martes, 22 de octubre de 2013

El llanto de los supervivientes

(Arriba, pintura de Brigid Marlin sobre la "Visitación", momento estelar de comunicación entre dos bebés en el vientre de sus madres)

La investigación acerca de las neuronas espejo aún está en pañales, y lo mismo sucede con muchos aspectos de la neuropediatría. En general, los científicos están de acuerdo en que los bebés (incluso antes de nacer) ya perciben mucha información del entorno a través de sus sentidos. Parece ser que al menos determinados sonidos, luces, e incluso sabores y tal vez olores atraviesan la barrera placentaria. Y no sólo eso: parece que los bebés son también muy sensibles a los estados anímicos de la madre, estados que les son retransmitidos a través de los pulsos físicos (latidos del corazón, sonidos de la respiración, fluctuaciones hormonales asociadas a los diferentes estados, etc) y que, por lo tanto, les afectan carnalmente tan de pleno, que el bebé termina viviendo, digamos que por "inmersión", los mismos estados que la madre.

Sin embargo, la ciencia también se inclina a creer que, dado que el cerebro infantil nace muy poco desarrollado (en comparación con el estado que alcanzará cuando ese ser se convierta en adulto), y dado que, por ejemplo, la zona que se asocia en investigaciones a la "empatía" es una de esas zonas que no nace funcionando a pleno potencial, los bebés en general "sienten poco" lo que los demás sienten. Eso explicaría el mal llamado egoísmo infantil, esas etapas de crecimiento en las cuales un niño necesita reafirmar constantemente que todo es suyo, que él es lo más importante del mundo, etc.

Personalmente, cuando me detengo a observar esta cuestión desde la perspectiva puramente intelectual, me quedo confundida. ¿En qué quedamos? ¿Siente o no siente un bebé, o un niño pequeño, los estados emocionales ajenos? ¿Empatiza o no lo hace? ¿No se está demostrando la fusión emocional entre un bebé o niño y sus principales cuidadores o "figuras de apego" (como las nombra la literatura de género)? Entonces ¿por qué seguimos pensando que, en otros sentidos, un niño siente a los demás menos que un adulto? De acuerdo, su cerebro está a medio desarrollar, pero ¿acaso sentimos sólo o únicamente con el cerebro? ¿Qué hay de las otras zonas corporales repletas de neuronas y , por lo tanto, de receptores a los estímulos externos? En cuanto al egocentrismo infantil, atribuirlo a algo como que su pobre y pequeño cerebro no da más de sí, ¿no implica la presuposición de que ese egocentrismo es un signo de inferioridad o incluso una especie de síntoma de discapacidad infantil, como si un bebé naciera poco preparado para la vida que le espera en el mundo?  ¿Y si no fuera así?

¿Y si el egocentrismo infantil no partiera de una incapacidad para sentir a los demás, y en lugar de eso surgiera de un mecanismo instintivo pero inteligentísimo (en suma, EFICAZ) para mejorar las probabilidades de supervivencia en un entorno donde se es, a causa de la vulnerabilidad del físico de un bebé, más débil que el resto? ¡Es muy fácil ser generoso y desprendido cuando se es adulto, se tienen o han tenido -y disfrutado- montones de cosas, y se tiene la capacidad de moverse con libertad para ir tomando de la vida aquello que deseemos! Por así decirlo, ser desprendido en esas condiciones tiene muy poco mérito. Pero ¿nos hemos detenido a imaginar cómo se siente un bebé o niño que depende de los adultos para todo, y que se puede permitir muy pocos espacios y momentos en los cuales poder disfrutar de algo "por sí solo"? ¡A lo mejor resulta que el ansia de los niños por retener las cosas consigo y no quererlas compartir sólo expresa la frustración que sienten en otros ámbitos de su vida, donde se saben y se sienten -con razón- muy poca cosa en términos físicos, viviendo una vida llena de incertidumbre.

Estoy elucubrando, claro está, cosa que, por otra parte, es una actividad muy típica del hemisferio izquierdo, y de toda nuestra parte cerebral asociada a lo intelectual. Pero como ejercicio de elucubración es válido preguntarse ésta y muchas otras cuestiones. Eso sí, ahora voy a hacer un salto de los míos. Voy a abandonar el predominio del lado izquierdo y de esas zonas cerebrales tan educadas para regirse únicamente por las pruebas, los datos intelectuales y las razones razonables, y voy a sumergirme de lleno en el sentimiento crudo y sin censuras. El mío, claro está, así que ya digo de antemano que, a partir de ahora, lo que diga va a ser totalmente subjetivo, puesto que es parte de mi cosecha de "sensaciones sentidas" en sesiones de auto terapia.

Me retrotraigo, ahora, a los días inmediatos al nacimiento de mi hijo. He de decir que yo tenía unas ideas preconcebidas acerca de cómo sería la crianza, y según estas mi hijo sería un bebé plácido y feliz...Tuve un parto "de libro", es decir, casi casi perfecto (según los manuales del "buen parto en casa") así que, según las estadísticas y las afirmaciones habituales en todas esas investigaciones pediátricas y obstétricas, mi hijo debería nacer sin llorar, casi sonriendo (o sin casi), se "engancharía" al pecho enseguida y todo transcurriría así, en un estado beatífico...Por eso me sorprendió tanto que mi pequeño naciera llorando y no dejara de llorar en un buen rato. Tan sorprendida estaba que recuerdo que le pregunté a mi pareja: "Pero, ¿por qué llora?" Me había pasado el embarazo intentando conectarme con el sentir de mi hijo, comunicándome con él en silencio, y por eso me había hecho a la idea de que, cuando éste naciera, la comunicación mutua seguiría igual. Nos entenderíamos sin palabras, etc.

No fue así. Por el contrario, me encontré con un bebé cuyo llanto casi constante yo no entendía, porque además no había razones médicas (ni de otro tipo que resultaran evidentes) que justificaran su llanto. Mi pequeño no quería, por otra parte, estar con nadie más que conmigo, pero entraba en un estado de tal nerviosismo y llanto si, por unos instantes, lo dejaba despierto en el moisés para, por ejemplo, ir al baño o ducharme, que me encontré viviendo una situación para la que nadie me había preparado. Yo recordaba perfectísimamente la estampa de mis hermanos pequeños durmiendo plácidamente en sus cunitas durante horas seguidas, o pasando el rato en brazos ajenos (no de su madre) sin mayor problema. ¿Qué le pasaba a mi pequeño? ¿Por qué estaba tan inquieto, tan nervioso, tan desasosegado?

Si yo hubiera leido antes libros o artículos acerca del concepto de "apego" en la crianza, hubiera llegado a la conclusión de que me había "tocado en suerte" un hijo "de alta demanda", es decir, según esas teorías, sencillamente mi hijo tenía un instinto más feroz y despierto que la media, de manera que experimentaba un viejo (y eficaz) mecanismo de supervivencia, consistente en reclamar a gritos la constante presencia de su madre. Durante cientos de miles de años, la supervivencia de los bebés ha dependido de eso, puesto que el ser humano ha vivido de manera integrada en una naturaleza llena de depredadores y peligros, en la cual un bebé que se queda solo un instante no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero claro, ya lo he dicho: yo no había leído nada acerca de esas teorías (Las descubrí bastante más tarde en el libro "El concepto del Continuum" de Jean Liedloff) así que estaba perpleja y, lo que era peor, angustiada.

Por suerte, tenía todo un bagaje chamánico a mis espaldas. A falta de unos libros que todavía no tenía, (por no tener, ni internet tenía en ese momento) podía intentar averiguar por mis propios medios lo que le pasaba a mi hijo. Además, y precisamente debido a toda mi larga experiencia como humana más "sintiente" que la media, temía que mi pequeño estuviera sufriendo alguna clase de terror o angustia producida por realidades de las llamadas "invisibles", entidades del mundo sutil y esa clase de cosas.

Me costaba, sin embargo, entrar en trance porque, si algo caracteriza a una crianza en esas condiciones, es un constante estado de alerta y mucho cansancio, factores ambos que son antagonistas con aquello que facilita el "percibir" las cuestiones sutiles. Pues, generalmente, para sentir lo que habitualmente no se siente, uno debe tener cierto sosiego, cierto silencio, y además un estado mental lúcido. Todo eso es imposible con un bebé que se retuerce y llora en tus brazos, o después de haberte pasado días sin dormir más de una hora seguida.

Finalmente, la propia desesperación me indujo a hacer el esfuerzo necesario para "sentir" eso que acongojaba a mi hijo y que se me estaba pasando por alto. Sucedió una tarde en la que me quedé sola en casa. Mi hijo sólo aceptaba estar en mis brazos, en mi pecho, y lloraba incluso si yo cambiaba de posición. Durante horas no pude ir al baño ni cambiar de postura, me dolía el cuerpo (hacía tan sólo unos pocos días que había parido) y me empecé a sentir tan agobiada que me dije que aquello no podía continuar así. Entonces, en lugar de entrar en una crisis de lamentaciones, hice un acopio de energía y de determinación, centré mi consciencia y pedí ayuda internamente a mis Guías para que me acompañaran y ayudaran a solucionar aquella situación. Luego me puse como pude en estado receptivo: ¿Qué podía hacer? "Siente a tu hijo"- me respondieron. Protesté diciendo que llevaba dias intentando entenderlo, sin éxito, pero los Guías insistieron: "Es que no te has abierto a sentir lo que él siente. Sólo te has preguntado mentalmente qué le sucede, lo cual no es lo mismo que abrirte a experimentarlo en tí misma".

Tuve que admitir que tenían razón. Así que hice otro esfuerzo y cambié de chip, por así decirlo. Dejé de pensar y me di internamente la orden (¿o el permiso?) de abrirme a sentir. Y en ese instante sentí de manera vívida un miedo atroz a...¡a ser abandonado! Pero, un momento ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía mi hijo tener ese miedo, si no había nada más lejos de mis pensamientos que la idea de abandonarlo? ¡Me quedé perpleja!

Pero sí, ahí estaba el miedo. Entonces, gracias a mi capacidad de traducir sensaciones y energías emocionales en forma de diálogo interno, le pregunté a mi hijo si realmente eso era lo que sentía. A lo cual me respondió que sí, pero que esto no se debía, tal como yo estaba pensando, al hecho de que pensara (con su parte racional) algo del tipo "Oh, Dios mío, mis padres me pueden abandonar" sino al hecho de que sentía el miedo al abandono de miles de otros bebés e incluso el abandono REAL que muchos estaban experimentando". Esto me dejó aún más sorprendida, pero no censuré el diálogo. Simplemente respondí lo único que se me ocurrió: "No te preocupes, yo no te voy a abandonar".

Pensé que al decirle eso mi bebé dejaría de llorar, pero no fue así. Entonces, volví a preguntarle internamente cómo podía aliviar eso, o ayudarle. Y entonces me dijo una frase que no olvidaría jamás: "Si me quieres, ayuda mis hermanos". En ese momento empecé a llorar, conmovida. ¿Cómo podría yo ayudar a "sus hermanos"? Me encontraba confinada en un rincón del planeta, sin grandes medios a mi alcance. ¿Cómo podía luchar contra algo tan enorme como el abandono infantil? El shock que sufrió mi mente racional fue tan grande que aquel diálogo se extinguió.

Los Guías acudieron a mi rescate, sin embargo, explicándome algo que me dejó profundamente impactada: No era sólo mi hijo quien sentía lo que sentían todos sus demás hermanos. De hecho, TODOS los bebés nacían experimentando un estado de Unidad que los adultos ya no recordábamos, de manera que eran profundamente sensibles a la suerte que corrían sus "hermanos". Luego, lo cierto era que cada bebé era más sensible a unos temas que a otros, pero a pesar de todo, nacían experimentando un nivel de Unidad/Fusión con el entorno mucho más elevado que el de cualquier adulto "normal", con lo cual a veces  eran asaltados por innumerables sensaciones y emociones procedentes del entorno, sensaciones y emociones en las cuales nosotros ni siquiera reparábamos por considerarlas alejadas o ajenas.

En cuanto a lo de "ayudar a sus hermanos", el consejo de los Guías fue archi típico, y consistió en el clásico "Ya lo entenderás mejor en su momento". Por último, me dijeron que lo que acababa de sentir debería ayudarme a no juzgar como "malo" o erróneo el llanto de mi hijo, y que una vez yo abandonara ese juicio negativo hacia su expresión emocional, todo mejoraría.

Han pasado los años, y he decir que los Guías tenían razón. En aquel momento yo no podía entender bien aquello de "ayudar a los hermanos" de mi hijo. Porque, de entrada, ni siquiera había comprendido la realidad que experimentan muchos bebés y niños. Creía, en aquel entonces, que el sufrimiento del abandono sólo aludía a los casos en los que literalmente una madre abandona a su hijo permanentemente. Hoy sé que el sufrimiento del abandono lo experimentan, en algún grado, todos los bebés (y niños pequeños) que se ven privados del contacto de su madre antes de sentirse lo suficientemente maduros o seguros de sí mismos como pasar amplios espacios de tiempo a solas. Hay también una forma de abandono emocional que se produce incluso estando presente la madre. Existen muchas mujeres que cuidan físicamente de sus hijos, pero cuyo corazón y sentidos están muy lejos, en otra parte...Y en ese sentido hube de batallar yo, porque ése fue mi punto flaco en muchos momentos. Yo era abnegada en lo físico, pero tendente a "estar en otra parte", y éste era un abandono sutil, pero no menos real que los otros. Un abandono al que mi hijo temía, y con razón...

Con los años, esta experiencia me ha ayudado a situar en su justa perspectiva otras anécdotas de mi vida interior, y también de mi proceso terapéutico. Por ejemplo, en una ocasión sufrí una regresión muy traumática en la cual un adulto familiar abusaba de mí, siendo yo muy pequeña. Los recuerdos eran visualmente borrosos, porque procedían de un tiempo muy remoto, pero fueron muy intensos en otros sentidos. Fue escalofriante "revivir" cómo todo mi cuerpo se tensaba con  desagrado, angustia y pánico ante "aquello" que me estaba sucediendo, y reviví una emoción de enorme impotencia y de resignación fatal, del tipo "Esto es lo que hay, esto es la vida, estoy en manos de alguien así". Muchas veces, después de aquella regresión, intenté recabar más información para saber si aquello de verdad me había sucedido o, por el contrario, podía tratarse de una memoria de "otra vida" o incluso de un trauma ancestral heredado, ya que ya sabía por experiencia que uno puede recordar, en estado de trance, cosas que no ha experimentado literalmente en su cuerpo.

Pero si mi hijo recién nacido había experimentado en su ser el abandono que otros bebés sufrían, y había llorado a causa de ese dolor, entonces...¿quién me aseguraba que yo, siendo pequeña, no había podido conectar con el trauma de los abusos sufridos por otros niños? No tenía respuestas para eso, porque aquel hecho, de haber sucedido, era actualmente indemostrable y casi, casi, in-investigable. Tanto si me había sucedido a mí, como si se trataba de un trauma heredado, no había modo humano de remover aquel asunto de manera científica (lo único que hubiera apaciguado a mi mente indagadora) por ejemplo interrogando a la gente que tuve alrededor cuando era niña. Algo así se oculta por norma, y es tan espantoso que no se admite ni su sugerencia, porque enseguida se considera ofensiva y monstruosa. Pero si hablamos de un trauma de "otra vida" aún es más difícil investigarlo. Y más cuando el recuerdo que yo "reviví" partía de los extrañados y aún inmaduros ojos de un bebé...

Los Guías pusieron un día punto final a mis elucubraciones con estas palabras: "En determinado nivel del ser no es tan importante averiguar quién sufrió esto, sino saber que cualquier atrocidad de este tipo afecta a todos los niños, aunque no la sufran en su carne. Tú sabes que a tí te ha afectado esto, y te afecta. Asúmelo, pues, y deja de oscilar entre el rechazo y la aceptación, todo porque no sabes si esta memoria es "tuya" o "ajena". Lo más importante que debes aprender de esto es que todo cuanto sufra un niño afecta a los demás. Por eso, todos los pequeños que no han sufrido abusos, sufren en una parte de su ser el trauma del superviviente, un trauma similar al de los niños que asisten al asesinato de sus amiguitos durante las guerras; o al de los pequeños que ven cómo sus padres golpean a sus hermanos; o al de los que, en la escuela, son testigos del acoso y humillación que sufren otros, etc."

"El trauma del superviviente es tan enorme que llega a producir pánico y horror incluso en los bebés que han "sentido" que otros de sus "hermanos" eran abortados. Ni te imaginas la marca de miedo que todas estas "memorias" infantiles dejan en el ser humano, individual y colectivamente. Por esta razón el miedo impera en vuestro mundo y es el dueño de una parte recóndita de vuestro ser, una parte que, siendo muy pequeña, asistió impotente y horrorizada a la masacre de sus "hermanos", al abandono o maltrato de otros, o al asesinato en las guerras, etc. Os sabéis vivos y "sanos" de casualidad, pero también os sentís afectados y bajo el poder de aquellos que han actuado de manera tan impune y cruenta con vuestros "hermanos". Lo cual es cierto, porque uno siempre está bajo el poder de aquel tirano de cuya presencia no se ha percatado, y por eso sólo descubriendo la verdad es posible liberarse. Y todo eso os desazona por dentro, especialmente cuando sois niños y más sensibles a sentir lo que otros sienten".

Protesté. Me parecía demasiado enorme el problema-raíz de la humanidad, y por lo tanto casi irresoluble. Pero además no veía -palpablemente- que los niños fueran realmente conscientes del sufrimiento ajeno. ¡Si parecen tan ignorantes, viviendo en su propio y pequeño mundo! Mi propio hijo lo parece, porque de hecho nun ca más he vuelto a tener otro diálogo con él como cuando fue un bebé. Ya no debe estar viviendo en "la Unidad", debe de estar individualizándose a marchas forzadas, como todos lo hacemos.

Sin embargo, los Guías también tenían una explicación para eso: "Confundes sentir con ser consciente verbal o intelectualmente de algo. Un niño pequeño lo siente casi todo, pero efectivamente no es consciente "verbalmente" de ello. No está maduro para procesarlo, ordenarlo y expresarlo en conceptos, palabras, frases. Tú "tradujiste" mentalmente el llanto de tu hijo, pero eso no significa que él naciera con la capacidad cerebral de desarrollar esos conceptos y explicarlos con palabras. Y así sucede con los niños en general, lo cual no impide que sientan y que estas cosas sentidas queden en sus memorias inconscientes para toda la vida, como marcas o huellas incomprensibles...Salvo que, de adultos, y ya con la capacidad de racionalizar y conceptualizar, se atrevan a sumergirse en una manera consciente y lúcida de sentir, para integrar, por fin, todo lo sentido en su vida. A eso le llamamos despertar".

¿Qué puedo añadir a esto? Nada o muy poca cosa. Lo dejo aquí, pues, y que cada cual elucubre, sienta y saque sus conclusiones...

lunes, 21 de octubre de 2013

Sentir a los demás.

(Arriba, pintura de  Susannah Martin)

Hoy voy a hacer un ejercicio de predominio del hemisferio izquierdo, para hablar de un tema muy particular que está asociado con las últimas entradas: la capacidad de empatizar o resonar con lo ajeno.

Nuestra mente adulta está, la mayor parte de las veces, ya muy condicionada por una educación individualista, según la cual somos afectados exclusivamente por lo que nos sucede "a nosotros" y lo demás, ni nos incumbe, ni debe hacerlo.
Por esa razón, cuando ocasionalmente algún adulto admite "sentir" emociones debidas a traumas o sufrimientos ajenos, se levantan en el ambiente las voces de juicio o censura. A esa persona se le aconseja, una y otra vez, que no se "abra" tanto, que no "sienta" tanto, que no "coja" en su ser las emanaciones psíquicas de los demás, porque eso -se argumenta- no sirve para nada.

Esta argumentación es, curiosamente, inexistente cuando un adulto admite alegrarse con el que rie, o contagiarse del buen humor de otros. Cuando esto sucede, nadie corre a decirle lo malo que es "sentir" lo ajeno, ni a sugerirle que debería "cerrarse más, protegerse más", ni tampoco hay alusiones a lo "inútil" de sentir las emociones psíquicas de los demás.

Nadie parece advertir la paradoja existente entre estas reacciones tan comunes que se dan cuando alguien "resuena" con lo llamado "ajeno". No obstante, a poco que uno observe el asunto con mente fresca y objetiva, se puede dar cuenta de que es imposible estar "abierto" y "cerrado" al mismo tiempo. Si te cierras e hiper proteges para no empatizar con los posibles dolores o sufrimientos ajenos, tampoco te va a ser posible sentir las partes bellas o agradables del mundo de la energía emocional. En otras palabras, si te aislas, lo haces en muchos sentidos. Puedes aceptar con tu mente racional y selectiva sólo unas expresiones emocionales de los demás (como la risa o la alegría) y, después, permitirte a ti mismo expresar lo mismo cuando veas a los demás sonreír. Pero eso no es lo mismo que sentir de veras al otro totalmente, con su alegría incluida.

Por poner un ejemplo, no puedes vestirte con un traje aislante y pretender sentir lo que tu entorno retransmite. Enguantado hasta las cejas, no notarás el agua, pero tampoco la brisa, ni posiblemente los olores. Solo te quedará la vista, con lo cual habrás, de acuerdo, seleccionado un estímulo frente a los demás, pero desde luego no podrás decir de tí mismo que estás viviendo con todos tus sentidos, plenamente. No, porque has seleccionado y restringido mucho tu sensibilidad. Con lo cual, tampoco es justo ni sensato decir que esa es la "buena" manera de ser y de moverse por el mundo. Tal vez sea una manera eficaz y sabia en determinados entornos altamente tóxicos (como quien se viste con un traje especial para ir a un entorno radioactivo o envenenado) pero uno debe ser consciente de lo que está haciendo y llamar a las cosas por su nombre.

Así pues, en lugar de reñir a las personas adultas que, despertando su sensibilidad dormida, confiesan sentir "lo ajeno", atribuyendo esa cualidad a una debilidad de su carácter, lo que se debería hacer es decir: Sí, esa es la verdadera e ideal manera de ser. Sentir lo que experimentan los demás es la verdadera condición humana, lo que sucede es que, dado que por x circunstancias (complejas de resumir ahora) vivimos en entornos psíquicos altamente contaminados, es útil saber enfundarse y desenfundarse un "traje" psíquico de protección o selección, de manera que podamos movernos en la vida sin vernos constantemente avasallados por determinadas masas emocionales que, en caso contrario, nos dificultarían mucho la objetividad e incluso la acción. Ahora bien, usar habitualmente un "traje" de estos tiene un precio, porque suprime mucha información que nos sería útil recibir. Con lo cual lo ideal es buscar momentos y lugares completamente seguros en los que podérnoslo quitar para, así, SER en plenitud y desnudez totales. Sólo en ese estado de Ser, somos capaces de percibir del TODO y, por lo tanto, recibir información del entorno que, en un estado "acorchado" o "protegido" no recibiríamos.

Esa es la realidad, pues: quien despierta su sensibilidad, vive etapas en las que se siente sobrepasado por la información que le llega del entorno psíquico que habita. Y eso es natural. Estamos diseñados para vivir en comunidad, de manera gregaria y plenamente vinculados entre nosotros. El ser humano ha vivido en tribus durante cientos de miles de años, y durante mucho tiempo, sentir lo que hoy llamamos "ajeno" no era un handicap, sino, por el contrario, un plus, algo que facilitaba la supervivencia grupal e individual.  La razón es tan simple como que la capacidad de resonar y sentir a los demás es una barrera natural contra la crueldad. ¡Y una comunidad sin crueldad es algo muy deseable y bueno para todos! Sin embargo, y a medida que el ser humano ha ido perdiendo este rasgo de su humanidad "natural", le ha sido más fácil infligir dolor a los demás seres, y de esa manera las sociedades han ido enfermando, sobrecargándose de dolores y desequilibrios.

No podemos imaginar lo que es vivir siendo plenamente "sintientes", plenamente DESNUDOS, abiertos, desprotegidos ante las emanaciones del entorno, porque llevamos toda una vida aprendiendo a blindarnos y, además, los referentes humanos más cercanos (con los cuales nos identificamos, o de los cuales aprendimos de niños) nos han retransmitido el modo "blindado" de ser como algo ideal y perfecto. La emocionalidad ha sido muy perseguida, muy denostada, acusada de hacer funcionar mal a la "cabeza", única reina de la "creación". El resultado de esta visión de las cosas, sin embargo, está a la vista: tenemos en las manos un planeta biológicamente muy deteriorado debido a la acumulación de decisiones humanas insensatas, carentes precisamente de resonancia y empatía hacia otros seres vivos (humanos o no). La "razón" desligada del resto del ser nos ha hecho creer espejismos, pero una cabeza desconectada del corazón crea siempre monstruosidades. Sentir no es malo, ni mucho menos sentir el sufrimiento de los demás. ¡Es...al CONTRARIO!

Algunos seres humanos célebres que consiguieron "ser plenamente sintientes" (en otras palabras, ser plenamente HUMANOS) como Buda o Jesucristo, señalaron el camino del pleno sentimiento, el camino de la compasión (sentir con-) y, en definitiva, de la APERTURA a las emociones "ajenas". Pero incluso muchas personas que se dicen sus seguidoras no terminan de asumir el referente como válido. Lo relegan a un segundo plano. Lo que hicieron Buda o Jesucristo era válido para ellos, pero no para los demás, vulgares "seres humanos" que no podemos llegar a su altura. Esta creencia contradice las propias palabras de Buda o Jesucristo, que alentaron a los demás a seguir su mismo camino, pero da igual: el olvido de nuestra humanidad genuina es tan grande que, en cuanto surge un humano que siente más que la media, los demás corren a señalar su emocionalidad como si fuera patológica, algo que hay que frenar y curar, en lugar de encauzarlo y aprender a vivir con ello.

Dejando a un lado el asunto religioso, la ciencia actual empieza a hablar de las neuronas espejo, y sugiere que todos tenemos la capacidad, perfectamente natural e integrada en nuestro sistema nervioso, de sentir lo que otros sienten y, más interesante aún, de "imitarlo" de manera INSTINTIVA (e involuntaria) para "acoplarnos" de algún modo al sentir e incluso al PENSAR del otro. La neuropediatría afirma que es de este modo que los niños aprenden de sus mayores: utilizan las neuronas espejo y, con ellas, se conectan al sentir/pensar de sus padres o educadores, imitándoles, regulando sus emociones para que se asemejen a las de sus cuidadores y, armonizados de ese modo, vincularse con ellos.

(A la izda. pintura de Vadim Chazov)

Y es que un niño busca siempre, de manera instintiva, COMUNICARSE, sentirse acompañado. Necesita sentirse sentido por los mayores, pero también sentirlos a ellos. Sólo de ese modo logra dar sentido a la vida y esquivar una sensación de absurdo e impredecibilidad que, en caso de producirse de manera excesiva o muy recurrente, le impediría desarrollarse, aprender. De hecho, ¡ningún ser vivo puede aprender de un modelo o referente incoherente o impredecible! Cierta impredecibilidad existe, y está bien asumirla, pero necesitamos vivirla en una dosis justa, sobretodo cuando somos niños, ya que de otro modo no podemos elaborar patrones, ni imitar comportamientos de manera reiterada hasta "lograr" realizarlos. ¡No hay nada que atemorice más a un niño que no saber si podrá contar con la presencia de uno de sus cuidadores, por ejemplo!

Pero las implicaciones de todo esto están lejos de ser comprendidas: ¿Qué sucede realmente con el sentir de los niños? Si su manera de percibir el entorno y de resonar con las emociones ajenas está, todavía, en estado bruto e indomesticado, es decir, si todavía no se han individualizado como los adultos, ¿hasta dónde llega su percepción? ¿Son tan "felices" - impasibles e ignorantes de lo ajeno- como siempre se ha creído? ¿Cuál es, pero de verdad, su umbral de sensibilidad? ¿Qué percibe un niño del entorno que le rodea? Los científicos aún se lo están preguntando, siguen recabando datos. Yo tengo mis propias percepciones al respecto, (percepciones, éstas, desde el hemisferio derecho) pero de ello seguiré hablando en la próxima entrada...

jueves, 17 de octubre de 2013

Urbóreas, el nombre que recibí para escribir.


                                                 (Arriba, fotografía de James Appleton tomada en Islandia)

Viví grandes dudas cuando tuve escrito el texto de "Angeles de Lo Uno". ¿Con qué nombre lo iba a publicar? ¿Con mi nombre de pila o con un seudónimo? 

Me planteé de todo, hasta publicarlo poniendo, simplemente, "Anónimo", pero era demasiado práctica para eso. Y es que sabía que iba a escribir más libros, y entonces sería un problema firmarlos con un ánonimo, ya que ¿cómo distinguiría la gente unos anónimos de otros anónimos? Los lectores que lo desearan no podrían seguirme aunque quisieran, porque poner sólo Anónimo es demasiado vago... Eso queda con una apariencia muy trascendida y puede servir para escribir un libro único, pero me constaba internamente que escribiría varios libros de contenidos entrelazados unos con otros, y que sólo leyéndoselos todos algunas personas llegarían a captar el "pack" completo de información, tal cual yo la estaba comprendiendo.

Así pues, yo era demasiado práctica, pero también demasiado entusiasta y esperanzada en ese futuro como escritora, como para firmar poniendo "Anónimo". Además, para ser justa y hacer honor a mi vena revolucionaria, hubiera debido poner "Anónima", ja, ja, ja. Y eso a muchos editores les hubiera parecido un chiste. Poco serio para publicar libros espirituales. (Sí, este mundillo editorial aún tiene poca cabida para cierto sentido del humor y no da pie a muchas ironías)

Desde luego, también consideré muy en serio utilizar mi nombre de pila, pero existían serios obstáculos para ello. El más importante era que, puesto que tengo un hijo pequeño, y puesto que suelo vivir en entornos rurales muy pequeños, no quería correr el riesgo de ser reconocida como "la autora de tal libro o tal otro" y que después eso salpicara de mala manera a mi hijo. 

Porque desengañémonos, no vivo en una sociedad donde esté demasiado bien visto escribir la clase de cosas que escribo. Puede que los lectores de otros contextos tengan otra experiencia y para ellos resulte sorprendente mi afirmación, pero la verdad es que España es aún tremendamente conservadora en este sentido. Estadísticamente hablando, solo en círculos muy reducidos (existentes casi únicamente en las grandes ciudades) son bien recibidas esta clase de libros, y no se mira a sus autores como si estuvieran chiflados o peor aun, como si fueran brujos peligrosos.

De hecho, casi siempre he vivido una enorme soledad social en mi camino iniciático. Planea, sobre el asunto de la llamada "canalización espiritual", un estigma feo, como si fuera algo demasiado parecido a la locura (Esa manía de tildar de desequilibrado a todo el que dice que "oye voces", sin importar de qué voces se traten, ni de cómo las oiga) Pero también, desde sectores escépticos y desde otros religiosos pero considerados "serios", adheridos formalmente a la via religiosa reconocida, la canalización se califica como palabrería de gente con poco cerebro o, peor aun, como la perorata de farsantes o charlatanes que lo que quieren es crear secta o vivir del cuento. 

Durante siglos, casi sólo la Iglesia Católica ha tolerado, en nuestro mundo europeo occidental, el fenómeno de las "voces" como algo que no necesariamente indicaba locura, pero aún y así las ha sometido a implacables (y a menudo crueles) escrutinios eclesiásticos, todo con el fin de analizar la procedencia de las "voces", pues sólo pueden proceder, según la Iglesia, o de Dios o de Satanás. Tienen que ser buenas totales o tinieblas absolutas, sin término medio ni variedades de ningún otro tipo. La Iglesia, por supuesto, solo tolera las voces buenas, y para que lo sean, resulta que deben confirmar los dogmas eclesiales y no contradecirlos. Con lo cual, quedan como voces satánicas o diabólicas todas las demás, sin distinción. Y esto ha tenido severas repercusiones en la historia humana, afectando a todas las personas con cierta apertura perceptiva, que han "escuchado" o "visto" material no siempre conforme con los dogmas eclesiales. 

En fin, que la represión y lento exterminio de la diversidad cognitiva y perceptiva, por motivos religiosos, es todo un tema que merece un libro en si mismo, y además no solo atañe a la Iglesia. En realidad, las persecuciones del "diferente" por motivos religiosos, se han producido también en otros entornos. Y antes de que nadie empiece a repetir el mantra de que la culpa es de las religiones, les diré que estudien y lean acerca de lo que el ateísmo hizo con los creyentes en los países donde se convirtió en dogma, como en la antigua URRSS, por ejemplo, o en China. Luego ya, si eso, hablamos de "culpas".

No, no es culpa de "la religión". Es culpa de nuestra dificultad de abarcar y entender adecuadamente otras formas de pensar y percibir que no sean las nuestras. Y también es culpa del deseo de dominar las mentes ajenas. Aunque todo esto, como digo, requeriría de mucha conversación y matices, porque tiene raíces, tiene un por qué, y lo entiendo. Pero justamente porque entiendo estos odios, miedos y ataques contra lo que no encaja con las creencias de los grupos que están en el poder, no me engaño y sé que escribir cosas como las que yo escribo, no va a ser aplaudido en ciertos lugares. Porque no encaja demasiado con demasiadas cosas. Solo con algunas.

Y es que siempre hay un punto de fuga en lo que escribo. siempre hay un matiz o un pelo fuera del marco, saliéndose del guión esperado. No lo hago adrede, es que lo percibo así. 

Volviendo al dilema del seudónimo, yo no quería que la gente del pueblo donde vivía, mirara a mi hijo con pena, pensando "Pobrecito, mira qué madre extravagante tiene" o con pensamientos peores: "Es el hijo de una bruja / hereje/ satánica/ loca/ iluminada/ rara/ ... "etc etc . Pero tampoco me apetecía lo más mínimo que lo miraran con una obsesión de tinte opuesto, algo del tipo: "Uau, con una madre que oye a los ángeles, ¿qué clase de niño tiene que ser éste? ¿Será un elegido...?". Qué horror. 

Me pareció que lo más saludable para mi hijo era mantenerlo completamente al margen de mis aventuras interiores (y eso he hecho siempre) y también de mis incursiones editoriales, por si acaso. Claro que eso implicaba presuponer que se llegaría a publicar mi libro (En aquel entonces sólo había escrito uno, el primero, "Ángeles de Lo Uno") y que, además, éste se leería lo suficiente, se publicarían más, etc. Lo cual era ser muy optimista, peeero... Peco más por previsora que por lanzada, aunque parezca lo contrario. No estaba de más pensar muy bien lo del nombre, y utilizar un seudónimo por si acaso luego tenía que lamentarlo.

Existía otro factor de peso asociado al uso de un seudónimo, y es que, conociendo a mis padres, y a mi muy conservadora familia, les ahorraría la vergüenza que iban a sentir si veían mi apellido "real" en mis libros. Digamos que soy una hija considerada, y me daba pena, como dice la Biblia "hacerles bajar con pena a la tumba". Dejemos que vivan su vejez mínimamente en paz, y que no tengan que sufrir con las preguntas de terceras personas: "Oye, ¡vaya cosas escribe vuestra hija...!". Y de paso me evitaba conflictos con la familia. No creo haberme equivocado con esto, puesto que, cuatro años después de la publicación de mi primer libro, sigo pensando igual.

Pero a pesar de todo, a ratos volvía a considerar la idea de utilizar mi nombre de pila, porque me preguntaba si utilizar un seudónimo no sería como mentir, y yo no quería mentir. Entonces, un día empecé a sentir un agotamiento enorme, una pesadez corporal muy cansada, una especie de fatiga casi ósea que rayaba en el desánimo. No sabía a qué atribuirlo, así que opté por darme un baño calentito para recomponer mi cuerpo y relajarme, y así intentar observar mejor aquel cansancio.

Y en esas estaba, cuando emergió en mi consciencia el origen de aquel agotamiento: mi nombre de pila estaba "agotado". Cargaba con un sin fin de proyecciones ajenas acerca de cómo era yo, cómo no era, cómo debía ser o cómo debía dejar de ser. Todas estas proyecciones ajenas me lastraban en la energía, porque al final era como usar un envoltorio, un nombre casi "muerto". Hacía demasiados años que lo utilizaba sin renovarlo, sin "limpiarlo" o reestablecer un vínculo nuevo de mi alma con él. 

Pero es que, para remate, lo que percibí o se me mostró es que mi nombre de pila en realidad no era "mío" del todo. Sólo me lo habían "puesto" mis padres, sin pensarlo mucho, y no estaba mal como nombre para lo cotidiano, pero en realidad decía muy poco de mi esencia espiritual. Me había sido útil para muchas cosas, de acuerdo, pero lo que me quedaba claro es que no parecía un nombre capaz de contener lo que yo, como escritora y comunicadora, quería a decir. No era un nombre "verdadero" o adecuado para nombrar con acierto a la parte de mi ser que quería emerger, la comunicadora o mensajera. Si alguien ha leído "Ángeles de Lo Uno", habrá visto la enorme importancia que se concede al nombre personal. Hay más de un caopítulo dedicado al nombre que tenemos cada uno, y yo tenía muy fresco eso en la mente, porque lo había escuchado y revisado hacía poco tiempo (escribí ese libro en el 2007-2008, y se publicó en el 2009)

Entonces empecé a sentir un torrente de energía enorme que intentaba aflorar desde mi cuerpo alrededor. Era algo muy grande, muy nuevo para mí y muy creativo... ¿Cómo iba a intentar expresar todo lo que esa energía me traía, por ejemplo escribiendo libros, y luego firmarlos con mi viejo, pequeño, sobrecargado y desgastado nombre de pila? Necesitaba otro nombre más libre, más grande, menos alusivo a un "yo" y más propio de mi "Ser". Necesitaba expresar la energía del Ser que tantas veces había sentido en mí, una energía que ni siquiera era femenina o masculina, sino andrógina (algo que, por cierto, los ángeles me habían remarcado en más de una ocasión, que lo mío era un camino andrógino) ¡No podía firmar "Angeles de Lo Uno" con el viejo nombre femenino que mis padres me habían puesto sin pensar mucho más, porque ese libro no lo había escrito desde esa parte de mi ser!

Sentí un enorme cansancio y el deseo de empezar a expresarme públicamente de un modo más "grande", amplio y libre, y la emoción que sentía me hizo llorar. Ya era hora de nacer a otro modo de ser... Nacer a "algo". Nacer a un nombre distinto... Pero ¿cuál? A pesar de que había recibido diferentes nombres íntimamente por parte de los Guías en aquellos últimos años, enseguida supe que firmaría mi libro con uno distinto a los que había "oido", y nuevo. Era un nombre abstracto que aludía a la combinación de los dos tipos de energía que más marcaban mi escritura, al menos en ese tiempo. Yo "canalizaba", de acuerdo, pero ¿con qué estilo lo hacía? ¿Qué "tipo" de raíces y de orientación tenían mis escritos?

Entonces los ángeles me dijeron: "Tú eres Ur-Bóreas porque vienes de Ur y de Bóreas, Fuego sagrado (luz) que arde o surge en el Hemisferio Norte. Te llamas Ur en recuerdo de tu origen celestial. Y te llamas Bóreas porque naciste en el hemisferio Norte y estás implicada plenamente tanto en su origen como en su destino; además estás apadrinada y bendecida por el Viento del Norte. Tu vocación tiene, como este viento, una faceta revolucionaria y destructora de cosas anquilosadas, y por eso serás rechazada por algunos, pero es que es necesario destruir las antiguas estructuras para que lo nuevo tenga lugar."

Oye, aquello me gustó. Me gusta "hacer hervir la olla", como dicen los guías, es decir, remover esquemas, activar procesos mentales. Me gustó la combinación de Ur y de Bóreas y lo adopté enseguida como nombre "para escribir". Y con aquello en la portada que hasta sonaba andrógino, nadie iba a saber de entrada si era un hombre o una mujer. Ese nombre no dejaba de ser otro "cajón" en el que enmarcarme, ok, y como todo cajón, un dia tal vez se caducaría, pero lo veía mucho más grande y capaz de contenerme que mi viejecito y chiquito nombre de pila, tan ligado a un momento puntual de mi árbol genealógico, y tan poco expresivo de la vastedad continental de la que me siento hija, o expresión.

Y así he respondido a la pregunta que muchos lectores se hacen sobre mi nombre :-)

Ah...Y por supuesto, que existen otras personas que son, en esencia, expresiones de la especial combinación de "Ur" y "Bóreas". ¡No iba a ser la única! Pero de eso, de los "Fuegos/Luces del Norte", tal vez hablaré en otra ocasión...





miércoles, 16 de octubre de 2013

Doña Experta en Finales


(Arriba, "No hope", pintura de Adler Mor Terje)

Siguiendo el consejo de Anubis, seguí observando la pregunta ¿Quién soy? y al final me encontré en un terreno abstracto, de simple sensación o sentimiento observante. Tal vez sólo fuera, "yo", una consciencia observante que viviera cambios y, de vez en cuando, se detuviera a examinarlos, a observarlos con detenimiento para darse cuenta de algo. Pero ¿dónde empezaba esta consciencia, y dónde terminaba? Imposible responder a esa pregunta.

Mi parte racional, por su lado, utilizó todas las memorias de vidas pasadas en plan matemático, buscando un "común denominador" o elemento esencial que, oculto tras las apariencias de tantas historias distintas, se estuviera repitiendo. Porque aunque fuera cierto que "yo" no había sido esas personas, por diversas razones (ancestrales y /o ambientales) sí era verdad que sus memorias me habían afectado en gran medida, contribuyendo a mi actual modo de ser o pensar. Algunasme habían influído durante mucho tiempo, otras por una breve temporada, pero todas lo habían hecho. Con lo cual en parte sí era acertado decir que yo era "un poco" parecida a esas otras personas. Y por eso resultaba crucial averiguar qué tenían en común todas esas vidas, si es que existía un elemento común, porque eso me daría aún más pistas acerca de lo que existía dentro de mí, en mi esencia, más allá de las apariencias.

Anubis se encargó de confirmar que las cosas no eran tan aleatorias o casuales en el acto de "recordar" otras vidas, ya que, según él, existe un mecanismo de resonancia o afinidad en la energía que explica por qué alguien recuerda ciertas memorias, y no otras; o por qué se recuerda una vida en un momento dado, y otro tipo de memorias emergen en otra etapa vital, etc. Por poner un ejemplo cutre: muchas personas pueden conectar con la memoria de Nefertiti. Eso no quiere decir que ninguna de ellas lo haya sido, o que alguien sea "la verdadera Nefertiti reencarnada" y otras personas unas usurpadoras o fantasiosas. Lo que quiere decir es, lisa y llanamente, que en determinado momento de una vida, y por x razones, alguien puede conectarse con un "pack" de energía relacionado con Nefertiti (y ni siquiera con todo el pack) y empezar a revivir episodios de sus vivencias, todo porque eso resuena con algún elemento de su vida presente. Lo que sucede es que, como es habitual con las cuestiones del alma, el cómo resuenan qué elementos con otros, y sobretodo el porqué, no suele ser siempre bien entendido... No estamos acostumbrados a lidiar con el lenguaje del alma y generalmente lo malinterpretamos.

Así que hice mi lista de "vidas" basándome en las generalidades argumentales, y me salieron tres grupos temáticos, agrupados de mayor a menor repetición según este esquema:
- Vidas relacionadas con la maternidad, la figura de la madre, de la partera, de la cuidadora o protectora, de la "traedora de niños", etc., tanto a nivel individual (haber sido madre) como trabajando para un colectivo (haber ayudado a otras a ser madres).
- Vidas relacionadas con ejercer algún tipo de trabajo/poder espiritual/energético (sacerdotisa, sanadora, muertera, chamana, bruja, maga, etc)
- Vidas no humanas asociadas al cuidado de la tierra o la naturaleza y sus seres, algunas de ellas con un rol maternal, pero no todas.
- Vidas asociadas con vivencias guerreras y destrucciones varias.
- Infancias truncadas.
- Vidas relacionadas con la manipulación o utilización, por parte de otros seres poderosos, de la energía vital humana, (la energía sexual, la energía mental, la energía física, etc)
- Vidas con recuerdos fugaces o poco relevantes, variadas pero sin un común denominador argumental. (Las considero "vidas anecdóticas" sin más)

No parecía haber un común denominador en esta lista, salvo uno: casi todas las vidas recordadas terminaban en tragedia. Casi todas esas historias revividas (exceptuando el grupo de memorias "anecdóticas" y de escasa influencia en mi vida) tenían que ver con algo que terminaba: desde una era, hasta una familia, una tribu o simplemente una vida. ¿Es que no sabía recordar otra cosa salvo finales? Además, si me ponía a observarlo con más detenimiento, me daba cuenta de que predominaba, tanto en intensidad como en repetición, el asunto de los "finales de era", o de época histórica, seguidos de los finales de tribus, sociedades o grupos, y sólo un muy pequeño número de memorias se correspondían con una muerte de personas individuales en momentos "no decisivos". Era realmente curioso. ¿Se debería a que solemos recordar sólo lo traumático, y es más doloroso morirse viendo y sabiendo que también se acaba tu mundo, que morirse sin más? ¿O esas memorias apocalípticas venían a mí porque estábamos en el umbral de un gigantesco cambio de era?

Las dos respuestas son verdaderas. Por razones obvias, es más fácil ir, en regresión, a lo traumático, ya que El Ser (con mayúsculas) pugna por sanar lo que sigue herido, y por comprender e integrar lo que sigue incomprendido y en estado sombrío. De ahí que, en un proceso terapéutico, sea típica la emergencia de grandes dramas sin resolver. Pero...pero además es cierto que estamos ante un gigantesco cambio de era, y que, como algo en mí ha sabido o notado esto desde hace mucho tiempo, de algún modo me he convertido en "portadora" o heredera de ciertas memorias asociadas con finales históricos.

La única acción posible que, por consiguiente, se me ocurría realizar con esta "carga" de memorias, era sacarle el mejor partido posible: sanar el trauma (en las sesiones de terapia esto ya se había empezado a realizar) y...tomar nota de las moralejas, si es que las había, para no repetir antiguos y fatales errores.

(A la derecha, ángeles destructores...Otros "habituales" en algunas de mis comunicaciones)

-Tu esencia es Doña Experta en Finales - me dijo Anubis un día, bromeando- por eso será mejor que te vayas haciendo a la idea de que no has venido a alargar vidas contra todo pronóstico, sino a ayudar a morir lo que va a morir. ¿O te creías que mi presencia a tu lado es para hacer bonito?
- Pero a veces, dialogando con la muerte, se puede lograr un alargamiento vital interesante y útil -repliqué yo- A lo mejor puedo utilizar mi amistad contigo en ese sentido, je je.
- Muy aguda, pero ni yo soy "La" Muerte, ni aunque lograras eso podrías alargar indefinidamente la vida. Yo ayudo en los tránsitos. Tampoco Miguel se caracteriza por ser un prolongador de vidas. Es otro implicado en Tránsitos y Juicios del alma, y eso, querida, es un tipo de muerte sí o sí.
- Ok, de acuerdo. Supongo que es así, pero entonces ¿qué hay de todas esas vidas asociadas al parterismo, los nacimientos, la maternidad...?
- El nacer y el morir son dos caras de lo mismo, algo indivisible. A "la" muerte le encanta que nazca gente, adivina por qué.
- Ahora te pones sarcástico.
- Noooo (tono de broma) Pero fíjate, es imposible morir sin nacer, y es imposible nacer sin morir. ¿Cómo va a estar separada la maternidad de la muerte?
- Pues no sé, pero si hubiera una manera de no morir físicamente, no tendría porqué relacionarse ser madre con la muerte.
- Qué ilusa. ¿No ves que cada niño que nace está muriendo, en el mismo momento de ser parido, a la vida previa que estaba experimentando, por ejemplo la intrauterina? ¿No ves que cada nacimiento vital implica un final? No se nace sin haber acabado algo, previamente.
- Visto así...

En fin, esta clase de conversaciones me han ido rompiendo muchos esquemas. La verdad es que me gustaría decir que también soy experta en Inicios, o en Nacimientos, pero para ser honesta, lo que he recordado han sido siempre los finales dramáticos. Los apocalipsis. No he recordado ni una sola memoria de "vida pasada" en la que haya visto cómo empezó algo después del desastre, no hay ni un solo "The End" en mi pack de regresiones en el que hubiera alusiones a esa "vida nueva que se abre paso tras la catástrofe". Me he quedado siempre en la tragedia, en el fin, en la debacle, supongo que porque hablo de traumas sin sanar (Seguramente, otras personas murieron en esas mismas circunstancias, pero lo hicieron en paz y sintiendo que la vida "seguía") Obviamente, el mundo siguió rodando después de "mis" muertes y surgieron nuevos inicios, pero puede que eso sea un "pack" de energía con el que "yo" conecte posteriormente. ¡Eso espero...!

Por ponerme híper extrema, pondré un ejemplo: en una ocasión conecté con el trauma de animales prehistóricos extintos. Por supuesto, de la Tierra brotó vida nueva tras su desaparición masiva, pero estamos hablando de un nuevo inicio que tuvo lugar tan lentamente, y se necesitaron tantos milenios para la "recuperación" del medio, que lógicamente era difícil morirse en esas circunstancias sintiendo algo así como "no pasa nada, brotan flores nuevas mientras estiro la pata". Porque eso no era lo que esos seres estaban viendo, no sé si me explico. Hoy puedo pensar en estos términos porque he adquirido mucho conocimiento acerca de los ciclos, y puedo incluso aludir a los rostros destructivos y creadores de la divinidad o la vida sagrada (que danza destruyéndolo todo en plan Shiva, creándolo todo en plan Brahma, o preservándolo en plan Visnú; y sus homólogas femeninas) Pero vamos, no todo el mundo puede pensar así. Fácilmente caemos en la incertidumbre y el miedo e, incluso aunque "sepamos" de memoria aprendida los ciclos de muerte/nacimiento, siempre cuesta mucho ver morir aquello a lo que amas: tu mundo, tu gente, tus hijos, lo que sea que forme parte de tí.

Doña Experta en Finales se pregunta a veces si está aquí por alguna razón, o mi presencia sólo es casual. Obviamente es tentador pensar que existe una intencionalidad oculta en mi nacimiento, pero si lo viera como una especie de vocación o destino especial y único, individual,  caería en una ilusión de mi "yo". En la naturaleza surgen toda clase de seres con diversas funciones y especialidades, pero éstas se agrupan por ecosistemas, colectivos, especies...¿Cómo iba a ser "yo" "LA" Experta en Finales? Sería como si un buitre pensara de sí mismo que es "el" carroñero que salvará al mundo de la peste de lo podrido, porque se lo come (Perdón por la alusión carroñera y anubísica, un chiste que no he podido evitar) O como si una flor pensara que ella es "la que florece" y ayuda al mundo a ser feliz.

En realidad...en realidad somos más "genéricos" de lo que creemos, esa es la cuestión. Y si se avecina un enorme final, entonces sucederá como en la naturaleza: proliferarán los "finiquitadores" como las setas cuando llueve. Porque es lo que toca, ni más ni menos.






martes, 15 de octubre de 2013

"Cien" vidas pasadas y Anubis dando su opinión. (¿Quién soy?-3)


Años después de aquella regresión espontánea - y aislada- que viví mientras dormía, empecé a vivir toda clase de regresiones durante un proceso de terapia donde no se buscaba recordar "vidas pasadas" pero fue lo que empezó a sucederme sin querer. Durante meses realizamos sesiones terapéuticas semanales, y prácticamente en todas viví una regresión diferente. Después, empecé a "regresar" (¿o "regresionar"?) de manera espontánea, sin necesidad siquiera de estar en sesión terapéutica, relajada ni dormida. Sencillamente, me sucedía en cualquier momento y lugar, siempre que algo en esta vida detonara un recuerdo de "otra".

Llegué a vivir varias microrregresiones encadenadas en un mismo día. A lo mejor me detenía a "sentir" una sensación corporal, ésta me llevaba a unos recuerdos, y éstos, a su vez, me llevaban a otros y a otros, y así sucesivamente. Tomé muchas notas en aquel tiempo, pero nunca fueron exhaustivas y, además, un día me cansé de anotar tantas historias. Perdí la cuenta. 

En definitiva, no he llegado a contabilizar nunca las supuestas vidas pasadas que llegué a recordar, pero fueron muchas, muchísimas. He llegado a pensar que al menos fueron cien, teniendo en cuenta que la etapa en la que "regresaba" de manera espontánea fue bastante larga (unos dos años, luego terminó) y que además llegué a recordar diferentes vidas referidas a una misma época de la Historia (como por ejemplo en el Antiguo Egipto, del cual tenía al menos 4 memorias diferentes, o como con los indígenas de Norteamérica, con los cuales recordaba haber vivido dos vidas mínimo)

Muchas de estas regresiones me marcaron mucho en su día, otras no tanto. Fuera como fuera, todas surgían como "la causa" o la explicación de algunos de mis padecimientos o malestares físicos de ese momento, y todas eran, sin excepción, regresiones traumáticas. Por eso, mi terapeuta, al principio, estaba asustada. Temía que tanto dolor y tanta tragedia me hundiera en la desesperación, máximo teniendo en cuenta que la moraleja que se podía extraer de todos y cada uno de aquellos dramas era inquietante. 

No parecía albergar, mi cuerpo, ni un destello de buenos recuerdos o ni siquiera de esperanza pues, aunque hubo regresiones que mostraron momentos bellos e idílicos de la historia, invariablemente se truncaban y acababan convertidos en una pesadilla con final espantoso. ¿Acaso no era capaz de recordar otra cosa que no fueran cataclismos, muertes, finales, desastres, horrores o fracasos? Sin embargo, y contrariamente a lo que ella temía, recordar tantos horrores me sanaba. ¡Me encontraba cada día mejor, y al cabo de los meses me sentía pletórica!

Algunas de esas regresiones trajeron aparejado un especial sentimiento de identidad que se iba abriendo camino en mí. No estaba segura de haber sido -literalmente- aquella sacerdotisa egipcia, aquella chamana indígena o aquella niña sanadora francesa (por ejemplo), pero... pero era capaz de recordar cómo era "ser ellas", era capaz de sentirme siendo "eso" y, por lo tanto -eso era fascinante- era capaz de acceder a parte de su conocimiento. Aún no sabía cómo expresarlo, cómo "tomarlo" en mis manos, pero lo notaba rebullendo en mi interior, pugnando por ser visto por mí, entendido, captado y quién sabe si utilizado de nuevo. Tal vez por eso cada vez me sentía más fuerte, más poderosa, más capaz.

¡Qué paradoja! Comparando mi vida con aquellas regresiones, yo no había tenido "grandes problemas", pero me había estado sintiendo una mierda. Sin embargo, ahora que había experimentado internamente lo que era acabar cien vidas en trágicas circunstancias, ¡me sentía mucho mejor!
Visto desde mi perspectiva de hoy, creo que aquello de "recordar" otras vidas tal vez me ayudó porque algunas de estas memorias traían aparejado un conocimiento fascinante de la vida. Y recordar otros modos de ser me dio la certeza de que había "mucho mundo ahí fuera", al alcance de mis manos, y que yo podía ser de otras maneras. En definitiva, dejé de sentirme atrapada en mi cárcel mental, y tal vez eso fue lo que me capacitó para cambiar mi vida poco a poco, pero esta vez desde dentro hacia afuera.

Por lo demás, ¿qué hacía con tantos recuerdos? Algunos los dejaba marchar, pero otros, lo admito, se quedaron conmigo durante un tiempo de manera muy intensa. Algunas vidas las sentía demasiado "mías" como para dejarlas pasar así como así. Los recuerdos habían sido demasiado vívidos, largos y detallados. Habían energido de mí con dolores y tensiones que abarcaban al cuerpo entero, y muchas -muchísimas- lágrimas, pero también con la sensación vertiginiosa de estar recordando algo de gran importancia, eventos que - al menos que yo supiera- nadie en la humanidad actual conocía, o perspectivas de la historia completamente opuestas a las que se dan por sentadas. 

Las voces, sensaciones y conocimientos de aquellas mujeres brotaban de mis células con una fuerza sobrecogedora pero además, una vez terminada la regresión, era como si se quedaran conmigo, flotando en mi ser, permitiéndome ver el mundo a través de sus ojos, desde su personalísima perspectiva (¡tan diferente de la mía!)

                             
(A la derecha, imagen de Gilbert Williams)

Así, durante un tiempo viví la "identidad egipcia" (antigua) junto a la mía, y llegué a pensarme como "una antigua sacerdotisa egipcia reencarnada". Más adelante, sin embargo, emergió con una fuerza brutal una anciana india de Norteamérica con una relación especial con los niños (nacimientos, encarnaciones) y entonces volví a sentirme "una india reencarnada". Pasó el tiempo, y entonces me pareció haber sido una desafortunada e imprudente maga europea que se metió en líos terriblemente oscuros, y durante un tiempo mi identidad se vio influída por la suya. Y así con todo, podría seguir repasando vida por vida para descubrir que la cantidad de identidades que he experimentado sería enorme.

Al final, tal y como me sucedió con la búsqueda de "mi gente", me sucedió con los recuerdos de vidas pasadas: hubo un día en el que ya no podía sentirme siendo esto o aquello, porque me era imposible elegir o preferir a una "identidad" por encima de las demás (ni siquiera a mi identidad actual) Con el tiempo, empecé a vivir las regresiones espontáneas sin intentar apropiarme de las identidades o historias, simplemente dejándolo salir todo y comprendiendo lo que hubiera para comprender ahí. (Porque, eso sí, cada regresión traía su lección)

El crack definitivo de mi ilusión de identificarme con alguno de aquellas "yoes" antiguas sucedió cuando recordé haber sido dos mujeres distintas en la misma época: la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas, judía y embarazada, murió en un campo de concentración en medio de espantosos horrores. La otra, una niña, quedó huérfana en la guerra civil española y murió poco después. Oh, oh, ¿dos regresiones para una misma época? Tenemos un problema. 

Era obvio que yo no podía haber sido al mismo tiempo una joven judía que vive en un país de Europa y una niña española, pues aún considerando la idea de que el espíritu de la niña muerta se "reencarnara" enseguida en otro país, no había sufientes años de tiempo entre una vida y otra, ambas se solapaban. Más tarde, aún recordé otra vida: la de una joven americana (EEUU) de "familia bien" que sufrió un encierro a la fuerza en un sanatorio mental para ocultar un embarazo no deseado y el subsiguiente trauma del aborto que le practicaron sin darle elección, allá por los años 50. Pues bien: tampoco era posible haber sido esa joven y la madre judía, ya que la muerte de la madre en los campos de concentración (años 40) se solapaba con el crecimiento de la joven americana (si fue internada en los 50', en los 40 era una niña)
Entonces ¿cuál era la explicación? La verdad era que la memoria que más me marcó (y que, de hecho, se convirtió en parte de mi "sensación de identidad") fue la de la madre judía, pero a pesar de todo yo había recordado también las otras dos vidas o experiencias. Podía pensar que sólo una de ellas (la de la madre judía) fuera "mía", pero entonces eso significaba que de todos modos era posible recordar vidas que no eran propias. Vidas de muertos, ni más ni menos. 

Y esta perspectiva lo cambiaba todo, claro. Porque si podíamos recordar vidas ajenas, ¿Cuántos de mis recuerdos de "otras vidas" eran míos? ¿Y si me estaba identificando -y dejando influir por- memorias que no eran "mías"? ¿QUIÉN ERA YO? Oh, oh, la vieja pregunta volvía a emerger otra vez. Las regresiones, lejos de darme una respuesta, habían ampliado o modificado la perspectiva desde la cual surgía la pregunta.

Durante años había "regresionado" tanto, que había llegado a recordar vidas de una era pre-histórica y mítica. Me había sentido recordando "a Eva", es decir, llegando hasta el último origen de lo que llamamos humanidad, y aún más allá. (Incluso había llegado a tener algún recuerdo de supuestas o posibles vidas futuras, un tema que ya implica rizar el rizo, y del que hablaré tal vez otro día) 

Siguiendo la pauta descrita en los libros de moda acerca de la reencarnación, me había hecho la ilusión de que era posible rememorar la "historia de mi alma" en plan relato lineal, saltando de vida en vida, todo para descubrir ahora que tal vez muchas de esas memorias no eran mías. O mejor dicho, que tal vez ninguna de ellas lo era, porque si admitía la posibilidad de que una regresión me había llevado a sentir y recordar la vida de otra persona muerta hacía tiempo, ¿qué impedía que todo cuanto había experimentado fuera "ajeno"? 

(Mario Vázquez)

¿Y si me había pasado AÑOS recordando vidas de MUERTOS...? ¿Y si por eso sacar afuera todas esas emociones y pesos me había sanado, porque eran cosas muertas de muertos, y descargarme me dejaba "como nueva", literalmente? 

Ironías de la vida, fue mi capacidad de dialogar con la energía/consciencia a la que llamo Anubis, algo "adquirido" en parte tras haber recordado varias vidas egipcias (especialmente una), lo que vino a rescatarme en mi crisis de identidad. No deja de ser graciosa la mezcla que concurre en todas las cosas, y lo muy bien que podemos aprovechar cualquier experiencia, sacándole el máximo partido, al margen de lo que creamos sobre ella. Yo tenía dudas (y muy serias) acerca de la verdad de la reencarnación, y de hecho en cierto modo las sigo teniendo, pero...pero precisamente gracias a las regresiones aprendí a dialogar con "algo" llamado Anubis, quien tenía una perspectiva sumamente interesante sobre todas estas cuestiones.

Sin reprenderme por mi escepticismo, (de hecho, más bien muy contento por el mismo) el tremendo e inclasificable Anubis se encargó de abrir un poco más mi jaula mental, al sugerirme que, efectivamente, no sólo era perfectamente posible recordar vidas de otras personas...¡Sino que incluso podías recordar la vida de una persona que aún estuviera viva! De hecho, yo lo había hecho muchas veces, sin darme cuenta de ello, al "sentir" en mi ser las emociones, pensamientos y ecos que otras personas tenían respecto a algunos temas, o por ejemplo al realizar sesiones de terapia para ellos y acceder a recuerdos de sus vidas asociados a sus problemas actuales.

"¿Registros akashicos?"-se rió Anubis, respondiendo a una de mis preguntas sobre el acceso a conocimientos o hechos antiguos- "¡Cómo os gusta ponerle nombres sofisticados a todo y convertirlo en algo misterioso y elitista! ¡Es tan simple como que podéis entrar -y de hecho a menudo lo hacéis, sólo que sin saberlo- en la dimensión donde todos estais unidos! 

"Además, esto no es una capacidad exclusiva de unas pocas personas, sino algo que todas pueden experimentar en algún momento de sus vidas, y en general casi continuamente, solo que no sois conscientes de eso, ni sabéis cómo procesarlo cuando os sucede, y entonces las cosas se viven medio mal o con dosis de error de interpretación. Registros Akáshicos, ja, ja, ja (Y se seguía riendo de esa expresión)"

Así que según él, la cosa es más simple de lo que parece: en cierto nivel del ser todos estamos unidos, y por eso, al menos en la energía, lo compartimos todo. Los cuerpos son, digamos, más independientes, pero la energía va y viene de unos a otros y nos comunica constantemente. Lo hacemos sin palabras, sencillamente nos sentimos. En esa dimensión, lo que vive el otro nos afecta como si lo viviéramos en carne propia, y es entonces que podemos sentir con certeza que "somos él, o ella". (¡Justo lo que yo experimenté en aquella primera experiencia, en la cual me sentí siendo dos personas a la vez, yo y la mujer india agonizante que cantaba...!)

Claro que eso sólo se vive en determinado nivel del ser, y como es un nivel al que normalmente (por educación recibida) no sabemos accedor y cuando lo hacemos, no le prestamos atención, o lo interpretamos sin saber, nos confundimos mucho. Lo interpretamos todo mal, muy mal. Según la perspectiva de Anubis, la identificación con personalidades o "yoes" de otras vidas es normal (natural, digamos) al principio, cuando eres novato, pero no es recomendable alentarla, sino que lo ideal es trascender estas fijaciones porque, en realidad... no somos "eso".

Es más, desde los ojos de Anubis, es una pena fijarse sólo en lo muerto del pasado y otorgarle mayor importancia que a lo que somos y vivimos ahora. Dar tanto poder a los muertos, construirles mausoleos (internos o externos) es una práctica habitual en toda sociedad suficientemente desconectada del Espíritu Vivo como para tener mucho miedo al presente y sus incertidumbres. Se prefiere lo muerto porque parece una garantía, y porque, de hecho, en muchos casos el viejo conocimiento es eficaz. Pero no habría que confundir la recuperación o herencia de un conocimiento ancestral esencial y profundo, con la fijación por las personalidades muertas, querer repetir los estilos de vida en su parte exclusivamente formal, etc.

Por esa razón, Anubis aprobaba que yo "recogiera" de los muertos un legado, una herencia de conocimientos y lecciones esenciales, pero nunca me animó a identificarme con ninguna de aquellas personas que yo había recordado ser en el pasado. Por el contrario, lo mejor para ellas era ayudarlas a morir, a transitar. Y lo mejor para mí era centrarme en esta vida y seguir observando con los ojos del alma la gran pregunta: ¿Quién soy yo?

A esta pregunta, al final, se le cayó un poco el "yo", porque me di cuenta de que no se podía "ser" un "yo" de manera fija. El "yo" "iba siendo", cambiando, transitando, naciendo y muriendo, desapareciendo. Hoy soy un "yo", hace tiempo fui otro "yo", dentro de diez años, si sigo viva, seré otro "yo"...¿Quién soy, entonces? O incluso: ¿Qué soy? 

Ser capaz de preguntarse QUÉ es uno mismo ya es un gran cambio de perspectiva, e implica ser capaz de replanteárselo todo.



lunes, 14 de octubre de 2013

¿Quién soy yo?- 2

(Arriba, ilustración de Francene Hart)

Después de aquella extraña experiencia de haber "sido" simultáneamente dos personas a la vez, lo natural era acercarme a la idea de la reencarnación, y de hecho lo hice.  Me compré lo habitual en esa época: libros de Brian Weiss. Los leí, soñé, fantaseé y también reflexioné. 

Como la verdad descrita en esas páginas es maravillosa, me resultaba fascinante la posibilidad de que yo hubiera "recordado" otra vida. Sin embargo, no acababa de estar segura de haber vivido exactamente una regresión, ya que no encontré en ninguna parte, ninguna experiencia como la mía. Las regresiones descritas en esos libros hablaban de que uno "recordaba" o "revivía" cosas en estado de relajación o trance hipnótico, pero a mí me había sucedido algo muy peculiar: mis sentidos físicos habían literalmente oído afuera la voz de una mujer india cantando un lamento tristísimo. Y esto yo lo había escuchado de manera muy vívida y como si la voz estuviera fuera de mí, mientras mi consciencia permanecía en mi cuerpo real, mi cuerpo presente. De hecho, tardé un rato en "sentir" que la voz de aquella india que yo escuchaba de manera tan nítida era mi propia voz, pero al mismo tiempo, ese descubrimiento me dejó completamente descolocada, porque yo seguía sintiendo mi cuerpo en la cama, y notaba perfectamente que "yo" no estaba cantando.

En otras palabras, mi consciencia había percibido dos vidas a la vez, una pasada y una presente, fundiéndose en un único instante. No era como cuando "recuerdas" dentro de tí algo, o escuchar una voz interior. Eso hubiera sido un fenómeno ya descrito en la literatura de género. Pero...¿Escuchar con los oídos físicos otra voz que luego resulta ser la propia, y al mismo tiempo es la voz de "otra vida", casi como si yo hubiera estado en dos lugares y tiempos físicos a la vez? Eso era muy extraño, la verdad, y no sabía cómo encajarlo ni explicarlo. 

Al final opté por relegar en un segundo plano aquella experiencia, esperando entenderla con el tiempo, y descarté también todo el asunto de la reencarnación. Resultaba tentador intentar indagar qué vidas había vivido yo, si es que lo de reencarnarse era posible, pero no tenía ni idea de cómo lograrlo (no conocía a ningún "regresionador" en aquel entonces, año 2000 más o menos, pues en esa época no había la difusión actual de estos temas, gracias a la cual encuentras terapeutas regresivos a punta pala) 

Tampoco quería obsesionarme con ese tema, ni presionar a mis sueños en esa dirección, puesto que sabía por experiencia que, cuanto más libre dejara el espacio onírico, mejores eran mis sueños. Intentar ponerles bridas me sumergía en la grisez, y acababa dándome cuenta de que malamente podía mi "yo" saber qué dirección onírica era la mejor para mí. Los mejores resultados los obtenía entregándome antes de dormir en brazos del "Gran Espíritu" o "Espíritu Viviente", como yo lo llamaba (no sé ni recuerdo de dónde saqué esa expresión) y eso seguí haciendo.

No obstante, y sin hacer nada por lograrlo, volví a tener varios sueños con indígenas de Norteamérica en los cuales yo sentía que ellos eran "mi gente", y en los que experimenté catarsis emocionales y energéticas tremendamente sanadoras. Por eso llegué a plantearme, con el tiempo, la idea de viajar literalmente a Norteamérica para buscar a "mi gente", pero la empresa se me antojaba enorme ¿Por dónde empezar a buscar a "los míos"? ¡Como si América fuera pequeña! Y no sólo eso: dado que soñaba, también, con indígenas de otras zonas del planeta, y tenía de vez en cuando otros sueños en los que sentía que "mi gente" no eran indios, sino otros, al final me quedé completamente confusa respecto a la dirección de mi posible viaje.

¿Cuál era "mi gente" de verdad? ¿Debía viajar a Africa, tras las huellas de aquellos misteriosos grupos de mujeres silenciosas -y vestidas de flores- que me miraban de manera cómplice porque yo era de las suyas? ¿O era mejor que fuera a reunirme con los indios de México, que también se hacían presentes en mis sueños cíclicamente? ¿Y qué decir de mis recurrentes, intensos y especialísimos sueños con indígenas de Brasil? Pero no, espera, porque en sueños me había visto perfectamente integrada con los afrocaribeños de Haití. Ahora que, pensándolo bien, ¿cómo podía haber olvidado que en realidad yo pertenecía a una zona que había en algún lugar entre Siberia y Mongolia? ¡Lo había experimentado así en sueños más de una vez! ¡Yo era de allí! Pero ¡ay, un momento! Acababa de olvidar que, en uno de los sueños más impactantes que había tenido, yo formaba parte de un grupo de mujeres españolas que, en el norte de mi país, se reunían en círculo, en grandes prados y bajo la lluvia, para hacerle ofrendas florales a "Ella", una cosa o energía que yo todavía no entendía qué podía ser... Pero espera, porque en otro sueño...

¿Se entiende adónde quiero ir a parar? Yo no podía buscar a "mi gente" en ninguna parte, porque la respuesta escapaba a mi lógica. No sabía cuál era mi dirección "verdadera" ¡porque había muchas direcciones válidas, incluyendo una que me dirigía a mi propio país! Y si tenía tantas posibles tribus repartidas por todo el mundo (conste que he resumido), entonces seguía sin poder responder a la pregunta "¿Quién soy yo?", ya que, tal y como acertadamente la ciencia ha descubierto recientemente, nuestro "yo", nuestro sentido de identidad, no es algo fijo, sino que se construye gracias y a través de nuestras relaciones sociales. No hay nada como un "yo" totalmente independiente y aislado del entorno, por la sencilla razón de que nuestro cerebro nace "a medias" y no solo se desarrolla gracias a los vínculos con las personas del entorno, sino que queda totalmente marcado por los mismos.

Sí: lo que entendemos vulgarmente por ser humano es una construcción social. Se sabe, por los pocos y casi milagrosos casos de niños que han crecido en la naturaleza salvaje, adoptados por otros animales y sin ningún contacto con el ser humano, que lo que llamamos "yo humano" no se desarrolla sin relaciones humanas. Esos niños tienen, por supuesto un carácter y un espíritu, pero no tienen un "yo" como lo que nosotros entendemos por "yo humano", puesto que se identifican con el bosque o la selva, y se sienten animales parte de manadas de animales. No piensan en sí mismos como seres humanos. 

Con lo cual, nuestra sensación de "ser" esto o aquello no es, como muchos pensarían, algo que elijamos libremente, como quien elige ropa en un catálogo, sino que surge como el producto de todo lo que experimentamos en nuestra vida, y especialmente de nuestras relaciones afectivas más importantes. Se siente indio quien ha sido criado por indios y además siente afecto-apego hacia ellos, no hay vuelta de hoja, porque la sensación interna de identidad se forma gracias a las relaciones que tienen más peso emocional (no solo "intelectual") en nuestra vida.

Y claro, yo reflexionaba sobre estas verdades -y lo sigo haciendo- y me preguntaba: ¿Y entonces, cómo es posible que, aunque sí me siento española en cierto nivel del ser, también me siento de tantas otras partes a la vez, integrante de tribus con las que jamás he tenido relación directa, y de las que ni siquiera conozco el nombre? ¡Qué misterio! ¿Por qué en aquel sueño "bilocante", la respuesta a la pregunta "quién soy" había sido conectarme con la parte más trágica de las tribus indígenas de Norteamérica? ¿No debería haber sentido, directamente, que soy una nativa de suelo ibérico? ¿Qué tenían los indios que no tenía mi país, o mis compatriotas? Era para pensárselo. 

Abandoné la idea de viajar a América o a ningún otro país, pero ante mi incapacidad para definir mi identidad, también dejé de darle vueltas a aquel asunto. Y entonces fue cuando, de manera sutil y, siempre a través de los sueños, se empezó a formar una idea en mi mente: tal vez yo era una de esas "personas puente" de las que hablaban las tradiciones nativas de tantas partes del mundo. Tal vez mi identidad estaba, precisamente, en el medio de todos y en ninguna parte en concreto, porque mi esencia espiritual consistía en ser como el centro de una estrella en el cual toda la humanidad pudiera ser acogida y entendida, sintiéndose "como en casa". Una estrella con una misión: ser puente de luz/consciencia, a través de múltiples rayos, de unos seres hacia otros. 

Tal vez fuí india en alguna ocasión, ¿quién sabía?, y eso suponía una marca muy fuerte en mi ser, pero hoy había nacido en España, justo en el país del cual surgió la Conquista. ¿No era curioso? ¿Y no podía tener, aquello, un sentido profundo, como por ejemplo entender desde dentro la génesis del "mal" que asoló las tierras de América (la codicia, la rigidez dogmática, etc)? ¿Y si resultaba que había nacido donde había nacido para ayudar a sanar las heridas resultantes de aquella tragedia, o incluso...para ayudar a los nativos de mi país a sanar sus propias cegueras? Tal vez yo ni siquiera era la única viviendo algo así. ¡A lo mejor existían cientos, miles de personas que, como yo, eran "indias" por dentro y vivían en suelo imperial o civilizado, y la cosa tenía un sentido oculto, un significado...

("Maat" de Josephine Wall)

Han pasado los años, y esa idea ha ido evolucionando en mi interior, tomando forma en ciertas direcciones, aunque ha cambiado mucho en otras. Pero la meditación acerca de qué o quiénes son Anubis y Miguel, mis guías principales, o incluso a qué representan, me condujo a una confirmación de mi esencia y vocación espiritual: Mi lugar está en el eje de la balanza. 

Soy, de hecho, como ese eje que constantemente une a diferentes platillos en los cuales se sopesan y se miden cosas para obtener una comprensión, un juicio correcto. A menudo me identifico con uno de los lados, y entonces creo ser él; luego me identifico con el otro, y me siento siendo ello. 

Error, siempre error, porque no soy eso. Soy "la que observa", soy "la que escucha". Soy, ya últimamente y precisamente por eso, "la que escribe". Porque tal vez no soy más que una escriba de la vida. No invento nada, no hago novelas, ni improviso guiones. Me limito a retransmitir lo que "veo", lo que "oigo", lo que "siento". 

Y, como soy eje de balanza, persona-puente, y mujer-estrella, veo, oigo y siento muuuuchas cosas distintas, procedentes de diferentes direcciones, y de ahí la riqueza y profusión de mis escritos. Son lo que son porque dejé de querer ser "esto o aquello". "Oigo" lo que oigo porque dejé de preferir, de censurar, de tapar la boca a las "voces", sensaciones o visiones que no encajaban con mi sensación primaria de identidad. 

Y por eso, aunque alguna vez llevé colgantes con formas étnicas, o cruces egipcias, o decoré mi habitación con imágenes de indígenas, o de dioses, o de ángeles, hoy deliberadamente ya no llevo nada, ni decoro mi casa con nada que recuerde a ninguna tradición, ninguna tribu, ningún lugar específico. Tampoco me visto conforme a una moda, un estilo o una personalidad. Llevo ropa de segunda mano que me regalan, y si tengo que comprarme algo, compro algo asequible a mi bolsillo y que me sirva, así que muchas veces ni siquiera elijo. No tengo "estilo". Lo tuve hace tiempo, ahora mi estilo es "sin estilo". 

Me desdibujo, me deshago, me vuelvo una con mi entorno, cada vez me parezco más a las mujeres mayores de los pueblos donde vivo, perfectas anónimas. Me importo cada vez menos, me convierto en parte del paisaje sin poderlo evitar, pero tampoco sin quererlo evitar. Y cuando miro atrás, me sorprende ver lo distinta que soy ahora de lo que fui antes, tanto físicamente como internamente. Y, aunque a veces aún echo algunas cosas de menos, en general casi siempre me alegro. Porque en el fondo, este acto de desdibujarme lo vivo como un alivio, una liberación.

Y entonces pienso que, al margen de las posibles vidas en otros siglos, existe la reencarnación sin duda: yo la he vivido. Con un mismo cuerpo he sido otras "yoes" y todas han muerto. Y seguramente la "yo" que soy ahora morirá también y otra ocupará este mismo cuerpo que cada vez está más viejo. Pero ya no me importa dejar de ser "yo", porque no soy un yo. Soy, en verdad, otra cosa indefinible que queda cuando lo demás se esfuma. Un hálito de vida tal vez, un soplo que simplemente siente y observa...y que ni siquiera procede de sí mismo, eso es lo más fuerte, lo más impactante, lo más anonadante. 
Uf.

















domingo, 13 de octubre de 2013

¿Quién soy "yo"?



(Arriba, pintura de Howard Terpning)

Los indios de Norteamérica también han jugado un papel crucial en mis reflexiones acerca de la identidad. "¿Quién soy yo?" es la gran pregunta que muchas personas se hacen, y yo no he sido distinta a los demás. Sin embargo, la respuesta no es tan sencilla...

Durante años soñé con los indios, especialmente con los de Norte América, mucho tiempo antes de siquiera imaginar que el chamanismo y yo tuviéramos nada que ver, y desde mucho antes que estuviera interesada por cuestiones, digamos “de la energía” o temas llamados "espirituales". Lo único que yo buscaba en aquella época eran respuestas, ayuda, guía interior para mejorar mi vida y enderezarla, y por eso observaba mis sueños. Intentaba encontrar en el mundo onírico pistas psicológicas para ayudarme. Sentía que mi vida era errónea, discordante por algún lado. Si hubiera sido música, habría dicho que mi vida emitía ruidos chirriantes y desasosegadores que me hacían daño. Sufría internamente por muchas cuestiones, pero tal vez la más extraña de todas era que, desde hacía un tiempo, tenía la persistente sensación de que necesitaba saber quién era. 

Sí, eso era muy, muy raro para mí, pero tenía que admitir la condenada y terrible sensación de que no sabía quién era "yo", y que me sentía más perdida que…que un lobo en la planta 22 de un rascacielos en medio de Manhattan, ni más ni menos. Aparentemente, tenía muy clara mi identidad, y mi vida social se construía alrededor de una imagen, de unas actividades, un círculo de relaciones…También aparentemente no tenía mayores problemas. Pero en realidad sí los tenía.

Por dentro me crecía esa extraña sensación de pérdida, de no estar dándome cuenta de algo verdaderamente importante, algo que se me escapaba. Era un misterio. Por eso empecé a leer cosas sobre los sueños y su práctica, porque sabía que, en ellos, se manifiestan aspectos escondidos del subconsciente o del ser, y eso, el universo psicológico, era lo que más se acercaba a mi idea acerca de la "identidad personal". Empecé a participar en un foro sobre sueños y, con el tiempo, empecé a lograr cierta lucidez onírica, es decir, a darme cuenta de que estaba soñando. Aunque aquello no era algo nuevo en mi vida, pues ya lo había experimentado de niña, me resultó muy valioso iniciar ese reencuentro con los sueños y volver a valorarlos.

Entonces, cuando vivía -en sueños- uno de esos momentos de lucidez, intentaba aprovecharlo para preguntar, investigar, aprender. No me interesaba verdaderamente nada más. Pronto me aficioné mucho al asunto de soñar. Tenía sueños que me parecían fascinantes, en los cuales aprendía cosas, y al mismo tiempo se me presentaban más y más enigmas, y todo me pareció tan interesante que planifiqué toda mi vida de manera que pudiera dormir adecuadamente. Hasta me organicé para dejar de trabajar algunas cortas temporadas, todo con la finalidad de poderme permitir el lujo de dormir largas siestas durante la mañana o la tarde, pues sabía -por experiencia- que en esos momentos era mucho más fácil entrar en un estado de sueño especialmente lúcido.

Además, por aquel entonces vivía sola, lo cual mejoró muchísimo la calidad de mi vida onírica. Vivía todo a mi ritmo. En mi casa todo iba acorde con mi energía, y todo estaba ordenado con la intención de que mi espacio fuera un reducto de tranquilidad, un lugar de descanso. Mi habitación estaba totalmente vacía, excepto por la cama y la mesita de noche. Las paredes estaban pintadas de blanco, todo era blanco, hasta mis sábanas. No quería distracciones, ni colores, ni estampados, ni cachivaches… Quería sumergirme en un lugar casi sagrado, limpio como un papel inmaculado, como una pantalla en blanco. Cuando llegaba la hora nocturna de acostarme, me sentía como una exploradora que va a utilizar, una noche más, una "nave espacial" onírica, mi cama, a la que llamaba "la nave del soñar". Estaba emocionada con ese nuevo campo de aprendizaje que se abría ante mí, por misterioso e indescifrable que pareciera.

En esa etapa de mi vida, y durante una de esas cortas temporadas en las que estaba en un parón laboral deliberado, una mañana en la que estaba en casa y me sentía especialmente tranquila, decidí acostarme y dormir un rato. Así por que sí. Pensé, como siempre que decidía acostarme: “A ver si sueño algo interesante”. Y nada, me zambullí en la blancura de mi “nave para soñar”. Luego me dormí, y al poco rato me "desperté" en el sueño, es decir, cobré consciencia de que estaba dormida y soñando. 

Entonces me levanté (en sueños, se entiende) y me encontré de pie frente a la pared de mi habitación. En ese instante, sin que nada pareciera motivarlo, me asaltó una emoción hondísima y vino a mí el recuerdo de una melodía india de un CD étnico (el que enlazo abajo del párrafo), titulada "Who am I?", como si estuviera flotando en el ambiente. Me encontré soñando y despierta, de pie ante la blanca pared de mi habitación, y resonaba en mí no sólo esa melodía, sino que además surgió de mi con una fuerza desgarradora, desde todo mi ser, la pregunta: ¿Quién soy? 


Soñando y lúcida a la vez, levanté los brazos hacia lo alto, me apoyé sobre la muda y vacía pared como si ésta fuera un espejo de mi propio enigma interior, y grité a todo el Universo con toda mi potencia, consciente de que Algo me oiría: ¿Quién soy?

El anhelo por saber era tan intenso en ese momento que se me saltaron las lágrimas. Sentí que no podía vivir más sin saber eso, o sin tener, siquiera, una pista, un acercamiento. Mi esfuerzo, en la energía, debió de ser enorme, porque acto seguido volví a encontrarme tumbada en la cama. Seguía dormida y lúcida, pero ya no tenía fuerzas para estar en pie. Rendida, decidí dejarme llevar por el sueño aunque perdiera la lucidez. Pero no llegué a perderla, ni a meterme en ningún sueño común, sino al contrario.

En ese momento, sentí un dolor terrible en el vientre. Fue exactamente como si algo me lo cortara de arriba abajo con un cuchillo. El “cuchillo” parecía haber tocado todas mis vísceras y me sentía como si la energía se me escapara por ahí, muriéndome. Y de repente, mi consciencia estuvo en dos lugares y tiempos a la vez. 

Perpleja y anonadada, empecé a oir la voz de mujer indígena, y era como si yo la cantara, o como si saliera de dentro de mí. Pero no lo oía como una voz interior, sino que escuchaba a la mujer india cantando como si estuviera de verdad ahí, fuera de mí, y al mismo tiempo saliendo de mí, porque yo era la que cantaba. La "yo" que conocía de mi misma no entendía nada, pero la experiencia era abrumadora por lo poderosa, por lo intensa, y no pude menos que rendirme a ella y contemplarla y escuchar la canción, expectante.

La voz cantaba y era una melodía tristísima. Es más, toda yo empecé a padecer una tristeza gigantesca, enorme, apabullante. Todo mi ser era tristeza y empecé a llorar entre convulsiones, como si la pena y el llanto salieran de mi vientre desgarrado. Realmente no podía soportar tanta pena. Yo cantaba porque toda mi gente había muerto y porque todo mi mundo se moría. Cantaba porque me estaba despidiendo de todo cuanto de bello había conocido. Cantaba porque sabía que nunca más volvería a ver a los míos, y porque sabía que mi mundo terminaba. No habría más de aquello a lo que yo amaba tantísimo. Era como estar viviendo el tremendo FIN de toda una era.

Sentir aquello fue un enigma para mí. Mi consciencia habitual, mi "yo" de aquel momento, regresaba por instantes a la sensación de estar tumbada en la cama y se decía: “Pero yo soy ésta, estoy en mi cama, esto es un sueño...”. Sin embargo, al mismo tiempo oía esa voz que salía de mi…lamentándose…Porque mi canto era un lamento, sí. También me estaba muriendo. 

De hecho, a mi alrededor estaba mi gente, muerta y tirada por el suelo, y yo estaba desangrándome por el vientre. Agonizaba, tras haber sobrevivido durante unas horas a un ataque en el que los "blancos" nos habían masacrado a centenares, y ahora me despedía. Me despedía de mis amigos y familiares, muertos a mi alrededor, de la Tierra que amaba, de los árboles, de la hierba, de todo. Y no podía soportar tanta pena. Pero la cantaba. Me iba cantando… Mi espíritu escapaba de mi cuerpo a través del lamento cantado de mi voz.

En el mismo instante en que cesó el dolor de mi vientre, el canto se apagó. Se esfumó la visión. Tal vez acababa de morirme en ese otro tiempo, en ese otro espacio... Entonces me desperté aturdida por mis propios sollozos, por la pena que me salía de dentro. Incluso despierta, no podía dejar de llorar. Y al mismo tiempo, ahora entendía mucho menos mi vida que antes. Porque había preguntado: ¿Quién soy yo? Y... ¿ésa era la respuesta? ¿Qué clase de pista onírica era aquella? 

Me quedé profundamente impactada por esta experiencia. Sin saberlo, había experimentado mi primera regresión espontánea en una época en la que ni siquiera me planteaba la existencia de la reencarnación (mi perspectiva de todo era, ya lo he dicho, casi exclusivamente psicológica) Le dí muchas vueltas a lo que me había sucedido porque realmente no sabía cómo interpretarlo, ni tenía a nadie conocido a quien consultarle al respecto.

Entonces recordé algo que me sucedió en la adolescencia, y que me había parecido tan absurdo y difícil de interpretar como lo que acababa de experimentar. Sucedió cuando estrenaron aquella película, “Bailando con lobos”. Yo había visto mil películas de indios sin haber sentido nada especial, y por eso no estaba preparada para lo que me sucedió en el cine. ¡Casi no pude soportar la visión de la película! Me moría de pena, pero, atención, no tanto por lo trágico del argumento, sino por la descabellada y loca sensación (eso me pareció, al menos) de que había un error gigantesco y garrafal en mi vida: sin duda yo había nacido en un lugar equivocado y entre la gente equivocada. Porque yo no era de aquí. De existir Dios, se tuvo que confundir conmigo. Yo era de esos paisajes, yo era de los indios. ¿Qué hacía, entonces, en Barcelona...?

                                (Arriba, pintura de  Howard Terpning)

La sensación fue tan tremenda que me sumió en un gran sufrimiento. Primero, porque pensaba que aquel sentimiento no tenía pies ni cabeza. En aquellos días ni siquiera había oído hablar de la teoría de la reencarnación. Mi educación había sido católica y tradicional, y por eso en mi mente, sencillamente, esas cosas de haber vivido otras vidas no existían. 

Segundo, porque aunque quisiera hacerlo, no podía solucionar aquel error: miles de km nos separaban a mí y a los indios y yo era, sencillamente, hija de otra tierra y de una cultura muy lejana, diferente, extraña. Tenía 19 años. Aunque me empeñara en trabajar y ahorrar para viajar a América para ver a los indios nunca sería india. Nunca me aceptarían. Siempre sería una mujer blanca, hija nada menos que del enemigo blanco y europeo. Y además, tampoco los indios de ahora viven como vivían…aunque (me decía yo) algo quedaría de cómo fueron, ¿no? Bien, la verdad es que no tenía ni idea.

¿Qué gran error cósmico se había cometido conmigo? ¿Cómo era posible estar tan cambiada de sitio? Me resultaba insoportable, después de haberme dado cuenta de esta verdad, seguir viviendo donde vivía: en una gran ciudad, lejos, incluso, de los paisajes que más me gustaban. Lejos de praderas verdes, lejos de arboledas, lejos de las montañas. Y con una gente que se me antojaba extraña, llevando una vida que…Uf, ahora percibía que aquella gente con la que compartía mi vida en aquellos momentos -me había ido de casa, compartía proyecto vital con gente laica de la Iglesia- nunca funcionaría para mí. Porque la suya no era una vida india. Por lo tanto, nunca sería feliz allí, con ellos.

Fue horrible sentir eso y deducir, con mi pobre lógica de aquel entonces, que si esta era la verdad de mi identidad, la felicidad estaría siempre lejos de mi alcance. Tendría que conformarme con lo que pudiera arañar de “mi estilo de vida” a hurtadillas, viviendo en un lugar ajeno y entre una gente extraña a mi verdadera naturaleza. Mi destino era cruel: había descubierto en unos instantes dónde estaba mi gente, mi lugar, y acto seguido tenía que olvidarme de ello, porque no era posible vivirlo. Me sumí en una sensación de fatalidad, de dolor. Yo era muy simple entonces, muy inocente, y no supe reaccionar de otro modo.

Ironías de la vida, me habían invitado al cine los amigos con los que compartía proyecto vital. Hasta aquel día, ellos me habían parecido lo más interesante del mundo, pero de repente sabía, con una certeza desesperante y aplastante, que no eran mi gente, y peor aun, supe que en lo profundo yo no tenía nada que ver con ellos. Gente con buena intención eran, tal vez, pero eran “otros”, tenían otro espíritu, otra manera de sentir, pensar, percibir el mundo, actuar. 

Había entrado en el cine siendo "yo", pero salía siendo otra "yo" que, valga la paradoja, era la "verdadera yo". Al entrar en el cine, había sido natural en todo, pero al salir fingí, disimulé. Hice ver que era la de siempre, pero ya no lo era. Y sabía que ninguna de aquellas personas que me acompañaban, y que me habían regalado la entrada y la experiencia, me hubieran entendido. Llegué a casa como pude, disimulando mi tristeza, y, cuando estuve sola, me deshice en un llanto desesperado. Juro que casi gritaba. Me daban ganas de golpear las paredes, de desesperación. 

Lo pasé tan mal, surgió un conflicto tan grande en mí, que al final lo borré de mi mente. Corrí un espeso velo sobre lo sucedido aquel dia, porque tener esa verdad frente a mi consciencia me hacía sufrir demasiado. Me dije a mí misma que todo no había sido más que una autosugestión alucinada, fruto de una película con guión conmovedor. Vas al cine y mira lo que pasa, te identificas con alguien que no eres, y sales creyendo tonterías inútiles. Caso cerrado. 

Seguí adelante sin mirar atrás, ni volver a pensar jamás en los indios. Cuando, un año después, abandoné a aquel grupo de gente (con los cuales, efectivamente, descubrí con el tiempo que yo no tenía nada que hacer), ya ni recordaba lo que había experimentado al ver la película "Bailando con lobos". Pero 10 años después, había lanzado al aire la pregunta ¿Quién soy? y el asunto indio regresaba a mí.

Sin embargo, todo era un enigma, porque no comprendía el mecanismo de la regresión. ¿Cómo había podido oírme a mi misma cantar con tanta nitidez de sonido, aquel lamento tristísimo, aquella despedida, mientras al mismo tiempo me oía respirar en mi cama, dormida? Claro que entonces ya no tenía 19 años sino cerca de 29. Y estaba decidida a saber, a investigar, a aprender lo más posible de otras perspectivas.

Así, ayudada por investigación y lecturas, la hipótesis de la reencarnación se abrió camino: ¿Y si yo había sido india en otra vida? Pero, aún considerando esa posibilidad: ¿Qué clase de respuesta era ésta a mi pregunta? ¿De qué me servía saber que “fui” india en otro tiempo? ¿Y hoy? ¿Qué era yo "hoy" y qué podía hacer yo con eso hoy? Porque mi vida y mi contexto seguían siendo opuestos a los de los indios. 

Tal y como hacía con los sueños más especiales, tomé nota de aquella experiencia. Esta vez no la descarté o censuré por absurda, como había hecho con la vivencia de "Bailando con Lobos". Guardé mi experiencia onírica como si fuera un enigma precioso, un momento de sabor intenso y contenido misterioso que esperaba que, algún dia, se me desvelara...

(Continua en la siguiente entrada)