lunes, 14 de octubre de 2013

¿Quién soy yo?- 2

(Arriba, ilustración de Francene Hart)

Después de aquella extraña experiencia de haber "sido" simultáneamente dos personas a la vez, lo natural era acercarme a la idea de la reencarnación, y de hecho lo hice.  Me compré lo habitual en esa época: libros de Brian Weiss. Los leí, soñé, fantaseé y también reflexioné. 

Como la verdad descrita en esas páginas es maravillosa, me resultaba fascinante la posibilidad de que yo hubiera "recordado" otra vida. Sin embargo, no acababa de estar segura de haber vivido exactamente una regresión, ya que no encontré en ninguna parte, ninguna experiencia como la mía. Las regresiones descritas en esos libros hablaban de que uno "recordaba" o "revivía" cosas en estado de relajación o trance hipnótico, pero a mí me había sucedido algo muy peculiar: mis sentidos físicos habían literalmente oído afuera la voz de una mujer india cantando un lamento tristísimo. Y esto yo lo había escuchado de manera muy vívida y como si la voz estuviera fuera de mí, mientras mi consciencia permanecía en mi cuerpo real, mi cuerpo presente. De hecho, tardé un rato en "sentir" que la voz de aquella india que yo escuchaba de manera tan nítida era mi propia voz, pero al mismo tiempo, ese descubrimiento me dejó completamente descolocada, porque yo seguía sintiendo mi cuerpo en la cama, y notaba perfectamente que "yo" no estaba cantando.

En otras palabras, mi consciencia había percibido dos vidas a la vez, una pasada y una presente, fundiéndose en un único instante. No era como cuando "recuerdas" dentro de tí algo, o escuchar una voz interior. Eso hubiera sido un fenómeno ya descrito en la literatura de género. Pero...¿Escuchar con los oídos físicos otra voz que luego resulta ser la propia, y al mismo tiempo es la voz de "otra vida", casi como si yo hubiera estado en dos lugares y tiempos físicos a la vez? Eso era muy extraño, la verdad, y no sabía cómo encajarlo ni explicarlo. 

Al final opté por relegar en un segundo plano aquella experiencia, esperando entenderla con el tiempo, y descarté también todo el asunto de la reencarnación. Resultaba tentador intentar indagar qué vidas había vivido yo, si es que lo de reencarnarse era posible, pero no tenía ni idea de cómo lograrlo (no conocía a ningún "regresionador" en aquel entonces, año 2000 más o menos, pues en esa época no había la difusión actual de estos temas, gracias a la cual encuentras terapeutas regresivos a punta pala) 

Tampoco quería obsesionarme con ese tema, ni presionar a mis sueños en esa dirección, puesto que sabía por experiencia que, cuanto más libre dejara el espacio onírico, mejores eran mis sueños. Intentar ponerles bridas me sumergía en la grisez, y acababa dándome cuenta de que malamente podía mi "yo" saber qué dirección onírica era la mejor para mí. Los mejores resultados los obtenía entregándome antes de dormir en brazos del "Gran Espíritu" o "Espíritu Viviente", como yo lo llamaba (no sé ni recuerdo de dónde saqué esa expresión) y eso seguí haciendo.

No obstante, y sin hacer nada por lograrlo, volví a tener varios sueños con indígenas de Norteamérica en los cuales yo sentía que ellos eran "mi gente", y en los que experimenté catarsis emocionales y energéticas tremendamente sanadoras. Por eso llegué a plantearme, con el tiempo, la idea de viajar literalmente a Norteamérica para buscar a "mi gente", pero la empresa se me antojaba enorme ¿Por dónde empezar a buscar a "los míos"? ¡Como si América fuera pequeña! Y no sólo eso: dado que soñaba, también, con indígenas de otras zonas del planeta, y tenía de vez en cuando otros sueños en los que sentía que "mi gente" no eran indios, sino otros, al final me quedé completamente confusa respecto a la dirección de mi posible viaje.

¿Cuál era "mi gente" de verdad? ¿Debía viajar a Africa, tras las huellas de aquellos misteriosos grupos de mujeres silenciosas -y vestidas de flores- que me miraban de manera cómplice porque yo era de las suyas? ¿O era mejor que fuera a reunirme con los indios de México, que también se hacían presentes en mis sueños cíclicamente? ¿Y qué decir de mis recurrentes, intensos y especialísimos sueños con indígenas de Brasil? Pero no, espera, porque en sueños me había visto perfectamente integrada con los afrocaribeños de Haití. Ahora que, pensándolo bien, ¿cómo podía haber olvidado que en realidad yo pertenecía a una zona que había en algún lugar entre Siberia y Mongolia? ¡Lo había experimentado así en sueños más de una vez! ¡Yo era de allí! Pero ¡ay, un momento! Acababa de olvidar que, en uno de los sueños más impactantes que había tenido, yo formaba parte de un grupo de mujeres españolas que, en el norte de mi país, se reunían en círculo, en grandes prados y bajo la lluvia, para hacerle ofrendas florales a "Ella", una cosa o energía que yo todavía no entendía qué podía ser... Pero espera, porque en otro sueño...

¿Se entiende adónde quiero ir a parar? Yo no podía buscar a "mi gente" en ninguna parte, porque la respuesta escapaba a mi lógica. No sabía cuál era mi dirección "verdadera" ¡porque había muchas direcciones válidas, incluyendo una que me dirigía a mi propio país! Y si tenía tantas posibles tribus repartidas por todo el mundo (conste que he resumido), entonces seguía sin poder responder a la pregunta "¿Quién soy yo?", ya que, tal y como acertadamente la ciencia ha descubierto recientemente, nuestro "yo", nuestro sentido de identidad, no es algo fijo, sino que se construye gracias y a través de nuestras relaciones sociales. No hay nada como un "yo" totalmente independiente y aislado del entorno, por la sencilla razón de que nuestro cerebro nace "a medias" y no solo se desarrolla gracias a los vínculos con las personas del entorno, sino que queda totalmente marcado por los mismos.

Sí: lo que entendemos vulgarmente por ser humano es una construcción social. Se sabe, por los pocos y casi milagrosos casos de niños que han crecido en la naturaleza salvaje, adoptados por otros animales y sin ningún contacto con el ser humano, que lo que llamamos "yo humano" no se desarrolla sin relaciones humanas. Esos niños tienen, por supuesto un carácter y un espíritu, pero no tienen un "yo" como lo que nosotros entendemos por "yo humano", puesto que se identifican con el bosque o la selva, y se sienten animales parte de manadas de animales. No piensan en sí mismos como seres humanos. 

Con lo cual, nuestra sensación de "ser" esto o aquello no es, como muchos pensarían, algo que elijamos libremente, como quien elige ropa en un catálogo, sino que surge como el producto de todo lo que experimentamos en nuestra vida, y especialmente de nuestras relaciones afectivas más importantes. Se siente indio quien ha sido criado por indios y además siente afecto-apego hacia ellos, no hay vuelta de hoja, porque la sensación interna de identidad se forma gracias a las relaciones que tienen más peso emocional (no solo "intelectual") en nuestra vida.

Y claro, yo reflexionaba sobre estas verdades -y lo sigo haciendo- y me preguntaba: ¿Y entonces, cómo es posible que, aunque sí me siento española en cierto nivel del ser, también me siento de tantas otras partes a la vez, integrante de tribus con las que jamás he tenido relación directa, y de las que ni siquiera conozco el nombre? ¡Qué misterio! ¿Por qué en aquel sueño "bilocante", la respuesta a la pregunta "quién soy" había sido conectarme con la parte más trágica de las tribus indígenas de Norteamérica? ¿No debería haber sentido, directamente, que soy una nativa de suelo ibérico? ¿Qué tenían los indios que no tenía mi país, o mis compatriotas? Era para pensárselo. 

Abandoné la idea de viajar a América o a ningún otro país, pero ante mi incapacidad para definir mi identidad, también dejé de darle vueltas a aquel asunto. Y entonces fue cuando, de manera sutil y, siempre a través de los sueños, se empezó a formar una idea en mi mente: tal vez yo era una de esas "personas puente" de las que hablaban las tradiciones nativas de tantas partes del mundo. Tal vez mi identidad estaba, precisamente, en el medio de todos y en ninguna parte en concreto, porque mi esencia espiritual consistía en ser como el centro de una estrella en el cual toda la humanidad pudiera ser acogida y entendida, sintiéndose "como en casa". Una estrella con una misión: ser puente de luz/consciencia, a través de múltiples rayos, de unos seres hacia otros. 

Tal vez fuí india en alguna ocasión, ¿quién sabía?, y eso suponía una marca muy fuerte en mi ser, pero hoy había nacido en España, justo en el país del cual surgió la Conquista. ¿No era curioso? ¿Y no podía tener, aquello, un sentido profundo, como por ejemplo entender desde dentro la génesis del "mal" que asoló las tierras de América (la codicia, la rigidez dogmática, etc)? ¿Y si resultaba que había nacido donde había nacido para ayudar a sanar las heridas resultantes de aquella tragedia, o incluso...para ayudar a los nativos de mi país a sanar sus propias cegueras? Tal vez yo ni siquiera era la única viviendo algo así. ¡A lo mejor existían cientos, miles de personas que, como yo, eran "indias" por dentro y vivían en suelo imperial o civilizado, y la cosa tenía un sentido oculto, un significado...

("Maat" de Josephine Wall)

Han pasado los años, y esa idea ha ido evolucionando en mi interior, tomando forma en ciertas direcciones, aunque ha cambiado mucho en otras. Pero la meditación acerca de qué o quiénes son Anubis y Miguel, mis guías principales, o incluso a qué representan, me condujo a una confirmación de mi esencia y vocación espiritual: Mi lugar está en el eje de la balanza. 

Soy, de hecho, como ese eje que constantemente une a diferentes platillos en los cuales se sopesan y se miden cosas para obtener una comprensión, un juicio correcto. A menudo me identifico con uno de los lados, y entonces creo ser él; luego me identifico con el otro, y me siento siendo ello. 

Error, siempre error, porque no soy eso. Soy "la que observa", soy "la que escucha". Soy, ya últimamente y precisamente por eso, "la que escribe". Porque tal vez no soy más que una escriba de la vida. No invento nada, no hago novelas, ni improviso guiones. Me limito a retransmitir lo que "veo", lo que "oigo", lo que "siento". 

Y, como soy eje de balanza, persona-puente, y mujer-estrella, veo, oigo y siento muuuuchas cosas distintas, procedentes de diferentes direcciones, y de ahí la riqueza y profusión de mis escritos. Son lo que son porque dejé de querer ser "esto o aquello". "Oigo" lo que oigo porque dejé de preferir, de censurar, de tapar la boca a las "voces", sensaciones o visiones que no encajaban con mi sensación primaria de identidad. 

Y por eso, aunque alguna vez llevé colgantes con formas étnicas, o cruces egipcias, o decoré mi habitación con imágenes de indígenas, o de dioses, o de ángeles, hoy deliberadamente ya no llevo nada, ni decoro mi casa con nada que recuerde a ninguna tradición, ninguna tribu, ningún lugar específico. Tampoco me visto conforme a una moda, un estilo o una personalidad. Llevo ropa de segunda mano que me regalan, y si tengo que comprarme algo, compro algo asequible a mi bolsillo y que me sirva, así que muchas veces ni siquiera elijo. No tengo "estilo". Lo tuve hace tiempo, ahora mi estilo es "sin estilo". 

Me desdibujo, me deshago, me vuelvo una con mi entorno, cada vez me parezco más a las mujeres mayores de los pueblos donde vivo, perfectas anónimas. Me importo cada vez menos, me convierto en parte del paisaje sin poderlo evitar, pero tampoco sin quererlo evitar. Y cuando miro atrás, me sorprende ver lo distinta que soy ahora de lo que fui antes, tanto físicamente como internamente. Y, aunque a veces aún echo algunas cosas de menos, en general casi siempre me alegro. Porque en el fondo, este acto de desdibujarme lo vivo como un alivio, una liberación.

Y entonces pienso que, al margen de las posibles vidas en otros siglos, existe la reencarnación sin duda: yo la he vivido. Con un mismo cuerpo he sido otras "yoes" y todas han muerto. Y seguramente la "yo" que soy ahora morirá también y otra ocupará este mismo cuerpo que cada vez está más viejo. Pero ya no me importa dejar de ser "yo", porque no soy un yo. Soy, en verdad, otra cosa indefinible que queda cuando lo demás se esfuma. Un hálito de vida tal vez, un soplo que simplemente siente y observa...y que ni siquiera procede de sí mismo, eso es lo más fuerte, lo más impactante, lo más anonadante. 
Uf.

















No hay comentarios:

Publicar un comentario