sábado, 29 de marzo de 2014

Padezco biofilia, o el síndrome de Heidi.

Llega la primavera y la noto cada vez más, pero por una inevitable asociación de ideas, no puedo evitar vivir una regresión momentánea a lo que es la primavera en "el campo". No puedo olvidar el pack de multisensaciones que he vivido paseando por ciertos paisajes donde la vista se pierde hasta el horizonte sin toparse con edificios, ni carreteras. Suaves montañas o llanuras, amplitud de cielo, una brisa cálida perfumada del dulce olor de las flores variadas...El canto de los pájaros, el zumbido de los insectos, el cricri de los grillos. El colorido de la retama amarilla, el espliego violeta, el brezo blanco y morado, el blancoamarillo de la manzanilla silvestre, el violeta de las campanillas, el índigo de los acianos, el fucsia de las dedaleras, el verde intenso de la tierna  hierba, el verde oscuro de encinas y pinos lejanos, el rojo de la tierra, el negro de algunas piedras brillantes por el hierro que contienen, el blanco inmaculado de los preduscos de cuarzo lechoso...

Sí, estoy describiendo una primavera específica de una tierra específica. Qué pena no poder olvidar a voluntad la belleza y el éxtasis, el recuerdo de lo agradable, perfumado, suave y delicioso de algunos días de mayo. Qué pena no poder eliminar del archivo el recuerdo de los escarceos amorosos en bosques de pinos y robles, la visión fugaz de los corzos saltando entre los brezos, escondiéndose de nuestra presencia. Y de los elusivos y silenciosos lobos, a los que sólo con el rabillo del ojo pudimos detectar. O los tremebundos jabalíes corriendo a galope por aquella pradera...

Qué duro no poder aparcar a un lado el recuerdo de lo que fue gestar vida en esos espacios, y traerla en marzo, y vivir la primera primavera con bebé en brazos inmersa en aquellos campos. Qué dolor sentir que parí un hijo de aquella deliciosa tierra, sabrosa y crujiente en mis entrañas como la mejor empanada del mundo, la mejor torta de pan con relleno que puedo recordar haber comido. A mi vientre le gustaba estar allí. A mi parte animal también. Yo era entonces como hembra que vive lo natural sin problemas, porque todo fluye en la correcta dirección: las hormonas, los sentidos, los huesos y el espíritu. Hasta que...¿Qué? Tengo que entenderlo.

Qué desesperante se me hace no poder seguirle dando a mi hijo lo que siento que le corresponde por herencia "natural". Tal vez sea el hijo más sentido que aquella tierra ha podido tener en las últimas décadas, porque literalmente nació sobre ella, sin otra separación entre su regazo y el tierno cuerpo de mi bebé que una manta y un viejo linóleo sobre el suelo de piedra. Ya no se pare sasí en ninguna parte, porque ni siquiera son así las casas. Aquello fue un agujero de oportunidad a través del cual se coló, en esa tierra, un último vestigio de algo inmenso y sin nombre moderno, un parto a la antigua usanza sin más, celebrado por toda una tribu. Nacía uno "de los suyos", y me colmaron de regalos: comida casera y ropita de bebé.

Pero sin casa propia, sin refugio, desencarnada o separada tanto de la tierra como de la tribu en la cual aquello sucedió, ando por el mundo como aturdida y siempre tan fatigada, a medio gas. Me cuesta un esfuerzo todo, como si hasta enderezar en cuerpo me resultara un desafío en algunos momentos. Qué lejos estoy de sentirme como aquella brava mujer que andaba horas por el monte y el bosque sin cansarse. No soy ni sombra de la que fuí, me sostengo por fuerza de voluntad como una planta medio seca que hace un esfuerzo para no arrugarse del todo y aguantar un poco más.

Me pregunto, entonces, a la luz de todo lo que voy investigando y aprendiendo acerca de la etología animal, el cerebro humano y todo eso, si lo mío tiene arreglo. Si no será tan simple y tan inmutable a la vez como que soy como las hembras animales que vivieron en el libertad y manada, y luego tuvieron que volver al zoo y a la jaula. Si no hubiera salido nunca del cubículo  no estaría como estoy, porque no habría probado el sabor de la plenitud animal salvaje. Pero lo he vivido, y ahora ¿qué? 

Si ya de niña padecí el síndrome de Heidi al marchar de lugares más campestres a la gran ciudad, ahora lo vivo con doble intensidad. Sobretodo porque de niña me aferraba a la esperanza de crecer, independizarme y volver a marchar hacia el campo. Pero ahora ¿qué? Los días de mi juventud se me escurren entre los dedos, ya me queda poco de florecimiento, y la perspectiva de crecer e independizarme ya no existe. Es al contrario. Cada vez me siento más atada por circunstancias que no controlo, y con menos vitalidad.

Biofilia, llaman los científicos a esto que me pasa. Un nombre técnico para definir la oculta (porque casi siempre es inconsciente) necesidad de vivir rodeado de naturaleza, o en contacto con ella. Dicen que se han hecho estudios en hospitales, en los cuales los pacientes que tenían delante de la cama un gran póster con paisajes naturales, mejoraban antes que los que no. Pero que los que tardaban antes en reponerse, o incluso veian tal vez entorpecido el proceso, eran los que tenían ante ellos cuadros de arte abstracto. Justito el estilo de nuestras modernas ciudades, tan abstractas todas ellas. Tan cubistas, tan grises, tan "conceptuales".

Así que me tendré que conformar con pósters y fotos de naturaleza salvaje, pero como resulta que mi cuerpo se acuerda de lo real, no podré morir como aquel viejo de la película "Soylant Green. Cuando el futuro nos alcance", con emoción y expresión beatífica ante la proyección cinematográfica de campos en flor. Yo tendría que cerrar los ojos para recordar lo real, porque lo virtual casi que me da rabia. Me gustaría, por eso, envejecer y morir en un paisaje real. Para tener una muerte animal digna. Pero de no poder ser así, cerraré los ojos para ver mejor "mi" realidad. Qué cosas me da por pensar. Es el síndrome de la primavera a unos 42 años un tanto zarandeados. Me queda mucho por delante aún, supongo, pero siento el paso de las décadas y no me gusta la tendencia que está adoptando últimamente mi trayectoria.

Todo aquello lo hice adrede, con plena consciencia de lo que hacía. Mi elección de lugar, de tribu y tierra, fue premeditada. Lo recuerdo, eso, perfectísimamente, y además lo tengo escrito, así que sé que no me lo invento para rehacer la memoria según mi fantasía caprichosa. Estaba en mi mente hasta el sueño del hijo que tal vez algún día tendría allí, porque había sentido que a él le gustaba esa tierra, ese paisaje. Que le parecía adecuado. 

Son demasiadas cosas intensas y profundas como para que el tránsito, el dejarlas atrás, no resulte duro, no duela. Es fácil morir cuando todo ha sido una p. mierda en tu vida. Pero cuando ha habido cosas muy buenas, es difícil desprenderse salvo que te sientas muy, muy mal, muy acabado. Y tal vez yo me siento demasiado poco acabada como para renunciar aún a recuperar todo eso. Pero mis sueños se estrellan contra los muros pétreos de la realidad. Los caminos permanecen cortados, las puertas cerradas, los corazones demasiado tibios todavía como para arder e incineran esas cerraduras celosamente clausuradas. ¿O es mi corazón el que no arde suficientemente aún?

Necesito poner orden en todo lo que sucedió, para comprender por qué las cosas fueron como fueron, porqué hicimos lo que hicimos y desencadenamos la sucesión de causas y efectos que nos han traído hasta aquí. Tal vez esté en un momento de tránsito tan fuerte que me conduzca hacia otra parte completamente distinta, donde me pueda encarnar plenamente otra vez y la plena vitalidad animal vuelva a correr por mis venas. 

Pero de momento estoy entre tierras, en los limbos, como en esas zonas brumosas y cargadas de energías psíquicas tendenciosas y sugerentes que dicen que cruzan los espíritus de los que van a nacer, antes de ser paridos y de concretarse en el mundo de carne. Son mundos etéreos donde todas las voces y tendencias resultantes de las personas y colectivos de alrededor tiran de uno mismo hacia un lado u otro...intentando hacerle "caer" hacia aquí o hacia allá. Es un trayecto como el de los héroes míticos que atravesaban los inframundos para ir a alguna otra parte, o encontrar algo. 

El consejo siempre era. "No prestes demasiada atención a las voces que surjan de los laterales. Sigue adelante centrado solo en tu interior, en tu corazón, y en tu determinación". Tal vez sea el consejo aplicable a este caso, pues: centrarse en el interior y nada más. Y esperar que el trayecto nos conduzca hacia días de mayor claridad, dejando las brumas del inframundo, o la infra vida, atrás.

...



jueves, 27 de marzo de 2014

Tribu y familia.

 (Arriba, fotografía -real- de Christopher MacCandless, en quien se inspiraron para crear la película "Hacia rutas salvajes")

Sigo con el asunto tribal, que estoy en racha y así no sólo comparto con el cibermundo lo que aprendo, sino que de paso me clarifico.

Por lo que he dicho, creo que queda claro que no se trata tanto de encontrar pueblos "abiertos" a gente nueva, sino de decidir si uno quiere integrarse en otra tribu, o no, eso para empezar. Porque existen bastantes pueblos que están abiertos, más de lo que parece. El problema no es tanto su apertura o cerrazón, como el hecho de que sus normas y usos tribales chocan con los nuestros, incluso y sobretodo en términos éticos. Y entonces ¿qué? El pueblo se ha abierto, esperando que tú lo aceptaras como una "matriz" que podía envolverte, acogerte y nutrirte de cierto modo. Pero tú has empezado a rechazar ciertas cuestiones, y al final ellos se han sentido despreciados. Empiezan entonces las críticas típicas: "Estos que vienen de fuera se creen que saben más que nosotros, o que somos tontos..." "Esta gente de ciudad es creída y orgullosa..." En realidad, el trasfondo de las críticas oculta el desengaño de gente que se siente cuestionada, es decir, no reconocida, y en el fondo no amada. Toda queja no deja de ser una indirecta manifestación de protesta por algo que se considera desamor.

Así que se trata de decidir, por un lado, si uno quiere integrarse con tribus ya existentes, y por otro lado, con cuáles hacerlo y de qué manera. En el caso de los padres y madres, la crianza de los hijos es un detonante de conflictos y revelaciones muy potente. Resulta muy curioso comprobar cómo, en muchos pueblos, se abren los brazos y las puertas ante parejas jóvenes dispuestas a tener hijos, o con bebés en brazos, porque lo interpretan como una infusión de vitalidad en vena. Pero esas mismas puertas, brazos y corazones, se pueden cerrar de golpe, y con furia, si más tarde descubren que los nuevos miembros de la tribu siguen sus propias costumbres y usos relativos a educación y crianza. Porque entonces no estamos hablando de miembros que infundan vitalidad y "número" a una tribu, sino de elementos que vienen a cuestionar y a perturbar el orden social establecido.

Muchos de los que hoy sueñan con "tribu y tierra" en nuestro pais, son precisamente padres y madres que desean darles a sus hijos la experiencia de vivir en la naturaleza, pero que también tienen ideas, digamos, "alternativas" acerca de educación y crianza. Muchos neo rurales son o han sido anti sistema en algún momento de sus vidas; en otros casos, sin ser tan radicales, se alinean más en el lado de pedagogías alternativas y "libres" que al lado de los modos habituales de escolarización y enseñanza. Así que...el conflicto está servido. Mientras los niños son pequeñitos, todo es paz, amor y bien, pero en cuanto crecen y los tribales locales comprueban que los niños no van a la escuela, o que van pero reciben pautas de educación distintas en sus casas, se suceden los malentendidos, las tensiones y las incomodidades. ¿Cómo? ¿No educas a tus hijos como nosotros lo hacemos? ¿Estás sugiriendo entonces que nosotros lo hacemos mal...?

Así las cosas, muchos de estos padres y madres optan por volver a las ciudades, buscando el anonimato, porque la hostilidad vecinal, por ejemplo ante un niño de cierta edad no escolarizado, puede acabar hasta en denuncias, cuando no en un ostracismo francamente desagradable. Otros padres reculan hacia "refugios" más o menos apartados, ecoaldeas o viviendas aisladas en la naturaleza, donde siguen sus pautas sin tener que lidiar con los roces diarios con los vecinos, etc. Es todo un tema, éste. Por eso, ante cualquier sueño tribal, hay que preguntarse si éste incluye el cuidado y crianza de niños, o no. Porque eso lo definirá todo, sobretodo a largo plazo, cuando los niños vayan creciendo.

La mentalidad "alternativa" de la inmensa mayoría de gente que sueña con tierra y tribu en este país hace, por lo tanto, que por su particularidad ya constituyan una especie de tribu en sí mismos, aunque no la hayan nombrado ni sean conscientes de ello. Una de las cosas que caracteriza a esta inmensa y desperdigada tribu son sus ideas respecto a ecología y cuidado del medio ambiente. Otra, sus ideas respecto a educación y crianza (en el caso de tener hijos) Hay más, como las ideas o germenes de ideas más o menos "alternativas" al capitalismo, pero en resumen, estamos hablando de personas que ya son, de por sí, alternativas dentro del grueso social y tendentes a no seguir las normas, las pautas o dictámenes de determinadas autoridades. Tal infusión de ideología alternativa y libertaria ha de chocar, por necesidad, con cualquier otra estructura tribal. No es un choque deliberado, es simplemente algo natural. No se pueden juntar en un mismo espacio individuos que quieren ir a su aire, con otros que quieren que todos sigan a determinadas autoridades (por ejemplo, las tribales rurales), sin esperar choques y tensiones.

Así que mi conclusión es que es difícil integrarse del todo en las tribus rurales cuando la ideología propia es tan distinta a la local. Queda la opción de recalar en ambientes menos pequeños, aunque, igualmente, nada te garantiza en un pueblo que estés a salvo de hostilidad, si se demuestra con el paso de los años que eres demasiado "distinto", y si no estás por la labor de hacer determinadas concesiones. También está la opción de irse a la ciudad otra vez, abandonando el sueño de vivir en la naturaleza. Pero finalmente quedan algunas otras opciones, más minoritarias pero no por ello menos interesantes, para lograr integrarse en una tribu rural sin perder excesiva idiosincracia con ello, ni ser hostilizado, al menos más allá de cierto punto. Y una de éstas se me ocurre que es entrar en una tribu a través de miembros la misma tribu. ¿Cómo? Pues por ejemplo, a través de la tribu que nadie puede cuestionar: el clan carnal.

Es así que muchos neo rurales vuelven a los pueblos, pero lo hacen yendo a los lugares de donde partieron sus padres o abuelos, recuperando las viejas viviendas familiares, o alquilando otras. Sea como sea, a ojos de la tribu rural, existe un derecho incuestionable por parte de esas personas a ocupar un espacio de "su" territorio, ya que son hijos o descendientes de miembros de la tribu.

Sucede, con los lazos de sangre y los vínculos ancestrales, que son intocables. Desde luego, no te van a garantizar que no tengas problemas en un lugar, porque si es un pueblo tribal los tendrás, pero sí pondrán un tope en el grado de hostilidad que podrías llegar a vivir, en cuanto descubran lo raro o friki que eres. Porque a los "hijos de" o a los "nietos de" siempre se les toleran más cosas que a los "de fuera". La tribu no puede dejar de reconocer como "propias" a esas personas, aunque sea de manera indirecta, y tiene la costumbre, adoptada tras siglos de probada eficacia, de hacer el esfuerzo de soportar o resistir a los "raros", si son hijos de sus propios linajes ancestrales. En otras palabras: un "raro", en un pueblo, siempre tiene un panorama bastante crudo. Pero si además de "raro", es "de fuera" o no ha entrado a la tribu a través de alguien "de dentro" (por ejemplo por la vía matrimonial, o de amistad probada con miembros tribales), ¡cágate!

Y ya puestos a hablar del clan carnal, entonces es inevitable preguntarse: ¿Pero no es la familia ya una tribu a la que pertenecemos, al menos por la vía sanguínea? Efectivamente. Así que el siguiente gran tema que se abre, cuando se quiere comprender el porqué de la dificultad de realizar los sueños tribales de muchos, es el asunto familiar. ¿Por qué tantos "alternativos" parecen huir de sus familias? No es porque sí, por supuesto, pero el patrón es suficientemente común como para resultar llamativo. ¿No existirá una correlación, aunque sea inconsciente o sombría, entre la dificultad de relación con las "autoridades" de la propia familia o tribu carnal, y la dificultad de relacionarse o integrarse en otras tribus externas...?

Hay una película que refleja un ejemplo extremo de esto que digo. Se llama "Hacia rutas salvajes" y cuenta la historia de un joven que, huyendo de su familia, intenta plasmar su gran sueño: adentrarse en la naturaleza para dejar atrás la hipocresía de la sociedad y vivir la esencia natural y "pura" de su ser. La ví hace dos días y confirmó muchas de mis teorías. Es muy interesante, y más teniendo en cuenta que está basada en hechos reales. Para mí, es un ejemplo más de cómo personas extremadamente sensibles que han padecido alguna clase de trauma familiar o social, pueden desarrollar un amor desmedido por la naturaleza salvaje, por sentirla un refugio de las crueldades del mundo humano. (¡Hay tantos casos de estos...!) Pero también es un ejemplo de lo difícil que es, si no imposible, crear vínculos afectivos estables y seguros con otras personas, mientras no se haya sanado lo que se deja atrás. Merece la pena ver la película, contiene enseñanza tanto para los frikis de la naturaleza, como para los miembros de las tribus "tradicionales" que se sienten muy seguros de su verdad. Aunque yo no tengo vocación de solitaria (como el protagonista de la película) y siempre defiendo lo tribal, sí me sentí reflejada en muchas cosas, y terminé de atar cabos en otras. Me enseñó y conmovió a partes iguales.

La familia es nuestra primera y, en ocasiones, única tribu. Sin sanar nuestros vínculos con ella, al menos internamente, no hay modo humano de crear tribu en otra parte, porque tendemos a proyectar y revivir, con los demás, los problemas experimentados en el clan carnal. O...huiremos, siempre huiremos justo antes de que las relaciones se hagan más profundas o se estabilicen, escaqueándonos de compromisos, como el protagonista de la película. Todo por miedo a ser defraudados otra vez, o por miedo a sentirnos atados a "la sociedad convencional", ya que, de ella, sólo somos capaces de ver los defectos, y no su parte humana bella y hermosa. Es lo que tienen los traumas, que ciegan.

A estas semi conclusiones he llegado en esros meses. Están lejos de estar cerradas, porque este asunto es todo un campo de estudio inmenso. Pero en fin, las comparto porque me consta que son bastantes, entre mis lectores, los que sueñan con tribu y tierra, o por lo menos con tribu y "naturaleza"...



La integración en otras tribus ya existentes: las rurales.

En este aprendizaje de lo tribal que muchos hemos emprendido (aunque no siempre hemos sido conscientes de que justo eso era lo que estábamos aprendiendo), uno de los conflictos típicos surge cuando tú vas a un lugar, por ejemplo un pueblo, que todavía es muy tribal, y pretendes quedarte a vivir ahí sin el menor problema. El desconocimiento de las leyes no dichas de toda tribu, e incluso el desconocimiento de que acabas de entrar en el territorio de una tribu, puede pagarse caro. Porque, sin que medie ninguna mala intención ni por tu parte, ni por la ajena, los conflictos debido a malentendidos están servidos. Dos mundos se miran cara a cara, el individualista y el tribal, sin saber que eso es lo que está sucediendo, porque aparentemente todas las personas somos iguales, y ninguno llevamos escrito en la frente un cartel que diga en qué idioma acostumbrmos a a relacionarnos.

Es decir, los que procedemos de ciudades donde hemos experimentado las alabanzas e ideales de ser cuanto más individual y autosuficiente, mejor, tenemos un lenguaje de gestos, actitudes y respuestas a los problemas, que no tiene prácticamente nada que ver con el idioma tribal. Los que crecimos aprendiendo que el ideal era el heroísimo individual o solitario, y que el gregarismo, o "la masa", eran despreciables y cosa de borregos, o que cada uno debía mirar por sí mismo sin meterse en las vidas ajenas y que para eso uno debía andar sólo por su carrilito vital, sin mezclarse demasiado con los ajenos, chocamos de frente con los tribales de toda la vida. No nos entienden, ni los entemdemos, y las malinterpretaciones se suceden.

Los individualistas no estamos por la labor de hacer demasiadas concesiones a los usos tribales. Atesoramos nuestro tiempo y espacio como bienes muy preciados, y administramos nuestra energía personal celosamente, empleándola exclusivamente en cosas que nos aporten satisfacción íntima y personal. Nos cansa, nos molesta el reclamo de las gente tribales (rurales, por ejemplo) que esperan que empleemos infinidad de tiempo y energía en actos aparentemente vanos y estériles, como charlar por las esquinas, tomar algo en los bares y "arreglar el mundo" aunque no se llegue a ninguna conclusión, pasear juntos sin más, entrar en las casas ajenas cuando te invitan para tomar algo, aunque estés lleno o no te apetezca especialmente la enésima rodaja de embutido del país o el vasito de vino, zumo o lo que se tercie...Tampoco somos suficientemente ágiles, al menos de entrada, en lo de hacerse favores. La gente tribal espera que te unas a esos favores sin que te lo tengan que pedir. Esperan, casi, que lo adivines, porque han crecido en un entorno donde se da por sentado que así es, y así ha de ser. La tribu hace piña y es piña. No se concibe que uno se reserve el derecho de opinar de manera "muy" diferente, o de decidir cosas al margen de los demás. Se espera, en lugar de eso, que uno permanezca unido a ese clan aunque opine distinto, porque hay que hacerse favores, y ya está. Hoy es por tí, mañana por mí, ésa es la norma.

Los individualistas aprendemos, a copia de experiencias más o menos fallidas y más o menos exitosas, a hacer concesiones. Pero a menudo no dejamos de verlas como concesiones, así que nos cansan, porque el propio concepto de conceder implica desgaste, cesión a regañadientes. No con entusiasmo. Pero resulta que lo que une a una tribu no solo es lo serio, la co- responsabilidad, sino también lo alegre: el vibrar juntos en algunos momentos, bailar, cantar, reir, charlar, comer...He ahí el gran significado de las fiestas de pueblo, de las celebraciones de clan o tribu (santos, bodas, comuniones, domingos, paellas, etcétera), y de todo lo que, desdeñosamente, muchos individualistas, de entrada, consideran paripé y compromiso desgastante.

Estas tribus existentes (me refiero al mundo rural español, ahora mismo) son vestigios últimos de las redes humanas rurales. No son, seguramente, como las tribus originarias de esos paisajes que se fueron extinguiendo a copia de "civilizacion", pero se les parecen bastante. A los neo rurales nos engaña el hecho de que tenemos los mismos rasgos faciales y vestimos de la misma manera, pero deberíamos ser conscientes, cuando vamos a algunos pueblos de determinado tamaño, ubicación geográfica e historia, que estamos entrando en el territorio de una tribu específica que tiene sus normas y leyes no escritas, y también su idioma gestual y de actitudes. Y que éste no es el mismo que el nuestro. Así nos ahorraríamos muchas dificultades.

Si los neo rurales que van a un pueblo, además, quieren formar ahí una tribu propia, el conflicto se multiplica en hondura e intensidad. Porque no es sencillo encajar una nueva tribu en el seno de una vieja tribu. Sobretodo si no hay un reconocimiento previo, por parte de los nuevos, de la existencia de la vieja tribu, y de su derecho natural y prioritario a seguir dominando de algún modo ese espacio. Pretender lo contrario es iluso y ciego. ¿En qué parte del mundo una tribu nueva es aceptada como parte más dominante que la vieja tribu? Hay que ser realistas: esto no es posible. Si ya existe una tribu añeja, arraigada y consolidada en un terriotorio, no es de cajón intentar enmendarles la plana. Se lo van a tomar mal, y con razón. Las leyes universales de respeto y cortesía son muy claras: adonde fueres, haz lo que vieres. Y si no quieres hacer lo que vieres allí donde fueres, vete a otra parte, pero no intentes reformar una tribu a base de intentar inyectarles otra tribu, minoritaria además, en vena. Sin su permiso. Y sin haber rendido primero pleitesía a las autoridades o círculos de poder de la otra.

La arrogancia de los individuos criados en la creencia del poder personal frente al colectivo, hace que muchos hayamos pasado por alto esta ley. No sólo llegamos a una tribu y no la reconocimos como a tal, sino que además pretendimos reconducirles hacia otra parte, aunque fuera en nuestra sombra, inconscientemente. En otros casos, esperamos (ilusamente) que los tribales actuaran de manera acorde a nuestro idioma y costumbres, y nos enfadamos o frustramos cuando esto no fue así. Nos ha faltado realismo.

Lo primero que uno debería hacer, si quiere encarnarse en un territorio que YA está ocupado por una tribu, es reconocer a esa tribu. Luego, presentar los respetos a las autoridades o a los círculos de personas que dirigen o lideran el cotarro. Es lo que haría cualquier antropólogo, cualquier viajero. Si este gesto tan simple ya nos supera, porque detestamos la idea de presentar respetos (o hacer concesiones) a una autoridad ajena, entonces es mejor dejar de lado la idea de encarnarse en ese terriotorio, porque el experimento, tarde o temprano, fracasará. Sencillamente, la ley tribal es como es y no es posible saltársela.

Si, en cambio, uno se ve capaz de hacer estos pasos, luego puede continuar con lo demás, que es CULTIVAR las relaciones con esos miembros de la tribu. Desde ese punto pueden tejerse redes de amistad con los tribales, y empezaremos a vivir conforme a lo tribal, al menos para asuntos colectivos. Entraremos en la cadena de favores, "concesiones" y usos comunes. Si nos descubrimos disfrutando con ello, entonces significa que empezamos a estar encarnados ahí. Sólo entonces. De otro modo, sólo coexistimos junto a una tribu, pero no convivimos. Que no es lo mismo. No dejaremos de ser un cuerpo extraño que no se sabe bien qué hace ahí, ni cuál es su lugar o función.

Muchos de nosotros nos enamoramos de territorios, y lo hicimos tan apasionadamente, que olvidamos, o medio olvidamos, que la tribu que los habitaba tal vez no era como la tribu que nosotros soñamos. Quisimos saltarnos las normas tribales y crear nuestra propia tribu en ese terriotorio, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, estábamos atentando contra la ley universal tribal. Fuimos vistos, entonces, como una amenaza en el peor de los casos, otras veces como un elemento prescindible e incomprensible, con lo cual fuimos ignorados, dejados de lado. Sea como sea, el fracaso en la encarnación tribal nunca es porque sí. Saberlo ver es otra cuestión, pero de entrada es imposible comprender las razones del fracaso si no se ha entendido que el asunto se trataba de integrarse en una tribu ya hecha, y además añeja.

En este largo camino hacia la realización o materialización del sueño tribal que muchos tenemos, una de las cosas que habrá que plantearse, pues, será el asunto de las otras tribus, esas que ya ocupan, habitan y dominan un territorio. Hay quienes optan por huir de las mismas y crean ecoaldeas, u ocupan pueblos abandonados, porque ni les gustan las "concesiones", ni la idea de no ser ellos los que dominen un territorio. Es una opción. Otros, sin embargo, nos resistimos a esto porque nos parece demasiado endogámico, y querríamos integrarnos en algún pueblo o entorno humano más variado. La cuestión, entonces, es tan simple como empezar reconociendo la existencia de la tribu dominante, y observarla y estudiarla como a tal. Y si nos sigue interesando luego integrarnos en ella, adoptar los usos y costumbres necesarios para ser entendibles por la tal tribu. Hablar su idioma, y no estar esperando que ellos adopten el nuestro, al menos de entrada. Pero si vemos que no nos es posible integrarnos, porque hacerlo requeriría ir en contra de algunos de nuestros principios, entonces lo sensato es marcharse a otra parte.

Las tribus ya existen, y vamos a tener que convivir con ellas. Para muchos, de entrada nos resulta duro asumir el status de "minoría", porque en nuestro sueño de "tribu y territorio" no entraban tantas "concesiones" ni complejidades. Nos imaginábamos poco menos que íbamos a ser reyes del paisaje, como Robinsones Crusoes de una isla paradisíaca y particular, solo que en familia (o en tribu) Fuimos un poco como esos exploradores que dijeron: "Cómo me gusta esta tierra, quiero quedarme en ella" y se olvidaron de un pequeño detalle: ya estaba habitada, y tal vez a sus habitantes no les gustaba la idea de integrarnos.O sí, les encantaba, pero el precio a pagar nos resultaba demasiado alto. En todo caso, lo importante es saber ver que no hay ninguna tierra vacía, y que uno no puede, por lo tanto, fijarse sólo en el paisaje. Ha de observar y tener en cuenta, también, a sus "dueños".

Hay que replanteárselo todo, entonces, y decidir: ¿queremos integrarnos en otra tribu, sí o no? Porque eso lo define todo. Si es que sí, entonces uno debe pasar a la siguiente fase, discernir a qué tribu o tribus se integra, y hasta qué punto. Si es que no, entonces es inútil buscar nuestro lugar en pueblos, sobretodo los pequeños, porque su carácter tribal es mucho más marcado. Mejor echarse al monte salvaje y solitario, conseguir tierras vacías de gente, si es que se puede, u ocuparlas. O  dejarse de sueños rurales y tejer tribu en la ciudad, cuyas leyes y normas son muy distintas.


miércoles, 26 de marzo de 2014

Cultivar la tierra, cultivar la tribu.


Una de las mayores dificultades que veo para realizar el sueño de la tribu y el territorio es que partimos, la inmensa mayoría de nosotros, de entornos urbanos donde rara vez (salvo excepciones) se ha experimentado desde niños "lo tribal". Y con tribal no me refiero al grupete de amigos adolescentes, ni a las tribus urbanas. Me refiero a la tribu-tribu de toda la vida: la red de relaciones humanas familiares y amistosas que permitían a las familias salir adelante, ayudándose mutuamente en lo que hiciera falta, desde el cuidado de los niños hasta ir a por el pan.

La mayoría de nosotros, sin embargo, somos de generaciones o lugares donde esto ya se había perdido. Hemos crecido inmersos en un ambiente de familias bastante aisladas, cada uno en su piso, y donde los amigos vivían a manzanas de distancia y solo los podías ver fuera de clase. Y eso, si no tenías demasiados "deberes". Con lo cual hemos crecido aprendiendo a relacionarnos con los amigos casi exclusivamente para el ocio.  Los días estaban organizados alrededor de las clases (ahora que lo pienso, qué palabra más fea para definir los espacios de supuesto estudio), donde pasábamos horas y horas bajo la autoridad de terceros que, a veces, no sólo no nos importaban, sino que incluso nos podían parecer personas no especialmente agradables. Y en esas "clases", a veces compartíamos mesa y esfuerzos con amigos, pero otras veces no, porque, contrariamente a lo que muchos padres quieren creer, la escuela y el instituto no garantizan la vivencia de la amistad. Depende del caso.

Así que durante los años más preciosos de nuestro desarrollo cerebral, mental, emocional, psíquico y espiritual, años en los que todo deja profundas huellas, repetimos hasta la saciedad un patrón conductual muy concreto, que se resume en: sigue y obedece a la autoridad que te pongan delante (no importa si te gusta o la sientes justa, sabia y coherente, o te parece que es un impresentable, porque total, no podrás cambiarlo); aprende a soportar lo que te toca y relega la vivencia de la amistad a los espacios de ocio, si es que puedes. Porque lo primero es la obediencia a las autoridades (ir a clase) Y lo demás, solo se acepta para rellenar huecos.

Si tenemos en cuenta que la repetición induce al aprendizaje, y que la infancia es el espacio donde más se graban las vivencias en nuestro interior, ¿de qué nos extrañamos cuando vemos que, en una sociedad como la nuestra, parece imposible cambiar el sistema, la gente soporta a autoridades corruptas, y salvo unos cuantos -minoría- que gritan "¡Cambio, cambio!", el resto permanece sin saber qué hacer, o incluso pensando que no se puede cambiar nada? Bueno, la respuesta es, para mí, tan evidente que resulta aplastante. Las cosas son como son porque hemos aprendido esto, y no hay vuelta de hoja. Desaprenderlo sería la cuestión.

Pero yendo al tema de la tribu que cierto sector -minoritario, no me cabe duda- de la población estamos buscando, ¿por qué nos extraña que sea tan difícil reunirnos, integrarnos en proyectos comunes, andar todos a una, organizarnos en algo que realmente se sostenga...? Pues nos extraña porque somos como el pez que no ve el agua del océano. Estamos tan inmersos en la "mente" del sistema (la manera en que hemos crecido y aprendido a "ser") que no nos damos cuenta de cuán ignorantes somos respecto a lo que implica formar parte de una tribu.

Sí, ignorantes. En lo tribal, somos como esos niños modernos que creen que el pollo que comen sale de las bandejas del súper. No llegamos a esperar que las coles nos broten espontáneamente en las macetas del balcón, o en la tierra de al lado de casa, porque al menos sí compramos libros de cultivo, o lo investigamos por internet, o (los más afortunados) tenemos cerca a algún pariente o vecino que sabe cultivar, y a quien podemos preguntarle. Pero ¡pásmate!, esperamos que la tribu surja de la nada y que las relaciones intertribales den fruto sin más, por obra y gracia de la pura espontaneidad de la amistad. Esperamos que, sólo por el hecho de ser amigos, podamos ser capaces de hacer cosas como proyectar algo juntos, convivir o desarrollar un plan de vida interrelacionado (al antiguo modo tribal) a largo plazo.

No nos damos cuenta de cosas tan simples como, por ejemplo, que proyectar un plan de vida común es mucho más complejo que tener un hijo. Al menos, un hijo es cosa de dos. Pero ¿de cuántas personas es un "proyecto tribal"...? ¿Qué implica plantearse decir algo como "Nos gustaría vivir cerca los unos de los otros", "Nos gustaría compartir espacio" o incluso "Nos gustaría ayudarnos en la crianza de los hijos"? ¿Cómo se elabora eso, cómo se consigue? Desde la ingenuidad de los ignorantes, esperamos que sólo por el hecho de decirlo, suceda. Dices: "Me gustaría que este árbol diera fruto", y entonces vas, te sientas y esperas.Y luego te frustras o sientes un desengaño si las manzanas no llegan al momento, o ni esperando meses salen, porque un bicho se las comió cuando eran tiernos botoncitos. Igualito.

Hemos aprendido (por repetición o condicionamiento de años) a vivir la amistad sólo para compartir el ocio, o para desahogarnos puntualmente en los baches de la vida. No hemos aprendido a convivir con amigos. De hecho, muchos de nosotros ni siquiera estamos satisfechos con la experiencia de convivencia familiar que hemos tenido, y (salvo excepciones) no disponemos de otros referentes exitosos o satisfactorios. E incluso en el caso de personas que, como yo, sí disponemos de experiencia en asuntos de convivencia con no-familiares; así como de haber formado parte de organizaciones humanas de algún tipo, no solemos saber ver qué elementos indujeron al éxito o fracaso de las mismas, porque, al ser la estructura tribal algo desconocido y no compartido por la mayoría, no se suele hablar de ello, ni existen libros que expliquen las pautas de cómo cultivar la tribu, ni nada por el estilo.

Por eso me estoy dando cuenta de que el cultivo de relaciones armoniosas es la clave en el éxito de cualquier iniciativa o sueño tribal que nos planteemos. Y cultivo es la palabra clave. Deberíamos aprender a relacionarnos de manera que seamos capaces de compartir algo más que el ocio, los desahogos o ciertas actividades cuando "nos apetecen". No hemos aprendido nunca ni a comunicarnos en círculo de manera sostenida, continuada, rutinaria, como se hace o hacía en las tribus indígenas, por ejemplo. Cada poco se sentaban y debatían, y cada uno exponía sus puntos de vista. La cantidad de horas empleadas en el cultivo de la comunicación mutua que muchas tribus empleaban, y el tiempo que les llevaba decidir ciertas cuestiones, nos parecería impresionante. Desde el aprendizaje o condicionamiento individualista que tenemos, podría parecer incluso una pérdida de tiempo. ¡Con lo fácil que es decidir las cosas uno solo! Tenemos dentro un niño que lucha por hacer lo que le da la gana. Está tan harto de décadas de escolarización forzosa y seguimiento a autoridades a veces estúpidas o insensibles, que no quiere ni oir hablar de sentarse a esperar a los demás, escuchar detalladamente sus puntos de vista, y ya no digamos hacer concesiones en aras de conseguir algo común. "¿Realmente es necesario tanto esfuerzo?"- se pregunta ese niño- ¡Bastaría con que me hicieran caso! ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? ¿Por qué no es tan simple como juntarnos con los colegas y marcharnos juntos a pasarlo bien por ahí?"

Sí, no tenemos otro aprendizaje salvo el de seguir a una autoridad x (lo aprendimos en las "clases") o la anarquía total, el dejar que cada cosa siga su curso sin intervenir lo más mínimo, por miedo a presionarnos, a resultar pesados, o defraudar al otro con cosas que parezcan exigencias o recriminaciones...Lógico, puesto que la mayoría padecimos demasiado autoritarismo de niños, y nos fuimos al otro extremo: que cada cual haga lo que le salga del...y vivamos felices sin presionarnos, que la vida son dos días. Y por eso, y dado que interiorizamos que las amistades eran algo sólo para pasarlo bien, no sabemos cómo resolver una ecuación en la que el factor "amigos" se conjugue con el factor "creación de proyecto de vida común", algo que es, por definición, laborioso, exigente, y que puede traer momentos y etapas de muchísimo estrés y desgaste, ¡como cualquier otro proyecto!

Así las cosas, da la sensación de que las convivencias, los intentos tribales o de proyectos, salen bien de p. casualidad, si hay suerte o la gente "congenia" sin más y ¡hale, qué suerte, coincidimos todos de repente en lo que queremos!. Lo cual explica la cantidad de anécdotas de fracasos y desengaños que he ido recopilando en estos años, mías y de otros.

Generalmente, si las circunstancias son muy propicias, las convivencias y proyectos se sostienen durante un tiempo. Los amigos se embarcan juntos en una nave, y sólo en las largas travesías, o en las más difíciles, descubren con aturdimiento y agobio que la experiencia se tuerce y no resulta como esperaban. Claro, como ni siquiera se sentaron las bases de adónde iba el barco, ni quién manejaba el timón, las velas, los remos... El miedo al autoritarismo nos impide vivir el liderazgo, no queremos roles de capitán ni de oficial ni de grumete. Nada. Solo espontaneidad y sin organizar nada, que eso es represor.

Así que los barcos comunes (proyectos tribales o comunitarios) a menudo son un caos que mientras la mar está tranquilota y el viento va a favor, va de p. madre y todos contentos. Qué guays somos, somos los más libres y los mejores, la crema de la humanidad. Pero cuando viene una tormenta o escasean las provisiones, se inicia el agobio, el sufrimiento, y se empieza a mirar mal al otro, y surje el "sálvese quien pueda".

En definitiva, en cuanto el estrés aprieta o se dan situaciones de "emergencia" o "crisis", las frágiles estructuras de estos ingenuos y bienintencionados grupos humanos saltan hechas pedazos, porque en realidad las relaciones no estaban correctamente cultivadas, ni los vínculos se afianzaban en algo más sólido que el "me apetece, y mientras me apetezca seguiré ahí, no puedo ni quiero prometer más, ni dar a entender que podáis esperar más de mí".

El agricultor, en cambio, está más allá del "me apetece/no me apetece". A veces disfruta con lo que hace, pero a veces no. Le toca las pelotas salir a regar algunos días, pero lo hace por no ver morir a las plantas, porque ama a su huerta, y además quiere comer los frutos. El ganadero, tres cuartos de lo mismo o peor: ha de dar de comer a sus animales día tras día, tanto si le apetece como si no, y encima limpiar sus cacas aunque huelan mal. Y un padre y una madre aún están mucho más allá de la "apetencia", o debieran estarlo, porque un hijo exige muchísimo más que una huerta o que un animal doméstico. ¿Se entiende lo que quiero decir...?

¿Qué implica, entonces, crear una tribu de personas afines porque sentimos que queremos compartir nada menos que el trabajo cotidiano, e incluso ayuda en la crianza de hijoS en plural? Tienes un hijo y te parece mucho trabajo, ¿vas a asumir tener dos niños, o tres, o cinco de golpe, que además no serán "tuyos"? Porque en una tribu de esas características, no puedes decir "este niño no es asunto mío, es cosa sólo de sus padres". No, vincularse con un niño, o con otros niños además de los propios, es algo más serio. Y siento usar esa palabra, "serio", porque sé que a muchos les da "yuyu", pero me refiero a que es mucha más responsabilidad que compartir el trabajo en una huerta, o el cuidado de unos animales. Porque los niños crean vínculos de afecto muy intensos, son mucho más dependientes cuando son pequeños, y esperan y necesitan muchas cosas de los adultos con los que crean vínculos familiares o tribales. Los niños, además, tienen necesidades muy diversas, específicas, continuas e insoslayables.

Por esa razón, no es de extrañar que elaborar un proyecto "tribal" que incluya el ayudarse con los niños resulte, a la hora de ponerse manos a la obra, una empresa titánica. Descubrimos, algunos, que era muy fácil y bonito decirlo, pero otra cosa es llegar a plasmarlo. Si llegar a tener un hijo a veces ya es difícil, por ganas que se tengan, llegar a reunirse varias... ¡familias!... de manera más o menos sólida, es un asunto de enjundia considerable. Casi casi una utopía.

Así que pienso que lo que toca, si se quieren coles o manzanas tribales, es cultivar primero las relaciones y abrir las perspectivas. De entrada hay que desbrozar (dialogando, compartiendo comunicación, tiempo y espacio) las hierbas y piedras que impiden la siembra de algo comúnmente acordado en el "terreno" de nuestra amistad. Porque claro, primero hay que estar de acuerdo en algo tan básico como que se quiere sembrar "con otros", y la clase de semillas que se quieren cuidar. Y luego se requiere un compromiso mínimo para cuidar de lo sembrado. ¿Se podría proyectar una tribu con personas que sienten urticaria ante la palabra compromiso? Mal asunto, casi tanto como tener un hijo con alguien dispuesto a abandonarte si siente que, de repente, le apetecen más otras hembras a su alcance, o descubre que le agota la rutina del esfuerzo diario que implica criar. Prepárate para el abandono cuando más ayuda necesites, o cuando peor te encuentres, porque el estrés y el agobio es lo que hacen "saltar" fuera del círculo a los que sólo siguen la ley de su apetencia porque "no quieren más represión".

Aplicado todo esto del cultivo a otros rasgos de lo tribal que muchos nos proponemos, hay otro factor de tremenda ingenuidad y falta de realismo que, me doy cuenta, pasa factura a muchos proyectos y sueños de tribus que nunca llegan a cuajarse. Somos, la mayoría, como jóvenes entusiastas que se enamoran de alguien y creen, ilusos de ellos, que sólo se van a comprometer con esa persona, y que su familia no importa, ni cuenta. Pero ¡ja!. En las bodas, aparecen las familias siempre, y sus relaciones con nuestra pareja terminan siendo mucho más determinantes en nuestra relación de lo que querríamos en principio, o esperábamos.

Pues bien, en los proyectos tribales las cosas también son así. No es realista pensarse como una comunidad o grupo humano de personas jóvenes y alternativas desvinculadas de padres, madres, tíos, tías y abuelos. En la foto grupal deberían salir ellos también, aunque sea en la retaguardia, advirtiéndonos de su presencia y peso. Y todo por la sencilla razón de que son nuestro origen y lo llevamos con nosotros, pero además, para muchos, esos vínculos y relaciones siguen vivos y tienen una importancia y valor considerables. Son, de hecho, parte de nuestra tribu, aunque por cuestiones ideológicas o emocionales no siempre (o rara vez) compartan nuestros criterios y sueños, y de ahí el hecho de que intentemos crear "más" tribu u otra tribu con personas "más" afines. Sea como sea, del mismo modo que cuando nos casamos nos vinculamos también con la familia de nuestra pareja, cuando creamos un proyecto tribal nos estamos vinculando a las familias de los otros. Y esto tiene una miga considerable.

Crear tribu sin raíces es relativamente fácil. Basta con esperar una confluencia de factores propicios, una primavera lluviosa y un poco de sol, y salen las flores como por arte de magia. ¿Una tribu con raíces, sólida y capaz de soportar etapas de crecimiento, crianza, desarrollo, cambios, y todo el estrés que ello pueda conllevar...? No basta, para eso, con esperar. Habrá que cultivar. Habrá que cuidar. Habrá que esforzarse más allá de la apetencia. Trabajar el asunto, ¡oh, temida palabra...! Pero claro, eso es sólo si lo quieres vivir. Si no, ni falta que hace tanto trabajo, porque fíjate: hay que aprender hasta a comunicarse adecuadamente. A sentarse juntos. A dialogar desde la horizontalidad amistosa. A decir la propia verdad, atreviéndose a ser sincero, honesto. A arriesgarse. A compartir algo más que cine y palomitas.

En fin... No bastan los libros, porque éste, mucho me temo, es un terreno virgen. Encontraremos infinidad de libros sobre desarrollo personal, pero me atrevo a decir que ninguno sobre el cultivo de lo colectivo o comunitario, ni del cuidado de "relaciones armoniosas tribales". Si hay o hubo expertos en ello, no nos han retransmitido sus conocimientos, o no sabemos cómo dar con esa fuente de enseñanza. Así que ésta será una cuestión de exploradores y pioneros, o no será. He ahí nuestra "terra incognita", nuestro continente virgen y sin explorar: el tribal.





martes, 25 de marzo de 2014

Tribu y Territorio, un sueño muy lejano.

(Arriba, fotografía de Jimmy Nelson)

Llevo más de 10 años estudiando el asunto de las personas que, como yo, quieren o han querido dejar las ciudades para irse a vivir al campo, ya sea en casas aisladas, inmersos en pueblos o incluso en las llamadas ecoaldeas. Todo se detonó cuando hice mi primer Camino de Santiago (en el año 1999) No sabía bien qué clase de experiencia esperaba vivir, pero ya por aquel entonces había empezado a intentar seguir, deliberadamente, mi instinto animal, deseosa de integrarlo más en mi ser, tan intelectualizado en aquella época. Y mi instinto me pedía andar, echarme al monte.

Y fue curioso, pero lo de andar sin  tregua por entornos mucho más naturales que mi gran ciudad, durante días, mirando al horizonte, me enganchó y me transformó por completo. En su día no supe explicar porqué, y asumí el evento casi como algo mágico. Mi sensación era la de haber recordado quién era yo. El primer día, recuerdo que entré en una especie de éxtasis y, llegando a unos altos, bajo un cielo azul limpio (no como el de mi ciudad) con esponjosa, inmensas y recortadas nubes blancas, rodeada de páramos solitarios, solté la mochila y casi me puse a bailar de felicidad. Me cayeron lágrimas de alegría, ¡me sentía tan bien! Y no paraba de preguntarme: ¿Cómo he podido olvidar esto? ¿Cómo he podido olvidarme de quién era yo?

Resultó que aquel paraje se encontraba en tierra leonesa, donde yo pasé la mayor parte de mi infancia, así que luego interpreté que lo que me pasaba era que estaba conectando con sensaciones infantiles olvidadas: el olor de la tierra y de las hierbas locales, el color brillante y limpio del cielo, la anchura del horizonte...Incluso el viento fresco que azotaba mi rostro, todo era tan...de mi infancia, que pensé que el paisaje era el que me había facilitado esa sensación de recordar quién era.

Sin embargo, a copia de repetir sucesivos Caminos de Santiago, y de realizar, luego, otros viajes y excursiones por muchos otros lugares, me he ido dando cuenta de que, aunque es innegable que los paisajes de mi infancia tienen mayor facilidad para conectarme con algo profundo de mi misma, no tienen la exclusiva para detonar ese recuerdo de identidad tan especial que sentí en aquel primer Camino de Santiago. Recuerdo, por ejemplo, el aluvión emocional que sentí hace un par de años en Liébana, Picos de Europa, contemplando el cresterío de picos desde la ermita de San Miguel. Fue una de esas ocasiones en las que sentí que estaba recuperando algo perdido de mi ser. Una parte de mi identidad profunda emergía con fuerza, y ésta tenía que ver con la admiración de la belleza natural y la necesidad de tenerla cerca. Tuve la incomprensible sensación (irracional, quiero decir) de que una parte de mí vivía languideciendo y a medio gas en paisajes, no diré feos, pero carentes de fuerza "natural", léase salvaje, intocada. Y que algo en mí necesitaba eso, y si pudiera tenerlo cerca...yo sería muy distinta, y mi vida entera rebrotaría con fuerza, como si a una planta de montaña la trasladas desde su maceta urbana al nicho ecológico donde su naturaleza le pide estar.

Bueno, ha habido otras ocasiones, otros lugares que han detonado impulsos completamente irracionales y animales en mi ser, todos ellos absolutamente llenos de vida e intensidad. Y al final, en estos meses de reflexión , llego a la conclusión de que me equivoqué aquella primera vez en el Camino de Santiago. La sensación de recordar quién era no tenía tanto que ver con el hecho de estar otra vez en tierra leonesa, sino con el hecho de ....ANDAR, como nómada, durante horas, días, semanas...Y claro, ahora lo veo obvio. De haber sido "sólo" la tierra leonesa quien pudiera detonar, en mí, el recuerdo de eso tan indescriptible como "sentir mi verdadera identidad", lo hubiera experimentado también en otros viajes que había hecho, en coche, por esos lugares. Viajes en los que disfruté, sí, pero en los que no viví , ni de lejos, la enorme transformación que me produjo caminar. El ser humano fue nómada o seminómada durante decenas de miles de años. ¿Cómo podría sernos indiferente, entonces, vivir sentados o vivir andando?

Pero no ha sido hasta que me convertí en madre que he reparado en esto del posible recuerdo genético o evolutivo que todos, hipotéticamente, tenemos dentro. Fue intentando entender mejor las demandas y llantos de mi hijo que dí con el libro "El Concepto del Continuum", de Jean Liedloff, y ahí encontré la primera pista sobre estas teorías que afirman que, puesto que el ser humano ha vivido cientos de miles de años siendo seminómada y organizándose en una tribu pequeña, y puesto que la evolución no es tan rápida como están siendo nuestros cambios en el modo de vida, naceríamos aún programados (o adaptados) a una serie de expectativas y necesidades, digamos, naturales, como la que plantea Jean Liedloff: ser llevado en brazos durante meses, casi todo el tiempo.

La reveladora pista de este libro, sin embargo, contuvo para mí un poso final de amargura. A fuerza de ir observando a mi hijo, que por aquel entonces tenía sólo dos años, comprendí que las madres que intentaran satisfacer las necesidades supuestamente "naturales" y puras de sus hijos, para que no sufrieran con el shock de encontrarse con un entorno y unos cuidados tan alejados de lo que su naturaleza instintiva les pide, estaban atrapadas en un callejón sin salida. Porque el asunto no se reduce, ni se puede reducir, a portear. Ser llevado en brazosy tomar el pecho no es, ni de lejos, todo lo que un bebé o un niño pequeño necesita para que su crianza sea, digamos, más "natural". En realidad, un niño pequeño reclama todo el modo de vida remotamente ancestral, antiguo, y...no se lo podemos dar, porque sencillamente, nosotras mismas no estamos ahí.

Peleándome con mi hijo porque insistía en dejar la manguera del agua abierta todo el rato (era verano, y le fascinaba regar el patio de casa), intenté conectar con lo que él sentía para convencerlo de cerrar el grifo (ya que el agua se pagaba cara allí donde vivíamos, y lo consideraba un desperdicio)
Y entonces comprendí que, desde su punto de vista, la contemplación absorta, indefinida en el tiempo, y sin medida, de los elementos naturales "libres" era una necesidad. Una verdadera necesidad. Claro, el ser humano ha vivido durante cientos de miles de años inmerso en la naturaleza, y nada ha impedido a los bebés y a los niños, durante esos milenios, quedarse absortos contemplando un reguero que corre, o una fuente. Explícale, ahora, a un niño de corta edad que el agua "es cara" o que "hay poca y se gasta". ¿Cómo lo va a entender? Le es imposible, porque él sólo siente lo que siente (necesidad de ver correr el agua) y ve lo que ve: que del grifo sale agua como si fuera una fuente. Conceptos tan sofisticados como "dinero" no entran en su cabeza, ni puede entender que esa agua se gaste, si no tiene modo de ver, también, el tamaño o volumen del agua disponible, como sucedería de manera fácil si viera una pequeña laguna o charca, en la cual se pudiera percibir que el agua es limitada. En otras palabras, para entender nuestro mundo necesitamos de un cerebro capaz de realizar infinidad de abstracciones, pero esa capacidad cerebral (dependiente del neocórtex) sólo está disponible a partir de cierta edad, y de hecho los científicos actuales afirman que no se completa hasta la adolescencia. ¡Como para pedirle a un bebé que entienda!

Todo aquello del grifo me hizo caer en la cuenta de que la mayor parte de angustias, preocupaciones y riñas que yo tenía con mi hijo, y conmigo la inmensa mayoría de madres del mundo civilizado, giraban entorno a cuestiones similares. Pero éstas no tendrían lugar en un entorno al que los niños estuvieran mucho más adaptados, y que concordara más con su naturaleza. Es más: intuí que la experiencia de criar, que tantos dolorosos esfuerzos me estaba costando, no tendría porqué ser tan "sacrificada" ni sufriente como la de tantas mujeres actuales que viven confinadas en pisos o casas, alejadas de lo que sería un entorno "natural" de criar. ¡Incluso podria resultar que la maternidad supusiera mucha más felicidad!

Eso sí,  algo positivo hubo en esta toma de consciencia. Mi sentimiento de culpa por no estar sintiendo toda esa dosis de felicidad que, hipotéticamente, se supone que deberías vivir cuando cuidas de un niño, se esfumó al entender lo mediatizada que estaba mi experiencia por lo social. Y lo muy escasa de "culpa" que estaba mi pequeña persona. Yo era como una madre animal enjaulada. Como cualquier hembra de zoo, hacía lo que podía pero no se me daba excepcionalmente bien, que digamos. Porque incluso adquiriendo, a copia de un gran esfuerzo de investigación personal, el conocimiento intelectual de que otra maternidad es posible, no sabía o no podía materialmente realizarla, al estar fuera del contexto adecuado para ello.

Los bebés y niños pequeños nos muestran a qué estamos adaptados porque no han vivido aún la adaptación a la "cautividad" y a los entornos artificiales donde tantas cosas no se pueden tocar, tantas actividades no deben hacerse, y tantos peligros incomprensibles les acechan (electricidad, alturas, cristales, químicos de uso doméstico, electrodomésticos, coches, etc) Nos puede parecer que un niño primitivo estaría rodeado de peligros, y no diré que no, pero un niño actual está rodeado de mayores peligros aún. Lo que pasa es que lo contenemos y cercamos mucho mas, para que no se dañe.

Si uno observa bien, verá que a los niños se les dice que no prácticamente a todo, porque en los pisos y en las ciudades, realmente es muy poco lo que, de lo que querrían hacer (porque sienten el impulso natural de ello) pueden hacer. Así las cosas, resulta triste que el lugar al que muchos niños se acaban adaptando es el sofá y las pantallas de tv o juegos, o a actividades permanentemente controladas a toque de silbato (adulto) únicas acciones que teóricamente los mantienen alejados de todos los otros peligros, y con las cuales "no molestan" al resto de adultos. Es que por no poder, no pueden ni salir solos de casa, porque en una ciudad esto no es posible.

En cambio, los niños que vivían en pequeñas tribus de gente familiar y en viviendas pequeñas, a pie de tierra, y sin puertas peligrosas o herméticamente cerradas, entraban y salían de los espacios a placer, y gritaban y hacían ruido y corrían todo lo que querían y más, sin que molestaran a nadie porque oye, ancho es el mundo, espacio abierto y libre hay, y el griterío infantil, cuando no está todo el rato pegado a tu oreja, es muy agradable de oir. ¿Peligros? Sí, pero mucho más fáciles de aprender y de entender. Cosas del tipo "esto no se come", "el fuego quema" o "no provoques a los animales". Al lado de eso, la sofisticada peligrosidad de nuestro mundo es tremenda. ¡Y luego dicen que hay que poner límites a los niños! Yo siempre pienso, cuando leo consejos así: ¿Más limites aún? ¡Pero si ya tienen demasiados!

Fue una época triste para mí, aquella, porque perdí la esperanza de poderle dar a mi hijo la mejor experiencia de infancia, según mi criterio y sentido ético. Pues, aunque sabía cuál era ésta, no estaba en mis manos la capacidad de dársela, porque yo era un animal enjaulado más, limitado y además aislado. No vivía en tribu. Pasaba muchas horas a solas con mi hijo, en aquel patio... El no tenía compañeros de juego (por desgracia, además, los niños de aquel pueblo no fueron muy amigables con él), pero es que encima lo que él quería, lógicamente según su "memoria evolutiva", era estar a la sombra, ver el agua correr y, como mucho, regar con ella las plantas. No cruzar todo el pueblo para ir a un parque forrado con placas de caucho, sin arena ni hierbas, para ponerse a jugar con objetos metálicos extraños que se supone que son para jugar, pero que no le atraían ni la mitad que lo que estaba en su territorio, pegado a su casa: el agua, las piedras, la tierra, las hojas verdes de las plantas...

Por esa razón, me rendí y cedí. Dejé de reñirle por "malgastar" el agua y dejé de insistir para llevarlo al dichoso parque. Hice la vista gorda y me amoldé a las tardes en el patio. Me leía un libro mientras mi hijo pasaba horas muertas mojándose y mirando fascinado los hilos de agua esparcirse por la tierra hasta que salían las lombrices a pedir socorro. Eso sí, le puse un control y un tope al caudal de la manguera. Me daba tanta pena que mi hijo no tuviera lo que verdaderamente necesitaba, que por eso le concedí el sucedáneo, aún sabiendo que nos costaría un extra de dinero pagar la factura de agua del mes de agosto (y así fue, pero mira, más me hubiera gastado en pagar un viaje de fin de semana para que viera correr el agua libre en otra parte) En cuanto a educarle en el concepto "dinero" y "las cosas cuestan y se gastan", los dos años no son edad cerebral para intentar inculcar algo tan complejo. Para qué machacarle con ideas para él absurdas. Para que decirle "el agua es cara". Lo único que hubiera conseguido sería que él respondiera a mi enfado con miedo o con ira, perpetuando nuestro tira y afloja. Y tal vez en algún momento aflojaría, todo por verme contenta y ahorrarse el mal rato. Pero su necesidad atávica, genética incluso, de ver el agua correr en libertad quedaría insatisfecha, y mi frustración como madre sería el doble de la que ya era.

Así que me he ido convirtiendo en una madre "blanda", incomprensiblemente blanda para la mentalidad general. Pero es porque cada veo más nuestra situación de animales enjaulados y desnaturalizados, y no quiero sumar a mi hijo más represiones de sus necesidades naturales de las que ya acumula, porque son muchas. Pienso que a medida que crezca, le iré explicando las cosas, y que entenderlas entonces (su cerebro, más maduro, razonará mejor) le permitirá asumir sin tanta violencia interna la realidad y adaptarse a ella de otra manera. Porque claro, se adaptará como todos a lo que tenga, y esto no tiene vuelta de hoja. Pero hay modos y modos de adaptarse, y prefiero que lo haga desde más madurez mental, no cediendo por fastidio o por miedo a mi reprimenda o enfado, o con castigos, sino creciendo, entendiendo. Hoy, por ejemplo, ya empieza a controlar el tema del dinero. La vieja afición a ver el agua correr la sigue teniendo, pero ya no lo hace abriendo el grifo en casa, sino deteniéndose en la calle a ver correr el agua en la cuneta, cuando llueve, o -cuando vivimos en un pueblo- mirando los regueros, etc.

El tema de la maternidad, en este sentido, es y puede ser revelador en cuanto a que observar a un niño nos da muchas pistas acerca de nuestra naturaleza instintiva, y por lo tanto nos revela gran parte de nuestras verdaderas necesidades. Ahora bien, esto no es un asunto, en absoluto, que ataña exclusivamente a las madres. Porque los que leemos esto somos todos hijos de la humanidad civilizada, y por lo tanto hemos vivido una cantidad enorme de carencias en la infancia que han surgido no sólo de la limitación de nuestras respectivas madres y la artificialidad del entorno en el que nos hemos criado, sino también de la ausencia de esa "tribu" a la que el ser humano continúa estando adaptado, y que, con su instinto, sigue buscando cuando le falta. Porque la necesita.

Así que nuestra necesidad para ser humanos plenamente "naturales"se resumiría, según mi perspectiva, en dos cosas: tribu y territorio. Pienso que necesitamos, para desarrollar plenamente nuestro potencial, la vivencia profunda de los lazos tribales humanos, y la vivencia de estar de manera más o menos "libre" y satisfactoria en un paisaje del que podamos sentirnos parte. Porque esa es y ha sido otra necesidad humana natural, la pertenencia a un paisaje al que sentimos nuestra casa o territorio, pero al que también nos sentimos pertenecer. Esta necesidad o expectativa puede ser rastreada en nuestros más inexplicables sentimientos, y también cuando escuchamos el relato de tantos miembros de las últimas tribus primitivas que afirman que su identidad se liga a su paisaje, del cual se sienten no sólo habitantes, sino incluso guardianes.

Es tan distinta esta manera de pensar y de vivir a la que actualmente abunda más en nuestro mundo, que no es de extrañar que, cuando las primeras oleadas de hijos de la civilización han querido volver a la naturaleza, siguiendo su instinto animal y humano, han padecido toda clase de dificultades, físicas y psíquicas. Porque el conflicto es tremendo. Me siento capaz de decir que estamos ante un choque de civilizaciones o de mundos, pero éste acontece sobretodo en nuestro interior. Por eso, y en mi opinión, sólo se podrán resolver las dificultades existentes en la búsqueda de tribu y territorio que esas personas realizan (entre las que me incluyo) enfocando la vertiente mental, psicológica y emocional del asunto. Porque las dificultades prácticas, que son muchas ciertamente, no se pueden enfocar adecuadamente si carecemos de la comprensión de qué es lo que las provoca. Y resulta que lo que las provoca son, básicamente, ideas. Nuestras ideas, o las ideas de nuestra sociedad. Sea como sea, sólo con nuevas ideas podremos sortear las ideas obstaculizantes, propias o ajenas, con lo cual el trabajo que ahora mismo me veo por delante es, básicamente, mental.

Y es que además, como todos estamos privados de bastante libertad, y como no vivimos aún, ninguno, en un medio suficientemente "natural" (la mayoria carecemos de tribu, o de territorio, o incluso de ambas cosas a la vez), sufrimos una cantidad de tensiones, bloqueos y conflictos interiores nada despreciable. Y a los animales enjaulados, recordémoslo, no se les da muy bien salir adelante. Mayormente se deprimen o se atacan entre sí.  Por eso deberíamos esperar sobretodo estas dos actitudes en todos nosotros cuando nos sentimos mal, aunque estén enmascaradas tras muchas otras teorías o explicaciones en las que, en nuestro intento desesperado por adaptarnos a nuestro medio, hemos convertido nuestros sentimientos e impulsos reales. Decimos que nos pasa esto o aquello, pero no suele ser cierto. Lo que nos pasa es distinto y bastante más profundo, sólo que no siempre sabemos verlo porque no tenemos con qué contrastar. Jean Liedloff vivió su particular revelación acerca de la crianza de bebés sólo porque pudo estar con tribus amazónicas. De haber vivido siempre en el mundo civilizado, su neocórtex la hubiera ayudado a elaborar otra teoría más sobre el difícil (!) carácter infantil, y quién sabe si hubiera creado nuevas maneras de intentar domesticarlo.

Porque en definitiva, de eso se trata: de que nos han domesticado mucho desde niños para lograr nuestra adaptación a una sociedad híper normativizada, cuando en realidad el ser humano tal vez no sea tan doméstico, ni necesite de tantas normas. Algunas sí, pero los extremos a los que ahora se llega son tremendos. En definitiva, el ser humano tal vez no necesite tanta represión y tanta adaptación a un medio que, de todos modos ¡ni siquiera es sostenible en términos naturales, o ecológicos, y terminará cambiando un dia u otro...!

Tal vez sólo creemos que "necesitamos" tratarnos mutuamente así, y educarnos así, porque es la única manera en la que hemos aprendido a sobrevivir enjaulados y sobredomesticados. Porque, o se ponen muchas normas en la jaula, o nos matamos demasiado rápido, o nos zampamos a la autoridad que usa a ratos el látigo, y a ratos nos da de comer. Pero si viviéramos de otra manera, no diré cien por cien libres, pero sí menos recortados como cuadrados para encajar en cajas, tal vez las cosas serían muy distintas. Nos bastaría correr monte a través para disipar el mal humor, nos bastaría con tantas cosas que no tenemos (aire puro, agua libre, amplitud y tiempo y vínculos de afecto mas sanos y seguros) para sentirnos simplemente bien. Pero como le hemos dado la vuelta a la tortilla, lo sencillo y natural es un lujo que hoy solo está al alcance de muy pocos.

¿Conseguirán reconquistar esa "vida natural humana" las oleadas de nuevos "colonos" que, partiendo desde las ciudades, intentan deshacer el rumbo que siguieron sus padres, sus abuelos o sus ancestros, para regresar al campo? Y me incluyo en esa pregunta, y digo: no lo sé. Empiezo a considerar en serio la idea de que personalmente tal vez no lo logre. De que a lo mejor somos como una manada gigantesca de animales que se empiezan a poner en marcha para cruzar la sabana, pero que van aturdidos, no hay entre ellos líderes naturales que conozcan el terreno, los efectos de la domesticación aún colean en su interior, y se mueven de manera errática, a trompicones, buscando sin cesar un camino, pero sin acertar siempre. Viéndolo así, desde la perspectiva animal, me empieza a parecer muy claro que no vamos a llegar todos, ni de chiste. Pero es que tal vez la mentalidad individualista, el preocuparse pensando en lograrlo "uno mismo", sea una de las cosas que por necesidad se va a perder en el camino. Porque, punto número uno, ningún animal gregario sobrevive a solas demasiado tiempo. Punto número dos, para la manada, lo importante es que llegue la manada o la especie. No un individuo en concreto.

Así que estoy pensando, estos días, que tal vez la obsesión o angustia por lograr "yo misma" la hazaña de experimentar la fusión de tribu y territorio, ha sido el peor obstáculo de mi camino. Me ha impedido vivir los episodios de este inmenso éxodo humano que, como a cuentagotas, y desde muchas partes del mundo civilizado, se está produciendo. Me he preocupado de "llegar" enseguida a algo que tal vez no será posible (ni para mí, y tal vez ni siquiera para mi generación) experimentar en vida.

¿Qué nos ha hecho pensar que podríamos lograrlo en pocos años, cuando se trata de deshacer un condicionamiento secular? Somos animales enjaulados por generaciones y por esa misma razón, nos hemos adaptado en parte a la jaula (no del todo, de ahí que aun pulsa la rebeldía de querer volver a la libertad). Y esta adaptación puede hacer que nos sintamos atrapados en el entorno natural si las circunstancias no son propicias. La pobreza, el no llegar a fin de mes, la carencia de vínculos amistosos fuertes en pueblos donde se te considera un extraño, todo eso incide en nuestro instinto animal generándonos sensaciones de alerta y hostilidad que pueden detonar de nuevo la vieja respuesta dual del cerebro primitivo: ataca o huye, agresividad o depresión. Con lo cual ¡estamos igual que al principio! Nuestra mente, en ese éxodo, es confrontada con paradojas tremendas, y no es sencillo resolverlas.

Pensémoslo. No contamos con ninguna ayuda externa que trabaje en pro de la reiserción del ser humano en su "medio" (ja y ja, qué chiste). Ningún etólogo humano nos va a ayudar a realizar el éxodo. Hay fundaciones para reinsentar animales cautivos a su medio natural, ero no ara reinsertar al ser humano al medio natural, porque no hay conciencia de nuestra oculta angustia como especie, ni de que necesitemos liberarnos así. Se enseña, más bien, que la libertad verdadera es adaptarse a la jaula, trascender las limitaciones físicas, evadirse con la mente de lo que sentimos en nuestros cuerpos, en nuestro sexto sentido animal, cuando dice "huye, aquí no se puede vivir bien".

No hay ningún "medio" esperándonos con los brazos abiertos, ni ningún experto zoólogo cuidando de enseñarnos cómo sobrevivir en el campo o en los pueblos, ni física ni psicológicamente. Somos como tigres criados en cautividad que intentan abrirse paso por la jungla del asfalto, atravesando carreteras, alambradas y cultivos masificados, todo con tal de llegar a ese lugar que nuestro instinto animal siente en su interior que existe, o que tendría que existir, y en el cual sentirá plenamente bien.  Pero toda una sociedad tira en contra y empuja en otra dirección. No sólo no te ayuda nadie, sino que encima la propia manera en que está organizado todo el sistema económico te intenta devolver a la jaula. Y para más inri, no hay casi "medio" natural al que regresar. Casi todo está privatizado, medido, ocupado. Si ya es difícil reunirse con personas afines para crear tribu, más lo es "hacerse" con un territorio, encontrar un lugar en el que encajar mínimamente sin ser hostilizado, expulsado o ignorado.

Espero no parecer pesimista si digo que siento que este reto, este desafío, sólo algunos lo conseguirán. Pero... Por otra parte, ¿como especie, podemos negar lo que somos y dejar de intentarlo? Aún asumiendo la tremenda dificultad de realizar algo así, pienso y siento que, para algunos, intentarlo es irrenunciable. Si no has sentido todo esto, casi te diría que mejor para tí, porque vas a vivir más adaptado, y te ahorrarás muchas dificultades. Ahora bien, si ya has sentido en tus entrañas el grito, el impulso, no vas a tener vuelta atrás. Sólo con drogas, placebos o sucedáneos se puede dormir a la fiera que siente el llamado del monte y de la tribu y atontarla, despistarla para que se siga conformando con su cubículo gris y aislado.

Y todas estas reflexiones las comparto porque opino que, ya que tantos quieren intentar esta hazaña, mejor será emprenderla cuanto más preparados mejor. Mentalmente, quiero decir. Y por eso me sale decir: Si vas a intentar huir de la ciudad, antes debes saber unas cuantas cosas. Por ejemplo, que van a intentar devolverte a la jaula. Que tendrás que ser más prudente que nunca. Y que el territorio que ansías está, probablemente, mucho más lejos, en el tiempo y en el espacio, de lo que ahora te sientes en condiciones de aceptar.

Así que esto va a poner a prueba tu astucia pero también tu perseverancia. Piensa...y persiste. Pero si ni así lo logras, que sepas que al menos viviste tu naturalidad, y que no fuiste menos persona ni menos cuerdo por haberlo intentado. Al contrario. Por último, considera que tal vez el logro sea algo del colectivo. Tal vez tus acciones impulsen o ayuden a otros, como los gestos de un antílope más de la manada que por sí solo no alcanza nada, e incluso tal vez perezca en algún ataque de depredadores, pero que contribuye, uniéndose a la sinergia grupal de la humanidad, a que algunos lleguen... ¡algún día! Y así los antílopes que languidecían encerrados en fincas puedan volver a vivir, aunque sea fugazmente, una experiencia de vida en plenitud.

lunes, 24 de marzo de 2014

La rebeldia de querer vivir en un nicho ecológico "mejor".




 (Arriba, miembros de la tribu samburu en su entorno "natural". Fotografía de Jimmy Nelson)

Ando estos días a vueltas con el tema de los lugares. ¿Cuánta importancia tiene para nuestra mente, emociones y espíritu, el lugar en el que vive alguien?¿Determina el espacio físico en el que vivimos la calidad de nuestra vida interior?¿Hasta qué punto influye el lugar en nuestra sensación de felicidad?

El tema tiene su miga, y si lo estoy observando tan a fondo es porque mi último intento de mejorar nuestra calidad de vida familiar mediante un traslado a un entorno supuestamente más adecuado, acabó en desastre. Un desastre tan desastroso que ha resultado traumático. Por eso, ahora mismo me siento obligada a entender mejor el asunto del lugar en el que se vive, porque de otro modo no me veo capaz de tomar futuras decisiones al respecto. ¿Cómo elegir, de entre varias opciones, la más adecuada? Pero sobretodo: ¿Tanto importa el lugar para sentirse medianamente feliz o satisfecho?

En estos últimos años, no pocas personas me han dejado entrever que les parece que soy demasiado perfeccionista, que tal vez estoy buscando un paraíso que no existe, un lugar perfecto y mítico que es producto de mi mente y que, en realidad, lo que uno debe hacer es adaptarse a lo que hay. Resignarse, en suma, y abandonar esos sueños en cuya persecución nos hemos embarcado como familia y que tanto sufrimiento, al final, nos han reportado. Al menos en esta ocasión.

El debate se ha resumido finalmente en dos tendencias de opinión. Una, la que sostiene que el lugar es no sólo importante, sino crucial en la sensación de bienestar que un ser puede tener, y por lo tanto constituye una influencia nada desdeñable en lo que llamamos felicidad o "sensación de estarse realizando". Dos, la que defiende la idea de que uno debe crecer y desarrollarse sin rechistar demasiado, donde sea. Porque lo sabio es aceptar. O, ya poniéndonos espirituales, que uno debe quedarse en el sitio donde "Dios le sembró". Que si uno está donde está, es “por algo”, y que pelearse contra ello y desdeñar la materia (el lugar material, en suma) que uno tiene al alcance de la mano, es un error fruto de la soberbia, la ceguera o una especie de infantilismo egoísta y pretencioso, completamente carente de realismo y abocado al desastre. “Hay que adaptarse”, podria ser el lema de la segunda opción.

He estado dándole muchas vueltas a este dilema, porque personalmente he estado, a ratos y a temporadas, en ambos bandos de opinión, y a los dos les veo visos de sensatez y realismo a partes iguales. Creo incluso que es un error verlos como cosas excluyentes, y que todo depende de la combinación de factores que incidan en cada situación y momento personal.

Examinemos la primera opción. ¿No está más que comprobado que, para un animal, existe un nicho ecológico ideal, y que cuando lo alejas del mismo el animal sufre, independientemente de las razones morales o éticas que acompañen a tal separación del bicho con su medio? Yendo más lejos, los etólogos se han dado cuenta, sólo recientemente, que era absurdo e inútil intentar definir el comportamiento de una especie animal a partir de la observación de su conducta en cautividad (zoológicos, por ejemplo), ya que las pautas de conducta animal se ven muy alteradas cuando separas al animal no sólo de su entorno, sino también de su libertad. Y ambas cosas van unidas, nótese esto, ya que si un animal hubiera sido libre siempre, ni borracho se hubiera dejado llevar hasta un zoo, no sé si me explico. 

Y bien, los animales del zoo son lo que son. Un tigre encerrado sigue siendo un tigre, pero digamos que no es el mejor ejemplo de tigre que podamos observar para ver cómo es ese animal, en esencia y plenitud. Aunque los cuidadores intenten imitar en esos espacios el entorno salvaje del que proceden, esa realidad nunca pasa de ser un sucedáneo para ellos, y mira, no terminan de realizarse. De ahí que les cueste un horror algo tan simple, en teoría, como reproducirse. Y es que cuando a una especie le falla algo tan básico como la reproducción, apaga y vámonos, algo anda muy mal.

¿Pero tienen los animales un infantilismo pretencioso que les impide contentarse con el lugar donde "Dios les sembró"? ¿Les falta la sabiduria la "aceptacion" ¿Son acaso sus ideales los que les hacen sufrir? ¿Se deprimen en cautividad (o fuera de su medio ideal), llegando en casos extremos a enfermar y morir, todo porque se agarran a una idea fija de “su lugar ideal para vivir” que han creado en su mente? No, ¿verdad? Nadie juzgaría mal a un dromedario si se deprimiera o sufriera viviendo en Manhattan o en el Polo Norte. Lo entenderían y se esforzarían en reubicarlo. Tampoco nadie se rasga las vestiduras si un perro que vive encerrado en un piso todo el día, sobretodo si es un perro grande, demuestra un comportamiento alterado. Se entiende y se hace lo posible por “sacarlo”, e incluso se dice (porque se sabe) que esos animales “no están hechos para vivir encerrados”.

Pondría muchos más ejemplos de animales, pero de nada servirían para entender lo que nos pasa como seres humanos, si no se asume que también somos animales. Mientras pretendamos carecer de las memorias atávicas animales (relativas a genes, adaptación y especie) y de instinto (ese que hace que el animal busque caminos para huir de cualquier cárcel, si puede), seguiremos juzgando a los individuos que se atrevan a afirmar que no se sienten a gusto en el lugar en el que viven, como personas demasiado inconformistas, o incluso erróneas y defectuosas.

Porque mucho me temo que nuestros deseos de buscar un lugar “mejor” no siempre parten de ideas preconcebidas acerca de un ideario "mental" que hemos aprendido en alguna parte, sino de una verdadera comezón interior, animal, instintiva y muy poco racional, que nos insta a intentar conseguir vivir en nuestro nicho ecológico idóneo. Lo que sucede es que este nicho es algo tan alejado de los entornos urbanos en los que acostumbramos a vivir, que cuando sentimos ese impulso de abandonarlos somos señalados precisamente como bichos raros. Y tal vez lo seamos, al menos tanto podría serlo un animal nacido en el zoo que decidiera escaparse para volver, no a su Africa natal, sino al Africa de sus ancestros. Porque él nació en el zoo, claro. 

¿Se juzgaría este instinto como algo desviado o inconveniente, o por el contrario se admiraría, tomándolo como una milagrosa supervivencia del impulso animal genuino frente a la adaptación a la cautividad? Ahora bien, tampoco hay que ser un científico brillante para saber lo que hasta la gente de la calle sabe cada vez más: que un animal que ha sido gestado y criado en cautividad tiene pocas posibilidades de llegar por sí solo a su medio ecológico “natural” o “ideal”; y aunque por azares de la vida lograra realizar semejante éxodo heroico sin perder la vida en el intento, también necesitaría mucha ayuda para adaptarse a lo que significa la vida salvaje, porque al no haber sido educado o criado para sobrevivir en ese medio, no sabría ni cómo desenvolverse en el mismo, y duraría muy poco en él. Y eso, por mucho que su instinto le dictara que estar ahí es lo mejor para él.

Así pues, considero que existe una parte instintiva, animal y profunda en el ser humano que puede sobrevivir en nuestro interior, y que estaría impulsándonos a buscar lugares “mejores”, o a tener determinadas experiencias vitales que esa parte animal siente necesarias e imprescindibles, pero que tal vez no se ve capaz de realizarlas en el entorno en el que vive, porque el cuerpo “no se lo pide” o su energía acaba siempre enfocada y dispersa en otras cuestiones. Tal vez anhele la experiencia de vivir inmerso en la naturaleza, por ejemplo, aunque sea a ratos. O la de caminar libremente y sin impedimentos durante horas, en espacios naturales... O la de amar, reproducirse y criar en espacios "más" naturales, y definitivamente más abiertos y libres que los edificios en los que vivimos...

Pero tenemos el súper cerebro complejo que tenemos, con ese neocórtex que nos distingue de los demás animales (al menos, en parte) y en el cual, sí, se gestan y generan ideales, abstracciones y filosofías varias. El neocórtex es lo que nos hace inventar religiones, filosofías o partidos políticos. Es lo que nos hace componer sinfonías musicales, realizar obras de arte diversas o ser capaces de debatir durante meses y años teorías matemáticas. O lo que nos hace inventar novelas o comedias para reirnos de nosotros mismos o dramatizar hasta el infinito con nuestras manías, filias y fobias. Ningún animal hace todas estas cosas, somos únicos en ese sentido.

También es lo que, me parece, nos permite elaborar complejas teorías mentales para forzarnos (o ayudarnos) a adaptarnos a contextos nada ideales desde el punto de vista de nuestra animalidad, "trascendiendo" la sensación de malestar visceral, irritación o depresión, y convirtiendo una experiencia que hubiera sido penosa en el mundo animal, en una ocasión para ejercitar la virtud y "crecer como personas". Ahí están los ejemplos extremos de individuos que han sido encarcelados y han padecido toda clase de infortunios, pero que en lugar de seguir el camino recto hacia el autoabandono, la enfermedad y la extinción de la esperanza, han superado de manera misteriosa todo ese innegable sufrimiento, e incluso lo han utilizado para hacer, con él, algo interesante, fructífero y de ayuda a otras personas. Eso, según los científicos, sería gracias a la sinergia del neocórtex con el resto del cerebro.

El tal neocórtex o “cerebro superior”, pues, sería lo que posibilitaría nuestra súper adaptación no tanto física, como sobretodo mental, a condiciones de vida a veces infames. Puede que nuestro cuerpo aún se rebele a vivir en determinados lugares o circunstancias y nuestra parte animal aún tire de nosotros hacia el monte... pero el cerebro superior a lo mejor ya está elaborando sus teorías para hacer del encierro y limitaciones inherentes a la "vida urbana moderna" una virtud, o algo provechoso. 

Y esto tiene ventajas e inconvenientes. La parte buena es que, con tanto pensar, sobrevivimos a veces a condiciones muy adversas que habrían liquidado a cualquier otro animal en nuestras circunstancias. Somos tremendamente sofisticados en nuestra mente, y eso nos hace ser creativos hasta para buscar arreglo y soluciones a situaciones que ningún otro animal toleraría sin extinguirse por depresión o por agresividad mutua. La parte negativa es que... A ver cómo lo digo sin que escueza: ¿Es realmente saludable adaptarse a toda clase de condiciones de vida, inclusive a las peores? Es decir, en términos individuales, es obvio que parece mejor sobrevivir con entereza a una situación horrorosa que no hacerlo, pero ¿qué pasa cuando es todo un colectivo, o incluso la misma especie humana, la que, gracias o debido a su pensamiento “superior” se va adaptando o acostumbrando a condiciones de vida cada vez más insalubres desde el punto de vista del "nicho ideal", y que incluso (yendo más allá) son insostenibles desde el punto de vista ecológico?

Es decir, ¿qué pasa si, como colectivo, hemos asumido como formas normales e incluso ideales de vida unas que a largo plazo no nos benefician  en nada sostener o continuar, no sólo como individuos sino como especie? ¿Cuáles son las consecuencias naturales y ecológicas (a largo plazo) de esto? Nuestro cerebro es capaz de mucho. Imaginemos que padecemos mucho dolor físico y que, para sobrevivir al mismo, nos desconectamos de esa sensación y ampliamos más y más nuestro umbral del dolor. Esto es una ventaja, pero sólo hasta cierto punto, ya que sin el aviso del dolor podemos llegar a ir más allá de nuestros límites físicos y pagarlo con la vida. ¿No podría estar sucediéndonos lo mismo con el "olvido" o desconexión de nuestro instinto animal, todo para no sufrir como animales enjaulados que somos? ¿Hasta qué punto este olvido es una ventaja evolutiva...? ¿No nos puede conducir (y de hecho, tal vez lo esté haciendo) a sobrepasar ciertos límites, más allá de los cuales sólo queda la extinción de la actual humanidad por delante, porque toleramos grados de contaminación cada vez mayores y nos acostumbramos a formas de vida cada vez mas artificiales? 

El olvido de nuestra animalidad puede resultarnos muy caro en muchos sentidos. Porque otra de sus consecuencias es la desconexión con el resto del medio natural, y la construcción, cada vez más elaborada, de modos de vida que se proyectan como al margen de la naturaleza salvaje, desentendiéndose de la misma e incluso requiriendo de su destrucción para ser realizados. Porque cada vez vivimos más en el piso de arriba de nuestro cerebro, y menos en el de abajo, justo el que nos conectaría más con la tierra y nos situaría en una órbita de mayor sensatez. Como colectivo, hemos perdido la prudencia animal y hemos caído en la fantasiosidad grandilocuente de esa parte del cerebro cuando actúa demasiado en solitario, una parte de nuestra mente que incluso se ve capaz de hacer filigranas con el sufrimiento y luego exponerlas como obras de arte.Y así, llevadas las cosas a un extremo, podemos llegar a ver como ideales situaciones que no lo son en absoluto. 

Dejamos de ver la adaptación al sufrimiento y su superación como una consecuencia de-, la convertimos en causa, ¡y llegamos a pensar que sin sufrimiento no habría creatividad artística...! De ahí a todas esas teorías que afirman que sin sufrimiento no hay aprendizaje, y que necesitamos sufrir para sacar lo mejor de nosotros mismos, no hay mas que un paso. Pero sinceramente, a mi me parecen las teorías de una especie que ha asumido el masoquismo como modo de adaptarse a algo insoportable que no sabe como solucionar. A los defensores de la dignidad animal no se les ocurre decir que los animales necesiten sufrir para ser mejores o para evolucionar". ¿Por que se supone tan alegremente que el ser humano es distinto, y que para él es necesaria otra cosa -sufrir- para ser mejores?

Por eso afirmo que en nuestra sociedad, nadie está, hoy, en condiciones de saber qué significa ser humano, ni cómo es el ser humano en realidad. Lo que se ha descrito como modo de ser humano, me temo que a menudo no es más que el patrón de comportamiento de seres humanos adaptados a formas de vida muy alejadas de su nicho ecológico ideal, a saber: un entorno medianamente “natural”, en el que los humanos se organizan en pequeños grupos de clanes o tribus y nomadean y/o se asientan por el paisaje más o menos libremente, más o menos temporalmente, dependiendo de sus necesidades de sustento y de lo que el entorno con su climatología y posibilidades les ofrezca. Porque ese es el nicho ecológico original del ser humano, y de hecho es el contexto en el que vivimos, como especie, durante cientos de miles de años. Muchos de nosotros tuvimos abuelos que aún vivían en pequeños pueblos, y por lo tanto en unas condiciones más cercanas a las "originales" que a las nuestras. Al lado de esa magnitud de centenares de miles de años, un par de generaciones (menos, en algunos casos) empleadas en cambiar modos de vida no son casi nada, y es comprensible que en una parte de nuestro ser surja la incomodidad, la depresión o la irritación, todo porque se siente confinada o atrapada en un entorno que, incluso sin saber bien por qué, no termina de satisfacerle.

Y si tenemos en cuenta que la vida “civilizada” de las últimas décadas ha vivido una revolución tecnológica sin precedentes, y que estamos sumergiéndonos a marchas forzadas en entornos y estímulos muy alejados de aquello a lo que estamos adaptados como especie, es natural, creo yo, que algunos individuos, al menos, sintamos cierta inquietud que no siempre sabemos como definir o explicar. Adaptarse es relativamente sencillo: basta con usar el cerebro superior y resignarse a encontrarle la virtud o “parte positiva” a lo que “nos toca vivir”. Lo difícil es conservar el instinto humano básico. Y ya no digamos, ser un humano de verdad, un ser humano pleno, hoy, en el contexto más habitual del mundo "civilizado". Eso es algo casi tan imposible como lo sería, para cualquier animal criado en cautividad, actuar como le sería propio en libertad y en su medio natural.

Por lo tanto ¿qué sabemos de lo que significa ser humano real y natural? Poco, salvo que nos enfoquemos en la observación de las escasas tribus seminómadas y “salvajes” que aún quedan en el planeta. Curiosamente, algunas de ellas se autodenoniman “seres humanos” y llaman “mutantes” o “distintos” a los demás. Nos ven como inferiores o infradesarrollados. No les hace falta leer libros para ver algo que, para ellos, debe de ser evidentísimo: que toda nuestra tecnología no nos ha humanizado más, ni nos ha hecho mejores como personas. Somos los mismos de hace tiempo, sólo que con juguetitos más caros o con armas más eficaces. En cuanto a nuestras ciudades, a sus ojos no deben ser más que horribles montoneras de jaulas apiladas unas encima de otras. Eso sí, con aire acondicionado y relucientes griferías por las que sale agua a pedir de boca. Pero jaulas al fin y al cabo. No las sentimos así, nosotros, y en cuanto a nuestra persona, la sentimos bien humana, pero está claro que todo depende de los ojos desde los que se mira. Es decir, somos como el tigre enjaulado. Es un tigre en cuanto a su cuerpo, pero sus experiencias vitales e incluso su vida interior, se parecen muy poco a las de los tigres libres.

En fin, que la inquietud por encontrar un lugar “mejor” para vivir que muchas personas “civilizadas” están teniendo en estas últimas décadas, y que las mueve a intentar organizarse de otra manera, (más tribal), volviendo a un medio rural o más natural, para intentar vivir de otra manera, da mucho de sí. Cabría preguntarse si lo que todas esas personas (entre las que me incluyo) no están buscando, a fin de cuentas,  es experimentar siquiera por un tiempo corto lo que significa ser humano de veras y en plenitud.