domingo, 10 de marzo de 2013

La Diosa Industria.


("El legado" de Miguel Tió)

En realidad, el problema no está en la tecnología contaminante e insostenible, sino en las ideas que hay en nuestra mente y que terminan produciéndola. En un arrebato de locura purista y fanática, podríamos expropiar todos los artefactos o detener la producción industrial, pero si no hubiéramos cambiado nuestra mente, o nuestras ideas, volveríamos a producir con el tiempo otras cosas insostenibles, o a destruir nuestro medio de un modo u otro. 

Los ordenadores, en sí, son inocentes, y no pueden ser tildados de "malos". Como chamana, no puedo culpar a una especie de golem o frankenstein construído por mano humana, sino que debo ir al núcleo de la energía de las cosas y entonces veo que el meollo del asunto está en nuestra mente. Por lo tanto, ni siquiera puedo apuntar a determinadas personas y decir: "Ellos son el mal", porque también me estaría equivocando. El "mal" son las ideas equivocadas, es así de simple y así de complejo a la vez.

¿Cómo nace una idea, cómo se reproduce, cómo se perpetúa y acaba -a veces- convertida en un dogma asumido por la mayoría, o generando realidades dañinas? Eso es lo que deberíamos observar y estudiar, en lugar de señalar a unos y a otros. Pues, aunque es cierto que, en determinados momentos, algunas personas o grupos de personas representan cierta ideología y luchan para difundirla o preservarla, en realidad nadie defiende nada si no es porque cree que es correcto hacerlo. Incluso el ser al que llamemos más malvado se siente "en su derecho" de hacer lo que hace, y si le preguntas, te expondrá sus razones. De hecho, ¡puede que a veces hasta te convenza!

Por lo tanto, todo nuestro problema como seres humanos que no parecen saber cuidar el medio ambiente, o convivir en armonía con él, procede de nuestra mente. Por ejemplo, es ahí donde se han originado las ideas que dieron lugar al descubrimiento de la energía atómica, es ahí donde surgió la idea de utilizar esto como un arma, etc. Aplicado al asunto de la deificación de la tecnología (o el asunto de San Internet) está claro que hablamos de algo 100% ideológico, ya que, estrictamente hablando, el ser humano ha vivido cientos de miles de años sin esa tecnología, y no se ha "muerto" por ello. O no más de lo que nosotros moriremos. Porque al final, a todos nos toca.

 ¿Qué paisaje veremos al cerrar los ojos por última vez? Esa es la cuestión, y como no me gustaría que la muerte terminara siendo como lo que se ve en la tremenda película "Soylent Green" (de visionado imprescindible, diría yo), y tener que conformarme con ver paisajes bonitos en una pantalla, porque los de verdad ya no quedan, pues por eso escribo acerca de esto, enfocándome en la única batalla en la que puedo tener fé: la ideológica.
                                            

Claro que lo estoy haciendo, ahora mismo, únicamente desde un ordenador (no con otras iniciativas), y en una posición de "casi adicta", lo cual me confronta con una salvaje incoherencia que me corroe las entrañas y hace que me duela el corazón. Porque este no es el camino que a mi ser profundo le gusta. Esta no es la verdad que me gusta honrar, ni la realidad que quiero perpetuar. Espero un momento en el cual reuniré el valor suficiente y, como el Neo de Matrix, me desenchufaré, aunque al hacerlo sienta ese vértigo monumental, ese pánico a estarme muriendo, el mismo pavor que siente cualquier adicto cuando opta por cortar de cuajo con todas sus dosis. Sois mis compañeros de "enchufe", pero soy como aquel que bebe con otros en el bar y les dice: "Chicos, ¿no os da la sensación a veces de que la bebida no es del todo buena? Yo al menos creo que debería dejarlo."

Sólo que no andaré el camino de Neo. A Dios gracias, mi camino de "desenchufe" lo planeo en dirección contraria, puesto que la "realidad" no es un mundo subterráneo, sin luz del sol, sin plantas y sin animales, viviendo entre máquinas, naves y ordenadores (esa es una gran pega que le veo a la película "Matrix"). La realidad que deseo abrazar de una vez por todas y de manera radical es la natural. Volver al medio agreste, rural, y recuperar un camino ancestral anterior (incluso) a la revolución industrial, al menos en muchas de sus facetas. De momento sigo enganchada, pero mis sueños apuntan en la otra dirección. Y como ya he vivido en el pasado cambios importantes en mi vida, rupturas radicales con otros modelos de pensamiento, comunidades (virtuales o no) modos de vida adictivos, etc, confío en que, una vez más, lo lograré. Aunque la garantía no se tiene nunca por completo.

Es irónico (y me resulta triste) que los defensores del retorno a la vida rural hagan propaganda de las bondades de vivir en un pueblo porque "hoy en día, gracias a San Internet..." puedes trabajar a distancia o "estar comunicado con el resto del mundo". Como si los demás vecinos del pueblo no fueran mundo, o como si los pueblos no hubieran salido adelante antes de la era de internet. 

También se dice que "gracias al coche" puedes desplazarte e ir a la ciudad vecina a consumir algo y sumergirte en lo técnico, tumultuoso y asfáltico, como una especie de metadona para el yonqui que "se está quitando" de la droga. Y digo que es irónico porque, en realidad, y si los estudiosos de la crisis energética mundial aciertan, nadie garantiza que la vida en los pueblos pueda seguir contando con todo eso. Si hay muchos más recortes, seguramente irán primero a por los colectivos minoritarios, más silenciosos y con menos peso electoral, como los de la gente rural, la eterna olvidada. Y también digo que es triste, porque es como cuando veo a los países "emergentes" imitando nuestro modelo de capitalismo, consumismo e industrialización salvaje.. Qué pena, porque es un modelo caduco e insostenible, y lo único que lograrán será meterse en la misma mierda que nosotros.

Mis abuelos, los que vivieron en el pueblo hasta el final, nunca tuvieron siquiera coche. Vivían con un sueldo modesto, que luego fue una pensión igualmente modesta (mi abuelo fue maestro rural) y con lo que les daba su huerta, su vaca, sus gallinas, conejos, etc. Y se declaraban felices. Se sentían ricos, afortunados por lo que tenían, a pesar de que muy poca gente actual firmaría por vivir su misma vida, metidos en un pueblo, lidiando con mierda de animales, tierra que a menudo era barro, una casa sin calefacción, etc. Pero incluso para los que sí firmaríamos con una vida similar, volviendo a los pueblos para retomar el ejemplo de tantos miles de abuelos rurales de España, las cosas se han puesto muy difíciles. 
 
Hoy hay que pagar por todo, y tal como muchas veces he oído en boca de los propios aldeanos, ni siquiera es fácil tener animales domésticos, como vacas, ovejas o cabras, porque existen multitud de exigencias burocráticas y veterinarias que implican no sólo emplear tiempo en gestionarlo todo, sino también mucho dinero. Hay muchas personas que mantienen el ganado todavía, pero a menudo lo hacen más por una cuestión romántica, o de apego, que porque les salga a cuenta. También están los que no saben hacer otra cosa y se aferran hasta el fin a su viejo modo de vida. 
 
Finalmente hay gente que saca adelante con éxito proyectos rurales con granja o cultivos, pero lo hacen después de investigación, porque el camino para prosperar en medio rural ya no es directo. Ya no es tan sencillo como hace 50 ó 60 años. O como en tiempos de mis bisabuelos (remontándonos mucho más atrás), que empezaron a ganarse la vida yendo en mula por los pueblos y comerciando con lo que hubiera, muchas veces sin dinero y haciendo trueque. Hoy tienes que pedir permisos, tener papeles, pagar para esto y aquello y, en definitiva, estudiar mucho el asunto, invertir, o partir de otra cosa que te sustente mientras consigues que el proyecto rural empiece a darte ingresos.

Pero para terminar, enlazo esto con el asunto de las ideas que mencionaba al principio. Ya en la generación de mis abuelos, la idea más difundida, el nuevo dogma que estaba calando en toda la sociedad, era que el buen camino consistía en "modernizarse" e irse a la ciudad. En los pueblos "no había vida" o "no se podía progresar".  
 
El mito de la industrialización dice que cualquier innovación tecnológica es siempre buena, y que el buen camino personal consiste en vivir conforme a lo último que la industria proponga. Por esa razón, los que se quedaron en los pueblos fueron asumiendo una especie de complejo de inferioridad absurdo, pero natural, ya que la sociedad entera afirmaba de manera explícita o encubierta (dependiendo del caso) que la verdadera vida, el "progreso" estaba en las ciudades y en la modernidad, y los que se quedaban fuera de esto eran unos perdedores, o gente que no estaba "enterada". 
 
Hasta la caricatura y la burla que se ha hecho de la gente de los pueblos, mostrando de manera grotesca y despiadada ciertos rasgos de su aspecto personal (como las piernas sin depilar de Doña Rogelia, las cejas pobladas de algunos, las arrugas en el rostro) proceden de esta mitificación de la tecnología, ya que para tener un aspecto "adecuado" según nuestra sociedad, debes gastarte dinero en tratamientos o productos que proceden de la industria. En tecnología cosmética, ni más ni menos (tema que daría para un libro, por cierto).

El Dios Técnico, La Diosa Industria, pueblan nuestras mentes y se defienden en ellas, atrincherándose hasta límites tremendos. Este verano ví casualmente por la TV (digo casualmente porque yo no tengo TV, pero estaba en casa de mis padres aquel día)  la ceremonia de la inauguración de los Juegos Olímpicos en Londres. Todo el mundo aplaudía admirado ante el espectáculo, pero a mí me dieron ganas de llorar. Porque la escenificación mostraba el paso de la vida rural en la campiña inglesa, a la vida industrial, y la transformación del paisaje era tristísima. 
 
Mi pareja no pudo reprimirse y tildar aquello de directamente "satánico", pero es que hacer un espectáculo del crecimiento de chimeneas, asfaltos y máquinas, en un lugar que antes era verde y bellísimo, y que la gente lo aplaudiera, y se enorgullecieran los ingleses de haber aportado "eso" al mundo, no era para menos. Para remate, el espectáculo seguía con un deprimente y terrorífico recuerdo al desamparo infantil, pues se escenificaban los terrores nocturnos de los niños internados en orfanatos (u otra institución similar), sin que pareciera haer ninguna censura a ese abandono, a esa tragedia de multitud de niños durmiendo en habitaciones enormes, como si fueran cuarteles, sino una especie de complacencia morbosa.

(Apoteosis de la Diosa Industria en los JJOO 2012)

Pero ¿es posible desactivar el poder del dogma tecnológico? ¿Es posible quitarle poder a esas ideas? ¿Se puede proponer un retorno a Lo Sagrado de Madre Naturaleza, o a otros rostros de lo divino que, realmente, sí nos resultan imprescindibles para vivir? ¿Podemos regresar a la verdadera visión, a la verdadera vida? ¿Qué sucede en nuestra mente cuando pensamos en la posibilidad de abandonar el mito de que la tecnología nos salvará, y de que dependemos de ella para sobrevivir? Esa es la cuestión. ¿Qué os pasa por la cabeza, tras haber leído este capítulo y el anterior? Pues eso. Exactamente de eso estoy hablando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario