martes, 15 de octubre de 2013

"Cien" vidas pasadas y Anubis dando su opinión. (¿Quién soy?-3)


Años después de aquella regresión espontánea - y aislada- que viví mientras dormía, empecé a vivir toda clase de regresiones durante un proceso de terapia donde no se buscaba recordar "vidas pasadas" pero fue lo que empezó a sucederme sin querer. Durante meses realizamos sesiones terapéuticas semanales, y prácticamente en todas viví una regresión diferente. Después, empecé a "regresar" (¿o "regresionar"?) de manera espontánea, sin necesidad siquiera de estar en sesión terapéutica, relajada ni dormida. Sencillamente, me sucedía en cualquier momento y lugar, siempre que algo en esta vida detonara un recuerdo de "otra".

Llegué a vivir varias microrregresiones encadenadas en un mismo día. A lo mejor me detenía a "sentir" una sensación corporal, ésta me llevaba a unos recuerdos, y éstos, a su vez, me llevaban a otros y a otros, y así sucesivamente. Tomé muchas notas en aquel tiempo, pero nunca fueron exhaustivas y, además, un día me cansé de anotar tantas historias. Perdí la cuenta. 

En definitiva, no he llegado a contabilizar nunca las supuestas vidas pasadas que llegué a recordar, pero fueron muchas, muchísimas. He llegado a pensar que al menos fueron cien, teniendo en cuenta que la etapa en la que "regresaba" de manera espontánea fue bastante larga (unos dos años, luego terminó) y que además llegué a recordar diferentes vidas referidas a una misma época de la Historia (como por ejemplo en el Antiguo Egipto, del cual tenía al menos 4 memorias diferentes, o como con los indígenas de Norteamérica, con los cuales recordaba haber vivido dos vidas mínimo)

Muchas de estas regresiones me marcaron mucho en su día, otras no tanto. Fuera como fuera, todas surgían como "la causa" o la explicación de algunos de mis padecimientos o malestares físicos de ese momento, y todas eran, sin excepción, regresiones traumáticas. Por eso, mi terapeuta, al principio, estaba asustada. Temía que tanto dolor y tanta tragedia me hundiera en la desesperación, máximo teniendo en cuenta que la moraleja que se podía extraer de todos y cada uno de aquellos dramas era inquietante. 

No parecía albergar, mi cuerpo, ni un destello de buenos recuerdos o ni siquiera de esperanza pues, aunque hubo regresiones que mostraron momentos bellos e idílicos de la historia, invariablemente se truncaban y acababan convertidos en una pesadilla con final espantoso. ¿Acaso no era capaz de recordar otra cosa que no fueran cataclismos, muertes, finales, desastres, horrores o fracasos? Sin embargo, y contrariamente a lo que ella temía, recordar tantos horrores me sanaba. ¡Me encontraba cada día mejor, y al cabo de los meses me sentía pletórica!

Algunas de esas regresiones trajeron aparejado un especial sentimiento de identidad que se iba abriendo camino en mí. No estaba segura de haber sido -literalmente- aquella sacerdotisa egipcia, aquella chamana indígena o aquella niña sanadora francesa (por ejemplo), pero... pero era capaz de recordar cómo era "ser ellas", era capaz de sentirme siendo "eso" y, por lo tanto -eso era fascinante- era capaz de acceder a parte de su conocimiento. Aún no sabía cómo expresarlo, cómo "tomarlo" en mis manos, pero lo notaba rebullendo en mi interior, pugnando por ser visto por mí, entendido, captado y quién sabe si utilizado de nuevo. Tal vez por eso cada vez me sentía más fuerte, más poderosa, más capaz.

¡Qué paradoja! Comparando mi vida con aquellas regresiones, yo no había tenido "grandes problemas", pero me había estado sintiendo una mierda. Sin embargo, ahora que había experimentado internamente lo que era acabar cien vidas en trágicas circunstancias, ¡me sentía mucho mejor!
Visto desde mi perspectiva de hoy, creo que aquello de "recordar" otras vidas tal vez me ayudó porque algunas de estas memorias traían aparejado un conocimiento fascinante de la vida. Y recordar otros modos de ser me dio la certeza de que había "mucho mundo ahí fuera", al alcance de mis manos, y que yo podía ser de otras maneras. En definitiva, dejé de sentirme atrapada en mi cárcel mental, y tal vez eso fue lo que me capacitó para cambiar mi vida poco a poco, pero esta vez desde dentro hacia afuera.

Por lo demás, ¿qué hacía con tantos recuerdos? Algunos los dejaba marchar, pero otros, lo admito, se quedaron conmigo durante un tiempo de manera muy intensa. Algunas vidas las sentía demasiado "mías" como para dejarlas pasar así como así. Los recuerdos habían sido demasiado vívidos, largos y detallados. Habían energido de mí con dolores y tensiones que abarcaban al cuerpo entero, y muchas -muchísimas- lágrimas, pero también con la sensación vertiginiosa de estar recordando algo de gran importancia, eventos que - al menos que yo supiera- nadie en la humanidad actual conocía, o perspectivas de la historia completamente opuestas a las que se dan por sentadas. 

Las voces, sensaciones y conocimientos de aquellas mujeres brotaban de mis células con una fuerza sobrecogedora pero además, una vez terminada la regresión, era como si se quedaran conmigo, flotando en mi ser, permitiéndome ver el mundo a través de sus ojos, desde su personalísima perspectiva (¡tan diferente de la mía!)

                             
(A la derecha, imagen de Gilbert Williams)

Así, durante un tiempo viví la "identidad egipcia" (antigua) junto a la mía, y llegué a pensarme como "una antigua sacerdotisa egipcia reencarnada". Más adelante, sin embargo, emergió con una fuerza brutal una anciana india de Norteamérica con una relación especial con los niños (nacimientos, encarnaciones) y entonces volví a sentirme "una india reencarnada". Pasó el tiempo, y entonces me pareció haber sido una desafortunada e imprudente maga europea que se metió en líos terriblemente oscuros, y durante un tiempo mi identidad se vio influída por la suya. Y así con todo, podría seguir repasando vida por vida para descubrir que la cantidad de identidades que he experimentado sería enorme.

Al final, tal y como me sucedió con la búsqueda de "mi gente", me sucedió con los recuerdos de vidas pasadas: hubo un día en el que ya no podía sentirme siendo esto o aquello, porque me era imposible elegir o preferir a una "identidad" por encima de las demás (ni siquiera a mi identidad actual) Con el tiempo, empecé a vivir las regresiones espontáneas sin intentar apropiarme de las identidades o historias, simplemente dejándolo salir todo y comprendiendo lo que hubiera para comprender ahí. (Porque, eso sí, cada regresión traía su lección)

El crack definitivo de mi ilusión de identificarme con alguno de aquellas "yoes" antiguas sucedió cuando recordé haber sido dos mujeres distintas en la misma época: la Segunda Guerra Mundial. Una de ellas, judía y embarazada, murió en un campo de concentración en medio de espantosos horrores. La otra, una niña, quedó huérfana en la guerra civil española y murió poco después. Oh, oh, ¿dos regresiones para una misma época? Tenemos un problema. 

Era obvio que yo no podía haber sido al mismo tiempo una joven judía que vive en un país de Europa y una niña española, pues aún considerando la idea de que el espíritu de la niña muerta se "reencarnara" enseguida en otro país, no había sufientes años de tiempo entre una vida y otra, ambas se solapaban. Más tarde, aún recordé otra vida: la de una joven americana (EEUU) de "familia bien" que sufrió un encierro a la fuerza en un sanatorio mental para ocultar un embarazo no deseado y el subsiguiente trauma del aborto que le practicaron sin darle elección, allá por los años 50. Pues bien: tampoco era posible haber sido esa joven y la madre judía, ya que la muerte de la madre en los campos de concentración (años 40) se solapaba con el crecimiento de la joven americana (si fue internada en los 50', en los 40 era una niña)
Entonces ¿cuál era la explicación? La verdad era que la memoria que más me marcó (y que, de hecho, se convirtió en parte de mi "sensación de identidad") fue la de la madre judía, pero a pesar de todo yo había recordado también las otras dos vidas o experiencias. Podía pensar que sólo una de ellas (la de la madre judía) fuera "mía", pero entonces eso significaba que de todos modos era posible recordar vidas que no eran propias. Vidas de muertos, ni más ni menos. 

Y esta perspectiva lo cambiaba todo, claro. Porque si podíamos recordar vidas ajenas, ¿Cuántos de mis recuerdos de "otras vidas" eran míos? ¿Y si me estaba identificando -y dejando influir por- memorias que no eran "mías"? ¿QUIÉN ERA YO? Oh, oh, la vieja pregunta volvía a emerger otra vez. Las regresiones, lejos de darme una respuesta, habían ampliado o modificado la perspectiva desde la cual surgía la pregunta.

Durante años había "regresionado" tanto, que había llegado a recordar vidas de una era pre-histórica y mítica. Me había sentido recordando "a Eva", es decir, llegando hasta el último origen de lo que llamamos humanidad, y aún más allá. (Incluso había llegado a tener algún recuerdo de supuestas o posibles vidas futuras, un tema que ya implica rizar el rizo, y del que hablaré tal vez otro día) 

Siguiendo la pauta descrita en los libros de moda acerca de la reencarnación, me había hecho la ilusión de que era posible rememorar la "historia de mi alma" en plan relato lineal, saltando de vida en vida, todo para descubrir ahora que tal vez muchas de esas memorias no eran mías. O mejor dicho, que tal vez ninguna de ellas lo era, porque si admitía la posibilidad de que una regresión me había llevado a sentir y recordar la vida de otra persona muerta hacía tiempo, ¿qué impedía que todo cuanto había experimentado fuera "ajeno"? 

(Mario Vázquez)

¿Y si me había pasado AÑOS recordando vidas de MUERTOS...? ¿Y si por eso sacar afuera todas esas emociones y pesos me había sanado, porque eran cosas muertas de muertos, y descargarme me dejaba "como nueva", literalmente? 

Ironías de la vida, fue mi capacidad de dialogar con la energía/consciencia a la que llamo Anubis, algo "adquirido" en parte tras haber recordado varias vidas egipcias (especialmente una), lo que vino a rescatarme en mi crisis de identidad. No deja de ser graciosa la mezcla que concurre en todas las cosas, y lo muy bien que podemos aprovechar cualquier experiencia, sacándole el máximo partido, al margen de lo que creamos sobre ella. Yo tenía dudas (y muy serias) acerca de la verdad de la reencarnación, y de hecho en cierto modo las sigo teniendo, pero...pero precisamente gracias a las regresiones aprendí a dialogar con "algo" llamado Anubis, quien tenía una perspectiva sumamente interesante sobre todas estas cuestiones.

Sin reprenderme por mi escepticismo, (de hecho, más bien muy contento por el mismo) el tremendo e inclasificable Anubis se encargó de abrir un poco más mi jaula mental, al sugerirme que, efectivamente, no sólo era perfectamente posible recordar vidas de otras personas...¡Sino que incluso podías recordar la vida de una persona que aún estuviera viva! De hecho, yo lo había hecho muchas veces, sin darme cuenta de ello, al "sentir" en mi ser las emociones, pensamientos y ecos que otras personas tenían respecto a algunos temas, o por ejemplo al realizar sesiones de terapia para ellos y acceder a recuerdos de sus vidas asociados a sus problemas actuales.

"¿Registros akashicos?"-se rió Anubis, respondiendo a una de mis preguntas sobre el acceso a conocimientos o hechos antiguos- "¡Cómo os gusta ponerle nombres sofisticados a todo y convertirlo en algo misterioso y elitista! ¡Es tan simple como que podéis entrar -y de hecho a menudo lo hacéis, sólo que sin saberlo- en la dimensión donde todos estais unidos! 

"Además, esto no es una capacidad exclusiva de unas pocas personas, sino algo que todas pueden experimentar en algún momento de sus vidas, y en general casi continuamente, solo que no sois conscientes de eso, ni sabéis cómo procesarlo cuando os sucede, y entonces las cosas se viven medio mal o con dosis de error de interpretación. Registros Akáshicos, ja, ja, ja (Y se seguía riendo de esa expresión)"

Así que según él, la cosa es más simple de lo que parece: en cierto nivel del ser todos estamos unidos, y por eso, al menos en la energía, lo compartimos todo. Los cuerpos son, digamos, más independientes, pero la energía va y viene de unos a otros y nos comunica constantemente. Lo hacemos sin palabras, sencillamente nos sentimos. En esa dimensión, lo que vive el otro nos afecta como si lo viviéramos en carne propia, y es entonces que podemos sentir con certeza que "somos él, o ella". (¡Justo lo que yo experimenté en aquella primera experiencia, en la cual me sentí siendo dos personas a la vez, yo y la mujer india agonizante que cantaba...!)

Claro que eso sólo se vive en determinado nivel del ser, y como es un nivel al que normalmente (por educación recibida) no sabemos accedor y cuando lo hacemos, no le prestamos atención, o lo interpretamos sin saber, nos confundimos mucho. Lo interpretamos todo mal, muy mal. Según la perspectiva de Anubis, la identificación con personalidades o "yoes" de otras vidas es normal (natural, digamos) al principio, cuando eres novato, pero no es recomendable alentarla, sino que lo ideal es trascender estas fijaciones porque, en realidad... no somos "eso".

Es más, desde los ojos de Anubis, es una pena fijarse sólo en lo muerto del pasado y otorgarle mayor importancia que a lo que somos y vivimos ahora. Dar tanto poder a los muertos, construirles mausoleos (internos o externos) es una práctica habitual en toda sociedad suficientemente desconectada del Espíritu Vivo como para tener mucho miedo al presente y sus incertidumbres. Se prefiere lo muerto porque parece una garantía, y porque, de hecho, en muchos casos el viejo conocimiento es eficaz. Pero no habría que confundir la recuperación o herencia de un conocimiento ancestral esencial y profundo, con la fijación por las personalidades muertas, querer repetir los estilos de vida en su parte exclusivamente formal, etc.

Por esa razón, Anubis aprobaba que yo "recogiera" de los muertos un legado, una herencia de conocimientos y lecciones esenciales, pero nunca me animó a identificarme con ninguna de aquellas personas que yo había recordado ser en el pasado. Por el contrario, lo mejor para ellas era ayudarlas a morir, a transitar. Y lo mejor para mí era centrarme en esta vida y seguir observando con los ojos del alma la gran pregunta: ¿Quién soy yo?

A esta pregunta, al final, se le cayó un poco el "yo", porque me di cuenta de que no se podía "ser" un "yo" de manera fija. El "yo" "iba siendo", cambiando, transitando, naciendo y muriendo, desapareciendo. Hoy soy un "yo", hace tiempo fui otro "yo", dentro de diez años, si sigo viva, seré otro "yo"...¿Quién soy, entonces? O incluso: ¿Qué soy? 

Ser capaz de preguntarse QUÉ es uno mismo ya es un gran cambio de perspectiva, e implica ser capaz de replanteárselo todo.



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