquella "muertera" al decir que un ayudador de muertos ha de tener cuerpo/raíces porque su trabajo es transmutar. Comprendí que aquella "respiración" de la encina gigantesca, aquella corriente de energía que parecía arrastrarme hacia "otra parte" a donde yo aún NO podía llegar, tenía que ver con esa "transmutación" de energías. 

La encina tomaba con sus raíces energías pesadas y muertas de la Tierra, y las llevaba al Cielo, y también tomaba con sus ramas energías del Cielo, y las llevaba hasta las raíces, hacia la Tierra. Y para todo ese "trabajo", su cuerpo, su masa leñosa, recia y consistente, era un aliado impresionante e imprescindible. Le confería fuerza, pero sobretodo le confería PRESENCIA. Una presencia impactante, influyente, consistente y muy "sentible".

¡Y claro que yo no podía llegar donde ella llegaba! Me faltaba experiencia (500 años, ja ja) pero es que además, aquella encina probablemente "llegaba" hasta el Más Allá adonde han de ir los que mueren. Mi somnolencia, mi impulso de "dormirme para entregarme a las fuerzas que me embargaban y que fuera lo que Dios quisiera", ¿no se parecía a eso de entregarse a la voluntad "de Dios" para transitar, o morir...?

Y mira, pasó como me ha sucedido otras veces en que he llegado al "umbral" y he hablado con algún Guardián, y me echan para atrás: "No guapa, aún no es tu hora, lo sentimos. Sabemos que tienes ganas de cruzar, pero nanay". Je, tal vez me toque morir un poco cada día, pero no, todavía no es el momento de morir tanto, ni de llegar tan, tan allá.

Esto aprendí, esto comparto. Todo sea por el conocimiento de los árboles y su labor y sentimiento; todo sea por el aprendizaje de la ayuda espiritual y corporal a los muertos; todo sea por ir difundiendo las chispas de saber que se me dieron. Para que, si me muero antes de haberlas divulgado de otra manera, no se pierdan.

jueves, 2 de octubre de 2014

Los -letales- ojos de Miguel.

                                                      (Arriba, pintura de Alex Grey)

Creo que esto ya lo he contado otras veces, pero a riesgo de repetirme vuelvo sobre ello porque lo siento necesario.

Cuando se te despierta la sensibilidad, empiezas a sentir "lo de los otros" y lo primero que haces es pensar que tienes un problema. No fuimos educados para sentir tanto, sino para lo contrario. Y si ya es sospechoso sentirse mucho a uno mismo, ya no digamos sentir lo ajeno. 

Para confirmar lo que digo, basta con ver que hay hasta personas que imparten talleres, clases, cursos y hasta escriben libros, donde te riñen por eso: ¿Cómo se te ocurre sentir lo ajeno? ¿Qué ganas con eso, por favor? Habráse visto cosa más poco práctica. Es más: ¿No estarás cayendo en una especie de engreimiento mesiánico? ¿Qué te crees, una especie de Jesucristo? 

Se enseña y repite que "lo evolucionado" no es "vibrar con las masas de energía baja" de sufrimiento, ira, etcétera. Cosas del tipo: Lo evolucionado, queridos, es sentir sólo lo que a uno le interesa y crear cuanto antes un cielo a la medida de nuestros mejores deseos. Pero allá cada cual, y allá los que elijan seguir sintiendo "de más", es decir sintiendo cosas ajenas, y queden "enganchados" en cosas feas que ya debieran haber desaparecido hace siglos. (Jopé con la evolución humana, qué lenta es, ¿no?) Hay que centrarse únicamente en uno mismo, en el dios interior (porque todos somos dioses, además, y si no lo sabes eres un retrasado espiritual) Todo lo demás es distracción y pérdida de tiempo.

Bien, pues de esto que voy a contar hace 9 años. Compartía casa de pueblo con un par de amistades. Así ahorrábamos gastos y de paso nos apoyábamos emocionalmente frente al cambio que intentábamos hacer en nuestras vidas, recién huidos de la gran ciudad. A menudo yo no tenía ni dinero para pagar el alquiler, pero habíamos pactado una especie de intercambio "en especie": yo podría aportar mis "sesiones" de terapia, escucha del cuerpo y ayuda y canalización espiritual. Y como éstas eran muy apreciadas por mis amigos, no tardaron en hacerse habituales.

Llegaron momentos de dificultad emocional y psíquica, o sea, dicho en plata, "crisis", y mis colegas de convivencia reclamaban mi ayuda cada dos por tres. Yo tenía además mis propias "movidas", todo un proceso de metamorfosis interno en marcha que ya me parecía muy exigente de por sí, así que también tuve unos días de crisis. Porque sentía que no podía más. No podía estar haciendo sesiones a los otros cada día, pero sobretodo no podía estar "sintiéndolos" constantemente. 

Y es que eso era lo que me sucedía desde que se había despertado mi sensibilidad y había empezado a "oir": que día si y día no, sentía emociones y sentimientos ajenos. Soñaba sueños de otros, notaba dolores de los demás, me llegaban ecos de sus pensamientos. Jooooopé. ¡Pero si es que hasta tenía sueños contagiados del gato que teníamos en casa! Yo lo que quería era estar tranquilita con mis guías maravillosos, sumergirme en las aguas anubísicas y angélicas y navegar en calma en esas nubes de amor... sin más. Así que me empecé a impacientar con los dolores, penas y agobios de mis amigos, porque estorbaban mi bienestar interior y se somatizaban en malestares físicos (pues mi cuerpo lo expresa todo) Y como en mi sociedad ya existía toda esa propaganda anti-sentir "lo ajeno", empecé a pensar muy en serio que yo tenía un gran problema. ¿Qué podía hacer?

No era la primera vez que entraba en crisis a causa de juzgar mal mi sensibilidad, pero esta fue la definitiva. ¡Quería acabar con esa situación, se me antojaba insoportable! Así que una tarde que estuve sola, me acomodé en el sofá del comedor, junto a la estufa de leña encendida (era invierno) y me dejé caer allí, exhausta y desesperada. Entonces llamé a mis guías con mucha angustia y les dije que no lo soportaba más. Que, sencillamente, no podía vivir más sintiendo tanto lo ajeno, y que encima no aguantaba tener que convivir con otras personas que pedían mi ayuda. Sus problemas y líos saltaban sobre mí, y yo, lo que quería, era vivir en paz. "Ayudadme a encontrar otra manera de ser y de vivir", imploré, esperando que me abrieran una perspectiva para, o bien dejar de sentir tanto, o bien lograr vivir sola e independiente en todos los sentidos, y sin distracciones de ese tipo.

Entonces sentí que Miguel se acercaba mucho e intensificaba su presencia. Algo así como si subiera el "volumen" o la intensidad de su campo de energía, o como se diga. Lo tenía pegado a mí, vamos, y sentí su tono contundente. Cuando me habló, su voz sonó casi atronadora en mis oidos internos, pero era más por lo que me dijo que por lo que era su voz en sí. Y es que su frase me dejó ko: "Vengo a matarte. Necesitas morir. ¿Lo aceptas?".

Impacto total. Titubeé. Por suerte, ya sabía por experiencia que lo que dicen los ángeles no suelen ser de significado literal. Seguramente Miguel no quería decir que me fuera a matar de verdad... ¿no? Uf. Volví a dudar.
- ¿A qué te refieres? -le pregunté, por clarificar.
- Has pedido ayuda, y esta es la respuesta a tu oración: lo que necesitas es morir. No temas.

No temas, dijo. Uf. Morir. Espera un momento.

Recurrí entonces al comodín Anubis, quien siempre lo ve todo desde otra perspectiva y resulta un buen contrapeso desde "las tripas" cuando uno se "vuela" demasiado. Pero Anubis me miraba asintiendo a lo que decía Miguel. Era cómplice de él, y me dijo que no tuviera miedo y le escuchara. 

Me quedé pensando. Mi corazón, sin embargo, no tenía ningún miedo. Lo sentí muy anhelante por la "muerte" que venía a traerme Miguel. Misterios del corazón, que nota cosas que la cabeza no siempre entiende o imagina, y se entrega enseguida, cuando lo que llega viene de Lo Uno. Así que opté por hacer caso de mi corazón. Y en cuanto tomé esa decisión, me invadió una emoción profundísima, ¡un deseo de morir impresionante! ¡De repente anhelaba la muerte con todo mi ser!...

- Está bien, mátame- casi rogué a Miguel- Estoy dispuesta.

Una vocecita racional protestaba en mi cabeza, pensando en asuntos prácticos, en despedidas que no había hecho, en el testamento que no había escrito, y se imaginaba que podía quedarme fiambre en el sofá... Pero el resto de mi ser sólo queria morir, morir...¡Uf!

Miguel, yendo al grano como siempre (jamás dice una palabra de más, los rodeos no son lo suyo) me dijo, entonces:
- Mírame.
- Pero...- protesté yo, porque además de que no le veía, él mismo me había dicho en el pasado que en principio no me convenía mirar en dirección a los ángeles a los ojos, porque podía ser "demasiado". Y yo nunca miraba en dirección a "los ojos" de Miguel (aunque no le viera, sentía dónde estaban esos ojos)
- Abre los ojos y mírame, porque así es como te voy a matar- respondió Miguel.

Ostras, ¡iba a morir por una mirada! Qué fuerte. Pero abrí los ojos y miré hacia donde "él" se suponía que estaba, aunque sólo lo sentía. Y entonces me encontré viendo, o mejor dicho sintiendo la vida y el mundo desde "su" perspectiva. Durante unos instantes, ¡Dios mío!, estuve en la dimensión o perspectiva de La Unidad. Miguel, al mirarme a los ojos, me había "contagiado" su visión, su modo de ser. 

Y realmente fue demasiado para mi ser, o mejor dicho para mi "yo" habitual. De repente ví, supe, comprendí con una certeza radical lo natural que era sentirse mutuamente. De hecho, experimenté que en la dimensión de La Unidad no había ni "tú", ni "yo", y que por norma se sentía todo lo de los demás: dolores, penas y alegrías, todo era compartido, todo era sentido, porque todos éramos como celulitas de un cuerpo inmenso y lo que le sucedía a otra celulita era muy de nuestra competencia, ¡totalmente asunto nuestro! ¡Lo absurdo era pretender vivir separados! Era aberrante, desde ese estado o dimensión, decir "tus" sentimientos, "mis" emociones, es "asunto tuyo", o "esto es sólo mío".

Se me fundieron las neuronas y con ellas se murieron todos los preconceptos y preocupaciones respecto a "el problema de mi sensibilidad" y "el problema de las emociones negativas o difíciles "de" mis amigos. Mi corazón experimentaba otra cosa: amor y compasión, y un anhelo fuertísimo de ayudar en lo posible. Desde ese estado, mis dos amigos no eran una molestia, sino solo ...partes queridas de esa Unidad... celulitas vecinas que formaban parte de mí en cierto nivel del ser. ¿Cómo había fantaseado con la idea de cerrarme a ayudarles, de racanaear con mis sesiones, o de irme a vivir sola para huir de "el infierno de los demás"? Más bien debía agradecer que se me diera esta oportunidad de compartir, ayudar y aprender de todo aquello, de paso. Porque en las sesiones en las que ayudaba a mis amigos, también aprendía y recibía cosas yo. 

Arrepentimiento, eso es lo que sentí. Y lloré... mientras mi corazón ardía y sostenía la invisible mirada de Miguel, quien, cuando consideró que ya estaba suficientemente muerta y rematada, y que no hacía falta seguir con la "dosis" (no se me fueran a fundir todos los plomos y dejarme tan ko que fuera incapaz de gestionar mi vida cotidiana), dijo: "Está hecho" y se separó de mí. Y se esfumó entonces el Estado de Unidad, pero ¡ay!, ya estaba tocada. La muerte había sucedido y ya nada era igual.

Yo ya no tenía nada que decir.

Mi petición de ayuda había sido escuchada, y la Medicina de Dios que me fue enviada había sido la correcta. Y eficaz a largo plazo también, porque, desde entonces, nunca más he vuelto a lamentarme por el hecho de "notar" cosas "ajenas". Me lo tomo como lo normal, lo natural. Eso sí, he aprendido a seleccionar un poco, a apartar asuntos a un lado para poder enfocarme en otros, porque hay luego todo un aprendizaje para discernir dónde es bueno estar, y dónde no; y con quién es bueno mezclarse, y con quién es mejor separarse en un momento dado. Porque si no, no te concentras en lo que quieres realizar, y es preciso seleccionar dónde inviertes la energía y la atención. 

Pero todo esto lo he aprendido de otra manera, y ya sin la creencia de que debía mantenerme aparte de "lo ajeno". Postergar ayudar a otros, o saber decir "no puedo", cuando realmente no puedes darlas, no es lo mismo que negarte a ayudar, o pensar que eso de sentir a los demás no te debería estar pasando. Y sí, a veces me he separado de la compañía algunas personas, pero no porque creyera que fuéramos a estar realmente "separados" en el Todo, sino porque la excesiva cercanía en lo cotidiano generaba roces y sufrimientos mutuos que no beneficiaban a ninguna de las partes. En Lo Uno sigo sintiéndome vinculada a todas esas personas, y sé que allí seguimos nuestra relación de un modo misterioso, y allí nos reencontraremos en el Más Allá. Pero en lo físico, o corporal del asunto, y en lo cotidiano, en mi casa no entra todo el mundo y así ha de ser. 

Y a veces, cuando, por la fuerza de la inercia y del contagio del pensamiento colectivo más común, vuelvo a encontrarme diciendo "esta emoción es algo de fulanito, es algo de menganito", me recuerdo a mí misma que aunque en este nivel del ser, ciertamente existen fronteras, barreras y separaciones, y está bien así (porque lo físico se organiza así), esto no es así "siempre", ni en todas partes. 

En la dimensión de La Unidad a la cual todos pertenecemos en un nivel del ser, no existe "lo mío" ni "lo tuyo". Y cuando regresemos ahí, tal vez desearemos no haber racaneado con lo que, en esta etapa de vida en la Tierra, consideramos que era solamente "nuestro". Y también anhelaremos haber dado más... haber compartido todo, hasta el aliento casi, y haber ayudado más, aunque sólo fuera enviando desde el corazón compasión, escucha, apoyo moral y fuerza a otros que la necesiten.

Me gusta recordar esa experiencia porque muchas veces la olvido y vuelvo a vivir como si no hubiera sucedido. Es lo normal, porque cuando se siente y comparte todo, ¡te vuelves a dormir y a olvidar, si la mayoría a tu alrededor duermen! Si sientes "lo ajeno", te duermes fácilmente si estás con quienes duermen. Pero bueno, no pasa nada: gracias a haberlo vivido y hasta escrito, puedo recordar ese despertar. 

Evocar aquella muerte que he contado me resitúa en la verdadera naturaleza del querer de mi corazón, y en la perspectiva final, definitiva. Compartirla sin medir a quién llega, dándola "al colectivo", a través de un escrito abierto al público, es un modo de afirmar que no hay nada que sea del todo "mío", ni siquiera lo que llamo vulgarmente "mis" experiencias con los ángeles. De hecho, ellos siempre me dicen: "Ahora, dalo al resto, porque estas experiencias tampoco te pertenecen". Yo no sé cómo se hace eso de "darlas" al resto, pero escribir tal vez es un buen principio. ¿Quién sabe, después...?

Pero fíjate lo que pasa con los ángeles al servicio de Lo Uno: pides ayuda para recrear tu "realidad" o un cielo particular, pues quieres ser feliz de la manera en que crees que vas a serlo y, ¿qué hacen? Romper esa fantasía en mil pedazos, pero sin que sufras -¡oh milagro!- por la destrucción de aquel paraíso imaginado, pues descubres que era falso. 

El Cielo es otra cosa, el Cielo es un estado de ser y está en el arder del corazón entregado, compartiendo ese fuego sagrado con los demás.

Los ángeles guerreros y los niños.




(Arriba, fragmento de pintura de Oleg Korolev)
 

Hay quien cree que nunca ha notado la energía de los ángeles, pero se me ocurre que tal vez no sea así. Podría ser que algunas personas hubieran sido visitadas por ángeles y no se hubieran dado ni cuenta. ¿Por qué? Pues porque nos han metido en la cabeza la idea de que los ángeles son criaturas de aspecto antropomorfo y sereno, bonito, casi divertido o en todo caso elegante, de colores pastel y ademanes...como de bailarinas con tutú. Casi. Ejem.

Ahí va una anécdota para romper esquemas en honor a los ángeles guardianes y sus muy variadas formas y estilos.

Diciembre del 2004, un día cualquiera por la tarde. Me encontraba sentada tranquilamente en mi cafetería favorita de mi barrio de aquel entonces, en Barcelona. Con mi té de jazmín, y mi diario de "movidas" relativas a mi proceso espiritual, sumergida en la escritura de las últimas cosas que había vivido. Era mi manera, en aquel entonces, de reflexionar y también tomar distancia mental de las experiencias internas que tenía, ya que era muy, muy novata, y estaba muy, muy sola en aquello. Así que, para no sentir que se me iba la pinza, me lo tomaba todo como un detective que anota pistas extrañas, enigmas. Y lo anotaba para investigar cada cosa, para reflexionarla. Eso tranquilizaba a mi parte racional.

Bien, pues estaba yo toda racional con mi escritura, cuando de repente noté lo irracional: un cambio en la energía. "Oh, oh, una presencia se acerca", me dije. Miré hacia la puerta de cristal de la cafetería y no ví nada con mis ojos físicos, pero con los ojos del alma sí, porque ví una figura de fuego, o mejor dicho hecha como de materiales incandescentes, color naranja, como las brasas del fuego o el metal fundido, o algo así. 

Ese "ser" atravesó la puerta, se plantó ante mí y, sin decir nada ni darme tiempo ni a saludar, ¡zas! metió una de sus, hum, extensiones (¿eso era un brazo?) en mi pecho y me agarró el corazon. ¡Ras, ras, zas...! Casi sentí el crujido de mis costillas y mi corazón que entraba en ignición espontánea, como si fuera estrujado, retorcido y recolocado por una especie de zarpa ígnea.

Luego, el "ser" sacó su, hum, extremidad-mano ardiente de mi cuerpo. Yo estaba sin palabras, tratando de procesar, no me atrevía ni a preguntar. Quería mirar al "rostro" de eso para saber cómo era, pero en realidad no me era posible. Era como si una fuerza enorme me dejara noqueada, con mis ojos mirando hacia la mesa y mi libreta de notas, y me impidiera, ese campo de energía, levantar la vista para buscarle los "ojos" a esa entidad. No era miedo lo que yo sentía, era vértigo interior. Intuía que incluso aunque hiciera un esfuerzo, mirarle hubiera sido...

- No puedes mirarme -dijo la entidad.- Soy un ángel guerrero y no estás preparada para afrontar lo que mis ojos podrían comunicarte.
- Ah -respondí, sin saber qué más decir.

(Recuérdese que yo estaba en una cafetería, por la tarde, es decir en un espacio público, y que eran mis primeros meses en ese camino de percepción y de escucha, ignorante total. Así que no estaba ni remotamente esperando una aparición así, ni tenía un referente para lo que estaba percibiendo)

El "ser" me dijo luego:
- He hecho algo en tu corazón porque necesitas más coraje. Coraje viene de corazón. Y te faltaba coraje para lo que te vamos a pedir que hagas.
- ¿Qué me vais a pedir? - pregunté casi con miedo.
- Que vayas al hospital "tal" a buscar unos niños que están atrapados ahí. Sufren.
- ¿Niños... muertos? -pregunté, aunque por la trayectoria que yo llevaba, intuía la respuesta afirmativa.
- Sí. Niños muertos con demasiado miedo, que han sido presa de monstruos que los mantienen aterrorizados.
- Pero...-protesté yo, que empezaba a recuperar mi "tono" y presencia- Un momento, creí que los niños estaban bien protegidos espiritualmente. Más protegidos que nadie, de hecho. Por ejemplo por ángeles.
- Si un niño muere a solas y con demasiado sufrimiento y miedo, "otros" seres se acercan y se los llevan a sus pesadillas. No podemos llegar a ellos sin ayuda humana, porque la vista y la atención de esos niños está más fija en los mundos humanos que acaban de dejar, que en el nuestro.
- Pero ¿y sus padres y madres? ¿No pueden ayudarles ellos? ¿No es su amor una protección?
- A veces los padres y madres también han sido pasto del miedo, la angustia y la desesperanza. Es un tema complejo. Otras veces ni siquiera están ahí para los niños porque los han abandonado. Si te ven a tí, irán contigo. 
- ¿Y porqué ángeles guerreros? -pregunté yo, que tenía un preconcepto muy marcado de cómo debía ser un "ángel de la guarda protector de niños", y no me ebcajaba con un ángel guerrero (es que yo aun estaba imbuída por las tonterías de la cultura flowerpower que imagina angelitos de algodón rosa o azul)

En ese instante, el ángel guerrero me miró intensamente. No lo ví, lo noté, porque me sentía casi atravesada por su consciencia, que me transmitía demasiadas cosas, realmente, para mi entendimiento del momento. (Téngase en cuenta que este diálogo es una reconstrucción posterior... la mayor parte del mismo fue sin palabras. Y han pasado muchos años)

El caso es que sentí un mareo, mucho calor (¡uf, uf!) pero la respuesta me llegó: "El sentido de ser de los ángeles guerreros es proteger a los inocentes. Sobretodo y principalmente a los niños. Ahora ya lo sabes. ¿Vas a ir al hospital?"

Procesé el dato: guerreros/niños. Ah. ¡Era muy distinto a la idea que tenía de los guerreros! Pero aquello tenía sentido. Un profundo sentido. Lo podía notar aunque todavía no lo entendiera. 
Acepté y dije:
- ¿Y qué tengo que hacer?
- Basta con que entres en el hospital tras haberte entregado a las "Fuerzas de Ayuda", y vayas a la sección tal. No tienes que hacer nada más. Los niños te notarán y te verán y serán atraídos por tu energía. Tú solo manten tu foco en el amor, y no pienses nada, ni visualices ni imagines nada, ni intentes "escuchar" nada. Porque no podrás ni oir. Y es que en cuanto entres por la puerta del hospital, serás asediada por los niños, pero también por sus perseguidores y otras "cosas" peores. Tú ni caso. Te das un paseo despacio, pero sin pausa, por ese lugar, y cuando termines el recorrido, sales sin detenerte. Nosotros haremos el resto.
- ¿Y cuál es vuestro papel, si es tan simple como que los niños vendrán a mí? - pregunté.

El ángel volvió a mirarme y me llegó algo así como una idea de "liquidar/ exterminar/ destruir". En una palabra: iban "a muerte". 

Y uf, me dio miedo. Yo era no-violenta en aquel entonces, tenía el cerebro lavado como tanta gente y creía que toda violencia era mala, siempre. 
El ángel me escuchó pensar y me respondió:
- Tú entras, y nosotros vamos contigo, porque al aceptar este encargo, y con lo que te he hecho en el corazón, vamos a estar unidos de manera irrompible. Y sacamos a los niños de allí, sí, o sí. No habrá negociación. Esos "monstruos" no querrán soltarlos, porque ¿has visto algún depredador que suelte deliberadamente a su presa? Sólo por obligación lo hacen. Así que no les vamos a dejar opción. Esto consiste en sacar a los niños de ahí y ya está.
- Pero ¿no podíais haber estado ahí antes, cuando esos niños murieron, para protegerles y evitarles el horror? (Yo no paraba de argumentar, porque mi cabeza estaba llena de ideas prefijadas)
- Es necesario el eslabón humano. Cuando alguien sufre demasiado, no tiene consciencia despierta, y muere solo, desamparado y sin consuelo, da igual si estamos ahí, porque no nos va a sentir. Estos niños murieron en completa soledad y desesperación. Ya lo entenderás.
- De acuerdo, iré.

En cuanto acepté el asunto, sin decir ni adiós, el ángel se marchó dejando un rastro de luz incandescente anaranjada. El corazón me dolía, y en el centro de mi pecho (allí por donde había sido "atravesado" por el brazo angélico) notaba tirones y tensiones, una movida intensa. Pero me sentía eufórica, como si me hubieran inyectado una energía espectacular, fuego, intensidad. Además, descubrí que a una parte de mí le gustaba ese "estilo" angélico, esa contundencia. ¿Acaso no merecían eso los niños...? 

Fui temporalmente contagiada de la contundencia y pasión que tienen los ángeles guerreros, entendí por primera vez lo que es el auténtico "ardor guerrero" y me quedé pensando en ello los días siguientes. 

Hoy pienso que tal vez muchas personas de mi mundo son visitadas e incluso acompañadas, impulsadas e inspiradas por ángeles, pero no lo saben. No saben que sus ataques de indignación, de contundencia, y su deseo de acción eficaz pueden proceder de un contagio angélico. No hace falta sentirse con alas en los pies y envuelto en color rosa o dorado para preguntarse si hay un ángel por ahí cerca. La vena justiciera, la voz que no puede reprimirse más y suelta una verdad como un templo que deja a todos ko, también puede ser reflejo de una inspiración angélica. 

Hay muchos tipos de ángeles y todos son necesarios. Viene bien un reposo con suavidad para dormirse (con los guerreros ¡imposible! ja ja), pero viene bien un guerrero letal para sacar a alguien de las garras de un infierno, caiga quien caiga en el camino. Porque, tal y como ellos me han dicho luego más veces, un alma humana no tiene precio y en ocasiones no hay opciones: se hace algo sí o sí, y pobre del que se meta por el medio a intentar impedir el paso de esos ángeles. Terminator es un aprendiz al lado de los guerreros, aunque se le parece un poco en el estilo, ja, ja. 

En nuestro cómputo de tiempo lineal, puede pasar mucho tiempo entre una caída en las garras de algo dañino, y una liberación, pero al final la libertad llega. La justicia se realiza. Faltan, eso sí, humanos que acepten ser eslabones entre el cielo y los infiernos. Humanos que se entreguen para canalizar los aspectos más feroces e inteligentes de lo angélico, porque para ir a ciertos infiernos y salir de allí con éxito, no se necesita menos.

***

Mi incursión al hospital fue muy sencilla, tal y como me habían dicho. No me enteré de nada, pero la movida vino después. Salí entumecida, densa, pesada, "espesa". Luego, ya sentada y a solas, empecé a sentir las energías que iban conmigo y empecé a entender mejor el asunto. Eran fantasmas de bebés... y cuando me pregunté de dónde salían tantos, escuché que muchos eran "abortos tardíos"...Uf. Otros no, pero igualmente eran demasiado pequeños, y demasiado abandonados como para saber nada, ni entender nada. 

Esas presencias lloraban agarradas a mi cuerpo y se veían como lapitas grises, aferradas desesperadamente a mis caderas y mis piernas, esperando y deseando que yo fuera su mamá, o hiciera de mamá para ellos, aunque solo lo sentía telepáticamente porque no hablaban. Y entendí entonces el asunto. ¡Por eso los guerreros me vinieron a buscar, se necesitaba una mujer! Ante una mujer amorosa, esos bebés le saltarían encima sin poderlo evitar, porque todo su instinto era buscar el refugio de mujer que pueda ser mamá. Y una mamá, si es amorosa, si está muy presente y está segura de sí, porque además va rodeada de bestias guerreras (como era mi caso) siempre puede más que los monstruos. 
¡Faltaría más...!

Luego, mis Guías me ayudaron a amar a los bebés, pero sin apegarme a ellos. Porque claro, no podían quedarse conmigo demasiado tiempo. Yo no podía ser su madre más que fugazmente. Hubo un proceso ahí, y jugué realmente un rol de "eslabón humano" porque luego los entregué suavemente en brazos de otras presencias espirituales más adecuadas, que se los llevarían a otra dimensión o mundo donde iban a poder, por fin, sanarse, reposar y encontrar la paz.

Nunca más he vuelto a vivir una cosa similar (un ser de fuego irrumpiendo en mi rato de lectura en una cafetería), ni me han vuelto a pedir nada así (ir a un hospital para rescatar almas), aunque es muy común que si hay algún espíritu infantil allá donde sea que voy, se venga corriendo hacia mí y me de cuenta después, o dias más tarde. En cuanto a los espíritus de abortados, ¡uf! No han cesado de llegar a mi espacio, pero eso es otro tema, enorme, que merecería un libro entero. 

Sea como sea, ha pasado mucho tiempo, y ya no tengo una barrera o un miedo hacia esa clase de cosas. Son procesos que ya funcionan "solos" en mi energía, por así decirlo, y solo soy informada de un evento cuando las particularidades de los muertos requieren que yo tome consciencia de algo, o escuche algo que ellos me quieren decir.

Algunas peticiones que acepté realizar, relativas a "rescates de almas", me están llevando años y no sé ni siquiera si podré culminarlas. En fin, se hace lo que se puede. Para todo esto se necesita más consciencia. Más perspectiva. Y llego hasta donde llego. 

Y eso es todo por hoy, que no es poco. Vaya historia os he contado. Parece un cuento, y sin embargo no lo es. ¡Nunca un té de jazmín dio para tanto...!

sábado, 26 de julio de 2014

Soy una Señora...de la Limpieza.


Ayer reflexionaba sobre lo poco que nuestra sociedad valora el trabajo de limpieza. No solemos valorar a los basureros, barrenderos, etc, hasta que hacen huelga y descubrimos lo que vale limpiar "cada día". Tampoco en el sector de hostelería se valora debidamente a los limpiadores. Sin ellos, sencillamente no podrían ni abrir. Sin embargo, son los peores pagados.

Recordaba unas reflexiones que ya me hice hace años, observando el trabajo de las raíces de los árboles y la relación de nuestra sociedad con los desperdicios y la basura. Nuestro mundo está enfermo y muere a causa de su rechazo a ver y manejar adecuadamente la basura y su obsesión por la pureza. Este miedo a lo corrompido, sucio, muerto y deteriorado, hace que no se lo quiera ver, y que al mismo tiempo se relegue la tarea (inevitable, a fin de cuentas) a personas poco reconocidas, y con las que es mejor (socialmente) tener el menor trato posible, no sea que se nos pegue algo de la basura a su través. No da relumbre decir que uno es amigo de un basurero, de un chatarrero, o de una señora de la limpieza.

Ahora mismo, yo soy una Señora con mayúsculas de la Limpieza (también con mayúsculas) Es un trabajo con el que no me siento internamente mal (aunque a días me agote y me dé asco limpiar según qué, pero eso es más por las malas condiciones del trabajo, prisas, escaso sueldo, etc, que por el trabajo en si) porque tengo una comprensión muy profunda del sentido de lo que hago, y esto resuena con mi vocación "anubísica". Los que tenemos a figuras como Anubis como fuente de inspiración somos todos un poco basureros, un poco cloaqueros, un poco de los submundos. De mirar bajo la alfombra, detrás de los armarios, descubrir podredumbres y esas cosas.


Me acuerdo mucho de Fray Martín de Porres, alias "Fray Escoba", y su eterna "manía" de barrer. El decía que barría algo más que polvo y basuritas. Que barría enfermedad, malestares... Era un limpiador nato, y tal vez por eso hacía milagros, porque hay que ver el cambio que puede producirse cuando, sencillamente, limpias algo: una habitación, una persona, unas relaciones o un ambiente. 

Muchos milagros no son otra cosa más que el resultado de una limpieza, un "antes y un después" que permiten que la salud regrese, sencillamente porque se ha retirado la mierda, lo deteriorado, o lo que entorpecía la armonía del cuerpo. Pero ya ves, relegaban a Martín lo de barrer y limpiar y hacer lo más asqueroso porque era mulato y en Lima (Perú) en esa época, eso era de lo peor valorado. La gente con prestigio no podía manejar basuras, y viceversa: las basuras se dejaban para los más desprestigiados. 

Y hoy, aunque han pasado siglos, seguimos más o menos igual. De ahí que en nuestra sociedad, el trabajo de limpieza se relegue sobretodo a mujeres, emigrantes o gente procedente de colectivos con dificultad para la reinserción debido a su estigma social (ex presos, ex prostitutas, etc) parece que no importa mucho contratar a un ex preso o a una ex prostituta envejecida y cansada para limpiar... Pero hacerlo para ocupar un cargo de cara al público, formarle para que ocupara lugares de más prestigio, ya es harina de otro costal. 

El problema que tengo, pues, no es que limpie y trabaje eventualmente de ello. Tampoco soy pobre porque no trabaje. De hecho, trabajo y mucho. El problema es que mi sociedad no reconoce adecuadamente mi trabajo, como tampoco reconoce el de ser madre/cuidadora del hogar (otro gran tema, hoy no entraré en él) Y por lo tanto, de las veces que he trabajado limpiando, muchas ni siquiera he sido contratada. Otras no me han pagado nada fijo, y otras, en las que sí he tenido contrato y sí me han pagado algo regular, era el salario mínimo de entre los mínimos. Nada que me permitiera pasar de la supervivencia, y ahorrar un poquitín para invertir en otros proyectos.

Y sin embargo, ya lo he dicho: sin mi trabajo, los lugares para los que trabajé, no habrían podido continuar funcionando un solo día, sin arriesgarse a epidemias, infecciones, o enfermedad de sus otros trabajadores, así como de sus usuarios.

En cierto modo, a los limpiadores NOS DEBEN LA VIDA, o al menos la buena SALUD, el resto de personas. Así que, pienso yo, se nos debería pagar por ello siquiera un poco más. Pero una sociedad que padece fobia obsesiva a ver la mierda que genera, valora infinitamente más, por lógica, a los que DISTRAEN o generan un estado lúdico y amortiguador de la realidad. Como los jugadores de fútbol, los cantantes, etc. Que no digo que no deban ser pagados por su trabajo (pues también es necesario) pero vamos. Podemos vivir sin escuchar canciones un día, aunque estemos algo más mustios (podemos cantar nosotros, oye) Pero no podemos vivir sin que alguien haya limpiado la basura o la porquería que, entre todos, generamos en una sociedad tan sofisticada, amontonada e hiperpoblada como la nuestra.

De los limpiadores, hasta las familias se avergüenzan. Si limpiar fuera reconocido y diera dinero, sería distinto. Pero no puede dar dinero si no hay valoración del trabajo, ya que, en nuestra sociedad, el dinero, y los sueldos que se pagan, reflejan el VALOR que damos a los actos del otro. Y por lo visto, vivimos en la ilusión o espejismo de que sin limpiadores se puede vivir.

El tema de las madres que trabajan en casa (cuidando menores o familiares, limpiando, organizando, etc) lo tocaré sólo por encima porque es demasiado y me desviaría del hilo de hoy. Pero está relacionado, pues, en parte porque hacer de mamá es también limpiar mucho, está desprestigiado. Vivimos en la fantasía de que sin cuidados maternales esta sociedad tiene algún futuro y se sostiene. La nula ayuda económica que reciben las madres y el nulo reconocimiento de su trabajo las condena a depender de otros, o a agarrarse a un mercado laboral despiadado que no permite bajas maternales suficientemente largas, y que obliga a, graciosa y paradójicxamente, PAGAR a otras personas para que hagan de madres de esos hijos que nadie parece querer, ni necesitar. Porque total, ¿quién les mandó a las mujeres que tuvieran hijos? 

Y por supuesto, las personas pagadas para que imiten a mamá con esos bebés, son también de las peor pagadas (muchas veces, ni siquiera son contratadas) de nuestra sociedad. Como corresponde a las tareas invisibles asociadas con limpiar cacas y pises, fregar suelos y lavar ropas. Se paga mucho más a los cuidadores o ya "educadores" de niños más mayores, porque claro, "ya no hay que limpiar" y entretener, jugar y enseñar letras sí tiene prestigio. Ya es más, oiga, "intelectual". Eso sí hay que pagarlo un poco mejor. Nos interesa que los niños aprendan, pero parece que interesa más eso que estén sanos, limpios, suficientemente amados, abrazados y bien atendidos cuando son bebés.

Son las 11´30, y acabo de limpiar medio albergue. Mañana, más. Pero ya veis si el rato de fregar, barrer y tirar bolsas de basura da de sí. Iba a decir que inspira a cualquiera, pero no: diré más bien que inspira a gente rara como yo :-P


sábado, 29 de marzo de 2014

Padezco biofilia, o el síndrome de Heidi.

Llega la primavera y la noto cada vez más, pero por una inevitable asociación de ideas, no puedo evitar vivir una regresión momentánea a lo que es la primavera en "el campo". No puedo olvidar el pack de multisensaciones que he vivido paseando por ciertos paisajes donde la vista se pierde hasta el horizonte sin toparse con edificios, ni carreteras. Suaves montañas o llanuras, amplitud de cielo, una brisa cálida perfumada del dulce olor de las flores variadas...El canto de los pájaros, el zumbido de los insectos, el cricri de los grillos. El colorido de la retama amarilla, el espliego violeta, el brezo blanco y morado, el blancoamarillo de la manzanilla silvestre, el violeta de las campanillas, el índigo de los acianos, el fucsia de las dedaleras, el verde intenso de la tierna  hierba, el verde oscuro de encinas y pinos lejanos, el rojo de la tierra, el negro de algunas piedras brillantes por el hierro que contienen, el blanco inmaculado de los preduscos de cuarzo lechoso...

Sí, estoy describiendo una primavera específica de una tierra específica. Qué pena no poder olvidar a voluntad la belleza y el éxtasis, el recuerdo de lo agradable, perfumado, suave y delicioso de algunos días de mayo. Qué pena no poder eliminar del archivo el recuerdo de los escarceos amorosos en bosques de pinos y robles, la visión fugaz de los corzos saltando entre los brezos, escondiéndose de nuestra presencia. Y de los elusivos y silenciosos lobos, a los que sólo con el rabillo del ojo pudimos detectar. O los tremebundos jabalíes corriendo a galope por aquella pradera...

Qué duro no poder aparcar a un lado el recuerdo de lo que fue gestar vida en esos espacios, y traerla en marzo, y vivir la primera primavera con bebé en brazos inmersa en aquellos campos. Qué dolor sentir que parí un hijo de aquella deliciosa tierra, sabrosa y crujiente en mis entrañas como la mejor empanada del mundo, la mejor torta de pan con relleno que puedo recordar haber comido. A mi vientre le gustaba estar allí. A mi parte animal también. Yo era entonces como hembra que vive lo natural sin problemas, porque todo fluye en la correcta dirección: las hormonas, los sentidos, los huesos y el espíritu. Hasta que...¿Qué? Tengo que entenderlo.

Qué desesperante se me hace no poder seguirle dando a mi hijo lo que siento que le corresponde por herencia "natural". Tal vez sea el hijo más sentido que aquella tierra ha podido tener en las últimas décadas, porque literalmente nació sobre ella, sin otra separación entre su regazo y el tierno cuerpo de mi bebé que una manta y un viejo linóleo sobre el suelo de piedra. Ya no se pare sasí en ninguna parte, porque ni siquiera son así las casas. Aquello fue un agujero de oportunidad a través del cual se coló, en esa tierra, un último vestigio de algo inmenso y sin nombre moderno, un parto a la antigua usanza sin más, celebrado por toda una tribu. Nacía uno "de los suyos", y me colmaron de regalos: comida casera y ropita de bebé.

Pero sin casa propia, sin refugio, desencarnada o separada tanto de la tierra como de la tribu en la cual aquello sucedió, ando por el mundo como aturdida y siempre tan fatigada, a medio gas. Me cuesta un esfuerzo todo, como si hasta enderezar en cuerpo me resultara un desafío en algunos momentos. Qué lejos estoy de sentirme como aquella brava mujer que andaba horas por el monte y el bosque sin cansarse. No soy ni sombra de la que fuí, me sostengo por fuerza de voluntad como una planta medio seca que hace un esfuerzo para no arrugarse del todo y aguantar un poco más.

Me pregunto, entonces, a la luz de todo lo que voy investigando y aprendiendo acerca de la etología animal, el cerebro humano y todo eso, si lo mío tiene arreglo. Si no será tan simple y tan inmutable a la vez como que soy como las hembras animales que vivieron en el libertad y manada, y luego tuvieron que volver al zoo y a la jaula. Si no hubiera salido nunca del cubículo  no estaría como estoy, porque no habría probado el sabor de la plenitud animal salvaje. Pero lo he vivido, y ahora ¿qué? 

Si ya de niña padecí el síndrome de Heidi al marchar de lugares más campestres a la gran ciudad, ahora lo vivo con doble intensidad. Sobretodo porque de niña me aferraba a la esperanza de crecer, independizarme y volver a marchar hacia el campo. Pero ahora ¿qué? Los días de mi juventud se me escurren entre los dedos, ya me queda poco de florecimiento, y la perspectiva de crecer e independizarme ya no existe. Es al contrario. Cada vez me siento más atada por circunstancias que no controlo, y con menos vitalidad.

Biofilia, llaman los científicos a esto que me pasa. Un nombre técnico para definir la oculta (porque casi siempre es inconsciente) necesidad de vivir rodeado de naturaleza, o en contacto con ella. Dicen que se han hecho estudios en hospitales, en los cuales los pacientes que tenían delante de la cama un gran póster con paisajes naturales, mejoraban antes que los que no. Pero que los que tardaban antes en reponerse, o incluso veian tal vez entorpecido el proceso, eran los que tenían ante ellos cuadros de arte abstracto. Justito el estilo de nuestras modernas ciudades, tan abstractas todas ellas. Tan cubistas, tan grises, tan "conceptuales".

Así que me tendré que conformar con pósters y fotos de naturaleza salvaje, pero como resulta que mi cuerpo se acuerda de lo real, no podré morir como aquel viejo de la película "Soylant Green. Cuando el futuro nos alcance", con emoción y expresión beatífica ante la proyección cinematográfica de campos en flor. Yo tendría que cerrar los ojos para recordar lo real, porque lo virtual casi que me da rabia. Me gustaría, por eso, envejecer y morir en un paisaje real. Para tener una muerte animal digna. Pero de no poder ser así, cerraré los ojos para ver mejor "mi" realidad. Qué cosas me da por pensar. Es el síndrome de la primavera a unos 42 años un tanto zarandeados. Me queda mucho por delante aún, supongo, pero siento el paso de las décadas y no me gusta la tendencia que está adoptando últimamente mi trayectoria.

Todo aquello lo hice adrede, con plena consciencia de lo que hacía. Mi elección de lugar, de tribu y tierra, fue premeditada. Lo recuerdo, eso, perfectísimamente, y además lo tengo escrito, así que sé que no me lo invento para rehacer la memoria según mi fantasía caprichosa. Estaba en mi mente hasta el sueño del hijo que tal vez algún día tendría allí, porque había sentido que a él le gustaba esa tierra, ese paisaje. Que le parecía adecuado. 

Son demasiadas cosas intensas y profundas como para que el tránsito, el dejarlas atrás, no resulte duro, no duela. Es fácil morir cuando todo ha sido una p. mierda en tu vida. Pero cuando ha habido cosas muy buenas, es difícil desprenderse salvo que te sientas muy, muy mal, muy acabado. Y tal vez yo me siento demasiado poco acabada como para renunciar aún a recuperar todo eso. Pero mis sueños se estrellan contra los muros pétreos de la realidad. Los caminos permanecen cortados, las puertas cerradas, los corazones demasiado tibios todavía como para arder e incineran esas cerraduras celosamente clausuradas. ¿O es mi corazón el que no arde suficientemente aún?

Necesito poner orden en todo lo que sucedió, para comprender por qué las cosas fueron como fueron, porqué hicimos lo que hicimos y desencadenamos la sucesión de causas y efectos que nos han traído hasta aquí. Tal vez esté en un momento de tránsito tan fuerte que me conduzca hacia otra parte completamente distinta, donde me pueda encarnar plenamente otra vez y la plena vitalidad animal vuelva a correr por mis venas. 

Pero de momento estoy entre tierras, en los limbos, como en esas zonas brumosas y cargadas de energías psíquicas tendenciosas y sugerentes que dicen que cruzan los espíritus de los que van a nacer, antes de ser paridos y de concretarse en el mundo de carne. Son mundos etéreos donde todas las voces y tendencias resultantes de las personas y colectivos de alrededor tiran de uno mismo hacia un lado u otro...intentando hacerle "caer" hacia aquí o hacia allá. Es un trayecto como el de los héroes míticos que atravesaban los inframundos para ir a alguna otra parte, o encontrar algo. 

El consejo siempre era. "No prestes demasiada atención a las voces que surjan de los laterales. Sigue adelante centrado solo en tu interior, en tu corazón, y en tu determinación". Tal vez sea el consejo aplicable a este caso, pues: centrarse en el interior y nada más. Y esperar que el trayecto nos conduzca hacia días de mayor claridad, dejando las brumas del inframundo, o la infra vida, atrás.

...



jueves, 27 de marzo de 2014

Tribu y familia.

 (Arriba, fotografía -real- de Christopher MacCandless, en quien se inspiraron para crear la película "Hacia rutas salvajes")

Sigo con el asunto tribal, que estoy en racha y así no sólo comparto con el cibermundo lo que aprendo, sino que de paso me clarifico.

Por lo que he dicho, creo que queda claro que no se trata tanto de encontrar pueblos "abiertos" a gente nueva, sino de decidir si uno quiere integrarse en otra tribu, o no, eso para empezar. Porque existen bastantes pueblos que están abiertos, más de lo que parece. El problema no es tanto su apertura o cerrazón, como el hecho de que sus normas y usos tribales chocan con los nuestros, incluso y sobretodo en términos éticos. Y entonces ¿qué? El pueblo se ha abierto, esperando que tú lo aceptaras como una "matriz" que podía envolverte, acogerte y nutrirte de cierto modo. Pero tú has empezado a rechazar ciertas cuestiones, y al final ellos se han sentido despreciados. Empiezan entonces las críticas típicas: "Estos que vienen de fuera se creen que saben más que nosotros, o que somos tontos..." "Esta gente de ciudad es creída y orgullosa..." En realidad, el trasfondo de las críticas oculta el desengaño de gente que se siente cuestionada, es decir, no reconocida, y en el fondo no amada. Toda queja no deja de ser una indirecta manifestación de protesta por algo que se considera desamor.

Así que se trata de decidir, por un lado, si uno quiere integrarse con tribus ya existentes, y por otro lado, con cuáles hacerlo y de qué manera. En el caso de los padres y madres, la crianza de los hijos es un detonante de conflictos y revelaciones muy potente. Resulta muy curioso comprobar cómo, en muchos pueblos, se abren los brazos y las puertas ante parejas jóvenes dispuestas a tener hijos, o con bebés en brazos, porque lo interpretan como una infusión de vitalidad en vena. Pero esas mismas puertas, brazos y corazones, se pueden cerrar de golpe, y con furia, si más tarde descubren que los nuevos miembros de la tribu siguen sus propias costumbres y usos relativos a educación y crianza. Porque entonces no estamos hablando de miembros que infundan vitalidad y "número" a una tribu, sino de elementos que vienen a cuestionar y a perturbar el orden social establecido.

Muchos de los que hoy sueñan con "tribu y tierra" en nuestro pais, son precisamente padres y madres que desean darles a sus hijos la experiencia de vivir en la naturaleza, pero que también tienen ideas, digamos, "alternativas" acerca de educación y crianza. Muchos neo rurales son o han sido anti sistema en algún momento de sus vidas; en otros casos, sin ser tan radicales, se alinean más en el lado de pedagogías alternativas y "libres" que al lado de los modos habituales de escolarización y enseñanza. Así que...el conflicto está servido. Mientras los niños son pequeñitos, todo es paz, amor y bien, pero en cuanto crecen y los tribales locales comprueban que los niños no van a la escuela, o que van pero reciben pautas de educación distintas en sus casas, se suceden los malentendidos, las tensiones y las incomodidades. ¿Cómo? ¿No educas a tus hijos como nosotros lo hacemos? ¿Estás sugiriendo entonces que nosotros lo hacemos mal...?

Así las cosas, muchos de estos padres y madres optan por volver a las ciudades, buscando el anonimato, porque la hostilidad vecinal, por ejemplo ante un niño de cierta edad no escolarizado, puede acabar hasta en denuncias, cuando no en un ostracismo francamente desagradable. Otros padres reculan hacia "refugios" más o menos apartados, ecoaldeas o viviendas aisladas en la naturaleza, donde siguen sus pautas sin tener que lidiar con los roces diarios con los vecinos, etc. Es todo un tema, éste. Por eso, ante cualquier sueño tribal, hay que preguntarse si éste incluye el cuidado y crianza de niños, o no. Porque eso lo definirá todo, sobretodo a largo plazo, cuando los niños vayan creciendo.

La mentalidad "alternativa" de la inmensa mayoría de gente que sueña con tierra y tribu en este país hace, por lo tanto, que por su particularidad ya constituyan una especie de tribu en sí mismos, aunque no la hayan nombrado ni sean conscientes de ello. Una de las cosas que caracteriza a esta inmensa y desperdigada tribu son sus ideas respecto a ecología y cuidado del medio ambiente. Otra, sus ideas respecto a educación y crianza (en el caso de tener hijos) Hay más, como las ideas o germenes de ideas más o menos "alternativas" al capitalismo, pero en resumen, estamos hablando de personas que ya son, de por sí, alternativas dentro del grueso social y tendentes a no seguir las normas, las pautas o dictámenes de determinadas autoridades. Tal infusión de ideología alternativa y libertaria ha de chocar, por necesidad, con cualquier otra estructura tribal. No es un choque deliberado, es simplemente algo natural. No se pueden juntar en un mismo espacio individuos que quieren ir a su aire, con otros que quieren que todos sigan a determinadas autoridades (por ejemplo, las tribales rurales), sin esperar choques y tensiones.

Así que mi conclusión es que es difícil integrarse del todo en las tribus rurales cuando la ideología propia es tan distinta a la local. Queda la opción de recalar en ambientes menos pequeños, aunque, igualmente, nada te garantiza en un pueblo que estés a salvo de hostilidad, si se demuestra con el paso de los años que eres demasiado "distinto", y si no estás por la labor de hacer determinadas concesiones. También está la opción de irse a la ciudad otra vez, abandonando el sueño de vivir en la naturaleza. Pero finalmente quedan algunas otras opciones, más minoritarias pero no por ello menos interesantes, para lograr integrarse en una tribu rural sin perder excesiva idiosincracia con ello, ni ser hostilizado, al menos más allá de cierto punto. Y una de éstas se me ocurre que es entrar en una tribu a través de miembros la misma tribu. ¿Cómo? Pues por ejemplo, a través de la tribu que nadie puede cuestionar: el clan carnal.

Es así que muchos neo rurales vuelven a los pueblos, pero lo hacen yendo a los lugares de donde partieron sus padres o abuelos, recuperando las viejas viviendas familiares, o alquilando otras. Sea como sea, a ojos de la tribu rural, existe un derecho incuestionable por parte de esas personas a ocupar un espacio de "su" territorio, ya que son hijos o descendientes de miembros de la tribu.

Sucede, con los lazos de sangre y los vínculos ancestrales, que son intocables. Desde luego, no te van a garantizar que no tengas problemas en un lugar, porque si es un pueblo tribal los tendrás, pero sí pondrán un tope en el grado de hostilidad que podrías llegar a vivir, en cuanto descubran lo raro o friki que eres. Porque a los "hijos de" o a los "nietos de" siempre se les toleran más cosas que a los "de fuera". La tribu no puede dejar de reconocer como "propias" a esas personas, aunque sea de manera indirecta, y tiene la costumbre, adoptada tras siglos de probada eficacia, de hacer el esfuerzo de soportar o resistir a los "raros", si son hijos de sus propios linajes ancestrales. En otras palabras: un "raro", en un pueblo, siempre tiene un panorama bastante crudo. Pero si además de "raro", es "de fuera" o no ha entrado a la tribu a través de alguien "de dentro" (por ejemplo por la vía matrimonial, o de amistad probada con miembros tribales), ¡cágate!

Y ya puestos a hablar del clan carnal, entonces es inevitable preguntarse: ¿Pero no es la familia ya una tribu a la que pertenecemos, al menos por la vía sanguínea? Efectivamente. Así que el siguiente gran tema que se abre, cuando se quiere comprender el porqué de la dificultad de realizar los sueños tribales de muchos, es el asunto familiar. ¿Por qué tantos "alternativos" parecen huir de sus familias? No es porque sí, por supuesto, pero el patrón es suficientemente común como para resultar llamativo. ¿No existirá una correlación, aunque sea inconsciente o sombría, entre la dificultad de relación con las "autoridades" de la propia familia o tribu carnal, y la dificultad de relacionarse o integrarse en otras tribus externas...?

Hay una película que refleja un ejemplo extremo de esto que digo. Se llama "Hacia rutas salvajes" y cuenta la historia de un joven que, huyendo de su familia, intenta plasmar su gran sueño: adentrarse en la naturaleza para dejar atrás la hipocresía de la sociedad y vivir la esencia natural y "pura" de su ser. La ví hace dos días y confirmó muchas de mis teorías. Es muy interesante, y más teniendo en cuenta que está basada en hechos reales. Para mí, es un ejemplo más de cómo personas extremadamente sensibles que han padecido alguna clase de trauma familiar o social, pueden desarrollar un amor desmedido por la naturaleza salvaje, por sentirla un refugio de las crueldades del mundo humano. (¡Hay tantos casos de estos...!) Pero también es un ejemplo de lo difícil que es, si no imposible, crear vínculos afectivos estables y seguros con otras personas, mientras no se haya sanado lo que se deja atrás. Merece la pena ver la película, contiene enseñanza tanto para los frikis de la naturaleza, como para los miembros de las tribus "tradicionales" que se sienten muy seguros de su verdad. Aunque yo no tengo vocación de solitaria (como el protagonista de la película) y siempre defiendo lo tribal, sí me sentí reflejada en muchas cosas, y terminé de atar cabos en otras. Me enseñó y conmovió a partes iguales.

La familia es nuestra primera y, en ocasiones, única tribu. Sin sanar nuestros vínculos con ella, al menos internamente, no hay modo humano de crear tribu en otra parte, porque tendemos a proyectar y revivir, con los demás, los problemas experimentados en el clan carnal. O...huiremos, siempre huiremos justo antes de que las relaciones se hagan más profundas o se estabilicen, escaqueándonos de compromisos, como el protagonista de la película. Todo por miedo a ser defraudados otra vez, o por miedo a sentirnos atados a "la sociedad convencional", ya que, de ella, sólo somos capaces de ver los defectos, y no su parte humana bella y hermosa. Es lo que tienen los traumas, que ciegan.

A estas semi conclusiones he llegado en esros meses. Están lejos de estar cerradas, porque este asunto es todo un campo de estudio inmenso. Pero en fin, las comparto porque me consta que son bastantes, entre mis lectores, los que sueñan con tribu y tierra, o por lo menos con tribu y "naturaleza"...



La integración en otras tribus ya existentes: las rurales.

En este aprendizaje de lo tribal que muchos hemos emprendido (aunque no siempre hemos sido conscientes de que justo eso era lo que estábamos aprendiendo), uno de los conflictos típicos surge cuando tú vas a un lugar, por ejemplo un pueblo, que todavía es muy tribal, y pretendes quedarte a vivir ahí sin el menor problema. El desconocimiento de las leyes no dichas de toda tribu, e incluso el desconocimiento de que acabas de entrar en el territorio de una tribu, puede pagarse caro. Porque, sin que medie ninguna mala intención ni por tu parte, ni por la ajena, los conflictos debido a malentendidos están servidos. Dos mundos se miran cara a cara, el individualista y el tribal, sin saber que eso es lo que está sucediendo, porque aparentemente todas las personas somos iguales, y ninguno llevamos escrito en la frente un cartel que diga en qué idioma acostumbrmos a a relacionarnos.

Es decir, los que procedemos de ciudades donde hemos experimentado las alabanzas e ideales de ser cuanto más individual y autosuficiente, mejor, tenemos un lenguaje de gestos, actitudes y respuestas a los problemas, que no tiene prácticamente nada que ver con el idioma tribal. Los que crecimos aprendiendo que el ideal era el heroísimo individual o solitario, y que el gregarismo, o "la masa", eran despreciables y cosa de borregos, o que cada uno debía mirar por sí mismo sin meterse en las vidas ajenas y que para eso uno debía andar sólo por su carrilito vital, sin mezclarse demasiado con los ajenos, chocamos de frente con los tribales de toda la vida. No nos entienden, ni los entemdemos, y las malinterpretaciones se suceden.

Los individualistas no estamos por la labor de hacer demasiadas concesiones a los usos tribales. Atesoramos nuestro tiempo y espacio como bienes muy preciados, y administramos nuestra energía personal celosamente, empleándola exclusivamente en cosas que nos aporten satisfacción íntima y personal. Nos cansa, nos molesta el reclamo de las gente tribales (rurales, por ejemplo) que esperan que empleemos infinidad de tiempo y energía en actos aparentemente vanos y estériles, como charlar por las esquinas, tomar algo en los bares y "arreglar el mundo" aunque no se llegue a ninguna conclusión, pasear juntos sin más, entrar en las casas ajenas cuando te invitan para tomar algo, aunque estés lleno o no te apetezca especialmente la enésima rodaja de embutido del país o el vasito de vino, zumo o lo que se tercie...Tampoco somos suficientemente ágiles, al menos de entrada, en lo de hacerse favores. La gente tribal espera que te unas a esos favores sin que te lo tengan que pedir. Esperan, casi, que lo adivines, porque han crecido en un entorno donde se da por sentado que así es, y así ha de ser. La tribu hace piña y es piña. No se concibe que uno se reserve el derecho de opinar de manera "muy" diferente, o de decidir cosas al margen de los demás. Se espera, en lugar de eso, que uno permanezca unido a ese clan aunque opine distinto, porque hay que hacerse favores, y ya está. Hoy es por tí, mañana por mí, ésa es la norma.

Los individualistas aprendemos, a copia de experiencias más o menos fallidas y más o menos exitosas, a hacer concesiones. Pero a menudo no dejamos de verlas como concesiones, así que nos cansan, porque el propio concepto de conceder implica desgaste, cesión a regañadientes. No con entusiasmo. Pero resulta que lo que une a una tribu no solo es lo serio, la co- responsabilidad, sino también lo alegre: el vibrar juntos en algunos momentos, bailar, cantar, reir, charlar, comer...He ahí el gran significado de las fiestas de pueblo, de las celebraciones de clan o tribu (santos, bodas, comuniones, domingos, paellas, etcétera), y de todo lo que, desdeñosamente, muchos individualistas, de entrada, consideran paripé y compromiso desgastante.

Estas tribus existentes (me refiero al mundo rural español, ahora mismo) son vestigios últimos de las redes humanas rurales. No son, seguramente, como las tribus originarias de esos paisajes que se fueron extinguiendo a copia de "civilizacion", pero se les parecen bastante. A los neo rurales nos engaña el hecho de que tenemos los mismos rasgos faciales y vestimos de la misma manera, pero deberíamos ser conscientes, cuando vamos a algunos pueblos de determinado tamaño, ubicación geográfica e historia, que estamos entrando en el territorio de una tribu específica que tiene sus normas y leyes no escritas, y también su idioma gestual y de actitudes. Y que éste no es el mismo que el nuestro. Así nos ahorraríamos muchas dificultades.

Si los neo rurales que van a un pueblo, además, quieren formar ahí una tribu propia, el conflicto se multiplica en hondura e intensidad. Porque no es sencillo encajar una nueva tribu en el seno de una vieja tribu. Sobretodo si no hay un reconocimiento previo, por parte de los nuevos, de la existencia de la vieja tribu, y de su derecho natural y prioritario a seguir dominando de algún modo ese espacio. Pretender lo contrario es iluso y ciego. ¿En qué parte del mundo una tribu nueva es aceptada como parte más dominante que la vieja tribu? Hay que ser realistas: esto no es posible. Si ya existe una tribu añeja, arraigada y consolidada en un terriotorio, no es de cajón intentar enmendarles la plana. Se lo van a tomar mal, y con razón. Las leyes universales de respeto y cortesía son muy claras: adonde fueres, haz lo que vieres. Y si no quieres hacer lo que vieres allí donde fueres, vete a otra parte, pero no intentes reformar una tribu a base de intentar inyectarles otra tribu, minoritaria además, en vena. Sin su permiso. Y sin haber rendido primero pleitesía a las autoridades o círculos de poder de la otra.

La arrogancia de los individuos criados en la creencia del poder personal frente al colectivo, hace que muchos hayamos pasado por alto esta ley. No sólo llegamos a una tribu y no la reconocimos como a tal, sino que además pretendimos reconducirles hacia otra parte, aunque fuera en nuestra sombra, inconscientemente. En otros casos, esperamos (ilusamente) que los tribales actuaran de manera acorde a nuestro idioma y costumbres, y nos enfadamos o frustramos cuando esto no fue así. Nos ha faltado realismo.

Lo primero que uno debería hacer, si quiere encarnarse en un territorio que YA está ocupado por una tribu, es reconocer a esa tribu. Luego, presentar los respetos a las autoridades o a los círculos de personas que dirigen o lideran el cotarro. Es lo que haría cualquier antropólogo, cualquier viajero. Si este gesto tan simple ya nos supera, porque detestamos la idea de presentar respetos (o hacer concesiones) a una autoridad ajena, entonces es mejor dejar de lado la idea de encarnarse en ese terriotorio, porque el experimento, tarde o temprano, fracasará. Sencillamente, la ley tribal es como es y no es posible saltársela.

Si, en cambio, uno se ve capaz de hacer estos pasos, luego puede continuar con lo demás, que es CULTIVAR las relaciones con esos miembros de la tribu. Desde ese punto pueden tejerse redes de amistad con los tribales, y empezaremos a vivir conforme a lo tribal, al menos para asuntos colectivos. Entraremos en la cadena de favores, "concesiones" y usos comunes. Si nos descubrimos disfrutando con ello, entonces significa que empezamos a estar encarnados ahí. Sólo entonces. De otro modo, sólo coexistimos junto a una tribu, pero no convivimos. Que no es lo mismo. No dejaremos de ser un cuerpo extraño que no se sabe bien qué hace ahí, ni cuál es su lugar o función.

Muchos de nosotros nos enamoramos de territorios, y lo hicimos tan apasionadamente, que olvidamos, o medio olvidamos, que la tribu que los habitaba tal vez no era como la tribu que nosotros soñamos. Quisimos saltarnos las normas tribales y crear nuestra propia tribu en ese terriotorio, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, estábamos atentando contra la ley universal tribal. Fuimos vistos, entonces, como una amenaza en el peor de los casos, otras veces como un elemento prescindible e incomprensible, con lo cual fuimos ignorados, dejados de lado. Sea como sea, el fracaso en la encarnación tribal nunca es porque sí. Saberlo ver es otra cuestión, pero de entrada es imposible comprender las razones del fracaso si no se ha entendido que el asunto se trataba de integrarse en una tribu ya hecha, y además añeja.

En este largo camino hacia la realización o materialización del sueño tribal que muchos tenemos, una de las cosas que habrá que plantearse, pues, será el asunto de las otras tribus, esas que ya ocupan, habitan y dominan un territorio. Hay quienes optan por huir de las mismas y crean ecoaldeas, u ocupan pueblos abandonados, porque ni les gustan las "concesiones", ni la idea de no ser ellos los que dominen un territorio. Es una opción. Otros, sin embargo, nos resistimos a esto porque nos parece demasiado endogámico, y querríamos integrarnos en algún pueblo o entorno humano más variado. La cuestión, entonces, es tan simple como empezar reconociendo la existencia de la tribu dominante, y observarla y estudiarla como a tal. Y si nos sigue interesando luego integrarnos en ella, adoptar los usos y costumbres necesarios para ser entendibles por la tal tribu. Hablar su idioma, y no estar esperando que ellos adopten el nuestro, al menos de entrada. Pero si vemos que no nos es posible integrarnos, porque hacerlo requeriría ir en contra de algunos de nuestros principios, entonces lo sensato es marcharse a otra parte.

Las tribus ya existen, y vamos a tener que convivir con ellas. Para muchos, de entrada nos resulta duro asumir el status de "minoría", porque en nuestro sueño de "tribu y territorio" no entraban tantas "concesiones" ni complejidades. Nos imaginábamos poco menos que íbamos a ser reyes del paisaje, como Robinsones Crusoes de una isla paradisíaca y particular, solo que en familia (o en tribu) Fuimos un poco como esos exploradores que dijeron: "Cómo me gusta esta tierra, quiero quedarme en ella" y se olvidaron de un pequeño detalle: ya estaba habitada, y tal vez a sus habitantes no les gustaba la idea de integrarnos.O sí, les encantaba, pero el precio a pagar nos resultaba demasiado alto. En todo caso, lo importante es saber ver que no hay ninguna tierra vacía, y que uno no puede, por lo tanto, fijarse sólo en el paisaje. Ha de observar y tener en cuenta, también, a sus "dueños".

Hay que replanteárselo todo, entonces, y decidir: ¿queremos integrarnos en otra tribu, sí o no? Porque eso lo define todo. Si es que sí, entonces uno debe pasar a la siguiente fase, discernir a qué tribu o tribus se integra, y hasta qué punto. Si es que no, entonces es inútil buscar nuestro lugar en pueblos, sobretodo los pequeños, porque su carácter tribal es mucho más marcado. Mejor echarse al monte salvaje y solitario, conseguir tierras vacías de gente, si es que se puede, u ocuparlas. O  dejarse de sueños rurales y tejer tribu en la ciudad, cuyas leyes y normas son muy distintas.


miércoles, 26 de marzo de 2014

Cultivar la tierra, cultivar la tribu.


Una de las mayores dificultades que veo para realizar el sueño de la tribu y el territorio es que partimos, la inmensa mayoría de nosotros, de entornos urbanos donde rara vez (salvo excepciones) se ha experimentado desde niños "lo tribal". Y con tribal no me refiero al grupete de amigos adolescentes, ni a las tribus urbanas. Me refiero a la tribu-tribu de toda la vida: la red de relaciones humanas familiares y amistosas que permitían a las familias salir adelante, ayudándose mutuamente en lo que hiciera falta, desde el cuidado de los niños hasta ir a por el pan.

La mayoría de nosotros, sin embargo, somos de generaciones o lugares donde esto ya se había perdido. Hemos crecido inmersos en un ambiente de familias bastante aisladas, cada uno en su piso, y donde los amigos vivían a manzanas de distancia y solo los podías ver fuera de clase. Y eso, si no tenías demasiados "deberes". Con lo cual hemos crecido aprendiendo a relacionarnos con los amigos casi exclusivamente para el ocio.  Los días estaban organizados alrededor de las clases (ahora que lo pienso, qué palabra más fea para definir los espacios de supuesto estudio), donde pasábamos horas y horas bajo la autoridad de terceros que, a veces, no sólo no nos importaban, sino que incluso nos podían parecer personas no especialmente agradables. Y en esas "clases", a veces compartíamos mesa y esfuerzos con amigos, pero otras veces no, porque, contrariamente a lo que muchos padres quieren creer, la escuela y el instituto no garantizan la vivencia de la amistad. Depende del caso.

Así que durante los años más preciosos de nuestro desarrollo cerebral, mental, emocional, psíquico y espiritual, años en los que todo deja profundas huellas, repetimos hasta la saciedad un patrón conductual muy concreto, que se resume en: sigue y obedece a la autoridad que te pongan delante (no importa si te gusta o la sientes justa, sabia y coherente, o te parece que es un impresentable, porque total, no podrás cambiarlo); aprende a soportar lo que te toca y relega la vivencia de la amistad a los espacios de ocio, si es que puedes. Porque lo primero es la obediencia a las autoridades (ir a clase) Y lo demás, solo se acepta para rellenar huecos.

Si tenemos en cuenta que la repetición induce al aprendizaje, y que la infancia es el espacio donde más se graban las vivencias en nuestro interior, ¿de qué nos extrañamos cuando vemos que, en una sociedad como la nuestra, parece imposible cambiar el sistema, la gente soporta a autoridades corruptas, y salvo unos cuantos -minoría- que gritan "¡Cambio, cambio!", el resto permanece sin saber qué hacer, o incluso pensando que no se puede cambiar nada? Bueno, la respuesta es, para mí, tan evidente que resulta aplastante. Las cosas son como son porque hemos aprendido esto, y no hay vuelta de hoja. Desaprenderlo sería la cuestión.

Pero yendo al tema de la tribu que cierto sector -minoritario, no me cabe duda- de la población estamos buscando, ¿por qué nos extraña que sea tan difícil reunirnos, integrarnos en proyectos comunes, andar todos a una, organizarnos en algo que realmente se sostenga...? Pues nos extraña porque somos como el pez que no ve el agua del océano. Estamos tan inmersos en la "mente" del sistema (la manera en que hemos crecido y aprendido a "ser") que no nos damos cuenta de cuán ignorantes somos respecto a lo que implica formar parte de una tribu.

Sí, ignorantes. En lo tribal, somos como esos niños modernos que creen que el pollo que comen sale de las bandejas del súper. No llegamos a esperar que las coles nos broten espontáneamente en las macetas del balcón, o en la tierra de al lado de casa, porque al menos sí compramos libros de cultivo, o lo investigamos por internet, o (los más afortunados) tenemos cerca a algún pariente o vecino que sabe cultivar, y a quien podemos preguntarle. Pero ¡pásmate!, esperamos que la tribu surja de la nada y que las relaciones intertribales den fruto sin más, por obra y gracia de la pura espontaneidad de la amistad. Esperamos que, sólo por el hecho de ser amigos, podamos ser capaces de hacer cosas como proyectar algo juntos, convivir o desarrollar un plan de vida interrelacionado (al antiguo modo tribal) a largo plazo.

No nos damos cuenta de cosas tan simples como, por ejemplo, que proyectar un plan de vida común es mucho más complejo que tener un hijo. Al menos, un hijo es cosa de dos. Pero ¿de cuántas personas es un "proyecto tribal"...? ¿Qué implica plantearse decir algo como "Nos gustaría vivir cerca los unos de los otros", "Nos gustaría compartir espacio" o incluso "Nos gustaría ayudarnos en la crianza de los hijos"? ¿Cómo se elabora eso, cómo se consigue? Desde la ingenuidad de los ignorantes, esperamos que sólo por el hecho de decirlo, suceda. Dices: "Me gustaría que este árbol diera fruto", y entonces vas, te sientas y esperas.Y luego te frustras o sientes un desengaño si las manzanas no llegan al momento, o ni esperando meses salen, porque un bicho se las comió cuando eran tiernos botoncitos. Igualito.

Hemos aprendido (por repetición o condicionamiento de años) a vivir la amistad sólo para compartir el ocio, o para desahogarnos puntualmente en los baches de la vida. No hemos aprendido a convivir con amigos. De hecho, muchos de nosotros ni siquiera estamos satisfechos con la experiencia de convivencia familiar que hemos tenido, y (salvo excepciones) no disponemos de otros referentes exitosos o satisfactorios. E incluso en el caso de personas que, como yo, sí disponemos de experiencia en asuntos de convivencia con no-familiares; así como de haber formado parte de organizaciones humanas de algún tipo, no solemos saber ver qué elementos indujeron al éxito o fracaso de las mismas, porque, al ser la estructura tribal algo desconocido y no compartido por la mayoría, no se suele hablar de ello, ni existen libros que expliquen las pautas de cómo cultivar la tribu, ni nada por el estilo.

Por eso me estoy dando cuenta de que el cultivo de relaciones armoniosas es la clave en el éxito de cualquier iniciativa o sueño tribal que nos planteemos. Y cultivo es la palabra clave. Deberíamos aprender a relacionarnos de manera que seamos capaces de compartir algo más que el ocio, los desahogos o ciertas actividades cuando "nos apetecen". No hemos aprendido nunca ni a comunicarnos en círculo de manera sostenida, continuada, rutinaria, como se hace o hacía en las tribus indígenas, por ejemplo. Cada poco se sentaban y debatían, y cada uno exponía sus puntos de vista. La cantidad de horas empleadas en el cultivo de la comunicación mutua que muchas tribus empleaban, y el tiempo que les llevaba decidir ciertas cuestiones, nos parecería impresionante. Desde el aprendizaje o condicionamiento individualista que tenemos, podría parecer incluso una pérdida de tiempo. ¡Con lo fácil que es decidir las cosas uno solo! Tenemos dentro un niño que lucha por hacer lo que le da la gana. Está tan harto de décadas de escolarización forzosa y seguimiento a autoridades a veces estúpidas o insensibles, que no quiere ni oir hablar de sentarse a esperar a los demás, escuchar detalladamente sus puntos de vista, y ya no digamos hacer concesiones en aras de conseguir algo común. "¿Realmente es necesario tanto esfuerzo?"- se pregunta ese niño- ¡Bastaría con que me hicieran caso! ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? ¿Por qué no es tan simple como juntarnos con los colegas y marcharnos juntos a pasarlo bien por ahí?"

Sí, no tenemos otro aprendizaje salvo el de seguir a una autoridad x (lo aprendimos en las "clases") o la anarquía total, el dejar que cada cosa siga su curso sin intervenir lo más mínimo, por miedo a presionarnos, a resultar pesados, o defraudar al otro con cosas que parezcan exigencias o recriminaciones...Lógico, puesto que la mayoría padecimos demasiado autoritarismo de niños, y nos fuimos al otro extremo: que cada cual haga lo que le salga del...y vivamos felices sin presionarnos, que la vida son dos días. Y por eso, y dado que interiorizamos que las amistades eran algo sólo para pasarlo bien, no sabemos cómo resolver una ecuación en la que el factor "amigos" se conjugue con el factor "creación de proyecto de vida común", algo que es, por definición, laborioso, exigente, y que puede traer momentos y etapas de muchísimo estrés y desgaste, ¡como cualquier otro proyecto!

Así las cosas, da la sensación de que las convivencias, los intentos tribales o de proyectos, salen bien de p. casualidad, si hay suerte o la gente "congenia" sin más y ¡hale, qué suerte, coincidimos todos de repente en lo que queremos!. Lo cual explica la cantidad de anécdotas de fracasos y desengaños que he ido recopilando en estos años, mías y de otros.

Generalmente, si las circunstancias son muy propicias, las convivencias y proyectos se sostienen durante un tiempo. Los amigos se embarcan juntos en una nave, y sólo en las largas travesías, o en las más difíciles, descubren con aturdimiento y agobio que la experiencia se tuerce y no resulta como esperaban. Claro, como ni siquiera se sentaron las bases de adónde iba el barco, ni quién manejaba el timón, las velas, los remos... El miedo al autoritarismo nos impide vivir el liderazgo, no queremos roles de capitán ni de oficial ni de grumete. Nada. Solo espontaneidad y sin organizar nada, que eso es represor.

Así que los barcos comunes (proyectos tribales o comunitarios) a menudo son un caos que mientras la mar está tranquilota y el viento va a favor, va de p. madre y todos contentos. Qué guays somos, somos los más libres y los mejores, la crema de la humanidad. Pero cuando viene una tormenta o escasean las provisiones, se inicia el agobio, el sufrimiento, y se empieza a mirar mal al otro, y surje el "sálvese quien pueda".

En definitiva, en cuanto el estrés aprieta o se dan situaciones de "emergencia" o "crisis", las frágiles estructuras de estos ingenuos y bienintencionados grupos humanos saltan hechas pedazos, porque en realidad las relaciones no estaban correctamente cultivadas, ni los vínculos se afianzaban en algo más sólido que el "me apetece, y mientras me apetezca seguiré ahí, no puedo ni quiero prometer más, ni dar a entender que podáis esperar más de mí".

El agricultor, en cambio, está más allá del "me apetece/no me apetece". A veces disfruta con lo que hace, pero a veces no. Le toca las pelotas salir a regar algunos días, pero lo hace por no ver morir a las plantas, porque ama a su huerta, y además quiere comer los frutos. El ganadero, tres cuartos de lo mismo o peor: ha de dar de comer a sus animales día tras día, tanto si le apetece como si no, y encima limpiar sus cacas aunque huelan mal. Y un padre y una madre aún están mucho más allá de la "apetencia", o debieran estarlo, porque un hijo exige muchísimo más que una huerta o que un animal doméstico. ¿Se entiende lo que quiero decir...?

¿Qué implica, entonces, crear una tribu de personas afines porque sentimos que queremos compartir nada menos que el trabajo cotidiano, e incluso ayuda en la crianza de hijoS en plural? Tienes un hijo y te parece mucho trabajo, ¿vas a asumir tener dos niños, o tres, o cinco de golpe, que además no serán "tuyos"? Porque en una tribu de esas características, no puedes decir "este niño no es asunto mío, es cosa sólo de sus padres". No, vincularse con un niño, o con otros niños además de los propios, es algo más serio. Y siento usar esa palabra, "serio", porque sé que a muchos les da "yuyu", pero me refiero a que es mucha más responsabilidad que compartir el trabajo en una huerta, o el cuidado de unos animales. Porque los niños crean vínculos de afecto muy intensos, son mucho más dependientes cuando son pequeños, y esperan y necesitan muchas cosas de los adultos con los que crean vínculos familiares o tribales. Los niños, además, tienen necesidades muy diversas, específicas, continuas e insoslayables.

Por esa razón, no es de extrañar que elaborar un proyecto "tribal" que incluya el ayudarse con los niños resulte, a la hora de ponerse manos a la obra, una empresa titánica. Descubrimos, algunos, que era muy fácil y bonito decirlo, pero otra cosa es llegar a plasmarlo. Si llegar a tener un hijo a veces ya es difícil, por ganas que se tengan, llegar a reunirse varias... ¡familias!... de manera más o menos sólida, es un asunto de enjundia considerable. Casi casi una utopía.

Así que pienso que lo que toca, si se quieren coles o manzanas tribales, es cultivar primero las relaciones y abrir las perspectivas. De entrada hay que desbrozar (dialogando, compartiendo comunicación, tiempo y espacio) las hierbas y piedras que impiden la siembra de algo comúnmente acordado en el "terreno" de nuestra amistad. Porque claro, primero hay que estar de acuerdo en algo tan básico como que se quiere sembrar "con otros", y la clase de semillas que se quieren cuidar. Y luego se requiere un compromiso mínimo para cuidar de lo sembrado. ¿Se podría proyectar una tribu con personas que sienten urticaria ante la palabra compromiso? Mal asunto, casi tanto como tener un hijo con alguien dispuesto a abandonarte si siente que, de repente, le apetecen más otras hembras a su alcance, o descubre que le agota la rutina del esfuerzo diario que implica criar. Prepárate para el abandono cuando más ayuda necesites, o cuando peor te encuentres, porque el estrés y el agobio es lo que hacen "saltar" fuera del círculo a los que sólo siguen la ley de su apetencia porque "no quieren más represión".

Aplicado todo esto del cultivo a otros rasgos de lo tribal que muchos nos proponemos, hay otro factor de tremenda ingenuidad y falta de realismo que, me doy cuenta, pasa factura a muchos proyectos y sueños de tribus que nunca llegan a cuajarse. Somos, la mayoría, como jóvenes entusiastas que se enamoran de alguien y creen, ilusos de ellos, que sólo se van a comprometer con esa persona, y que su familia no importa, ni cuenta. Pero ¡ja!. En las bodas, aparecen las familias siempre, y sus relaciones con nuestra pareja terminan siendo mucho más determinantes en nuestra relación de lo que querríamos en principio, o esperábamos.

Pues bien, en los proyectos tribales las cosas también son así. No es realista pensarse como una comunidad o grupo humano de personas jóvenes y alternativas desvinculadas de padres, madres, tíos, tías y abuelos. En la foto grupal deberían salir ellos también, aunque sea en la retaguardia, advirtiéndonos de su presencia y peso. Y todo por la sencilla razón de que son nuestro origen y lo llevamos con nosotros, pero además, para muchos, esos vínculos y relaciones siguen vivos y tienen una importancia y valor considerables. Son, de hecho, parte de nuestra tribu, aunque por cuestiones ideológicas o emocionales no siempre (o rara vez) compartan nuestros criterios y sueños, y de ahí el hecho de que intentemos crear "más" tribu u otra tribu con personas "más" afines. Sea como sea, del mismo modo que cuando nos casamos nos vinculamos también con la familia de nuestra pareja, cuando creamos un proyecto tribal nos estamos vinculando a las familias de los otros. Y esto tiene una miga considerable.

Crear tribu sin raíces es relativamente fácil. Basta con esperar una confluencia de factores propicios, una primavera lluviosa y un poco de sol, y salen las flores como por arte de magia. ¿Una tribu con raíces, sólida y capaz de soportar etapas de crecimiento, crianza, desarrollo, cambios, y todo el estrés que ello pueda conllevar...? No basta, para eso, con esperar. Habrá que cultivar. Habrá que cuidar. Habrá que esforzarse más allá de la apetencia. Trabajar el asunto, ¡oh, temida palabra...! Pero claro, eso es sólo si lo quieres vivir. Si no, ni falta que hace tanto trabajo, porque fíjate: hay que aprender hasta a comunicarse adecuadamente. A sentarse juntos. A dialogar desde la horizontalidad amistosa. A decir la propia verdad, atreviéndose a ser sincero, honesto. A arriesgarse. A compartir algo más que cine y palomitas.

En fin... No bastan los libros, porque éste, mucho me temo, es un terreno virgen. Encontraremos infinidad de libros sobre desarrollo personal, pero me atrevo a decir que ninguno sobre el cultivo de lo colectivo o comunitario, ni del cuidado de "relaciones armoniosas tribales". Si hay o hubo expertos en ello, no nos han retransmitido sus conocimientos, o no sabemos cómo dar con esa fuente de enseñanza. Así que ésta será una cuestión de exploradores y pioneros, o no será. He ahí nuestra "terra incognita", nuestro continente virgen y sin explorar: el tribal.