domingo, 8 de diciembre de 2013

La cobardía, según Miguel (el ángel)


                              



Esta noche Miguel me ha permitido ver algo como desde sus ojos para que entendiera lo que es la cobardía.

Y he aquí de lo que Miguel fue testigo, pero también ardiente inspirador: En el sueño, me he visto siendo una mujer, que trabajaba para un campo de concentración alemán (en la Segunda Guerra Mundial) En un momento dado, recibía la orden de disparar con un fusil o escopeta, uno a uno, a un grupo de unos 10 ó 15 niños, de edades comprendidas entre los 2 y los 12 años. Estos niños estaban confinados en un lugar aparte, custodiados por otra guardiana, pero por alguna razón se me ordenaba a mí que los matara. La razón de matarlos así, uno a uno, en lugar de llevarlos a la muerte a todos de golpe, era perversa: se pretendía que los niños fueran sintiendo un terror creciente al ver cómo sus compañeros iban  cayendo.

Bien, pues yo recibí la orden y me acerqué al lugar. Pero la rebeldía, la inmensa rebeldía que caracteriza a los ángeles buenos, me poseyó de repente. ¿Cómo iba a asesinar a aquellos pequeños? Sabía que si desobedecía la orden, me faltaría tiempo para poner tierra de por medio, porque los "de arriba" no pararían hasta acabar conmigo y represaliar a mi familia. Yo era madre y tenía un hijo, pero, sencillamente, no podía matar a aquellos niños. 

En medio segundo urdí un plan loco. En lugar de apuntar con la escopeta a los niños, me acerqué a su guardiana y la encañoné cara a cara, para que no se resistiera a lo que yo le iba a ordenar. Iba a meter a todos los niños en una furgoneta, con la orden de dejarlos en x lugar y entregarlos a x persona que yo sabía que sería cómplice y los trataría de salvar. Yo sabía que sólo con un arma apuntando a su pecho, aquella mujer me obedecería, porque su vida, como la mía, dependía de obedecer.

El plan funcionó, al menos de momento, aunque no pude ver su final. Porque luego, el sueño me mostraba el gran peligro que había alrededor de la vida de esa mujer, y "mi" preocupación por huir inmediatamente de Alemania como fuera con mi familia, antes de que los superiores se enteraran de lo que había hecho con esos niños. 
Pretendía cruzar el charco, emigrar a América y desaparecer en ese inmenso territorio, pero no estaba segura de poderlo lograr. 

Entonces alguien me preguntaba porqué me había arriesgado tanto por salvar a unos niños que, por otra parte, no se sabía si podrían sobrevivir a la guerra. ¡A lo mejor solo había alargado unos días su supervivencia! De nuevo me sentí poseída por un fuego ardiente más que humano, sobrehumano, y dije: "Yo también soy madre. Cada niño de esos me recuerda al mío, y de hecho los siento iguales a mi hijo, y en mi interior es como si fueran él. ¿Cómo iba a matar a unos niños que son mi hijo, sin destruirme a mí misma? Hubiera sido lo mismo que suicidarme, ya que no puedo concebir matar a mi hijo sin ser aniquilada yo misma, debido al horror y al dolor que iba a sentir. Me es completamente imposible ir en contra de mi naturaleza. Yo soy la madre de todos esos niños, y por eso lucho por su vida como lucho por la de mi hijo"

Aquellas palabras...no eran mías, o salían de algo que no era yo. (Pensé inmediatamente en La Madre, y en su indisoluble vínculo con los ángeles) Mi "yo", de hecho, estaba asombrado por aquel discurso, pero comprendía que lo que había dicho era verdad. Esa mujer no había tenido otra opción "real" o asumible salvo la de desobedecer al poder terrenal, ser rebelde y temeraria, jugarse la vida y poner en riesgo a su familia, porque hacer lo contrario, matar uno a uno a aquellos pequeños inocentes, hubiera sido lo mismo que matarse por dentro y matar, de paso, a los suyos. ¿Qué clase de madre hubiera "quedado" para su propio hijo si ella hubiera asesinado a aquellos pequeños que eran como su mismo hijo mismo, y como hermanos? ¿Y qué clase de mujer hubiera quedado para su esposo?

Me desperté en este instante, sobrecogida por lo intenso del sueño, y entonces oí a Miguel diciéndome con su proverbial solemnidad y ahorro de palabras: "Cobardía es NO hacer esto" (Lo que esa madre hizo)

Miguel, como siempre, me dejaba ko con una sola frase, que daba para mucha meditación, pero también con su manera de permitirme asistir, "desde dentro" a una escena de las que él ha sido o fue testigo y, en este caso, por lo visto fue el inspirador. Y pienso: si la cobardía consiste en no actuar como esa madre, ¿de dónde surge el valor, el coraje? ¡Está relacionado con sentir La Unidad...!

Mientras escribo esto, oigo a los ángeles gritar: ¡Desobedeced! ¡Desobedeced al poder injusto! ¡Sed rebeldes, luchad por vuestros hijos, luchad por los niños!

(Escalofríos me dan)








sábado, 2 de noviembre de 2013

La sopa intoxicada y El Juicio del Alma sobre la infancia.

(Pintura de Vadin Chazov)

Se necesita la poesía para poder afrontar lo que quiero decir, para poder asumirlo y procesarlo. La poesía de Walt Whitman, que da en la diana (los subrayados son míos):

"Erase un niño que se lanzaba a la aventura todos los días,
y en el primer objeto que miraba y aceptaba 
con asombro, piedad, amor o temor, en ese objeto se convertía,
y ese objeto se hacía parte de él durante el día o una parte
del día...O durante muchos años o largos ciclos de años.
 
Las primeras lilas se hacían parte de este niño, Y la hierba y el dondiego de día, blanco y rojo y el trébol, blanco y rojo, y el canto del febe,(...)
Y los brotes de abril y de mayo se hacían parte suya... los retoños del grano en invierno, los del maíz amarillento y las raíces comestibles del huerto,(...)

Sus mismos padres, el que había impulsado la sustancia paterna durante la noche y lo había engendrado, y la que lo concibió en su útero y le dio a luz... ellos dieron a este niño más que eso, 
le dieron después cada uno de sus días... se hicieron parte suya.

La madre en casa poniendo plácidamente los platos en la mesa para la cena, 
la madre de palabras dulces... el gorro y el camisón limpios... 
su persona y ropas exhalando un olor sano cuando pasa;

El padre fuerte, seguro, viril, mezquino, colérico, injusto, 
el bofetón, la palabra rápida y violenta, el pacto estricto, la persuasión astuta, 
el trato familiar, el lenguaje, la compañía, los muebles... 
el corazón anhelante y henchido, el afecto que no será denegado... 
La sensación de lo que es real... la idea de si, en definitiva, todo será irreal, 
las dudas diurnas y las dudas nocturnas... 
el sí y el cómo extraños,

Si lo que parece ser así es así... o si no son más que destellos y manchas. (...)
El filo del horizonte, el cuervo marino en vuelo, la fragancia de la marisma y el cieno de la playa,
Todas estas cosas se hicieron parte de aquel niño que se lanzaba a la aventura todos los días y que se lanza ahora y se lanzará a la aventura cada día,

Y todas esas cosas se hacen parte de aquel o de aquella que ahora las lee atentamente."

(Walt Whitman, "Hojas de Hierba", 1855)

Lo que me gustaría decir es que somos porosos. Desde que somos concebidos hasta que morimos, somos seres permeables al entorno, y también reactivos al mismo. El entorno no sólo nos moldea debido a nuestras reacciones hacia el mismo (reacciones conscientes y deliberadas, o por el contrario inconscientes y automáticas), sino también debido a que se nos mete como por debajo de la piel. Porque lo olemos, lo respiramos, lo comemos, lo absorbermos.

De hecho, lo que sucede con la biología del cuerpo está relacionado y tiene un paralelismo con lo que sucede en nuestra energía y en nuestro psiquismo. Si la contaminación física del entorno puede afectarnos físicamente, esto también lo hace otra clase de toxinas a las que podríamos llamar psíquicas. Y viceversa: un aire saludable puede sanarnos, o al menos conservar nuestra salud en buen estado. Las partículas del aire que respiramos, del agua que bebemos o de la tierra en la que cultivamos nuestros alimentos, terminan formando parte de nosotros físicamente. Pero en el mundo de la energía sutil, en el mundo espiritual y en el mundo psíquico, se cumple la misma ley: no somos impermeables al entorno.

Y esto es aún más cierto para el niño. Un adulto puede discernir y elegir qué alimentos tomar, descartando sustancias nocivas, puede elegir escapar de un entorno altamente contaminado, o al menos paliar o contrarrestar los efectos nocivos de determinadas sustancias, pero el niño no. Del mismo modo, en términos psíquicos y/o espirituales, un niño está igualmente expuesto a la "contaminación", y es, de hecho, más permeable a la misma que cualquier adulto poseedor de un mínimo sentido crítico o cierto discernimiento. Los niños, sí, rechazan instintivamente algunas energías/contenidos del entorno porque les producen repulsa, incomodidad o desasosiego, pero este incipiente "instinto de discernimiento" es muy embrionario y por esa razón pueden ser engañados por las apariencias, o confundidos por un ambiente saturante.

Si ni siquiera el instinto animal es infalible, y nos encontramos con animales "engañados" por cebos y trampas, o por los mismos plásticos que inundan la naturaleza y que ellos devoran, creyendo que son comida, ¿cómo vamos a creer -con fe ciega- que el instinto de nuestros hijos va a salvarles de "ingerir" contenidos dañinos, ya sean materiales o energéticos? Así, un niño puede aficionarse a la comida basura porque ésta "engaña" a su inteligencia instintiva innata; pero también puede ingerir una nube de energía emocional agresiva y violenta del entorno, si ésta adopta una forma seductora o engañosa.


(pintura de Vadin Chazov)

Pero el poema de Walt Whitman señala algo más profundo y doloroso: la coexistencia, en un mismo punto del espacio y el tiempo, de dos energías de mensaje antagonista que inciden sobre el niño. El poema habla de una madre "sana" y bondadosa, y de un padre injusto, iracundo y golpeador, pero podría ser a la inversa, o también podría tratarse de otras figuras de autoridad, cuidadoras y referentes del niño. Sea como sea, el asunto es que, en un mismo punto espacio/ temporal, un niño se ve expuesto a una energía benéfica y a una dañina; a una energía amorosa y a otra dominada por el miedo y la agresividad.

¿Qué sucede, entonces? Comparemos este binomio "educativo" con un plato de sopa que el niño se come, y que incluye, entre sus ingredientes, cosas nutritivas junto con otras tóxicas. No le es posible, a nadie y menos a un niño, abrirse y cerrarse al mismo tiempo. Si comes, comes todo lo que hay en la sopa. Si no la comes, no comes nada en absoluto de la misma. 

El asunto es que si descartas la sopa por tener componentes que tu ser rechaza, no ingieres tampoco los que tu ser necesita y anhela. Cuando en tu crianza inciden, desde una misma fuente (por ejemplo, los padres o la escuela) lo amoroso y compasivo junto con lo frío, brutal e injusto, no puedes cerrarte a lo uno sin dejar fuera también lo otro. Y, como generalmente la necesidad de "comer" (y de ser cuidado, atendido y amado) es más imperiosa que la repulsión a ciertos elementos, los niños suelen aceptar todo el pack. Lo cierto es que rara vez tienen alternativa, por no decir nunca. Sólo en casos de extremo maltrato un niño elige rechazar todo ese conjunto, lo cual implica elegir la muerte. Se deja morir de manera indirecta, como por "inanición", o se quita la vida directamente.

Dependiendo del grado de toxicidad de la sopa envenenada que muchas infancias ingieren, los resultados se perciben a corto o largo plazo, y su intensidad varía. Pero, sea como sea, no se puede negar la intoxicación, el daño. Muchos adultos esgrimen como argumento defensor de la crianza "convencional" el tópico "A mí también me pegaban y no me ha pasado nada, no estoy traumatizado". 

Bien, tal vez su organismo fue más fuerte que el de otros, o tal vez el grado de intoxicación fue menor, o incluso puede que algunas otras vivencias hayan ayudado a esa persona a "desintoxicarse", o al menos a contrarrestar los efectos de los elementos perniciosos incluídos en su pack "educativo". Ahora bien, de ahí no se puede concluir que éstos sean inocuos. La ira desatada contra un niño siempre es dañina, al margen de lo evidentes que resulten sus efectos. 

¿Y porqué la ira y la agresividad son dañinas, y no sirven (tal y como algunas personas sostienen) como otra forma de amor, un amor "severo", pero "necesario", según el cual golpear a los hijos o gritarles cada dos por tres es bueno, pues "los educa"? Pues porque el amor se relaciona con todo un funcionamiento hormonal, psíquico y espiritual, y la agresividad iracunda con otro. Cuando sientes amor, y cuando te sientes amado, tu energía se expande, tu cuerpo se relaja y se vuelve receptivo al otro. Sientes deseos de dar, pero también te vuelves, de manera instintiva y automática, capaz de recibir. Esto se relaciona con una apertura en todos los niveles, desde el físico al espiritual. 

En cambio, ante actitudes carentes de empatía y llenas de agresividad e ira (gritos, burlas sarcásticas, amenazas más o menos veladas) uno se pone, irremediablemente, a la defensiva. La energía corporal, emocional y espiritual se retrae y contrae. El ser se cierra porque, con toda razón, quiere protegerse de eso, pues lo percibe dañino, demasiado duro y cortante, agresivo, doloroso.

Entonces, y volviendo a la poesía de Walt Whitman, un niño que es criado con dosis mezcladas de amor y agresividad, se ve enfrentado a un problema de funcionamiento interno: su instinto le exige cerrarse y al mismo tiempo abrirse; aceptar y al mismo tiempo rechazar la energía (y el trato, y la persona) que tiene delante. En otras palabras: estamos ante una sopa envenenada, pero ¿qué se puede hacer cuando ésta es toda la comida que se tiene? 

Lo dicho: generalmente, los niños tarde o temprano se abren y "comen" o absorben lo que hay. Lo hacen a desgana, y de hecho aprenden a permanecer con la energía "abierta" o receptiva pasando por alto las señales evidentes de alarma o rechazo que su cuerpo les envía. Con el tiempo, la mayoría se acostumbran a este modo de funcionar, a este "estar abierto aunque no se quiera", lo cual se vuelve tan habitual para ellos que se convierte en algo inconsciente.

Estos niños crecen y, siendo adultos, o bien han aprendido a cerrarse a todo (entrando en insensibilidad), o bien siguen abriéndose a todo, de manera excesiva. Literalmente ni seleccionan, ni disciernen. Se convierten en esponjas excesivas, en personas más permeables que la media. 

Un ser humano es poroso de manera "natural", pero esta permeabilidad tiene límites. Tenemos piel, existe una barrera que filtra el tránsito de contenidos entre nuestro ser y el entorno, por el bien de nuestra salud. Pero cuando un ser ha vivido en la infancia un maltrato mezclado con "buen trato", y sobretodo si esta mezcla ha sido especialmente intensa, se convierte en alguien incapaz de poner límites o de filtrar, a través de su piel invisible ("La piel del alma") los contenidos psíquicos externos, las energías, e incluso los pensamientos e ideas ajenos.

Las heridas abiertas de la infancia se convierten en brechas a través de las cuales toda clase de contenidos externos pueden entrar y salir, sin orden ni discernimiento, de un ser humano. Y lo peor es que, a través de estas fracturas del ser, también se cuelan lo que podríamos llamar "infecciones oportunistas", energías sutiles dañinas equivalentes a virus o bacterias. 

(pintura de Vadim Chazov)

Estos seres humanos "rotos", con la piel abierta, viven un gran sufrimiento interno del cual intentan evadirse, precisamente, dejando de "sentir", porque lo que sienten les supone demasiado dolor. Así que viven entre dos extremos: sentir demasiado y sentir demasiado poco; acorcharse, acorazarse tras una placa de insensibilidad, y sentir demasiado intensamente las cosas...

Para restaurar este desequilibrio, esta herida, hay que vivir una purificación interna en la cual se pueda expresar lo que verdaderamente se sintió (y se siente) con algunas heridas. Ha de ser posible llamar a las cosas por su nombre, porque si no puedes decir, reconocer, o incluso gritar "¡Me han cortado, estoy sangrando!" no podrás reconocer tampoco que "eso" es un daño que hay que sanar, ni desde luego curarlo. 

Y es que para recibir una medicina, el primer paso es saberse enfermo, y el segundo diagnosticar el daño o enfermedad. Pero si te encuentras atrapado en un sentimiento contradictorio, a caballo entre la fidelidad, apego o incluso devoción hacia un padre o madre que era a veces afectuoso y genial, y la ira y el terror que te suscitaron sus agresiones esporádicas (o habituales), será mucho más difícil que reconozcas el origen de tu dolor. Hacerlo equivaldría, para tu subconsciente, a denunciar a tus padres ante la policía (los médicos del alma, en este caso), algo que te sientes incapaz de hacer porque, como por otro lado ellos eran tan buenos...No quieres perder lo bueno, y entonces no denuncias lo malo ni ante tí mismo.

Así que, en tu tribunal interior, único lugar donde se dirime todo proceso de Justicia autobiográfica, y único lugar donde se vive el Gran Juicio del Alma, tu voz no acertará a señalar al causante de tus heridas, porque es la misma persona que te ayudó en otras ocasiones, te alimentó y te dio cobijo. El Juicio, entonces, no se puede realizar. Se paraliza. Y, en esa parálisis "judicial", pueden transcurrir muchos años...en los cuales no se resuelve nada y, por lo tanto, no se puede producir la gran curación. La curación del alma.

martes, 22 de octubre de 2013

El llanto de los supervivientes

(Arriba, pintura de Brigid Marlin sobre la "Visitación", momento estelar de comunicación entre dos bebés en el vientre de sus madres)

La investigación acerca de las neuronas espejo aún está en pañales, y lo mismo sucede con muchos aspectos de la neuropediatría. En general, los científicos están de acuerdo en que los bebés (incluso antes de nacer) ya perciben mucha información del entorno a través de sus sentidos. Parece ser que al menos determinados sonidos, luces, e incluso sabores y tal vez olores atraviesan la barrera placentaria. Y no sólo eso: parece que los bebés son también muy sensibles a los estados anímicos de la madre, estados que les son retransmitidos a través de los pulsos físicos (latidos del corazón, sonidos de la respiración, fluctuaciones hormonales asociadas a los diferentes estados, etc) y que, por lo tanto, les afectan carnalmente tan de pleno, que el bebé termina viviendo, digamos que por "inmersión", los mismos estados que la madre.

Sin embargo, la ciencia también se inclina a creer que, dado que el cerebro infantil nace muy poco desarrollado (en comparación con el estado que alcanzará cuando ese ser se convierta en adulto), y dado que, por ejemplo, la zona que se asocia en investigaciones a la "empatía" es una de esas zonas que no nace funcionando a pleno potencial, los bebés en general "sienten poco" lo que los demás sienten. Eso explicaría el mal llamado egoísmo infantil, esas etapas de crecimiento en las cuales un niño necesita reafirmar constantemente que todo es suyo, que él es lo más importante del mundo, etc.

Personalmente, cuando me detengo a observar esta cuestión desde la perspectiva puramente intelectual, me quedo confundida. ¿En qué quedamos? ¿Siente o no siente un bebé, o un niño pequeño, los estados emocionales ajenos? ¿Empatiza o no lo hace? ¿No se está demostrando la fusión emocional entre un bebé o niño y sus principales cuidadores o "figuras de apego" (como las nombra la literatura de género)? Entonces ¿por qué seguimos pensando que, en otros sentidos, un niño siente a los demás menos que un adulto? De acuerdo, su cerebro está a medio desarrollar, pero ¿acaso sentimos sólo o únicamente con el cerebro? ¿Qué hay de las otras zonas corporales repletas de neuronas y , por lo tanto, de receptores a los estímulos externos? En cuanto al egocentrismo infantil, atribuirlo a algo como que su pobre y pequeño cerebro no da más de sí, ¿no implica la presuposición de que ese egocentrismo es un signo de inferioridad o incluso una especie de síntoma de discapacidad infantil, como si un bebé naciera poco preparado para la vida que le espera en el mundo?  ¿Y si no fuera así?

¿Y si el egocentrismo infantil no partiera de una incapacidad para sentir a los demás, y en lugar de eso surgiera de un mecanismo instintivo pero inteligentísimo (en suma, EFICAZ) para mejorar las probabilidades de supervivencia en un entorno donde se es, a causa de la vulnerabilidad del físico de un bebé, más débil que el resto? ¡Es muy fácil ser generoso y desprendido cuando se es adulto, se tienen o han tenido -y disfrutado- montones de cosas, y se tiene la capacidad de moverse con libertad para ir tomando de la vida aquello que deseemos! Por así decirlo, ser desprendido en esas condiciones tiene muy poco mérito. Pero ¿nos hemos detenido a imaginar cómo se siente un bebé o niño que depende de los adultos para todo, y que se puede permitir muy pocos espacios y momentos en los cuales poder disfrutar de algo "por sí solo"? ¡A lo mejor resulta que el ansia de los niños por retener las cosas consigo y no quererlas compartir sólo expresa la frustración que sienten en otros ámbitos de su vida, donde se saben y se sienten -con razón- muy poca cosa en términos físicos, viviendo una vida llena de incertidumbre.

Estoy elucubrando, claro está, cosa que, por otra parte, es una actividad muy típica del hemisferio izquierdo, y de toda nuestra parte cerebral asociada a lo intelectual. Pero como ejercicio de elucubración es válido preguntarse ésta y muchas otras cuestiones. Eso sí, ahora voy a hacer un salto de los míos. Voy a abandonar el predominio del lado izquierdo y de esas zonas cerebrales tan educadas para regirse únicamente por las pruebas, los datos intelectuales y las razones razonables, y voy a sumergirme de lleno en el sentimiento crudo y sin censuras. El mío, claro está, así que ya digo de antemano que, a partir de ahora, lo que diga va a ser totalmente subjetivo, puesto que es parte de mi cosecha de "sensaciones sentidas" en sesiones de auto terapia.

Me retrotraigo, ahora, a los días inmediatos al nacimiento de mi hijo. He de decir que yo tenía unas ideas preconcebidas acerca de cómo sería la crianza, y según estas mi hijo sería un bebé plácido y feliz...Tuve un parto "de libro", es decir, casi casi perfecto (según los manuales del "buen parto en casa") así que, según las estadísticas y las afirmaciones habituales en todas esas investigaciones pediátricas y obstétricas, mi hijo debería nacer sin llorar, casi sonriendo (o sin casi), se "engancharía" al pecho enseguida y todo transcurriría así, en un estado beatífico...Por eso me sorprendió tanto que mi pequeño naciera llorando y no dejara de llorar en un buen rato. Tan sorprendida estaba que recuerdo que le pregunté a mi pareja: "Pero, ¿por qué llora?" Me había pasado el embarazo intentando conectarme con el sentir de mi hijo, comunicándome con él en silencio, y por eso me había hecho a la idea de que, cuando éste naciera, la comunicación mutua seguiría igual. Nos entenderíamos sin palabras, etc.

No fue así. Por el contrario, me encontré con un bebé cuyo llanto casi constante yo no entendía, porque además no había razones médicas (ni de otro tipo que resultaran evidentes) que justificaran su llanto. Mi pequeño no quería, por otra parte, estar con nadie más que conmigo, pero entraba en un estado de tal nerviosismo y llanto si, por unos instantes, lo dejaba despierto en el moisés para, por ejemplo, ir al baño o ducharme, que me encontré viviendo una situación para la que nadie me había preparado. Yo recordaba perfectísimamente la estampa de mis hermanos pequeños durmiendo plácidamente en sus cunitas durante horas seguidas, o pasando el rato en brazos ajenos (no de su madre) sin mayor problema. ¿Qué le pasaba a mi pequeño? ¿Por qué estaba tan inquieto, tan nervioso, tan desasosegado?

Si yo hubiera leido antes libros o artículos acerca del concepto de "apego" en la crianza, hubiera llegado a la conclusión de que me había "tocado en suerte" un hijo "de alta demanda", es decir, según esas teorías, sencillamente mi hijo tenía un instinto más feroz y despierto que la media, de manera que experimentaba un viejo (y eficaz) mecanismo de supervivencia, consistente en reclamar a gritos la constante presencia de su madre. Durante cientos de miles de años, la supervivencia de los bebés ha dependido de eso, puesto que el ser humano ha vivido de manera integrada en una naturaleza llena de depredadores y peligros, en la cual un bebé que se queda solo un instante no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero claro, ya lo he dicho: yo no había leído nada acerca de esas teorías (Las descubrí bastante más tarde en el libro "El concepto del Continuum" de Jean Liedloff) así que estaba perpleja y, lo que era peor, angustiada.

Por suerte, tenía todo un bagaje chamánico a mis espaldas. A falta de unos libros que todavía no tenía, (por no tener, ni internet tenía en ese momento) podía intentar averiguar por mis propios medios lo que le pasaba a mi hijo. Además, y precisamente debido a toda mi larga experiencia como humana más "sintiente" que la media, temía que mi pequeño estuviera sufriendo alguna clase de terror o angustia producida por realidades de las llamadas "invisibles", entidades del mundo sutil y esa clase de cosas.

Me costaba, sin embargo, entrar en trance porque, si algo caracteriza a una crianza en esas condiciones, es un constante estado de alerta y mucho cansancio, factores ambos que son antagonistas con aquello que facilita el "percibir" las cuestiones sutiles. Pues, generalmente, para sentir lo que habitualmente no se siente, uno debe tener cierto sosiego, cierto silencio, y además un estado mental lúcido. Todo eso es imposible con un bebé que se retuerce y llora en tus brazos, o después de haberte pasado días sin dormir más de una hora seguida.

Finalmente, la propia desesperación me indujo a hacer el esfuerzo necesario para "sentir" eso que acongojaba a mi hijo y que se me estaba pasando por alto. Sucedió una tarde en la que me quedé sola en casa. Mi hijo sólo aceptaba estar en mis brazos, en mi pecho, y lloraba incluso si yo cambiaba de posición. Durante horas no pude ir al baño ni cambiar de postura, me dolía el cuerpo (hacía tan sólo unos pocos días que había parido) y me empecé a sentir tan agobiada que me dije que aquello no podía continuar así. Entonces, en lugar de entrar en una crisis de lamentaciones, hice un acopio de energía y de determinación, centré mi consciencia y pedí ayuda internamente a mis Guías para que me acompañaran y ayudaran a solucionar aquella situación. Luego me puse como pude en estado receptivo: ¿Qué podía hacer? "Siente a tu hijo"- me respondieron. Protesté diciendo que llevaba dias intentando entenderlo, sin éxito, pero los Guías insistieron: "Es que no te has abierto a sentir lo que él siente. Sólo te has preguntado mentalmente qué le sucede, lo cual no es lo mismo que abrirte a experimentarlo en tí misma".

Tuve que admitir que tenían razón. Así que hice otro esfuerzo y cambié de chip, por así decirlo. Dejé de pensar y me di internamente la orden (¿o el permiso?) de abrirme a sentir. Y en ese instante sentí de manera vívida un miedo atroz a...¡a ser abandonado! Pero, un momento ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía mi hijo tener ese miedo, si no había nada más lejos de mis pensamientos que la idea de abandonarlo? ¡Me quedé perpleja!

Pero sí, ahí estaba el miedo. Entonces, gracias a mi capacidad de traducir sensaciones y energías emocionales en forma de diálogo interno, le pregunté a mi hijo si realmente eso era lo que sentía. A lo cual me respondió que sí, pero que esto no se debía, tal como yo estaba pensando, al hecho de que pensara (con su parte racional) algo del tipo "Oh, Dios mío, mis padres me pueden abandonar" sino al hecho de que sentía el miedo al abandono de miles de otros bebés e incluso el abandono REAL que muchos estaban experimentando". Esto me dejó aún más sorprendida, pero no censuré el diálogo. Simplemente respondí lo único que se me ocurrió: "No te preocupes, yo no te voy a abandonar".

Pensé que al decirle eso mi bebé dejaría de llorar, pero no fue así. Entonces, volví a preguntarle internamente cómo podía aliviar eso, o ayudarle. Y entonces me dijo una frase que no olvidaría jamás: "Si me quieres, ayuda mis hermanos". En ese momento empecé a llorar, conmovida. ¿Cómo podría yo ayudar a "sus hermanos"? Me encontraba confinada en un rincón del planeta, sin grandes medios a mi alcance. ¿Cómo podía luchar contra algo tan enorme como el abandono infantil? El shock que sufrió mi mente racional fue tan grande que aquel diálogo se extinguió.

Los Guías acudieron a mi rescate, sin embargo, explicándome algo que me dejó profundamente impactada: No era sólo mi hijo quien sentía lo que sentían todos sus demás hermanos. De hecho, TODOS los bebés nacían experimentando un estado de Unidad que los adultos ya no recordábamos, de manera que eran profundamente sensibles a la suerte que corrían sus "hermanos". Luego, lo cierto era que cada bebé era más sensible a unos temas que a otros, pero a pesar de todo, nacían experimentando un nivel de Unidad/Fusión con el entorno mucho más elevado que el de cualquier adulto "normal", con lo cual a veces  eran asaltados por innumerables sensaciones y emociones procedentes del entorno, sensaciones y emociones en las cuales nosotros ni siquiera reparábamos por considerarlas alejadas o ajenas.

En cuanto a lo de "ayudar a sus hermanos", el consejo de los Guías fue archi típico, y consistió en el clásico "Ya lo entenderás mejor en su momento". Por último, me dijeron que lo que acababa de sentir debería ayudarme a no juzgar como "malo" o erróneo el llanto de mi hijo, y que una vez yo abandonara ese juicio negativo hacia su expresión emocional, todo mejoraría.

Han pasado los años, y he decir que los Guías tenían razón. En aquel momento yo no podía entender bien aquello de "ayudar a los hermanos" de mi hijo. Porque, de entrada, ni siquiera había comprendido la realidad que experimentan muchos bebés y niños. Creía, en aquel entonces, que el sufrimiento del abandono sólo aludía a los casos en los que literalmente una madre abandona a su hijo permanentemente. Hoy sé que el sufrimiento del abandono lo experimentan, en algún grado, todos los bebés (y niños pequeños) que se ven privados del contacto de su madre antes de sentirse lo suficientemente maduros o seguros de sí mismos como pasar amplios espacios de tiempo a solas. Hay también una forma de abandono emocional que se produce incluso estando presente la madre. Existen muchas mujeres que cuidan físicamente de sus hijos, pero cuyo corazón y sentidos están muy lejos, en otra parte...Y en ese sentido hube de batallar yo, porque ése fue mi punto flaco en muchos momentos. Yo era abnegada en lo físico, pero tendente a "estar en otra parte", y éste era un abandono sutil, pero no menos real que los otros. Un abandono al que mi hijo temía, y con razón...

Con los años, esta experiencia me ha ayudado a situar en su justa perspectiva otras anécdotas de mi vida interior, y también de mi proceso terapéutico. Por ejemplo, en una ocasión sufrí una regresión muy traumática en la cual un adulto familiar abusaba de mí, siendo yo muy pequeña. Los recuerdos eran visualmente borrosos, porque procedían de un tiempo muy remoto, pero fueron muy intensos en otros sentidos. Fue escalofriante "revivir" cómo todo mi cuerpo se tensaba con  desagrado, angustia y pánico ante "aquello" que me estaba sucediendo, y reviví una emoción de enorme impotencia y de resignación fatal, del tipo "Esto es lo que hay, esto es la vida, estoy en manos de alguien así". Muchas veces, después de aquella regresión, intenté recabar más información para saber si aquello de verdad me había sucedido o, por el contrario, podía tratarse de una memoria de "otra vida" o incluso de un trauma ancestral heredado, ya que ya sabía por experiencia que uno puede recordar, en estado de trance, cosas que no ha experimentado literalmente en su cuerpo.

Pero si mi hijo recién nacido había experimentado en su ser el abandono que otros bebés sufrían, y había llorado a causa de ese dolor, entonces...¿quién me aseguraba que yo, siendo pequeña, no había podido conectar con el trauma de los abusos sufridos por otros niños? No tenía respuestas para eso, porque aquel hecho, de haber sucedido, era actualmente indemostrable y casi, casi, in-investigable. Tanto si me había sucedido a mí, como si se trataba de un trauma heredado, no había modo humano de remover aquel asunto de manera científica (lo único que hubiera apaciguado a mi mente indagadora) por ejemplo interrogando a la gente que tuve alrededor cuando era niña. Algo así se oculta por norma, y es tan espantoso que no se admite ni su sugerencia, porque enseguida se considera ofensiva y monstruosa. Pero si hablamos de un trauma de "otra vida" aún es más difícil investigarlo. Y más cuando el recuerdo que yo "reviví" partía de los extrañados y aún inmaduros ojos de un bebé...

Los Guías pusieron un día punto final a mis elucubraciones con estas palabras: "En determinado nivel del ser no es tan importante averiguar quién sufrió esto, sino saber que cualquier atrocidad de este tipo afecta a todos los niños, aunque no la sufran en su carne. Tú sabes que a tí te ha afectado esto, y te afecta. Asúmelo, pues, y deja de oscilar entre el rechazo y la aceptación, todo porque no sabes si esta memoria es "tuya" o "ajena". Lo más importante que debes aprender de esto es que todo cuanto sufra un niño afecta a los demás. Por eso, todos los pequeños que no han sufrido abusos, sufren en una parte de su ser el trauma del superviviente, un trauma similar al de los niños que asisten al asesinato de sus amiguitos durante las guerras; o al de los pequeños que ven cómo sus padres golpean a sus hermanos; o al de los que, en la escuela, son testigos del acoso y humillación que sufren otros, etc."

"El trauma del superviviente es tan enorme que llega a producir pánico y horror incluso en los bebés que han "sentido" que otros de sus "hermanos" eran abortados. Ni te imaginas la marca de miedo que todas estas "memorias" infantiles dejan en el ser humano, individual y colectivamente. Por esta razón el miedo impera en vuestro mundo y es el dueño de una parte recóndita de vuestro ser, una parte que, siendo muy pequeña, asistió impotente y horrorizada a la masacre de sus "hermanos", al abandono o maltrato de otros, o al asesinato en las guerras, etc. Os sabéis vivos y "sanos" de casualidad, pero también os sentís afectados y bajo el poder de aquellos que han actuado de manera tan impune y cruenta con vuestros "hermanos". Lo cual es cierto, porque uno siempre está bajo el poder de aquel tirano de cuya presencia no se ha percatado, y por eso sólo descubriendo la verdad es posible liberarse. Y todo eso os desazona por dentro, especialmente cuando sois niños y más sensibles a sentir lo que otros sienten".

Protesté. Me parecía demasiado enorme el problema-raíz de la humanidad, y por lo tanto casi irresoluble. Pero además no veía -palpablemente- que los niños fueran realmente conscientes del sufrimiento ajeno. ¡Si parecen tan ignorantes, viviendo en su propio y pequeño mundo! Mi propio hijo lo parece, porque de hecho nun ca más he vuelto a tener otro diálogo con él como cuando fue un bebé. Ya no debe estar viviendo en "la Unidad", debe de estar individualizándose a marchas forzadas, como todos lo hacemos.

Sin embargo, los Guías también tenían una explicación para eso: "Confundes sentir con ser consciente verbal o intelectualmente de algo. Un niño pequeño lo siente casi todo, pero efectivamente no es consciente "verbalmente" de ello. No está maduro para procesarlo, ordenarlo y expresarlo en conceptos, palabras, frases. Tú "tradujiste" mentalmente el llanto de tu hijo, pero eso no significa que él naciera con la capacidad cerebral de desarrollar esos conceptos y explicarlos con palabras. Y así sucede con los niños en general, lo cual no impide que sientan y que estas cosas sentidas queden en sus memorias inconscientes para toda la vida, como marcas o huellas incomprensibles...Salvo que, de adultos, y ya con la capacidad de racionalizar y conceptualizar, se atrevan a sumergirse en una manera consciente y lúcida de sentir, para integrar, por fin, todo lo sentido en su vida. A eso le llamamos despertar".

¿Qué puedo añadir a esto? Nada o muy poca cosa. Lo dejo aquí, pues, y que cada cual elucubre, sienta y saque sus conclusiones...

lunes, 21 de octubre de 2013

Sentir a los demás.

(Arriba, pintura de  Susannah Martin)

Hoy voy a hacer un ejercicio de predominio del hemisferio izquierdo, para hablar de un tema muy particular que está asociado con las últimas entradas: la capacidad de empatizar o resonar con lo ajeno.

Nuestra mente adulta está, la mayor parte de las veces, ya muy condicionada por una educación individualista, según la cual somos afectados exclusivamente por lo que nos sucede "a nosotros" y lo demás, ni nos incumbe, ni debe hacerlo.
Por esa razón, cuando ocasionalmente algún adulto admite "sentir" emociones debidas a traumas o sufrimientos ajenos, se levantan en el ambiente las voces de juicio o censura. A esa persona se le aconseja, una y otra vez, que no se "abra" tanto, que no "sienta" tanto, que no "coja" en su ser las emanaciones psíquicas de los demás, porque eso -se argumenta- no sirve para nada.

Esta argumentación es, curiosamente, inexistente cuando un adulto admite alegrarse con el que rie, o contagiarse del buen humor de otros. Cuando esto sucede, nadie corre a decirle lo malo que es "sentir" lo ajeno, ni a sugerirle que debería "cerrarse más, protegerse más", ni tampoco hay alusiones a lo "inútil" de sentir las emociones psíquicas de los demás.

Nadie parece advertir la paradoja existente entre estas reacciones tan comunes que se dan cuando alguien "resuena" con lo llamado "ajeno". No obstante, a poco que uno observe el asunto con mente fresca y objetiva, se puede dar cuenta de que es imposible estar "abierto" y "cerrado" al mismo tiempo. Si te cierras e hiper proteges para no empatizar con los posibles dolores o sufrimientos ajenos, tampoco te va a ser posible sentir las partes bellas o agradables del mundo de la energía emocional. En otras palabras, si te aislas, lo haces en muchos sentidos. Puedes aceptar con tu mente racional y selectiva sólo unas expresiones emocionales de los demás (como la risa o la alegría) y, después, permitirte a ti mismo expresar lo mismo cuando veas a los demás sonreír. Pero eso no es lo mismo que sentir de veras al otro totalmente, con su alegría incluida.

Por poner un ejemplo, no puedes vestirte con un traje aislante y pretender sentir lo que tu entorno retransmite. Enguantado hasta las cejas, no notarás el agua, pero tampoco la brisa, ni posiblemente los olores. Solo te quedará la vista, con lo cual habrás, de acuerdo, seleccionado un estímulo frente a los demás, pero desde luego no podrás decir de tí mismo que estás viviendo con todos tus sentidos, plenamente. No, porque has seleccionado y restringido mucho tu sensibilidad. Con lo cual, tampoco es justo ni sensato decir que esa es la "buena" manera de ser y de moverse por el mundo. Tal vez sea una manera eficaz y sabia en determinados entornos altamente tóxicos (como quien se viste con un traje especial para ir a un entorno radioactivo o envenenado) pero uno debe ser consciente de lo que está haciendo y llamar a las cosas por su nombre.

Así pues, en lugar de reñir a las personas adultas que, despertando su sensibilidad dormida, confiesan sentir "lo ajeno", atribuyendo esa cualidad a una debilidad de su carácter, lo que se debería hacer es decir: Sí, esa es la verdadera e ideal manera de ser. Sentir lo que experimentan los demás es la verdadera condición humana, lo que sucede es que, dado que por x circunstancias (complejas de resumir ahora) vivimos en entornos psíquicos altamente contaminados, es útil saber enfundarse y desenfundarse un "traje" psíquico de protección o selección, de manera que podamos movernos en la vida sin vernos constantemente avasallados por determinadas masas emocionales que, en caso contrario, nos dificultarían mucho la objetividad e incluso la acción. Ahora bien, usar habitualmente un "traje" de estos tiene un precio, porque suprime mucha información que nos sería útil recibir. Con lo cual lo ideal es buscar momentos y lugares completamente seguros en los que podérnoslo quitar para, así, SER en plenitud y desnudez totales. Sólo en ese estado de Ser, somos capaces de percibir del TODO y, por lo tanto, recibir información del entorno que, en un estado "acorchado" o "protegido" no recibiríamos.

Esa es la realidad, pues: quien despierta su sensibilidad, vive etapas en las que se siente sobrepasado por la información que le llega del entorno psíquico que habita. Y eso es natural. Estamos diseñados para vivir en comunidad, de manera gregaria y plenamente vinculados entre nosotros. El ser humano ha vivido en tribus durante cientos de miles de años, y durante mucho tiempo, sentir lo que hoy llamamos "ajeno" no era un handicap, sino, por el contrario, un plus, algo que facilitaba la supervivencia grupal e individual.  La razón es tan simple como que la capacidad de resonar y sentir a los demás es una barrera natural contra la crueldad. ¡Y una comunidad sin crueldad es algo muy deseable y bueno para todos! Sin embargo, y a medida que el ser humano ha ido perdiendo este rasgo de su humanidad "natural", le ha sido más fácil infligir dolor a los demás seres, y de esa manera las sociedades han ido enfermando, sobrecargándose de dolores y desequilibrios.

No podemos imaginar lo que es vivir siendo plenamente "sintientes", plenamente DESNUDOS, abiertos, desprotegidos ante las emanaciones del entorno, porque llevamos toda una vida aprendiendo a blindarnos y, además, los referentes humanos más cercanos (con los cuales nos identificamos, o de los cuales aprendimos de niños) nos han retransmitido el modo "blindado" de ser como algo ideal y perfecto. La emocionalidad ha sido muy perseguida, muy denostada, acusada de hacer funcionar mal a la "cabeza", única reina de la "creación". El resultado de esta visión de las cosas, sin embargo, está a la vista: tenemos en las manos un planeta biológicamente muy deteriorado debido a la acumulación de decisiones humanas insensatas, carentes precisamente de resonancia y empatía hacia otros seres vivos (humanos o no). La "razón" desligada del resto del ser nos ha hecho creer espejismos, pero una cabeza desconectada del corazón crea siempre monstruosidades. Sentir no es malo, ni mucho menos sentir el sufrimiento de los demás. ¡Es...al CONTRARIO!

Algunos seres humanos célebres que consiguieron "ser plenamente sintientes" (en otras palabras, ser plenamente HUMANOS) como Buda o Jesucristo, señalaron el camino del pleno sentimiento, el camino de la compasión (sentir con-) y, en definitiva, de la APERTURA a las emociones "ajenas". Pero incluso muchas personas que se dicen sus seguidoras no terminan de asumir el referente como válido. Lo relegan a un segundo plano. Lo que hicieron Buda o Jesucristo era válido para ellos, pero no para los demás, vulgares "seres humanos" que no podemos llegar a su altura. Esta creencia contradice las propias palabras de Buda o Jesucristo, que alentaron a los demás a seguir su mismo camino, pero da igual: el olvido de nuestra humanidad genuina es tan grande que, en cuanto surge un humano que siente más que la media, los demás corren a señalar su emocionalidad como si fuera patológica, algo que hay que frenar y curar, en lugar de encauzarlo y aprender a vivir con ello.

Dejando a un lado el asunto religioso, la ciencia actual empieza a hablar de las neuronas espejo, y sugiere que todos tenemos la capacidad, perfectamente natural e integrada en nuestro sistema nervioso, de sentir lo que otros sienten y, más interesante aún, de "imitarlo" de manera INSTINTIVA (e involuntaria) para "acoplarnos" de algún modo al sentir e incluso al PENSAR del otro. La neuropediatría afirma que es de este modo que los niños aprenden de sus mayores: utilizan las neuronas espejo y, con ellas, se conectan al sentir/pensar de sus padres o educadores, imitándoles, regulando sus emociones para que se asemejen a las de sus cuidadores y, armonizados de ese modo, vincularse con ellos.

(A la izda. pintura de Vadim Chazov)

Y es que un niño busca siempre, de manera instintiva, COMUNICARSE, sentirse acompañado. Necesita sentirse sentido por los mayores, pero también sentirlos a ellos. Sólo de ese modo logra dar sentido a la vida y esquivar una sensación de absurdo e impredecibilidad que, en caso de producirse de manera excesiva o muy recurrente, le impediría desarrollarse, aprender. De hecho, ¡ningún ser vivo puede aprender de un modelo o referente incoherente o impredecible! Cierta impredecibilidad existe, y está bien asumirla, pero necesitamos vivirla en una dosis justa, sobretodo cuando somos niños, ya que de otro modo no podemos elaborar patrones, ni imitar comportamientos de manera reiterada hasta "lograr" realizarlos. ¡No hay nada que atemorice más a un niño que no saber si podrá contar con la presencia de uno de sus cuidadores, por ejemplo!

Pero las implicaciones de todo esto están lejos de ser comprendidas: ¿Qué sucede realmente con el sentir de los niños? Si su manera de percibir el entorno y de resonar con las emociones ajenas está, todavía, en estado bruto e indomesticado, es decir, si todavía no se han individualizado como los adultos, ¿hasta dónde llega su percepción? ¿Son tan "felices" - impasibles e ignorantes de lo ajeno- como siempre se ha creído? ¿Cuál es, pero de verdad, su umbral de sensibilidad? ¿Qué percibe un niño del entorno que le rodea? Los científicos aún se lo están preguntando, siguen recabando datos. Yo tengo mis propias percepciones al respecto, (percepciones, éstas, desde el hemisferio derecho) pero de ello seguiré hablando en la próxima entrada...

jueves, 17 de octubre de 2013

Urbóreas, el nombre que recibí para escribir.


                                                 (Arriba, fotografía de James Appleton tomada en Islandia)

Viví grandes dudas cuando tuve escrito el texto de "Angeles de Lo Uno". ¿Con qué nombre lo iba a publicar? ¿Con mi nombre de pila o con un seudónimo? 

Me planteé de todo, hasta publicarlo poniendo, simplemente, "Anónimo", pero era demasiado práctica para eso. Y es que sabía que iba a escribir más libros, y entonces sería un problema firmarlos con un ánonimo, ya que ¿cómo distinguiría la gente unos anónimos de otros anónimos? Los lectores que lo desearan no podrían seguirme aunque quisieran, porque poner sólo Anónimo es demasiado vago... Eso queda con una apariencia muy trascendida y puede servir para escribir un libro único, pero me constaba internamente que escribiría varios libros de contenidos entrelazados unos con otros, y que sólo leyéndoselos todos algunas personas llegarían a captar el "pack" completo de información, tal cual yo la estaba comprendiendo.

Así pues, yo era demasiado práctica, pero también demasiado entusiasta y esperanzada en ese futuro como escritora, como para firmar poniendo "Anónimo". Además, para ser justa y hacer honor a mi vena revolucionaria, hubiera debido poner "Anónima", ja, ja, ja. Y eso a muchos editores les hubiera parecido un chiste. Poco serio para publicar libros espirituales. (Sí, este mundillo editorial aún tiene poca cabida para cierto sentido del humor y no da pie a muchas ironías)

Desde luego, también consideré muy en serio utilizar mi nombre de pila, pero existían serios obstáculos para ello. El más importante era que, puesto que tengo un hijo pequeño, y puesto que suelo vivir en entornos rurales muy pequeños, no quería correr el riesgo de ser reconocida como "la autora de tal libro o tal otro" y que después eso salpicara de mala manera a mi hijo. 

Porque desengañémonos, no vivo en una sociedad donde esté demasiado bien visto escribir la clase de cosas que escribo. Puede que los lectores de otros contextos tengan otra experiencia y para ellos resulte sorprendente mi afirmación, pero la verdad es que España es aún tremendamente conservadora en este sentido. Estadísticamente hablando, solo en círculos muy reducidos (existentes casi únicamente en las grandes ciudades) son bien recibidas esta clase de libros, y no se mira a sus autores como si estuvieran chiflados o peor aun, como si fueran brujos peligrosos.

De hecho, casi siempre he vivido una enorme soledad social en mi camino iniciático. Planea, sobre el asunto de la llamada "canalización espiritual", un estigma feo, como si fuera algo demasiado parecido a la locura (Esa manía de tildar de desequilibrado a todo el que dice que "oye voces", sin importar de qué voces se traten, ni de cómo las oiga) Pero también, desde sectores escépticos y desde otros religiosos pero considerados "serios", adheridos formalmente a la via religiosa reconocida, la canalización se califica como palabrería de gente con poco cerebro o, peor aun, como la perorata de farsantes o charlatanes que lo que quieren es crear secta o vivir del cuento. 

Durante siglos, casi sólo la Iglesia Católica ha tolerado, en nuestro mundo europeo occidental, el fenómeno de las "voces" como algo que no necesariamente indicaba locura, pero aún y así las ha sometido a implacables (y a menudo crueles) escrutinios eclesiásticos, todo con el fin de analizar la procedencia de las "voces", pues sólo pueden proceder, según la Iglesia, o de Dios o de Satanás. Tienen que ser buenas totales o tinieblas absolutas, sin término medio ni variedades de ningún otro tipo. La Iglesia, por supuesto, solo tolera las voces buenas, y para que lo sean, resulta que deben confirmar los dogmas eclesiales y no contradecirlos. Con lo cual, quedan como voces satánicas o diabólicas todas las demás, sin distinción. Y esto ha tenido severas repercusiones en la historia humana, afectando a todas las personas con cierta apertura perceptiva, que han "escuchado" o "visto" material no siempre conforme con los dogmas eclesiales. 

En fin, que la represión y lento exterminio de la diversidad cognitiva y perceptiva, por motivos religiosos, es todo un tema que merece un libro en si mismo, y además no solo atañe a la Iglesia. En realidad, las persecuciones del "diferente" por motivos religiosos, se han producido también en otros entornos. Y antes de que nadie empiece a repetir el mantra de que la culpa es de las religiones, les diré que estudien y lean acerca de lo que el ateísmo hizo con los creyentes en los países donde se convirtió en dogma, como en la antigua URRSS, por ejemplo, o en China. Luego ya, si eso, hablamos de "culpas".

No, no es culpa de "la religión". Es culpa de nuestra dificultad de abarcar y entender adecuadamente otras formas de pensar y percibir que no sean las nuestras. Y también es culpa del deseo de dominar las mentes ajenas. Aunque todo esto, como digo, requeriría de mucha conversación y matices, porque tiene raíces, tiene un por qué, y lo entiendo. Pero justamente porque entiendo estos odios, miedos y ataques contra lo que no encaja con las creencias de los grupos que están en el poder, no me engaño y sé que escribir cosas como las que yo escribo, no va a ser aplaudido en ciertos lugares. Porque no encaja demasiado con demasiadas cosas. Solo con algunas.

Y es que siempre hay un punto de fuga en lo que escribo. siempre hay un matiz o un pelo fuera del marco, saliéndose del guión esperado. No lo hago adrede, es que lo percibo así. 

Volviendo al dilema del seudónimo, yo no quería que la gente del pueblo donde vivía, mirara a mi hijo con pena, pensando "Pobrecito, mira qué madre extravagante tiene" o con pensamientos peores: "Es el hijo de una bruja / hereje/ satánica/ loca/ iluminada/ rara/ ... "etc etc . Pero tampoco me apetecía lo más mínimo que lo miraran con una obsesión de tinte opuesto, algo del tipo: "Uau, con una madre que oye a los ángeles, ¿qué clase de niño tiene que ser éste? ¿Será un elegido...?". Qué horror. 

Me pareció que lo más saludable para mi hijo era mantenerlo completamente al margen de mis aventuras interiores (y eso he hecho siempre) y también de mis incursiones editoriales, por si acaso. Claro que eso implicaba presuponer que se llegaría a publicar mi libro (En aquel entonces sólo había escrito uno, el primero, "Ángeles de Lo Uno") y que, además, éste se leería lo suficiente, se publicarían más, etc. Lo cual era ser muy optimista, peeero... Peco más por previsora que por lanzada, aunque parezca lo contrario. No estaba de más pensar muy bien lo del nombre, y utilizar un seudónimo por si acaso luego tenía que lamentarlo.

Existía otro factor de peso asociado al uso de un seudónimo, y es que, conociendo a mis padres, y a mi muy conservadora familia, les ahorraría la vergüenza que iban a sentir si veían mi apellido "real" en mis libros. Digamos que soy una hija considerada, y me daba pena, como dice la Biblia "hacerles bajar con pena a la tumba". Dejemos que vivan su vejez mínimamente en paz, y que no tengan que sufrir con las preguntas de terceras personas: "Oye, ¡vaya cosas escribe vuestra hija...!". Y de paso me evitaba conflictos con la familia. No creo haberme equivocado con esto, puesto que, cuatro años después de la publicación de mi primer libro, sigo pensando igual.

Pero a pesar de todo, a ratos volvía a considerar la idea de utilizar mi nombre de pila, porque me preguntaba si utilizar un seudónimo no sería como mentir, y yo no quería mentir. Entonces, un día empecé a sentir un agotamiento enorme, una pesadez corporal muy cansada, una especie de fatiga casi ósea que rayaba en el desánimo. No sabía a qué atribuirlo, así que opté por darme un baño calentito para recomponer mi cuerpo y relajarme, y así intentar observar mejor aquel cansancio.

Y en esas estaba, cuando emergió en mi consciencia el origen de aquel agotamiento: mi nombre de pila estaba "agotado". Cargaba con un sin fin de proyecciones ajenas acerca de cómo era yo, cómo no era, cómo debía ser o cómo debía dejar de ser. Todas estas proyecciones ajenas me lastraban en la energía, porque al final era como usar un envoltorio, un nombre casi "muerto". Hacía demasiados años que lo utilizaba sin renovarlo, sin "limpiarlo" o reestablecer un vínculo nuevo de mi alma con él. 

Pero es que, para remate, lo que percibí o se me mostró es que mi nombre de pila en realidad no era "mío" del todo. Sólo me lo habían "puesto" mis padres, sin pensarlo mucho, y no estaba mal como nombre para lo cotidiano, pero en realidad decía muy poco de mi esencia espiritual. Me había sido útil para muchas cosas, de acuerdo, pero lo que me quedaba claro es que no parecía un nombre capaz de contener lo que yo, como escritora y comunicadora, quería a decir. No era un nombre "verdadero" o adecuado para nombrar con acierto a la parte de mi ser que quería emerger, la comunicadora o mensajera. Si alguien ha leído "Ángeles de Lo Uno", habrá visto la enorme importancia que se concede al nombre personal. Hay más de un caopítulo dedicado al nombre que tenemos cada uno, y yo tenía muy fresco eso en la mente, porque lo había escuchado y revisado hacía poco tiempo (escribí ese libro en el 2007-2008, y se publicó en el 2009)

Entonces empecé a sentir un torrente de energía enorme que intentaba aflorar desde mi cuerpo alrededor. Era algo muy grande, muy nuevo para mí y muy creativo... ¿Cómo iba a intentar expresar todo lo que esa energía me traía, por ejemplo escribiendo libros, y luego firmarlos con mi viejo, pequeño, sobrecargado y desgastado nombre de pila? Necesitaba otro nombre más libre, más grande, menos alusivo a un "yo" y más propio de mi "Ser". Necesitaba expresar la energía del Ser que tantas veces había sentido en mí, una energía que ni siquiera era femenina o masculina, sino andrógina (algo que, por cierto, los ángeles me habían remarcado en más de una ocasión, que lo mío era un camino andrógino) ¡No podía firmar "Angeles de Lo Uno" con el viejo nombre femenino que mis padres me habían puesto sin pensar mucho más, porque ese libro no lo había escrito desde esa parte de mi ser!

Sentí un enorme cansancio y el deseo de empezar a expresarme públicamente de un modo más "grande", amplio y libre, y la emoción que sentía me hizo llorar. Ya era hora de nacer a otro modo de ser... Nacer a "algo". Nacer a un nombre distinto... Pero ¿cuál? A pesar de que había recibido diferentes nombres íntimamente por parte de los Guías en aquellos últimos años, enseguida supe que firmaría mi libro con uno distinto a los que había "oido", y nuevo. Era un nombre abstracto que aludía a la combinación de los dos tipos de energía que más marcaban mi escritura, al menos en ese tiempo. Yo "canalizaba", de acuerdo, pero ¿con qué estilo lo hacía? ¿Qué "tipo" de raíces y de orientación tenían mis escritos?

Entonces los ángeles me dijeron: "Tú eres Ur-Bóreas porque vienes de Ur y de Bóreas, Fuego sagrado (luz) que arde o surge en el Hemisferio Norte. Te llamas Ur en recuerdo de tu origen celestial. Y te llamas Bóreas porque naciste en el hemisferio Norte y estás implicada plenamente tanto en su origen como en su destino; además estás apadrinada y bendecida por el Viento del Norte. Tu vocación tiene, como este viento, una faceta revolucionaria y destructora de cosas anquilosadas, y por eso serás rechazada por algunos, pero es que es necesario destruir las antiguas estructuras para que lo nuevo tenga lugar."

Oye, aquello me gustó. Me gusta "hacer hervir la olla", como dicen los guías, es decir, remover esquemas, activar procesos mentales. Me gustó la combinación de Ur y de Bóreas y lo adopté enseguida como nombre "para escribir". Y con aquello en la portada que hasta sonaba andrógino, nadie iba a saber de entrada si era un hombre o una mujer. Ese nombre no dejaba de ser otro "cajón" en el que enmarcarme, ok, y como todo cajón, un dia tal vez se caducaría, pero lo veía mucho más grande y capaz de contenerme que mi viejecito y chiquito nombre de pila, tan ligado a un momento puntual de mi árbol genealógico, y tan poco expresivo de la vastedad continental de la que me siento hija, o expresión.

Y así he respondido a la pregunta que muchos lectores se hacen sobre mi nombre :-)

Ah...Y por supuesto, que existen otras personas que son, en esencia, expresiones de la especial combinación de "Ur" y "Bóreas". ¡No iba a ser la única! Pero de eso, de los "Fuegos/Luces del Norte", tal vez hablaré en otra ocasión...





miércoles, 16 de octubre de 2013

Doña Experta en Finales


(Arriba, "No hope", pintura de Adler Mor Terje)

Siguiendo el consejo de Anubis, seguí observando la pregunta ¿Quién soy? y al final me encontré en un terreno abstracto, de simple sensación o sentimiento observante. Tal vez sólo fuera, "yo", una consciencia observante que viviera cambios y, de vez en cuando, se detuviera a examinarlos, a observarlos con detenimiento para darse cuenta de algo. Pero ¿dónde empezaba esta consciencia, y dónde terminaba? Imposible responder a esa pregunta.

Mi parte racional, por su lado, utilizó todas las memorias de vidas pasadas en plan matemático, buscando un "común denominador" o elemento esencial que, oculto tras las apariencias de tantas historias distintas, se estuviera repitiendo. Porque aunque fuera cierto que "yo" no había sido esas personas, por diversas razones (ancestrales y /o ambientales) sí era verdad que sus memorias me habían afectado en gran medida, contribuyendo a mi actual modo de ser o pensar. Algunasme habían influído durante mucho tiempo, otras por una breve temporada, pero todas lo habían hecho. Con lo cual en parte sí era acertado decir que yo era "un poco" parecida a esas otras personas. Y por eso resultaba crucial averiguar qué tenían en común todas esas vidas, si es que existía un elemento común, porque eso me daría aún más pistas acerca de lo que existía dentro de mí, en mi esencia, más allá de las apariencias.

Anubis se encargó de confirmar que las cosas no eran tan aleatorias o casuales en el acto de "recordar" otras vidas, ya que, según él, existe un mecanismo de resonancia o afinidad en la energía que explica por qué alguien recuerda ciertas memorias, y no otras; o por qué se recuerda una vida en un momento dado, y otro tipo de memorias emergen en otra etapa vital, etc. Por poner un ejemplo cutre: muchas personas pueden conectar con la memoria de Nefertiti. Eso no quiere decir que ninguna de ellas lo haya sido, o que alguien sea "la verdadera Nefertiti reencarnada" y otras personas unas usurpadoras o fantasiosas. Lo que quiere decir es, lisa y llanamente, que en determinado momento de una vida, y por x razones, alguien puede conectarse con un "pack" de energía relacionado con Nefertiti (y ni siquiera con todo el pack) y empezar a revivir episodios de sus vivencias, todo porque eso resuena con algún elemento de su vida presente. Lo que sucede es que, como es habitual con las cuestiones del alma, el cómo resuenan qué elementos con otros, y sobretodo el porqué, no suele ser siempre bien entendido... No estamos acostumbrados a lidiar con el lenguaje del alma y generalmente lo malinterpretamos.

Así que hice mi lista de "vidas" basándome en las generalidades argumentales, y me salieron tres grupos temáticos, agrupados de mayor a menor repetición según este esquema:
- Vidas relacionadas con la maternidad, la figura de la madre, de la partera, de la cuidadora o protectora, de la "traedora de niños", etc., tanto a nivel individual (haber sido madre) como trabajando para un colectivo (haber ayudado a otras a ser madres).
- Vidas relacionadas con ejercer algún tipo de trabajo/poder espiritual/energético (sacerdotisa, sanadora, muertera, chamana, bruja, maga, etc)
- Vidas no humanas asociadas al cuidado de la tierra o la naturaleza y sus seres, algunas de ellas con un rol maternal, pero no todas.
- Vidas asociadas con vivencias guerreras y destrucciones varias.
- Infancias truncadas.
- Vidas relacionadas con la manipulación o utilización, por parte de otros seres poderosos, de la energía vital humana, (la energía sexual, la energía mental, la energía física, etc)
- Vidas con recuerdos fugaces o poco relevantes, variadas pero sin un común denominador argumental. (Las considero "vidas anecdóticas" sin más)

No parecía haber un común denominador en esta lista, salvo uno: casi todas las vidas recordadas terminaban en tragedia. Casi todas esas historias revividas (exceptuando el grupo de memorias "anecdóticas" y de escasa influencia en mi vida) tenían que ver con algo que terminaba: desde una era, hasta una familia, una tribu o simplemente una vida. ¿Es que no sabía recordar otra cosa salvo finales? Además, si me ponía a observarlo con más detenimiento, me daba cuenta de que predominaba, tanto en intensidad como en repetición, el asunto de los "finales de era", o de época histórica, seguidos de los finales de tribus, sociedades o grupos, y sólo un muy pequeño número de memorias se correspondían con una muerte de personas individuales en momentos "no decisivos". Era realmente curioso. ¿Se debería a que solemos recordar sólo lo traumático, y es más doloroso morirse viendo y sabiendo que también se acaba tu mundo, que morirse sin más? ¿O esas memorias apocalípticas venían a mí porque estábamos en el umbral de un gigantesco cambio de era?

Las dos respuestas son verdaderas. Por razones obvias, es más fácil ir, en regresión, a lo traumático, ya que El Ser (con mayúsculas) pugna por sanar lo que sigue herido, y por comprender e integrar lo que sigue incomprendido y en estado sombrío. De ahí que, en un proceso terapéutico, sea típica la emergencia de grandes dramas sin resolver. Pero...pero además es cierto que estamos ante un gigantesco cambio de era, y que, como algo en mí ha sabido o notado esto desde hace mucho tiempo, de algún modo me he convertido en "portadora" o heredera de ciertas memorias asociadas con finales históricos.

La única acción posible que, por consiguiente, se me ocurría realizar con esta "carga" de memorias, era sacarle el mejor partido posible: sanar el trauma (en las sesiones de terapia esto ya se había empezado a realizar) y...tomar nota de las moralejas, si es que las había, para no repetir antiguos y fatales errores.

(A la derecha, ángeles destructores...Otros "habituales" en algunas de mis comunicaciones)

-Tu esencia es Doña Experta en Finales - me dijo Anubis un día, bromeando- por eso será mejor que te vayas haciendo a la idea de que no has venido a alargar vidas contra todo pronóstico, sino a ayudar a morir lo que va a morir. ¿O te creías que mi presencia a tu lado es para hacer bonito?
- Pero a veces, dialogando con la muerte, se puede lograr un alargamiento vital interesante y útil -repliqué yo- A lo mejor puedo utilizar mi amistad contigo en ese sentido, je je.
- Muy aguda, pero ni yo soy "La" Muerte, ni aunque lograras eso podrías alargar indefinidamente la vida. Yo ayudo en los tránsitos. Tampoco Miguel se caracteriza por ser un prolongador de vidas. Es otro implicado en Tránsitos y Juicios del alma, y eso, querida, es un tipo de muerte sí o sí.
- Ok, de acuerdo. Supongo que es así, pero entonces ¿qué hay de todas esas vidas asociadas al parterismo, los nacimientos, la maternidad...?
- El nacer y el morir son dos caras de lo mismo, algo indivisible. A "la" muerte le encanta que nazca gente, adivina por qué.
- Ahora te pones sarcástico.
- Noooo (tono de broma) Pero fíjate, es imposible morir sin nacer, y es imposible nacer sin morir. ¿Cómo va a estar separada la maternidad de la muerte?
- Pues no sé, pero si hubiera una manera de no morir físicamente, no tendría porqué relacionarse ser madre con la muerte.
- Qué ilusa. ¿No ves que cada niño que nace está muriendo, en el mismo momento de ser parido, a la vida previa que estaba experimentando, por ejemplo la intrauterina? ¿No ves que cada nacimiento vital implica un final? No se nace sin haber acabado algo, previamente.
- Visto así...

En fin, esta clase de conversaciones me han ido rompiendo muchos esquemas. La verdad es que me gustaría decir que también soy experta en Inicios, o en Nacimientos, pero para ser honesta, lo que he recordado han sido siempre los finales dramáticos. Los apocalipsis. No he recordado ni una sola memoria de "vida pasada" en la que haya visto cómo empezó algo después del desastre, no hay ni un solo "The End" en mi pack de regresiones en el que hubiera alusiones a esa "vida nueva que se abre paso tras la catástrofe". Me he quedado siempre en la tragedia, en el fin, en la debacle, supongo que porque hablo de traumas sin sanar (Seguramente, otras personas murieron en esas mismas circunstancias, pero lo hicieron en paz y sintiendo que la vida "seguía") Obviamente, el mundo siguió rodando después de "mis" muertes y surgieron nuevos inicios, pero puede que eso sea un "pack" de energía con el que "yo" conecte posteriormente. ¡Eso espero...!

Por ponerme híper extrema, pondré un ejemplo: en una ocasión conecté con el trauma de animales prehistóricos extintos. Por supuesto, de la Tierra brotó vida nueva tras su desaparición masiva, pero estamos hablando de un nuevo inicio que tuvo lugar tan lentamente, y se necesitaron tantos milenios para la "recuperación" del medio, que lógicamente era difícil morirse en esas circunstancias sintiendo algo así como "no pasa nada, brotan flores nuevas mientras estiro la pata". Porque eso no era lo que esos seres estaban viendo, no sé si me explico. Hoy puedo pensar en estos términos porque he adquirido mucho conocimiento acerca de los ciclos, y puedo incluso aludir a los rostros destructivos y creadores de la divinidad o la vida sagrada (que danza destruyéndolo todo en plan Shiva, creándolo todo en plan Brahma, o preservándolo en plan Visnú; y sus homólogas femeninas) Pero vamos, no todo el mundo puede pensar así. Fácilmente caemos en la incertidumbre y el miedo e, incluso aunque "sepamos" de memoria aprendida los ciclos de muerte/nacimiento, siempre cuesta mucho ver morir aquello a lo que amas: tu mundo, tu gente, tus hijos, lo que sea que forme parte de tí.

Doña Experta en Finales se pregunta a veces si está aquí por alguna razón, o mi presencia sólo es casual. Obviamente es tentador pensar que existe una intencionalidad oculta en mi nacimiento, pero si lo viera como una especie de vocación o destino especial y único, individual,  caería en una ilusión de mi "yo". En la naturaleza surgen toda clase de seres con diversas funciones y especialidades, pero éstas se agrupan por ecosistemas, colectivos, especies...¿Cómo iba a ser "yo" "LA" Experta en Finales? Sería como si un buitre pensara de sí mismo que es "el" carroñero que salvará al mundo de la peste de lo podrido, porque se lo come (Perdón por la alusión carroñera y anubísica, un chiste que no he podido evitar) O como si una flor pensara que ella es "la que florece" y ayuda al mundo a ser feliz.

En realidad...en realidad somos más "genéricos" de lo que creemos, esa es la cuestión. Y si se avecina un enorme final, entonces sucederá como en la naturaleza: proliferarán los "finiquitadores" como las setas cuando llueve. Porque es lo que toca, ni más ni menos.






martes, 15 de octubre de 2013

"Cien" vidas pasadas y Anubis dando su opinión. (¿Quién soy?-3)


Años después de aquella regresión espontánea - y aislada- que viví mientras dormía, empecé a vivir toda clase de regresiones durante un proceso de terapia donde no se buscaba recordar "vidas pasadas" pero fue lo que empezó a sucederme sin querer. Durante meses realizamos sesiones terapéuticas semanales, y prácticamente en todas viví una regresión diferente. Después, empecé a "regresar" (¿o "regresionar"?) de manera espontánea, sin necesidad siquiera de estar en sesión terapéutica, relajada ni dormida. Sencillamente, me sucedía en cualquier momento y lugar, siempre que algo en esta vida detonara un recuerdo de "otra".

Llegué a vivir varias microrregresiones encadenadas en un mismo día. A lo mejor me detenía a "sentir" una sensación corporal, ésta me llevaba a unos recuerdos, y éstos, a su vez, me llevaban a otros y a otros, y así sucesivamente. Tomé muchas notas en aquel tiempo, pero nunca fueron exhaustivas y, además, un día me cansé de anotar tantas historias. Perdí la cuenta. 

En definitiva, no he llegado a contabilizar nunca las supuestas vidas pasadas que llegué a recordar, pero fueron muchas, muchísimas. He llegado a pensar que al menos fueron cien, teniendo en cuenta que la etapa en la que "regresaba" de manera espontánea fue bastante larga (unos dos años, luego terminó) y que además llegué a recordar diferentes vidas referidas a una misma época de la Historia (como por ejemplo en el Antiguo Egipto, del cual tenía al menos 4 memorias diferentes, o como con los indígenas de Norteamérica, con los cuales recordaba haber vivido dos vidas mínimo)

Muchas de estas regresiones me marcaron mucho en su día, otras no tanto. Fuera como fuera, todas surgían como "la causa" o la explicación de algunos de mis padecimientos o malestares físicos de ese momento, y todas eran, sin excepción, regresiones traumáticas. Por eso, mi terapeuta, al principio, estaba asustada. Temía que tanto dolor y tanta tragedia me hundiera en la desesperación, máximo teniendo en cuenta que la moraleja que se podía extraer de todos y cada uno de aquellos dramas era inquietante. 

No parecía albergar, mi cuerpo, ni un destello de buenos recuerdos o ni siquiera de esperanza pues, aunque hubo regresiones que mostraron momentos bellos e idílicos de la historia, invariablemente se truncaban y acababan convertidos en una pesadilla con final espantoso. ¿Acaso no era capaz de recordar otra cosa que no fueran cataclismos, muertes, finales, desastres, horrores o fracasos? Sin embargo, y contrariamente a lo que ella temía, recordar tantos horrores me sanaba. ¡Me encontraba cada día mejor, y al cabo de los meses me sentía pletórica!

Algunas de esas regresiones trajeron aparejado un especial sentimiento de identidad que se iba abriendo camino en mí. No estaba segura de haber sido -literalmente- aquella sacerdotisa egipcia, aquella chamana indígena o aquella niña sanadora francesa (por ejemplo), pero... pero era capaz de recordar cómo era "ser ellas", era capaz de sentirme siendo "eso" y, por lo tanto -eso era fascinante- era capaz de acceder a parte de su conocimiento. Aún no sabía cómo expresarlo, cómo "tomarlo" en mis manos, pero lo notaba rebullendo en mi interior, pugnando por ser visto por mí, entendido, captado y quién sabe si utilizado de nuevo. Tal vez por eso cada vez me sentía más fuerte, más poderosa, más capaz.

¡Qué paradoja! Comparando mi vida con aquellas regresiones, yo no había tenido "grandes problemas", pero me había estado sintiendo una mierda. Sin embargo, ahora que había experimentado internamente lo que era acabar cien vidas en trágicas circunstancias, ¡me sentía mucho mejor!
Visto desde mi perspectiva de hoy, creo que aquello de "recordar" otras vidas tal vez me ayudó porque algunas de estas memorias traían aparejado un conocimiento fascinante de la vida. Y recordar otros modos de ser me dio la certeza de que había "mucho mundo ahí fuera", al alcance de mis manos, y que yo podía ser de otras maneras. En definitiva, dejé de sentirme atrapada en mi cárcel mental, y tal vez eso fue lo que me capacitó para cambiar mi vida poco a poco, pero esta vez desde dentro hacia afuera.

Por lo demás, ¿qué hacía con tantos recuerdos? Algunos los dejaba marchar, pero otros, lo admito, se quedaron conmigo durante un tiempo de manera muy intensa. Algunas vidas las sentía demasiado "mías" como para dejarlas pasar así como así. Los recuerdos habían sido demasiado vívidos, largos y detallados. Habían energido de mí con dolores y tensiones que abarcaban al cuerpo entero, y muchas -muchísimas- lágrimas, pero también con la sensación vertiginiosa de estar recordando algo de gran importancia, eventos que - al menos que yo supiera- nadie en la humanidad actual conocía, o perspectivas de la historia completamente opuestas a las que se dan por sentadas. 

Las voces, sensaciones y conocimientos de aquellas mujeres brotaban de mis células con una fuerza sobrecogedora pero además, una vez terminada la regresión, era como si se quedaran conmigo, flotando en mi ser, permitiéndome ver el mundo a través de sus ojos, desde su personalísima perspectiva (¡tan diferente de la mía!)

                             
(A la derecha, imagen de Gilbert Williams)

Así, durante un tiempo viví la "identidad egipcia" (antigua) junto a la mía, y llegué a pensarme como "una antigua sacerdotisa egipcia reencarnada". Más adelante, sin embargo, emergió con una fuerza brutal una anciana india de Norteamérica con una relación especial con los niños (nacimientos, encarnaciones) y entonces volví a sentirme "una india reencarnada". Pasó el tiempo, y entonces me pareció haber sido una desafortunada e imprudente maga europea que se metió en líos terriblemente oscuros, y durante un tiempo mi identidad se vio influída por la suya. Y así con todo, podría seguir repasando vida por vida para descubrir que la cantidad de identidades que he experimentado sería enorme.

Al final, tal y como me sucedió con la búsqueda de "mi gente", me sucedió con los recuerdos de vidas pasadas: hubo un día en el que ya no podía sentirme siendo esto o aquello, porque me era imposible elegir o preferir a una "identidad" por encima de las demás (ni siquiera a mi identidad actual) Con el tiempo, empecé a vivir las regresiones espontáneas sin intentar apropiarme de las identidades o historias, simplemente dejándolo salir todo y comprendiendo lo que hubiera para comprender ahí. (Porque, eso sí, cada regresión traía su lección)

El crack definitivo de mi ilusión de identificarme con alguno de aquellas "yoes" antiguas sucedió cuando recordé haber sido dos mujeres distintas en la misma época: la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas, judía y embarazada, murió en un campo de concentración en medio de espantosos horrores. La otra, una niña, quedó huérfana en la guerra civil española y murió poco después. Oh, oh, ¿dos regresiones para una misma época? Tenemos un problema. 

Era obvio que yo no podía haber sido al mismo tiempo una joven judía que vive en un país de Europa y una niña española, pues aún considerando la idea de que el espíritu de la niña muerta se "reencarnara" enseguida en otro país, no había sufientes años de tiempo entre una vida y otra, ambas se solapaban. Más tarde, aún recordé otra vida: la de una joven americana (EEUU) de "familia bien" que sufrió un encierro a la fuerza en un sanatorio mental para ocultar un embarazo no deseado y el subsiguiente trauma del aborto que le practicaron sin darle elección, allá por los años 50. Pues bien: tampoco era posible haber sido esa joven y la madre judía, ya que la muerte de la madre en los campos de concentración (años 40) se solapaba con el crecimiento de la joven americana (si fue internada en los 50', en los 40 era una niña)
Entonces ¿cuál era la explicación? La verdad era que la memoria que más me marcó (y que, de hecho, se convirtió en parte de mi "sensación de identidad") fue la de la madre judía, pero a pesar de todo yo había recordado también las otras dos vidas o experiencias. Podía pensar que sólo una de ellas (la de la madre judía) fuera "mía", pero entonces eso significaba que de todos modos era posible recordar vidas que no eran propias. Vidas de muertos, ni más ni menos. 

Y esta perspectiva lo cambiaba todo, claro. Porque si podíamos recordar vidas ajenas, ¿Cuántos de mis recuerdos de "otras vidas" eran míos? ¿Y si me estaba identificando -y dejando influir por- memorias que no eran "mías"? ¿QUIÉN ERA YO? Oh, oh, la vieja pregunta volvía a emerger otra vez. Las regresiones, lejos de darme una respuesta, habían ampliado o modificado la perspectiva desde la cual surgía la pregunta.

Durante años había "regresionado" tanto, que había llegado a recordar vidas de una era pre-histórica y mítica. Me había sentido recordando "a Eva", es decir, llegando hasta el último origen de lo que llamamos humanidad, y aún más allá. (Incluso había llegado a tener algún recuerdo de supuestas o posibles vidas futuras, un tema que ya implica rizar el rizo, y del que hablaré tal vez otro día) 

Siguiendo la pauta descrita en los libros de moda acerca de la reencarnación, me había hecho la ilusión de que era posible rememorar la "historia de mi alma" en plan relato lineal, saltando de vida en vida, todo para descubrir ahora que tal vez muchas de esas memorias no eran mías. O mejor dicho, que tal vez ninguna de ellas lo era, porque si admitía la posibilidad de que una regresión me había llevado a sentir y recordar la vida de otra persona muerta hacía tiempo, ¿qué impedía que todo cuanto había experimentado fuera "ajeno"? 

(Mario Vázquez)

¿Y si me había pasado AÑOS recordando vidas de MUERTOS...? ¿Y si por eso sacar afuera todas esas emociones y pesos me había sanado, porque eran cosas muertas de muertos, y descargarme me dejaba "como nueva", literalmente? 

Ironías de la vida, fue mi capacidad de dialogar con la energía/consciencia a la que llamo Anubis, algo "adquirido" en parte tras haber recordado varias vidas egipcias (especialmente una), lo que vino a rescatarme en mi crisis de identidad. No deja de ser graciosa la mezcla que concurre en todas las cosas, y lo muy bien que podemos aprovechar cualquier experiencia, sacándole el máximo partido, al margen de lo que creamos sobre ella. Yo tenía dudas (y muy serias) acerca de la verdad de la reencarnación, y de hecho en cierto modo las sigo teniendo, pero...pero precisamente gracias a las regresiones aprendí a dialogar con "algo" llamado Anubis, quien tenía una perspectiva sumamente interesante sobre todas estas cuestiones.

Sin reprenderme por mi escepticismo, (de hecho, más bien muy contento por el mismo) el tremendo e inclasificable Anubis se encargó de abrir un poco más mi jaula mental, al sugerirme que, efectivamente, no sólo era perfectamente posible recordar vidas de otras personas...¡Sino que incluso podías recordar la vida de una persona que aún estuviera viva! De hecho, yo lo había hecho muchas veces, sin darme cuenta de ello, al "sentir" en mi ser las emociones, pensamientos y ecos que otras personas tenían respecto a algunos temas, o por ejemplo al realizar sesiones de terapia para ellos y acceder a recuerdos de sus vidas asociados a sus problemas actuales.

"¿Registros akashicos?"-se rió Anubis, respondiendo a una de mis preguntas sobre el acceso a conocimientos o hechos antiguos- "¡Cómo os gusta ponerle nombres sofisticados a todo y convertirlo en algo misterioso y elitista! ¡Es tan simple como que podéis entrar -y de hecho a menudo lo hacéis, sólo que sin saberlo- en la dimensión donde todos estais unidos! 

"Además, esto no es una capacidad exclusiva de unas pocas personas, sino algo que todas pueden experimentar en algún momento de sus vidas, y en general casi continuamente, solo que no sois conscientes de eso, ni sabéis cómo procesarlo cuando os sucede, y entonces las cosas se viven medio mal o con dosis de error de interpretación. Registros Akáshicos, ja, ja, ja (Y se seguía riendo de esa expresión)"

Así que según él, la cosa es más simple de lo que parece: en cierto nivel del ser todos estamos unidos, y por eso, al menos en la energía, lo compartimos todo. Los cuerpos son, digamos, más independientes, pero la energía va y viene de unos a otros y nos comunica constantemente. Lo hacemos sin palabras, sencillamente nos sentimos. En esa dimensión, lo que vive el otro nos afecta como si lo viviéramos en carne propia, y es entonces que podemos sentir con certeza que "somos él, o ella". (¡Justo lo que yo experimenté en aquella primera experiencia, en la cual me sentí siendo dos personas a la vez, yo y la mujer india agonizante que cantaba...!)

Claro que eso sólo se vive en determinado nivel del ser, y como es un nivel al que normalmente (por educación recibida) no sabemos accedor y cuando lo hacemos, no le prestamos atención, o lo interpretamos sin saber, nos confundimos mucho. Lo interpretamos todo mal, muy mal. Según la perspectiva de Anubis, la identificación con personalidades o "yoes" de otras vidas es normal (natural, digamos) al principio, cuando eres novato, pero no es recomendable alentarla, sino que lo ideal es trascender estas fijaciones porque, en realidad... no somos "eso".

Es más, desde los ojos de Anubis, es una pena fijarse sólo en lo muerto del pasado y otorgarle mayor importancia que a lo que somos y vivimos ahora. Dar tanto poder a los muertos, construirles mausoleos (internos o externos) es una práctica habitual en toda sociedad suficientemente desconectada del Espíritu Vivo como para tener mucho miedo al presente y sus incertidumbres. Se prefiere lo muerto porque parece una garantía, y porque, de hecho, en muchos casos el viejo conocimiento es eficaz. Pero no habría que confundir la recuperación o herencia de un conocimiento ancestral esencial y profundo, con la fijación por las personalidades muertas, querer repetir los estilos de vida en su parte exclusivamente formal, etc.

Por esa razón, Anubis aprobaba que yo "recogiera" de los muertos un legado, una herencia de conocimientos y lecciones esenciales, pero nunca me animó a identificarme con ninguna de aquellas personas que yo había recordado ser en el pasado. Por el contrario, lo mejor para ellas era ayudarlas a morir, a transitar. Y lo mejor para mí era centrarme en esta vida y seguir observando con los ojos del alma la gran pregunta: ¿Quién soy yo?

A esta pregunta, al final, se le cayó un poco el "yo", porque me di cuenta de que no se podía "ser" un "yo" de manera fija. El "yo" "iba siendo", cambiando, transitando, naciendo y muriendo, desapareciendo. Hoy soy un "yo", hace tiempo fui otro "yo", dentro de diez años, si sigo viva, seré otro "yo"...¿Quién soy, entonces? O incluso: ¿Qué soy? 

Ser capaz de preguntarse QUÉ es uno mismo ya es un gran cambio de perspectiva, e implica ser capaz de replanteárselo todo.