jueves, 2 de octubre de 2014

Los -letales- ojos de Miguel.

                                                      (Arriba, pintura de Alex Grey)

Creo que esto ya lo he contado otras veces, pero a riesgo de repetirme vuelvo sobre ello porque lo siento necesario.

Cuando se te despierta la sensibilidad, empiezas a sentir "lo de los otros" y lo primero que haces es pensar que tienes un problema. No fuimos educados para sentir tanto, sino para lo contrario. Y si ya es sospechoso sentirse mucho a uno mismo, ya no digamos sentir lo ajeno. 

Para confirmar lo que digo, basta con ver que hay hasta personas que imparten talleres, clases, cursos y hasta escriben libros, donde te riñen por eso: ¿Cómo se te ocurre sentir lo ajeno? ¿Qué ganas con eso, por favor? Habráse visto cosa más poco práctica. Es más: ¿No estarás cayendo en una especie de engreimiento mesiánico? ¿Qué te crees, una especie de Jesucristo? 

Se enseña y repite que "lo evolucionado" no es "vibrar con las masas de energía baja" de sufrimiento, ira, etcétera. Cosas del tipo: Lo evolucionado, queridos, es sentir sólo lo que a uno le interesa y crear cuanto antes un cielo a la medida de nuestros mejores deseos. Pero allá cada cual, y allá los que elijan seguir sintiendo "de más", es decir sintiendo cosas ajenas, y queden "enganchados" en cosas feas que ya debieran haber desaparecido hace siglos. (Jopé con la evolución humana, qué lenta es, ¿no?) Hay que centrarse únicamente en uno mismo, en el dios interior (porque todos somos dioses, además, y si no lo sabes eres un retrasado espiritual) Todo lo demás es distracción y pérdida de tiempo.

Bien, pues de esto que voy a contar hace 9 años. Compartía casa de pueblo con un par de amistades. Así ahorrábamos gastos y de paso nos apoyábamos emocionalmente frente al cambio que intentábamos hacer en nuestras vidas, recién huidos de la gran ciudad. A menudo yo no tenía ni dinero para pagar el alquiler, pero habíamos pactado una especie de intercambio "en especie": yo podría aportar mis "sesiones" de terapia, escucha del cuerpo y ayuda y canalización espiritual. Y como éstas eran muy apreciadas por mis amigos, no tardaron en hacerse habituales.

Llegaron momentos de dificultad emocional y psíquica, o sea, dicho en plata, "crisis", y mis colegas de convivencia reclamaban mi ayuda cada dos por tres. Yo tenía además mis propias "movidas", todo un proceso de metamorfosis interno en marcha que ya me parecía muy exigente de por sí, así que también tuve unos días de crisis. Porque sentía que no podía más. No podía estar haciendo sesiones a los otros cada día, pero sobretodo no podía estar "sintiéndolos" constantemente. 

Y es que eso era lo que me sucedía desde que se había despertado mi sensibilidad y había empezado a "oir": que día si y día no, sentía emociones y sentimientos ajenos. Soñaba sueños de otros, notaba dolores de los demás, me llegaban ecos de sus pensamientos. Jooooopé. ¡Pero si es que hasta tenía sueños contagiados del gato que teníamos en casa! Yo lo que quería era estar tranquilita con mis guías maravillosos, sumergirme en las aguas anubísicas y angélicas y navegar en calma en esas nubes de amor... sin más. Así que me empecé a impacientar con los dolores, penas y agobios de mis amigos, porque estorbaban mi bienestar interior y se somatizaban en malestares físicos (pues mi cuerpo lo expresa todo) Y como en mi sociedad ya existía toda esa propaganda anti-sentir "lo ajeno", empecé a pensar muy en serio que yo tenía un gran problema. ¿Qué podía hacer?

No era la primera vez que entraba en crisis a causa de juzgar mal mi sensibilidad, pero esta fue la definitiva. ¡Quería acabar con esa situación, se me antojaba insoportable! Así que una tarde que estuve sola, me acomodé en el sofá del comedor, junto a la estufa de leña encendida (era invierno) y me dejé caer allí, exhausta y desesperada. Entonces llamé a mis guías con mucha angustia y les dije que no lo soportaba más. Que, sencillamente, no podía vivir más sintiendo tanto lo ajeno, y que encima no aguantaba tener que convivir con otras personas que pedían mi ayuda. Sus problemas y líos saltaban sobre mí, y yo, lo que quería, era vivir en paz. "Ayudadme a encontrar otra manera de ser y de vivir", imploré, esperando que me abrieran una perspectiva para, o bien dejar de sentir tanto, o bien lograr vivir sola e independiente en todos los sentidos, y sin distracciones de ese tipo.

Entonces sentí que Miguel se acercaba mucho e intensificaba su presencia. Algo así como si subiera el "volumen" o la intensidad de su campo de energía, o como se diga. Lo tenía pegado a mí, vamos, y sentí su tono contundente. Cuando me habló, su voz sonó casi atronadora en mis oidos internos, pero era más por lo que me dijo que por lo que era su voz en sí. Y es que su frase me dejó ko: "Vengo a matarte. Necesitas morir. ¿Lo aceptas?".

Impacto total. Titubeé. Por suerte, ya sabía por experiencia que lo que dicen los ángeles no suelen ser de significado literal. Seguramente Miguel no quería decir que me fuera a matar de verdad... ¿no? Uf. Volví a dudar.
- ¿A qué te refieres? -le pregunté, por clarificar.
- Has pedido ayuda, y esta es la respuesta a tu oración: lo que necesitas es morir. No temas.

No temas, dijo. Uf. Morir. Espera un momento.

Recurrí entonces al comodín Anubis, quien siempre lo ve todo desde otra perspectiva y resulta un buen contrapeso desde "las tripas" cuando uno se "vuela" demasiado. Pero Anubis me miraba asintiendo a lo que decía Miguel. Era cómplice de él, y me dijo que no tuviera miedo y le escuchara. 

Me quedé pensando. Mi corazón, sin embargo, no tenía ningún miedo. Lo sentí muy anhelante por la "muerte" que venía a traerme Miguel. Misterios del corazón, que nota cosas que la cabeza no siempre entiende o imagina, y se entrega enseguida, cuando lo que llega viene de Lo Uno. Así que opté por hacer caso de mi corazón. Y en cuanto tomé esa decisión, me invadió una emoción profundísima, ¡un deseo de morir impresionante! ¡De repente anhelaba la muerte con todo mi ser!...

- Está bien, mátame- casi rogué a Miguel- Estoy dispuesta.

Una vocecita racional protestaba en mi cabeza, pensando en asuntos prácticos, en despedidas que no había hecho, en el testamento que no había escrito, y se imaginaba que podía quedarme fiambre en el sofá... Pero el resto de mi ser sólo queria morir, morir...¡Uf!

Miguel, yendo al grano como siempre (jamás dice una palabra de más, los rodeos no son lo suyo) me dijo, entonces:
- Mírame.
- Pero...- protesté yo, porque además de que no le veía, él mismo me había dicho en el pasado que en principio no me convenía mirar en dirección a los ángeles a los ojos, porque podía ser "demasiado". Y yo nunca miraba en dirección a "los ojos" de Miguel (aunque no le viera, sentía dónde estaban esos ojos)
- Abre los ojos y mírame, porque así es como te voy a matar- respondió Miguel.

Ostras, ¡iba a morir por una mirada! Qué fuerte. Pero abrí los ojos y miré hacia donde "él" se suponía que estaba, aunque sólo lo sentía. Y entonces me encontré viendo, o mejor dicho sintiendo la vida y el mundo desde "su" perspectiva. Durante unos instantes, ¡Dios mío!, estuve en la dimensión o perspectiva de La Unidad. Miguel, al mirarme a los ojos, me había "contagiado" su visión, su modo de ser. 

Y realmente fue demasiado para mi ser, o mejor dicho para mi "yo" habitual. De repente ví, supe, comprendí con una certeza radical lo natural que era sentirse mutuamente. De hecho, experimenté que en la dimensión de La Unidad no había ni "tú", ni "yo", y que por norma se sentía todo lo de los demás: dolores, penas y alegrías, todo era compartido, todo era sentido, porque todos éramos como celulitas de un cuerpo inmenso y lo que le sucedía a otra celulita era muy de nuestra competencia, ¡totalmente asunto nuestro! ¡Lo absurdo era pretender vivir separados! Era aberrante, desde ese estado o dimensión, decir "tus" sentimientos, "mis" emociones, es "asunto tuyo", o "esto es sólo mío".

Se me fundieron las neuronas y con ellas se murieron todos los preconceptos y preocupaciones respecto a "el problema de mi sensibilidad" y "el problema de las emociones negativas o difíciles "de" mis amigos. Mi corazón experimentaba otra cosa: amor y compasión, y un anhelo fuertísimo de ayudar en lo posible. Desde ese estado, mis dos amigos no eran una molestia, sino solo ...partes queridas de esa Unidad... celulitas vecinas que formaban parte de mí en cierto nivel del ser. ¿Cómo había fantaseado con la idea de cerrarme a ayudarles, de racanaear con mis sesiones, o de irme a vivir sola para huir de "el infierno de los demás"? Más bien debía agradecer que se me diera esta oportunidad de compartir, ayudar y aprender de todo aquello, de paso. Porque en las sesiones en las que ayudaba a mis amigos, también aprendía y recibía cosas yo. 

Arrepentimiento, eso es lo que sentí. Y lloré... mientras mi corazón ardía y sostenía la invisible mirada de Miguel, quien, cuando consideró que ya estaba suficientemente muerta y rematada, y que no hacía falta seguir con la "dosis" (no se me fueran a fundir todos los plomos y dejarme tan ko que fuera incapaz de gestionar mi vida cotidiana), dijo: "Está hecho" y se separó de mí. Y se esfumó entonces el Estado de Unidad, pero ¡ay!, ya estaba tocada. La muerte había sucedido y ya nada era igual.

Yo ya no tenía nada que decir.

Mi petición de ayuda había sido escuchada, y la Medicina de Dios que me fue enviada había sido la correcta. Y eficaz a largo plazo también, porque, desde entonces, nunca más he vuelto a lamentarme por el hecho de "notar" cosas "ajenas". Me lo tomo como lo normal, lo natural. Eso sí, he aprendido a seleccionar un poco, a apartar asuntos a un lado para poder enfocarme en otros, porque hay luego todo un aprendizaje para discernir dónde es bueno estar, y dónde no; y con quién es bueno mezclarse, y con quién es mejor separarse en un momento dado. Porque si no, no te concentras en lo que quieres realizar, y es preciso seleccionar dónde inviertes la energía y la atención. 

Pero todo esto lo he aprendido de otra manera, y ya sin la creencia de que debía mantenerme aparte de "lo ajeno". Postergar ayudar a otros, o saber decir "no puedo", cuando realmente no puedes darlas, no es lo mismo que negarte a ayudar, o pensar que eso de sentir a los demás no te debería estar pasando. Y sí, a veces me he separado de la compañía algunas personas, pero no porque creyera que fuéramos a estar realmente "separados" en el Todo, sino porque la excesiva cercanía en lo cotidiano generaba roces y sufrimientos mutuos que no beneficiaban a ninguna de las partes. En Lo Uno sigo sintiéndome vinculada a todas esas personas, y sé que allí seguimos nuestra relación de un modo misterioso, y allí nos reencontraremos en el Más Allá. Pero en lo físico, o corporal del asunto, y en lo cotidiano, en mi casa no entra todo el mundo y así ha de ser. 

Y a veces, cuando, por la fuerza de la inercia y del contagio del pensamiento colectivo más común, vuelvo a encontrarme diciendo "esta emoción es algo de fulanito, es algo de menganito", me recuerdo a mí misma que aunque en este nivel del ser, ciertamente existen fronteras, barreras y separaciones, y está bien así (porque lo físico se organiza así), esto no es así "siempre", ni en todas partes. 

En la dimensión de La Unidad a la cual todos pertenecemos en un nivel del ser, no existe "lo mío" ni "lo tuyo". Y cuando regresemos ahí, tal vez desearemos no haber racaneado con lo que, en esta etapa de vida en la Tierra, consideramos que era solamente "nuestro". Y también anhelaremos haber dado más... haber compartido todo, hasta el aliento casi, y haber ayudado más, aunque sólo fuera enviando desde el corazón compasión, escucha, apoyo moral y fuerza a otros que la necesiten.

Me gusta recordar esa experiencia porque muchas veces la olvido y vuelvo a vivir como si no hubiera sucedido. Es lo normal, porque cuando se siente y comparte todo, ¡te vuelves a dormir y a olvidar, si la mayoría a tu alrededor duermen! Si sientes "lo ajeno", te duermes fácilmente si estás con quienes duermen. Pero bueno, no pasa nada: gracias a haberlo vivido y hasta escrito, puedo recordar ese despertar. 

Evocar aquella muerte que he contado me resitúa en la verdadera naturaleza del querer de mi corazón, y en la perspectiva final, definitiva. Compartirla sin medir a quién llega, dándola "al colectivo", a través de un escrito abierto al público, es un modo de afirmar que no hay nada que sea del todo "mío", ni siquiera lo que llamo vulgarmente "mis" experiencias con los ángeles. De hecho, ellos siempre me dicen: "Ahora, dalo al resto, porque estas experiencias tampoco te pertenecen". Yo no sé cómo se hace eso de "darlas" al resto, pero escribir tal vez es un buen principio. ¿Quién sabe, después...?

Pero fíjate lo que pasa con los ángeles al servicio de Lo Uno: pides ayuda para recrear tu "realidad" o un cielo particular, pues quieres ser feliz de la manera en que crees que vas a serlo y, ¿qué hacen? Romper esa fantasía en mil pedazos, pero sin que sufras -¡oh milagro!- por la destrucción de aquel paraíso imaginado, pues descubres que era falso. 

El Cielo es otra cosa, el Cielo es un estado de ser y está en el arder del corazón entregado, compartiendo ese fuego sagrado con los demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario