(Arriba, pintura de Howard Terpning)
Los indios de Norteamérica también han jugado un papel crucial en mis reflexiones acerca de la identidad. "¿Quién soy yo?" es la gran pregunta que muchas personas se hacen, y yo no he sido distinta a los demás. Sin embargo, la respuesta no es tan sencilla...
Durante años soñé con los indios, especialmente con los de Norte América, mucho tiempo
antes de siquiera imaginar que el chamanismo y yo tuviéramos nada que
ver, y desde mucho antes que estuviera interesada por cuestiones, digamos “de la energía” o temas llamados "espirituales". Lo único que yo buscaba en
aquella época eran respuestas, ayuda, guía interior para mejorar mi
vida y enderezarla, y por eso observaba mis sueños. Intentaba encontrar en el mundo onírico pistas psicológicas para ayudarme. Sentía que mi vida era errónea, discordante por algún lado. Si hubiera sido música, habría dicho que mi vida
emitía ruidos chirriantes y desasosegadores que me hacían daño.
Sufría internamente por muchas cuestiones, pero tal vez la más extraña de todas era que, desde hacía un tiempo,
tenía la persistente sensación de que necesitaba saber quién era.
Sí, eso era muy, muy raro para mí, pero tenía que admitir la condenada
y terrible sensación de que no sabía quién era "yo", y que me sentía más
perdida que…que un lobo en la planta 22 de un rascacielos en medio
de Manhattan, ni más ni menos. Aparentemente, tenía muy clara mi
identidad, y mi vida social se construía alrededor de una imagen, de
unas actividades, un círculo de relaciones…También aparentemente no
tenía mayores problemas. Pero en realidad sí los tenía.
Por dentro me crecía esa extraña sensación de pérdida, de no estar dándome cuenta de algo verdaderamente importante, algo que se me escapaba. Era un misterio. Por eso empecé a leer cosas sobre los sueños y su práctica, porque sabía que, en ellos, se manifiestan aspectos escondidos del subconsciente o del ser, y eso, el universo psicológico, era lo que más se acercaba a mi idea acerca de la "identidad personal". Empecé a participar en un foro sobre sueños y, con el tiempo, empecé a lograr cierta lucidez onírica, es decir, a darme cuenta de que estaba soñando. Aunque aquello no era algo nuevo en mi vida, pues ya lo había experimentado de niña, me resultó muy valioso iniciar ese reencuentro con los sueños y volver a valorarlos.
Entonces, cuando vivía -en sueños- uno de esos momentos de lucidez, intentaba aprovecharlo para preguntar, investigar, aprender. No me interesaba verdaderamente nada más. Pronto me aficioné mucho al asunto de soñar. Tenía sueños que me parecían fascinantes, en los cuales aprendía cosas, y al mismo tiempo se me presentaban más y más enigmas, y todo me pareció tan interesante que planifiqué toda mi vida de manera que pudiera dormir adecuadamente. Hasta me organicé para dejar de trabajar algunas cortas temporadas, todo con la finalidad de poderme permitir el lujo de dormir largas siestas durante la mañana o la tarde, pues sabía -por experiencia- que en esos momentos era mucho más fácil entrar en un estado de sueño especialmente lúcido.
Además, por aquel entonces vivía sola, lo cual mejoró muchísimo la calidad de mi vida onírica. Vivía todo a mi ritmo. En mi casa todo iba acorde con mi energía, y todo estaba ordenado con la intención de que mi espacio fuera un reducto de tranquilidad, un lugar de descanso. Mi habitación estaba totalmente vacía, excepto por la cama y la mesita de noche. Las paredes estaban pintadas de blanco, todo era blanco, hasta mis sábanas. No quería distracciones, ni colores, ni estampados, ni cachivaches… Quería sumergirme en un lugar casi sagrado, limpio como un papel inmaculado, como una pantalla en blanco. Cuando llegaba la hora nocturna de acostarme, me sentía como una exploradora que va a utilizar, una noche más, una "nave espacial" onírica, mi cama, a la que llamaba "la nave del soñar". Estaba emocionada con ese nuevo campo de aprendizaje que se abría ante mí, por misterioso e indescifrable que pareciera.
En esa etapa de mi vida, y durante una de esas cortas temporadas en las que estaba en un parón laboral deliberado, una mañana en la que estaba en casa y me sentía especialmente tranquila, decidí acostarme y dormir un rato. Así por que sí. Pensé, como siempre que decidía acostarme: “A ver si sueño algo interesante”. Y nada, me zambullí en la blancura de mi “nave para soñar”. Luego me dormí, y al poco rato me "desperté" en el sueño, es decir, cobré consciencia de que estaba dormida y soñando.
Por dentro me crecía esa extraña sensación de pérdida, de no estar dándome cuenta de algo verdaderamente importante, algo que se me escapaba. Era un misterio. Por eso empecé a leer cosas sobre los sueños y su práctica, porque sabía que, en ellos, se manifiestan aspectos escondidos del subconsciente o del ser, y eso, el universo psicológico, era lo que más se acercaba a mi idea acerca de la "identidad personal". Empecé a participar en un foro sobre sueños y, con el tiempo, empecé a lograr cierta lucidez onírica, es decir, a darme cuenta de que estaba soñando. Aunque aquello no era algo nuevo en mi vida, pues ya lo había experimentado de niña, me resultó muy valioso iniciar ese reencuentro con los sueños y volver a valorarlos.
Entonces, cuando vivía -en sueños- uno de esos momentos de lucidez, intentaba aprovecharlo para preguntar, investigar, aprender. No me interesaba verdaderamente nada más. Pronto me aficioné mucho al asunto de soñar. Tenía sueños que me parecían fascinantes, en los cuales aprendía cosas, y al mismo tiempo se me presentaban más y más enigmas, y todo me pareció tan interesante que planifiqué toda mi vida de manera que pudiera dormir adecuadamente. Hasta me organicé para dejar de trabajar algunas cortas temporadas, todo con la finalidad de poderme permitir el lujo de dormir largas siestas durante la mañana o la tarde, pues sabía -por experiencia- que en esos momentos era mucho más fácil entrar en un estado de sueño especialmente lúcido.
Además, por aquel entonces vivía sola, lo cual mejoró muchísimo la calidad de mi vida onírica. Vivía todo a mi ritmo. En mi casa todo iba acorde con mi energía, y todo estaba ordenado con la intención de que mi espacio fuera un reducto de tranquilidad, un lugar de descanso. Mi habitación estaba totalmente vacía, excepto por la cama y la mesita de noche. Las paredes estaban pintadas de blanco, todo era blanco, hasta mis sábanas. No quería distracciones, ni colores, ni estampados, ni cachivaches… Quería sumergirme en un lugar casi sagrado, limpio como un papel inmaculado, como una pantalla en blanco. Cuando llegaba la hora nocturna de acostarme, me sentía como una exploradora que va a utilizar, una noche más, una "nave espacial" onírica, mi cama, a la que llamaba "la nave del soñar". Estaba emocionada con ese nuevo campo de aprendizaje que se abría ante mí, por misterioso e indescifrable que pareciera.
En esa etapa de mi vida, y durante una de esas cortas temporadas en las que estaba en un parón laboral deliberado, una mañana en la que estaba en casa y me sentía especialmente tranquila, decidí acostarme y dormir un rato. Así por que sí. Pensé, como siempre que decidía acostarme: “A ver si sueño algo interesante”. Y nada, me zambullí en la blancura de mi “nave para soñar”. Luego me dormí, y al poco rato me "desperté" en el sueño, es decir, cobré consciencia de que estaba dormida y soñando.
Entonces me levanté (en sueños, se entiende) y me encontré de pie frente
a la pared de mi habitación. En ese instante, sin que nada pareciera motivarlo, me asaltó una emoción
hondísima y vino a mí el recuerdo de una melodía india de un CD
étnico (el que enlazo abajo del párrafo), titulada "Who am I?", como si estuviera flotando en el ambiente. Me encontré
soñando y despierta, de pie ante la blanca pared de mi habitación,
y resonaba en mí no sólo esa melodía, sino que además surgió de
mi con una fuerza desgarradora, desde todo mi ser, la pregunta:
¿Quién soy?
Soñando y lúcida a la vez, levanté los brazos hacia lo alto, me
apoyé sobre la muda y vacía pared como si ésta fuera un espejo de mi propio enigma
interior, y grité
a todo el Universo con toda mi potencia, consciente de que Algo me
oiría: ¿Quién soy?
El anhelo por saber era tan intenso en ese momento que se me saltaron las lágrimas. Sentí que no podía vivir más sin saber eso, o sin tener, siquiera, una pista, un acercamiento. Mi esfuerzo, en la energía, debió de ser enorme, porque acto seguido volví a encontrarme tumbada en la cama. Seguía dormida y lúcida, pero ya no tenía fuerzas para estar en pie. Rendida, decidí dejarme llevar por el sueño aunque perdiera la lucidez. Pero no llegué a perderla, ni a meterme en ningún sueño común, sino al contrario.
En ese momento, sentí un dolor terrible en el vientre. Fue exactamente como si algo me lo cortara de arriba abajo con un cuchillo. El “cuchillo” parecía haber tocado todas mis vísceras y me sentía como si la energía se me escapara por ahí, muriéndome. Y de repente, mi consciencia estuvo en dos lugares y tiempos a la vez.
Perpleja y anonadada, empecé a oir la voz de
mujer indígena, y era como si yo la cantara, o como si saliera de
dentro de mí. Pero no lo oía como una voz interior, sino que escuchaba a la mujer india cantando como si estuviera de verdad ahí, fuera de mí, y al mismo tiempo saliendo de mí, porque yo era la que cantaba. La "yo" que conocía de mi misma no entendía nada,
pero la experiencia era abrumadora por lo poderosa, por lo intensa, y
no pude menos que rendirme a ella y contemplarla y escuchar la canción, expectante.
La voz cantaba y era una melodía tristísima. Es más, toda yo empecé a padecer una tristeza gigantesca, enorme, apabullante. Todo mi ser era tristeza y empecé a llorar entre convulsiones, como si la pena y el llanto salieran de mi vientre desgarrado. Realmente no podía soportar tanta pena. Yo cantaba porque toda mi gente había muerto y porque todo mi mundo se moría. Cantaba porque me estaba despidiendo de todo cuanto de bello había conocido. Cantaba porque sabía que nunca más volvería a ver a los míos, y porque sabía que mi mundo terminaba. No habría más de aquello a lo que yo amaba tantísimo. Era como estar viviendo el tremendo FIN de toda una era.
Sentir aquello fue un enigma para
mí. Mi consciencia habitual, mi "yo" de aquel momento, regresaba por instantes a la sensación de estar tumbada en la cama y se decía: “Pero yo soy ésta, estoy en mi cama,
esto es un sueño...”. Sin embargo, al mismo tiempo oía esa voz que salía de
mi…lamentándose…Porque mi canto era un lamento, sí. También me estaba
muriendo.
De hecho, a mi alrededor estaba mi gente, muerta y tirada por el suelo, y yo estaba desangrándome por el vientre. Agonizaba, tras haber sobrevivido durante unas horas a un ataque en el que los "blancos" nos habían masacrado a centenares, y ahora me despedía. Me despedía
de mis amigos y familiares, muertos a mi alrededor, de la Tierra que amaba, de los árboles, de la hierba, de todo. Y no
podía soportar tanta pena. Pero la cantaba. Me iba cantando… Mi espíritu escapaba de mi cuerpo a través del lamento cantado de mi voz.
En el mismo instante en que cesó el dolor de mi vientre, el canto se apagó. Se esfumó la visión. Tal vez acababa de morirme en ese otro tiempo, en ese otro espacio... Entonces me desperté aturdida por mis propios sollozos, por la pena que me salía de dentro. Incluso despierta, no podía dejar de llorar. Y al mismo tiempo, ahora entendía mucho menos mi vida que antes. Porque había preguntado: ¿Quién soy yo? Y... ¿ésa era la respuesta? ¿Qué clase de pista onírica era aquella?
En el mismo instante en que cesó el dolor de mi vientre, el canto se apagó. Se esfumó la visión. Tal vez acababa de morirme en ese otro tiempo, en ese otro espacio... Entonces me desperté aturdida por mis propios sollozos, por la pena que me salía de dentro. Incluso despierta, no podía dejar de llorar. Y al mismo tiempo, ahora entendía mucho menos mi vida que antes. Porque había preguntado: ¿Quién soy yo? Y... ¿ésa era la respuesta? ¿Qué clase de pista onírica era aquella?
Me quedé profundamente impactada por esta experiencia. Sin saberlo, había experimentado mi primera regresión espontánea en una época en la que ni siquiera me planteaba la existencia de la reencarnación (mi perspectiva de todo era, ya lo he dicho, casi exclusivamente psicológica) Le dí muchas vueltas a lo que me había sucedido porque realmente no sabía cómo interpretarlo, ni tenía a nadie conocido a quien consultarle al respecto.
Entonces recordé algo que me sucedió en la adolescencia, y que me había parecido tan absurdo y difícil de interpretar como lo que acababa de experimentar. Sucedió cuando estrenaron
aquella película, “Bailando con lobos”. Yo había visto mil
películas de indios sin haber sentido nada especial, y por eso no estaba preparada para lo que me sucedió en el cine. ¡Casi no pude soportar la visión de la película!
Me moría de pena, pero, atención, no tanto por lo trágico del argumento, sino por la
descabellada y loca sensación (eso me pareció, al menos) de que
había un error gigantesco y garrafal en mi vida: sin duda yo había
nacido en un lugar equivocado y entre la gente equivocada. Porque yo no era
de aquí. De existir Dios, se tuvo que confundir conmigo. Yo era de esos
paisajes, yo era de los indios. ¿Qué hacía, entonces, en
Barcelona...?

(Arriba, pintura de Howard Terpning)
La sensación fue tan tremenda que me sumió en
un gran sufrimiento. Primero, porque pensaba que aquel sentimiento no
tenía pies ni cabeza. En aquellos días ni siquiera había oído hablar de la teoría de la reencarnación. Mi educación había sido católica y
tradicional, y por eso en mi mente, sencillamente, esas cosas de haber vivido otras vidas no existían.
Segundo, porque aunque
quisiera hacerlo, no podía solucionar aquel error: miles de km nos separaban a mí y a los indios y yo era,
sencillamente, hija de otra tierra y de una cultura muy lejana,
diferente, extraña. Tenía 19 años. Aunque me empeñara en trabajar
y ahorrar para viajar a América para ver a los indios nunca sería
india. Nunca me aceptarían. Siempre sería una mujer blanca, hija
nada menos que del enemigo blanco y europeo. Y además, tampoco los indios de
ahora viven como vivían…aunque (me decía yo) algo quedaría de
cómo fueron, ¿no? Bien, la verdad es que no tenía ni idea.
¿Qué gran error cósmico se había cometido conmigo? ¿Cómo era posible estar tan cambiada de sitio? Me resultaba insoportable, después de haberme dado cuenta de esta verdad, seguir viviendo donde vivía: en una gran ciudad, lejos, incluso, de los paisajes que más me gustaban. Lejos de praderas verdes, lejos de arboledas, lejos de las montañas. Y con una gente que se me antojaba extraña, llevando una vida que…Uf, ahora percibía que aquella gente con la que compartía mi vida en aquellos momentos -me había ido de casa, compartía proyecto vital con gente laica de la Iglesia- nunca funcionaría para mí. Porque la suya no era una vida india. Por lo tanto, nunca sería feliz allí, con ellos.
Fue horrible sentir eso y deducir, con mi pobre lógica de aquel entonces, que si esta era la verdad de mi identidad, la felicidad estaría siempre lejos de mi alcance. Tendría que conformarme con lo que pudiera arañar de “mi estilo de vida” a hurtadillas, viviendo en un lugar ajeno y entre una gente extraña a mi verdadera naturaleza. Mi destino era cruel: había descubierto en unos instantes dónde estaba mi gente, mi lugar, y acto seguido tenía que olvidarme de ello, porque no era posible vivirlo. Me sumí en una sensación de fatalidad, de dolor. Yo era muy simple entonces, muy inocente, y no supe reaccionar de otro modo.
Ironías de la vida, me habían invitado al cine los amigos con los que compartía proyecto vital. Hasta aquel día, ellos me habían parecido lo más interesante del mundo, pero de repente sabía, con una certeza desesperante y aplastante, que no eran mi gente, y peor aun, supe que en lo profundo yo no tenía nada que ver con ellos. Gente con buena intención eran, tal vez, pero eran “otros”, tenían otro espíritu, otra manera de sentir, pensar, percibir el mundo, actuar.
¿Qué gran error cósmico se había cometido conmigo? ¿Cómo era posible estar tan cambiada de sitio? Me resultaba insoportable, después de haberme dado cuenta de esta verdad, seguir viviendo donde vivía: en una gran ciudad, lejos, incluso, de los paisajes que más me gustaban. Lejos de praderas verdes, lejos de arboledas, lejos de las montañas. Y con una gente que se me antojaba extraña, llevando una vida que…Uf, ahora percibía que aquella gente con la que compartía mi vida en aquellos momentos -me había ido de casa, compartía proyecto vital con gente laica de la Iglesia- nunca funcionaría para mí. Porque la suya no era una vida india. Por lo tanto, nunca sería feliz allí, con ellos.
Fue horrible sentir eso y deducir, con mi pobre lógica de aquel entonces, que si esta era la verdad de mi identidad, la felicidad estaría siempre lejos de mi alcance. Tendría que conformarme con lo que pudiera arañar de “mi estilo de vida” a hurtadillas, viviendo en un lugar ajeno y entre una gente extraña a mi verdadera naturaleza. Mi destino era cruel: había descubierto en unos instantes dónde estaba mi gente, mi lugar, y acto seguido tenía que olvidarme de ello, porque no era posible vivirlo. Me sumí en una sensación de fatalidad, de dolor. Yo era muy simple entonces, muy inocente, y no supe reaccionar de otro modo.
Ironías de la vida, me habían invitado al cine los amigos con los que compartía proyecto vital. Hasta aquel día, ellos me habían parecido lo más interesante del mundo, pero de repente sabía, con una certeza desesperante y aplastante, que no eran mi gente, y peor aun, supe que en lo profundo yo no tenía nada que ver con ellos. Gente con buena intención eran, tal vez, pero eran “otros”, tenían otro espíritu, otra manera de sentir, pensar, percibir el mundo, actuar.
Había entrado en el cine siendo "yo", pero salía siendo otra "yo" que, valga la paradoja, era la "verdadera yo". Al entrar en el cine, había sido natural en todo, pero al salir fingí, disimulé. Hice ver que era la de siempre, pero ya no lo era. Y sabía que ninguna de aquellas personas que me acompañaban, y que me habían regalado la entrada y la experiencia, me hubieran
entendido. Llegué a casa como pude, disimulando mi tristeza, y, cuando estuve sola, me
deshice en un llanto desesperado. Juro que casi gritaba. Me daban ganas de golpear las paredes, de desesperación.
Lo pasé tan mal, surgió un conflicto tan grande en mí, que al final lo borré de mi mente. Corrí un espeso velo sobre lo sucedido aquel dia, porque tener esa verdad frente a mi consciencia me hacía sufrir demasiado. Me dije a mí misma que todo no había sido más que una autosugestión alucinada, fruto de una película con guión conmovedor. Vas al cine y mira lo que pasa, te identificas con alguien que no eres, y sales creyendo tonterías inútiles. Caso cerrado.
Lo pasé tan mal, surgió un conflicto tan grande en mí, que al final lo borré de mi mente. Corrí un espeso velo sobre lo sucedido aquel dia, porque tener esa verdad frente a mi consciencia me hacía sufrir demasiado. Me dije a mí misma que todo no había sido más que una autosugestión alucinada, fruto de una película con guión conmovedor. Vas al cine y mira lo que pasa, te identificas con alguien que no eres, y sales creyendo tonterías inútiles. Caso cerrado.
Seguí adelante sin mirar atrás, ni
volver a pensar jamás en los indios. Cuando, un año después, abandoné a aquel grupo de gente (con los cuales, efectivamente, descubrí con el tiempo que yo no tenía nada que hacer), ya ni recordaba lo que había experimentado al ver la película "Bailando con lobos". Pero 10 años después, había lanzado al aire la pregunta ¿Quién soy? y el asunto indio regresaba a mí.
Sin embargo, todo era un enigma,
porque no comprendía el mecanismo de la regresión. ¿Cómo había podido oírme a mi misma cantar con
tanta nitidez de sonido, aquel lamento tristísimo, aquella
despedida, mientras al mismo tiempo me oía respirar en mi cama,
dormida? Claro que entonces ya no tenía 19 años sino cerca de 29.
Y estaba decidida a saber, a investigar, a aprender lo más posible
de otras perspectivas.
Así, ayudada por investigación y lecturas, la hipótesis de la reencarnación se abrió camino: ¿Y si yo había sido india en otra vida? Pero, aún considerando esa posibilidad: ¿Qué clase de respuesta
era ésta a mi pregunta? ¿De qué me servía saber que “fui”
india en otro tiempo? ¿Y hoy? ¿Qué era yo "hoy" y qué podía hacer yo con eso hoy?
Porque mi vida y mi contexto seguían siendo opuestos a los
de los indios.
Tal y como hacía con los sueños más especiales, tomé nota de aquella experiencia. Esta vez no la descarté o censuré por absurda, como había hecho con la vivencia de "Bailando con Lobos". Guardé mi experiencia onírica como si fuera un enigma precioso, un momento de sabor intenso y contenido misterioso que esperaba que, algún dia, se me desvelara...
(Continua en la siguiente entrada)
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