martes, 24 de marzo de 2015

Lo que quiere la Tierra

(Imagen de Maxim Sukharev)

Lo de poner oído y escuchar la voz de la Tierra me depara sorpresas sin fin. Estoy escribiendo un nuevo libro que, entre otras cosas, recoge lo que yo oigo, siento o interpreto como "peticiones básicas" de la Tierra hacia sus hijos, y no sé. Una de las cosas que más me está costando encajar es la primera petición. La fundamental, porque además se relaciona con los "fundamentos" o cimientos que, según la Tierra, ha de tener cualquier proyecto vital a desarrollar sobre ella. Si el proyecto de nuestra vida es como un edificio, los cimientos deberían hacerse, según la Tierra, de esta manera: con AMOR a Ella.

"No me uses sin amarme".
Tiene sentido. Considerando a la Tierra como un "ser" o "macroentidad" con conciencia, ¿es raro que pida amor, con lo rico que es el amor...? No es extraño.

Pero de ahí la Tierra pasa a la siguiente petición: "A poder ser, no vivas en una tierra a la que no ames, o a la que no puedas amar con todo tu ser, hasta ser uno con Ella, fundiéndote en Ella, integrándote plenamente en  su paisaje".

Esto ya es mas difícil, porque ¿Cuántos vivimos en un lugar elegido por amor a su tierra? ¿O cuántos nos planteamos el amor hacia la Tierra en un aspecto local...? Amar a la Tierra "en general" está bien visto, es admitido por algunas personas, pero ¿amar a una tierra local? Cuando expresas algo así, siempre se levantan en la audiencia dos reacciones automáticas: una, la nacionalista, tendente a ensalzar la propia tierra, pero a costa de compararla con otras e incluso demonizar a lo extranjero. Dos, la reacción del que teme el nacionalismo y se dice "hijo de la Tierra" en general, ciudadano del mundo y no sujeto a amores particulares ni concretos.

Pero, ¡ay!, la Tierra no quiere eso. Ni lo uno, ni lo otro. Quiere amor, y lo quiere materializado. Concretado en algo palpable. Decir que amas a la Tierra pero sin comprometerte con el destino y la vida de ninguna tierra en particular, porque total, "uno es de todo el Mundo" y porque "atarse es malo", es como decir "amo a la humanidad" y luego no comprometerse con nadie. Ir por la vida saltando de gente en gente, de grupo en grupo, sin llegar a nada profundo ni duradero porque claro, no se ha enraizado. No se han puesto los cimientos de algo sólido. 

Hay todo ese prejuicio hacia la permanencia, todo ese miedo a quedarse "pequeño de mente", debiado a haber amado a alguien, a una persona. A una tierra. Mejor ser "libres como el viento". Mejor no amar nunca a nadie salvo de manera etérea, volátil, sin compromiso. Amar de paso. Muchos aman "de paso" a la gente y aman de paso, también, a La Tierra. Y como se está tan, tan de paso, pues... ¿para qué esforzarse en construir nada, o en arreglar nada? Cuando un paisaje se estropea, nos vamos a otro mejor. Cuando una comunidad entra en conflicto, la abandonamos. Cuando una pareja ya no nos gusta tanto como al principio, la cambiamos por otra.

La mentalidad de "paso" es una de las cosas que ha hecho que la Tierra esté como está. Siempre hubo tierras nuevas por explotar, por desgastar, por exprimir. La carencia de amor concreto hacia una Tierra concreta nos hace abandonarla con demasiada facilidad, pero también esquivar el "arreglo" de sus problemas más profundos.

El nacionalismo no necesito comentarlo tanto. Todos sabemos de qué va. A la Tierra no le beneficia, porque la competición hostil entre vecinos hace que las Tierras se aíslen y los intercambios de personas, energías y materia se obstaculicen o filtren demasiado. La Tierra necesita cierta fluidez en el tránsito entre unas zonas y otras. Pero además, cualquier guerra la destroza, la hiere. Y los nacionalismos son una de las causas que contribuyen a las guerras.

Reivindico la bondad e idoneidad de elegir una tierra (para estar en ella, vivir y trabajar sobre ella) por amor. Que el amor sea el motivo fundamental de esa elección, tal y como lo es en la elección de pareja o comunidad en la que integrarse. La historia que luego acontezca a partir de ahí es otra cuestión. 

Amar no siempre implica tener éxito, en el sentido que comúnmente le damos, hoy, al éxito (enriquecimiento monetario, adquisición de prestigio social, poder, fama), pero siempre nos dará éxito interior. Cuando te mueres, el amor es lo que te queda, así como el enriquecimiento interno que hayas experimentado a lo largo de tu vida. En ese sentido, elegir una tierra por amor, comprometerse con ella y plasmar o culminar este amor con una vida de "obras amorosas" estando integrado en su paisaje, es una gran cosa.

Y eso es lo que quiere la Tierra.

Lo pienso, le doy vueltas y me debato con esta idea, porque choca contra los principios que rigen mi mundo (mi sociedad). Como dependemos del dinero para sobrevivir, y como algunas tierras no dan mucho dinero, es difícil, muy difícil tener el coraje de decir "pues me comprometo con la tierra que amo, aunque eso implique tener menos "ofertas laborales" que en otros lugares". Es como enamorarse, amar a alguien y descubrir que es pobre, o que le falta una pierna. Pero...¿Sería verdadero amor si abandonáramos a esa persona por eso? 

Hay grandes, grandísimas historias de amor que han vivido personas que partían de situaciones muy desfavorables. Del mismo modo, hay grandes historias de amor esperando en las tierras locales...porque cada tierra espera a sus hijos amorosos y a sus amantes, hombres y mujeres que acepten el destino del amor: la fusión o integración con un paisaje, la armonización con el mismo y todo lo que este contiene : elementos físicos, plantas, animales y personas. Historia pasada, presente y futuro potencial. Todo.

¿Hay suficiente amor en el ser humano para dárselo a la Tierra? ¿Hay suficiente amor en los corazones hacia quien muchos eligen llamar "Madre...Tierra"? Si lo hay, entonces hay que elegir alguna madre-tierra local y amarla. Intentarlo siquiera. Como con el amor de pareja, puede que luego la relación con un lugar "local" fracase, o no pueda ir más allá de cierto punto, pero al menos hay que intentarlo. 

Morirse sin haber amado a nadie concreto ¡qué triste! Morirse sin haber amado a la Tierra ¡qué terrible! Nacer en la Tierra y pasar la vida estando tan "de paso" sobre Ella, que ni siquiera la hemos amado hasta el final, hasta el compromiso. Hasta la raíz.

Pero sí, es cierto: dar un valor supremo al dinero es antagonista con esta elección del amor. Así que la vivencia de este amor a "una" Tierra local representa un desafío. Hay que imaginárselo y empezar el camino de cero. Sin referentes cercanos. Porque nos han educado para movernos por el dinero y tras el dinero. Este es un tema amplísimo...

A base de darle vueltas a este desafío, he encontrado referentes lejanos. Para variar, tribales. Exóticos para nosotros. Tribus del mundo que aman tanto a "su" tierra que se sienten parte de la misma, y eligen conscientemente vivir con cuidado sobre ella, sin lastimarla. Protegiendo sus elementos, sus paisajes, sus plantas y animales. El último ejemplo que he encontrado de una vida así de amorosa con la "propia" tierra son los indios Kogi de Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia) Merece la pena asomarse a su cosmovisión, es interesantísima y muy amorosa hacia "la Madre". Pero hay más tribus que han vivido o viven lo mismo...

Y es sólo cuando pienso en cómo viven estas tribus, y lo muy cuidado que tienen su entorno a pesar de haberlo habitado durante siglos, comprendo que la petición de la Tierra de "elegir una tierra por amor y comprometerse con ella" es sabia. Profundamente sabia. Y es que tal vez no se trate tan sólo de que a la Tierra le "guste" ser amada, sino que además Ella sabe que si no amamos algo profundamente, no vamos a ser capaces de hacer todo lo posible para cuidarlo y protegerlo. Todo lo que esté en nuestras manos. ¿Existe una fuerza mas poderosa que el amor?

¿Y si al final fuera verdad que sólo el amor puede salvar al mundo, pero esta verdad fuera literal y aplicada también - y fundamentalmente- al amor hacia la Tierra, inclusive en sus aspectos locales? ¿Cómo dejar de ser "gente de paso" si no amamos suficientemente a un lugar como para quedarnos en él...? Y quien ama... ¿Abandona al primer problema? ¿De qué tenemos miedo?

Yo cada vez sé mejor a qué tengo miedo, pero de veras: a descubrir, en el momento de mi muerte, que "pasé" por encima de la Tierra sin haberla amado y sin haberme integrado del todo en su materia. Sin haberme, en fin, encarnado del todo o de veras. Porque no me comprometí, o lo hice de manera sesgada y parcial: solo con algunas personas, solo con alguna planta o algún animal. O solo conmigo misma. Fui turista, viajera egoísta, únicamente preocupada por obtener "sensaciones, emociones, experiencias" de mi viaje terrestre, y estuve cuidando solo de mi persona y mi maleta personal. Estuve mirando, viendo, fotografiando "para el recuerdo" y ya está. No me quedé en ninguna parte, porque total, me consideré ciudadana del mundo y total, además, como nos morimos, la Tierra no es lugar para estar y detenerse un rato. Solo para "pasar", y cuanto más desapegadamente, mejor.

Humanos turistas, que lo devastan todo, ¡pero cuánto presumen de su "amor" por la tierra de países con los que, sin embargo, jamás se comprometen, y de los que huyen cuando hay dificultad! Somos como turistas en la Tierra, ¡qué pena! No hijos con su madre, no nietos que cuidan de su abuela. Turistas. Viajeros transitorios, que contribuyen con su prisa y su deseo de aumentar la velocidad y las emociones del viaje a explotarla, a diezmar sus recursos llenando la Tierra de líneas de ferrocarril, de gases de aviones, de agujeros para sacar minerales...Todo para que los turistas tengan más comodidad en su "viaje de placer". Para que solo tengan que apretar botones en su tren o avión, y tengan calefacción, y agua corriente a demanda, y además caliente. Y para que todo sea más y más rápido.

Turistas en la Tierra. ¿Para cuándo lo de ser hijos encarnados de verdad y totalmente? ¿Para cuándo seres integrados en "un" paisaje concreto? La Tierra tiene la receta para esto: elegid una tierra "por amor"...y quedaros en ella. Hasta el final. Hasta que la cosa no dé más de sí, y se hayan agotado todas las posibilidades.

"Amadme hasta el fin, mis hijos..."




                                                                      





lunes, 9 de marzo de 2015

La ley del silencio social o familiar.

 
Ando reflexionando sobre la manera que tenemos de relacionarnos en esta sociedad, con tanta ocultación de las verdades íntimas, y cómo eso nos acarrea sufrimientos gratuitos que serían evitados si nuestros códigos de conducta fueran distintos.

Leí hace tiempo una entrevista a Sobonfu Somé, (abajo, en la foto) una maestra espiritual africana, en la que ésta hablaba sobre su sociedad tribal. En ella lo normal es compartir todas las preocupaciones y problemas, incluso o sobretodo las que aquí consideramos íntimas. Así, cuando una pareja se pelea, lleva sus asuntos al centro de la tribu y todos escuchan, opinan, ayudan... Porque se considera que el problema de uno, es de todos. No existen las cuestiones "aisladas". Del mismo modo, cuando una pareja se casa, allí todos se re-casan a su vez, volviendo a celebrar sus unión.


Aquello me llamó mucho la atención, porque me di cuenta de que nuestra manera de funcionar, que damos tan por sentada como si fuera lo mejor, lo ideal o incluso la ÚNICA forma de hacer las cosas, no es más que un producto cultural, y por lo tanto, no es inevitable. Puede que ni siquiera sea el mejor.

¿Qué acarrea nuestra forma de funcionar? Por ejemplo, si una pareja tiene conflictos, generalmente los oculta ante los demás. Se considera que contarle tus problemas de pareja a los otros miembros de la tribu o a los amigos comunes es una especie de traición al otro miembro de la pareja. Los maridos, pues, callan ante sus amistades comunes sus problemas reales con sus mujeres; y las mujeres los que tienen con sus maridos. 

Solo se rompe esta ley del silencio cuando la situación es tan sofocante para alguno de los 2, o para los 2, que generalmente ya es muy difícil de arreglar. Y de todos modos se rompe el silencio siempre con un sentimiento de que se hace algo que no está bien de cara al otro miembro de la pareja: hablar. Contar lo que duele de una relación, lo que no funciona.

En nuestra sociedad siempre se prefiere seguir aquel dicho de "los trapos sucios se lavan en casa", que resume una creencia muy arraigada: no se deben exponer los problemas íntimos ni relacionales. Uno debe apañárselas a solas con eso, porque la "norma" social dice que siempre es prioritario salvaguardar el "honor" o la buena imagen que del otro puedan tener, y además, se entiende por buena imagen no tener defectos. Como si esperáramos inconscientemente estar relacionándonos con dioses o diosas sin tacha y, al poner de relive las disfunciones, errores o vulnerabilidades de otras personas, obligara de inmediato a apedrearlos, darles la espalda o desdeñarlos como si fueran un fiasco. Cuando en realidad, no hay nada más natural que estar "a medias", es decir: en proceso de desarrollo, con algunos potenciales alcanzados y otros sin germinar; con virtudes ya actuando pero también con sombras, errores e ignorancia a tutiplén.

Todo este modo de pensar, este mito social acerca del encubrimiento de "la verdad" de los otros y de nuestras relaciones íntimas afecta no solo a parejas, sino a otros grados de parentesco y líos familiares. El resultado de esta "ley", aunque parezca bueno en algunos aspectos (nos otorga cierta tranquilidad, cierta sensación de "no pasa nada") es el aislamiento emocional de las personas cuando sufren, algo que es, de por sí, dañino. Si ya es triste y doloroso sufrir, peor me lo pones si te toca aislarte en ello porque vives en un lugar donde reina la ley del silencio o, como mucho, la de "Si me lo vas a contar, que sea en secreto y que nadie más lo oiga". Como si se fuera un delincuente por desahogar un dolor, una duda, un problema.

Pero otro efecto dañino de esta práctica social "ocultativa" es que, al desconocer las personas "de fuera" de una familia o de una pareja sus reales conflictos ocultos, generalmente meten la pata y dañan inadvertidamente a las personas que sufren. Dada la intensidad de la ley del silencio, desde fuera es muy, pero que muy difícil adivinar los resortes psicológicos que se esconden tras los rostros de amigos y familiares y los infiernos domésticos o interiores que algunos llevan a la espalda. Una cosa es conocerse y relacionarse cuando se vive de manera "independiente", y otra cuando uno empieza a entrar en esas leyes silenciosas, según las cuales "se debe" primero a la pareja, o la familia, y entonces deja de poder decir las cosas tal cual las siente; deja de mostrarse tal cual es; deja de actuar como lo haría si estuviera solo, expresando sin más lo que le pasa por dentro.

En estas condiciones, es muy, pero que muy fácil, que se haga daño por omisión, por ejemplo no ayudando en algunas cosas, al pensar que la otra persona tiene más fuerza y medios de los que realmente tiene, porque los apoyos externos que aparentemente se le suponen, no son tales. O también se puede dañar sin querer pero de manera activa: a veces uno actúa como un elefante en una cacharrería. Una agresión verbal "pequeña", que sería una tontería para alguien en una situación de fortaleza y emocionalidad saludable, se puede convertir en la nefasta gota final que derrama el vaso y lo convierte todo en insoportable, todo porque esa persona ya está muy socavada por dentro, pero desde fuera esto no es perceptible.

Se leen muchos artículos sobre maltrato familiar hacia niños, ancianos, parejas...Pero casi nadie parece percibir este aspecto de nuestro modo de relacionarnos como una de las causas fundamentales que prolongan el maltrato y el sufrimiento intrafamiliar. ¿Cómo se va a poder solucionar un problema que, de entrada, se tiende a ocultar? ¿Cómo van a romper la ley del silencio los niños, los ancianos, las parejas, los amigos...si pesa sobre ellos no sólo el miedo a represalias familiares o de pareja, sino también la sensación de que "decir", señalar a esa persona "tan maja y a la que todos quieren" no va a ser algo bien recibido de entrada, porque "los trapos sucios se hablan en casa, y está muy feo murmurar o criticar a otros a sus espaldas"? 

De acuerdo, no quiero hacerlo a sus espaldas, entonces decidme dónde lo hago, cómo lo hago, si sólo yo parezco ser la persona que siente necesidad de hablar acerca de esto. La cruda realidad es que no tenemos, como sociedad, mecanismos o espacios de diálogo y desahogo "seguros", terapéuticos incluso, que no pasen por crear grupos cerrados y casi clandestinos, en plan "alcohólicos anónimos", y eso cuando existen.

No voy a ser tan poco realista como para imaginar que nuestra sociedad pueda o quiera cambiar toda su cultura de la noche a la mañana y, por consiguiente, su manera oscurantista de funcionar en lo relativo a las relaciones íntimas y familiares. Pero sí pienso que es bueno generar conciencia sobre este handicap que tenemos y, teniéndolo en cuenta, adoptemos un "principio de prudencia" a la hora de relacionarnos. 

No estaría mal ser más consciente cada vez de que, de lo que vemos en el exterior o en las apariencias de una pareja o familia, no debemos fiarnos demasiado. Y no porque la apariencia de una pareja o familia sea necesariamente falsa, sino porque nunca es (en nuestra sociedad) más que un pedazo de una realidad mucho mayor, y generalmente lo que vemos es sólo la parte bonita o positiva (porque la ley del silencio exige mostrar solo lo que hace "quedar bien" al otro o a uno mismo)

Esta parte positiva, insisto, no tiene porqué ser mentira, pero desde luego no es todo lo que hay, y puede ser bastante contradictorio con lo que se oculta, ya que la parte difícil o menos "presentable" se suele esconder. Por eso, fiarse de lo que se ve implica interpretar de manera inexacta lo que hay y, en consecuencia, equivocarse muy fácilmente al opinar y actuar con los demás.

El principio de prudencia implica ser más suaves y cuidadosos en nuestro trato con los otros, y no precipitarse dando por sentado con qué fuerzas cuentan en su interior, o cómo son las cosas dentro de su casa o dormitorio. También implica no juzgar mal a alguien si finalmente se atreve a "hablar" de lo que sucede "de puertas adentro", pero también ser doblemente cuidadoso con la información recibida, tanto hacia el que habla como hacia el que calla y no se encuentra presente.

Finalmente, no estaría mal complementar el principio de prudencia con un principio de acogida respetuosa y silenciosa. Me refiero a acoger los conflictos ajenos si por casualidad una familia, pareja o cualquier persona opta por exponerlos y pedir ayuda para los mismos. Hay que romper tabús: escuchar, acoger e implicarse para ayudar a quien pide ayuda para conflictos relacionales no es ser "metomentodo" ni ir de "arreglavidas", ni "meterse a romper parejas o familias". Porque insisto: dado que la Ley del Silencio es muy fuerte, generalmente sólo se pide ayuda o se "grita" cuando la situación ya está muy deteriorada, y en ese contexto, si luego sucede una separación o una reordenación de relaciones, uno no rompe nada que ya no esté roto.

Es más: a menudo es muy difícil reunir fuerzas para hacer lo que se siente necesario. Separarse, o abordar un conflicto de manera terapéutica, o reubicarse, o decir "hasta aquí y basta", no son cosas fáciles ni sencillas cuando uno tiene ya las fuerzas muy minadas y vive el aislamiento social producto de la dichosa Ley del Silencio.

Ayudar, escuchar, acoger, es, sencillamente, vivir la faceta más empática, comunitaria y colaborativa del ser humano. Porque aquellos africanos tienen razón: es imposible no vernos afectados, de manera directa o indirecta, por los dolores y problemas que otras personas cercanas padecen. Pero es que además nunca son casos aislados. Lo que les sucede a unos surge de un patrón colectivo que manifiesta el mismo problema de diferentes maneras y en diferentes relaciones o familias.

En una sociedad donde se viviera un poco más La Unidad, los dramas íntimos no llegarían a los niveles que llegan en nuestro mundo. Pero mientras sigamos callando unos y otros, uno por respetar a su mujer, otro por respetar a su marido, otro por respetar a su padre o su abuelo, y otro por respetar a quien sea, seguiremos aislando a los que sufren, e incluso dañándolos sin querer. Porque pensábamos que iban a poder con las cosas pero, sencillamente, un día no pudieron más y entonces sucedió algo tremendo y nos quedamos espantados.

¿Qué sabemos de lo que viven los otros en su interior? ¿Qué sabemos de los infiernos domésticos? Nada, o casi nada. Las familias, desgraciadamente, actúan como pequeñas mafias donde hay capos y figuras intocables, los clanes forman estructuras jerárquicas más o menos inconscientes, y desde niños absorbemos este modo de funcionar, trasladándolo luego a las expectativas que tenemos sobre nuestras amistades, parejas, hijos, etcétera. No queremos la ley en la que supuestamente creemos (derechos humanos) en casa, sino "nuestra" ley mafiosa (Los trapos sucios lavándose de tapadillo, los crímenes escondiéndose, los micromaltratos o micro lo que sean guardaditos en momentos cotidianos sin testigos externos, etc)

Se hace imprescindible no juzgar a los demás, no interpretar, y tratarse con cuidado. O eso, o iniciar un cambio de mentalidad y de manera de funcionar enorme, un "destapamiento", una vuelta hacia la luz que, sinceramente, me temo que la mayor parte de la gente no quiere realizar. Y como esas liberaciones de sombras en público no se pueden forzar, nos sigue quedando tan sólo lo privado. Escuchar. Nos queda escuchar en intimidad, acogiendo y sin juzgar.