domingo, 12 de octubre de 2014

Enseñanzas de una Maestra Encina.


Ayer por la tarde conocí a un ser tan trascendido, que no se puede ni describir cómo vé el mundo.
Mi pareja me llevó a ver una encina enorme (foto de arriba). Los que entendéis de árboles sabéis que las encinas son árboles de crecimiento muy lento (por eso su leña es dura). Imagináos, pues, una encina de 20 metros de alto y 8 metros de perímetro. Se le estima una edad de 500 años, pero quién sabe si tendrá más.

Nada más ví al árbol sentí la tentación de entrar en el hueco de su tronco, creado por un rayo que casi lo partió todo en sentido vertical (aún están las grietas) pero no mató al árbol. Lo que pasa es que me acordé de las veces que, escuchando a otros árboles, me habían aconsejado pedir permiso siempre, antes de abrazar a un árbol o "usarlo" para cualquier fin. Porque los árboles también son "gente", y por mucho que digan algunos que, como no tienen sistema nervioso animal (!), no sienten, en mi experiencia eso no es verdad, y vaya que si sienten. ¡Muchísimo!

En fin, que seguí las normas de cortesía casi a destiempo. Casi fui una maleducada, porque ya me había precipitado hacia el hueco del tronco, pero me detuve a tiempo y saludé. Le mostré las palmas de mis manos abiertas, a la par que abría mi corazon para decirle "Ésta soy yo, aquí estoy, te saludo". Y luego presté atención/oído a la respuesta.

Entonces entré en resonancia con la encina y ¡casi caigo en trance! Porque sentí por contagio su estado de ser, y era un estado como de meditación muuuuuy profunda...Me pareció que era como esos lamas que quedan como inertes, aletargados casi, sin apenas respiración audible, sin mover ni un pelo...están vivos pero su mente está en otra "onda" muy distinta a la habitual, y su cuerpo guarda una quietud total. Eso era lo que sentí como "respuesta" de parte de la encina. Ni un "hola", ni ninguna palabra...La Encina me estaba "sintiendo" (Porque yo senti que ella o él me sentía), pero mi presencia prácticamente no le afectaba. Estaba como en "otra parte".

Le pedí permiso para sacarle fotos, a pesar de todo, y la respuesta fue la misma: Ni sí, ni nó. Ni inmutarse. La encina me "respiraba", como "respiraba" a todas las otras cosas de su entorno, con un poder enorme, con una fuerza impresionante. No me pareció que se opusiera, de todos modos, con lo cual me saqué unas fotos de recuerdo. (Vaya, todavía soy una viciada de la imagen, una hija de esta generación de adictos a las dichosas fotos)

Luego dejé la presencia del árbol y paseé por los alrededores con mi hijo y mi pareja. Era una tarde 100% otoñal, una de las escasas tardes en que mi pareja libra, y por lo tanto podemos salir -en coche- lejos de las calles asfaltadas y respirar un poco otro aire. Se estaba bien paseando, pero...

Yo quería volver con la encina y senti la tentación de abrazarla y quedarme un rato con ella. Tal vez si me sentaba a sus pies... Pero entonces oí por primera y única vez la voz de aquel ser, y fue una advertencia tajante: "¡Cuidado! Porque adonde yo llego, tú aun no puedes llegar!

Y comprendí en un flash de información concentrada que, si bien la encina no me prohibía sentarme con ella, ni abrazarla, me aconsejaba NO hacerlo, o no hacerlo con deseo de permanecer con ella. No le parecía buena mi idea, vamos. El/ella, como ser vivo, tenía un campo de resonacia, influencia y contagio muy grande, muy intenso, y me podía "arrastrar" con facilidad hacia su estado de ser. Pero, según me decía, yo no podía "llegar" donde ella "llegaba". La experiencia podía desestabilizarme.

Lo cierto es que durante unos instantes yo había vuelto a experimentar por resonancia aquella especie de trance profundo parecido a un sueño medio lúcido-medio aletargado desde el cual se "contempla" la realidad desde otros parámetros. Y de hecho, ahora yo tenía sueño, una somnolencia especial, ganas de acostarme, cerrar los ojos y entregarme a una fuerza superior para que fuera "lo que Dios quisiera". 

Entendí que eso era un efecto colateral contagiado de la encina, y resistiendo a la tentación de aquel "entregarme y dejarme llevar" acepté el consejo. No parecía que su estado de "ser" fuera malo, ¡al contrario!, pero si ella/él decía que yo no podía...o que no estaba preparada...¿quién era yo para contradecir a un ser de unos 500 años...? ¿Tenemos siquiera idea de cómo siente o ve el mundo un árbol de...quinientos años...? La verdad es que no. Hay que ser muy arrogante para pretender lo contrario.

***
Me acordé entonces de una experiencia que tuve hace años, durante un viaje a una vieja y monumental ciudad castellana. Toda una historia con el espíritu de una "muertera" que había vivido allí en la Edad Media, el resumen de sus peripecias vitales, su aprendizaje espiritual, sus virtudes y sus defectos, sus logros y el trauma que finalmente la llevó a abandonar la ciudad y a rechazar su don espiritual temporalmente, sobrepasada por el sentimiento de impotencia ante ciertas fuerzas adversas y personalidades contrarias a su labor. 

Recordé mis diálogos con aquella, hum, mujerona de unos 50 y pico años, y cómo tras dar voz a su trauma, ella recuperó enseguida el tono, el brillo (desahogarse es sanador hasta para los ayudadores, ja ja), y me dio algunos consejos de "maestra experta" para mi respectivo camino como "ayudadora de muertos".

Se me quedó grabada su respuesta, cuando le pregunté por qué me encontraba física y anímicamente tan mal a menudo, ayudando a muertos o "sintiendo" otras energías, y cómo podía hacerlo "mejor". Aquella mujer me respondió que no debía esforzarme, ni fustigarme, ni empeñarme en querer hacer las cosas "ya", ni en llegar a determinado "nivel" enseguida. Mi camino de "muertera" se parecía al de un árbol. Yo era, aún, un retoño de arbolito joven, que se ve azotado por una simple brisa y se asusta porque le parece todo muy fuerte. Mi capacidad era la de un arbolito, ni más ni menos. 

Así que ¿Cuándo podría ayudar, pero de veras, a ciertos muertos y ciertos eventos? Pues cuando hubiera crecido mucho más y "tuviera el cuerpo fuerte y recio de una vieja encina", y ni me inmutara ante el viento...Necesitaba más cuerpo y más consolidación, fuerza, corteza, etc. Y eso solo se desarrollaba con el tiempo.

Diciendo esto, la señora tocaba una encina enorme, toc, toc, con la mano, para señalarme su corpulencia, su resistencia. Y me dijo: "Has de llegar a ser dura como esto. Has de tener MUCHO MÁS CUERPO. ¡Ahora estás demasiado delgada! Pero fíjate, ¡si ni siquiera tienes nada de barriga!" (Y era verdad, yo en aquel entonces no tenía ni una curvita en la panza)

La respuesta me chocó y respondí automáticamente: "Eh, ¡que yo no quiero ponerme gorda!" 
Y la muertera se rió, pero me dijo que determinados trabajos de energía no se podían "sostener ni soportar" sin tener "más cuerpo", puesto que la materia bien asentada ayudaba al espíritu a "posarse" sobre ella. ¡A más madera, más fuego! Y el espíritu es como fuego... Claro que eso tampoco quería decir que hubiera que estar gordo en plan fofo, obeso, dejado o maltratado. Pero sí, me dijo e insistió en que la delgadez no era precisamente una virtud en mi camino, sino sólo algo con lo que se tenía que lidiar, si no había más remedio.

De hecho, la mujer se rió (con un poco de ironía) de las personas que, de tanto ayunar y comer poco, se vuelven extremadamente delgadas y creen que eso las hará más capaces o mejores en términos espirituales. "Esos acaban la mayoría "volados" y son incapaces de ayudar a los muertos. Les llega lo celestial y es como si no tuvieran contrapeso. ¡Qué pena, esos vientres hundidos hacia dentro! No tienen apenas cuerpos, no tienen raíces, y por ende no pueden transmutar energías terrestres/celestes. En cambio, un poco de barriga bien llena de energía viene muy bien para este trabajo, porque te "asienta"" 

Finalmente, la muertera me dijo que yo no tenía nada "que hacer", sólo tener paciencia, perseverar y... dejar que el crecimiento "arbóreo" de mi ser se produjera. Un día todavía muy lejano, tal vez yo sería una señora "bien plantada" y "recia" como aquella encina, y entonces, sólo entonces, podríamos hablar de realizar determinadas empresas. 

Puede que hasta ella, la muertera, volviera en esos días a verme, para enseñarme lo que ella hacía, y entonces me transmitiría su don y su herencia o legado espiritual. Pero ahora, conmigo tan flaquita y tan joven, ja ja ja, ¡imposible! Ganas de volverme tarumba o de sobrecargar la máquina. "Relájate, vive y crece, y todo se andará, si es que ha de ser ¿Qué prisa tienes?". 

Y diciendo esto, se despidió. Se marchó por los campos de Ávila, rumbo a las solitarias dehesas donde murió, completamente sola "de humanos" (pero acompañada por "otros seres"), en algún año de la Edad Media...

Y nunca más la he vuelto a ver, ni a sentir, y eso que desde que fui madre tengo un poco de barriguita, je je, pero se ve que todavía estoy muy blanda y sin fuerza; me veo vieja con 42 pero sigo siendo demasiado joven para según qué. Y vete a saber si viviré lo suficiente como para realizar ciertos potenciales. A fin de cuentas no soy más que un retoño de árbol, y empiezo a pensar como los árboles: lo importante no es que "yo" alcance ese saber y realice esos trabajos. Lo importante es que mi especie lo haga. (El mundo arboreo no piensa desde el yo, su mente es colectiva)

***

En fin, aquellos recuerdos volvieron a mí ayer, frente a la encina centenaria, y un destello de comprensión y CONFIRMACIÓN de lo entendido y oído se produjo cuando me di cuenta de que la encina crecía junto a un cementerio. 

Supe entonces, porque lo sentí durante segundos, a qué se había referido aquella "muertera" al decir que un ayudador de muertos ha de tener cuerpo/raíces porque su trabajo es transmutar. Comprendí que aquella "respiración" de la encina gigantesca, aquella corriente de energía que parecía arrastrarme hacia "otra parte" a donde yo aún NO podía llegar, tenía que ver con esa "transmutación" de energías. 

La encina tomaba con sus raíces energías pesadas y muertas de la Tierra, y las llevaba al Cielo, y también tomaba con sus ramas energías del Cielo, y las llevaba hasta las raíces, hacia la Tierra. Y para todo ese "trabajo", su cuerpo, su masa leñosa, recia y consistente, era un aliado impresionante e imprescindible. Le confería fuerza, pero sobretodo le confería PRESENCIA. Una presencia impactante, influyente, consistente y muy "sentible".

¡Y claro que yo no podía llegar donde ella llegaba! Me faltaba experiencia (500 años, ja ja) pero es que además, aquella encina probablemente "llegaba" hasta el Más Allá adonde han de ir los que mueren. Mi somnolencia, mi impulso de "dormirme para entregarme a las fuerzas que me embargaban y que fuera lo que Dios quisiera", ¿no se parecía a eso de entregarse a la voluntad "de Dios" para transitar, o morir...?

Y mira, pasó como me ha sucedido otras veces en que he llegado al "umbral" y he hablado con algún Guardián, y me echan para atrás: "No guapa, aún no es tu hora, lo sentimos. Sabemos que tienes ganas de cruzar, pero nanay". Je, tal vez me toque morir un poco cada día, pero no, todavía no es el momento de morir tanto, ni de llegar tan, tan allá.

Esto aprendí, esto comparto. Todo sea por el conocimiento de los árboles y su labor y sentimiento; todo sea por el aprendizaje de la ayuda espiritual y corporal a los muertos; todo sea por ir difundiendo las chispas de saber que se me dieron. Para que, si me muero antes de haberlas divulgado de otra manera, no se pierdan.

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