Hace tiempo que las siento, cada vez más. Hace
tiempo, incluso, que me siento más abuela que joven, y esto me ha desconcertado
mucho. Me he peleado contra la sensación de estar volviéndome abuela, de sentir
que la energía de mi cuerpo ya no es joven, que se me acaba cierta etapa. Me he
sentido, incluso, cuidando a mi hijo más como abuela que como madre joven, y he
juzgado estas sensaciones. Porque ¡madre mía!, si mi hijo solo tiene 5 años.
¿Cómo voy a ser abuela? Es imposible.
Pero ayer de repente lo entendí todo. En la
energía, vino una Abuela Primera y me explicó que lo que yo sentía era lo
natural: por mi edad (hoy cumplo 43) he entrado ya hace tiempo en la edad en la
que, de manera natural, las mujeres se han convertido en abuelas. Durante miles
y miles de años, la humanidad ha vivido de una manera DISTINTA a la actual, en
la que las mujeres eran madres poco tiempo después de tener sus primeras
menstruaciones.
Es decir, convertirse en madre era lo normal una vez cruzabas
la adolescencia, o incluso en ella. De hecho, no existía nuestro concepto de
adolescencia. Se pasaba de niña a mujer con la menstruación. ¿Adolescencia
turbulenta? Eso no existía, y según se me dijo, lo que conocemos hoy es el
resultado de "reprimir" las fuerzas vitales sagradas y sexuales,
"esperando" una adultez muy postergada para "permitir" a
las mujeres recién estrenadas y a los hombres "ya crecidos" que
inicien otra clase de vida, que asuman responsabilidades y tomen iniciativas.
(Hoy en día tenemos, además, el problema de la adolescencia cada vez más precoz
por contaminación ambiental hormonal, pero ese es otro tema)
En definitiva, en cualquiera de los miles de
años de la humanidad, excepto en este siglo, yo hubiera podido ser madre a mis
15 años, o incluso esperar "bastante", y ser madre a los 20. Y hoy, con 43,
sería posiblemente abuela. Con lo cual tiene todo el sentido del mundo que, en
la energía, me venga sintiendo unida desde hace un tiempo con las Abuelas,
sintiendo que soy "casi" una de ellas. No del todo, porque
físicamente hablando, mi hijo solo tiene 5 años y ni siquiera sé si será padre
algún día. Pero en el espíritu, según me dijeron "ya estoy lista para
"Empezar" a aprender a ser abuela".
Y por eso "me sale"
el ramalazo abuela. Por eso me noto como "ablandada" y al mismo
tiempo más radical cada vez (como las abuelas verdaderas, cada vez menos dadas
a perder el tiempo, más pragmáticas y al mismo tiempo más de vuelta de todo)
Pero además, es que mi cuerpo tiene toda la
razón del mundo cuando me dice que "se le acaba el tiempo" para según
qué. Ya no tengo 30 años de fertilidad carnal por delante, sino muy poquitos. Y
yo, que oigo a mis células, que dialogo con mi carne, oigo perfectamente a mis
ovarios, por ejemplo, diciéndome que llevan "la cuenta" de "lo
que les queda" para vivir de determinada manera, y no es mucho tiempo. Así
que se vuelven radicales y avaros de su energía, en el sentido de que ya no me
van a permitir derroches o tonterías. Porque sólo tienen unos años para vivir ciertas cosas, para emplear la energía sagrada de la ovulación y las
menstruaciones de cierta manera, y no quieren malversarla, usándola para
proyectos o modos de vida que no les satisfagan.
Esto no significa necesariamente tener más
hijos físicos, pero tal vez sí "hijos" de otra manera. Tal vez es
momento de convertirse en madre de otro modo, madre de otras cosas. Tal vez
tiene que ver con esa etapa de "ni joven ni anciana", de "abuela
joven" o aprendiz de abuela.
Nuestra sociedad ha pensado siempre en las
abuelas como si fueran menopáusicas y ancianas, pero esta perspectiva es sesgada
e irreal, ya que en la vida natural de la humanidad "sin civilizar"
se EMPIEZA a ser abuela cuando aún se es fértil. Y la memoria genética y
carnal de toda mujer está unida a ese clan de abuelas "reales" que, a
veces, acunaban nietos e hijos al mismo tiempo. Es decir, mujeres que poseían
un conocimiento acerca de cómo vivir del modo mejor y más sagrado posible los
ÚLTIMOS años de fertilidad carnal.
No sé bien qué misterio albergan aún, en
sueños, mis ovarios, pero desde luego no es "perder el tiempo con
tonterías" ni "andarse con rodeos", ni seguir con "lo
virtual y lo soñado". Quieren plasmar. Quieren materializar. Cuando crucen
el tránsito hacia otra forma de vida, quién sabe si dentro de 5 años o de
siete, mis ovarios seguirán participando de mi vida interior y carnal, pero de
otra manera. No como ahora, sino distinto. El tiempo para vivir lo propio de
ahora es, pues, ahora, y no dentro de diez años. Dicen: "Los hombres son
distintos, ellos pueden esperar. Nosotros no"
Comprender todo esto me ha puesto en paz con
mis sensaciones. Hasta ahora me resultaban paradójicas y absurdas, pero de
repente entiendo que es lo normal, y que está muy bien así. Vivimos en una
época en la que todo está al revés y se presiona a las mujeres para que
"se sientan jóvenes" aunque ya no lo sean. Para que hagan a los 45 lo
mismo que a los 25, y para que se VEAN igual: sin canas, sin arrugas, sin
formas redondeadas por la edad. Como si no pudiera existir madurez. Como si
fuera pecado o una falta de dejadez y pereza imperdonable "dejarse
llevar" por lo que el cuerpo siente, y hubiera que luchar contra los
impulsos de desacelerarse, descansar o pausar ciertas cosas porque una ya no se
siente como cuando tenía 20 años.
Y así, se emprenden toda una serie de actividades
destinadas a negar la verdad del paso de los años: teñir canas, dietas para
mantener un cuerpo como si tuviera 20 años, ropa "juvenil" para no
parecer tan "señora", gastar gestos de adolescente, o incluso llevar vida de
adolescente, extrapolando lo que es bueno a los 15 ó 20 a lo que es bueno para
los 40.
Y he querido compartir esto porque me consta
que, en el imaginario colectivo, no está presente el "arquetipo" (fea
palabreja, pero para que me entiendan) de la Abuela Joven, de la Mujer Fértil
que TAMBIÉN es Abuela. Que ya está bien de ver a las edades y a la energía de
la mujer y su verdad con el filtro de la mentalidad occidental moderna, la del
último siglo como mucho. Que ya está bien de recortes y sesgos y moldes
artificiales. Mejor abrirse a la verdad del cuerpo y escucharla, aunque para
ello haya que desoír y desobedecer los mandatos de nuestra cultura, y
cuestionar lo que creíamos hasta el momento.