sábado, 12 de octubre de 2013

Tres niños indios



Esto sucedió en la primavera del 2001, en esa época en la que vivía sola, y fue durante una siesta. Dormía, y oí un ruido en la ventana de la habitación, como si alguien llamara golpeando a los cristales, toc, toc, toc.

Me levanté en sueños, pero la sensación era tan vívida que no me daba cuenta de que soñaba. Todo era igual que en la realidad: las paredes, la cama, mi ropa de andar por casa…Todo, menos tres niños con una pinta extrañísima que, agarrados no se cómo al alféizar de la ventana, estaban ahí agolpados, riéndose, empujando para entrar.

Y claro, yo abrí la ventana, bastante alucinada, por cierto. ¿De dónde habían salido? ¿Cómo habían llegado hasta allí? Yo vivía en un tercer piso, y la ventana daba a una calle peatonal. ¡No había por dónde subir!

Pero los niños eran un terremoto y no me dejaron detenerme a pensar mucho. Nada más que les abrí la ventana, entraron en pelotón en mi cuarto, riendo como locos, contentísimos, al parecer, de haber llegado hasta mí. 

 Uno de ellos empezó a saltar encima del colchón, el otro corría por ahí curioseando, y el tercero vino ante mí, que, sentada en mi cama, estaba pasmada, mirándolos. Vamos, que no daba crédito. Eso sí, me caían muy bien aquellos críos, y me contagiaban su alegría. No me molestaban lo más mínimo, sólo estaba…aturdida.

El niño que estaba más cerca de mí tenía un rostro que no puedo olvidar. Tenía unos rarísimos ojos grises, y el pelo con mechas de tonos distintos, como si fuera fruto de una inusual mezcla de herencias genéticas. Su mirada era muy inquieta, no la dejaba posarse más de un segundo en ningún sitio. Parecía estar medio aquí, medio en otra parte. 

Sus gestos, su actitud, me daban la impresión de que no era un niño muy "normal". Supongo que los psicólogos habrían dicho que era un niño con tal o cual problema de atención. Se movía todo el rato, como balanceándose, como si no pudiera detenerse en nada, y al mismo tiempo estaba muy vivo, muy atento a todo, no se le escapaba nada. Solo que no paraba quieto. No sé definir mejor la diferencia que sentía entre ese niño y los demás, pero la había. Los otros dos eran como los típicos críos revoltosos de 6 ó 7 años, jugando concentrados en esto o aquello, solo que parecían pura dinamita, como si se hubieran caído en la tina de Obelix. :-)

Me hablaban todos a la vez, y al principio estaba tan aturdida que no les podía escuchar, pero poco a poco me fui enterando de cosas. El niño de ojos grises se me acurrucó en los brazos (eso sí, sin dejar de moverse y balancearse), y mirándome ahora sí y ahora no, me confesó que a veces veía cosas que, luego, pasaban de verdad. Me presentó una imagen dramática: un aluvión de barro rojo y agua y unos niños ahogados, atrapados por aquello. Y me dijo:
- Y luego pasó, eso luego lo vi en la realidad.

Yo no supe qué decirle más que “Vaya”, porque para mí todo era un misterio, pero le escuchaba, y me siguió contando:
- Y también veo que tooodos los coches se vuelven grises.

Y entonces me mostraba una imagen en la que, en una gran ciudad, las calles y los coches se veían como cubiertos de ceniza gris o blanquecina. Un escalofrío me recorrió el cuerpo: ¿Qué clase de fenómeno podría hacer algo así en una gran ciudad? ¿Una bomba? ¿Un volcán? No me hizo ninguna gracia. Pero el niño no me decía qué ciudad era esa. Tal vez ni lo sabía. Sólo me insistía en que él veía los coches grises. También, en su escena, la gente andaba desorientada, era un poco caótico todo…Tragué saliva, pero no dije nada.

Entonces el niño que saltaba con todas sus energías sobre mi sufrida cama, dejó sus saltos y se me acercó para decirme:
- Parece que tu casa no es segura. Mira, hay grietas.

Y me señaló una enorme grieta que cruzaba verticalmente la pared donde estaba la ventana. El otro niño, el correteador, me dijo:
- Sí, sí, y también hay fugas de agua en los subterráneos.
Y me contaba algo de unos problemas en los cimientos. 
Entonces, los 3 niños me dijeron:
- Bueno, no nos parece que tu casa sea muy segura, ¿sabes?

A mí eso me dio mala espina. No por los niños, sino por lo que decían. Me estaban señalando cosas que eran reales, solo que hasta entonces no había reparado en ellas. Y me pareció sentir una vaga conexión entre aquella ciudad cuyos coches se volvían grises y la inseguridad de mi casa. ¿Y si pasaba algo en Barcelona -donde vivía entonces- y yo estaba realmente mal ubicada en ese piso? ¿Y si me estaban avisando de algo? Tendría que reflexionar sobre ello.

Entonces me fijé mejor en la pinta de los niños y concluí que, definitivamente, no parecían de la ciudad. Llevaban los 3 el pelo largo y suelto, moreno y bien peinado, excepto el del niño de los ojos grises, que, como no paraba de tocarse la cabeza y hacer gestos, iba algo desgreñado, y además su pelo era más claro y combinaba tonalidades diferentes. Los tres eran morenos de piel, tono bronceado-marrón, y sólo llevaban puestos unos shorts simples, de esos tipo deportivo. Además...¡iban descalzos! Y eso era inaudito en plena Barcelona. 

Yo estaba aún tan metida en la sensación realista de su visita, que no caía en la cuenta de que aquello era un sueño, y que no eran niños barceloneses de ningún modo. Me sentía como cuando estás despierta, porque estaba en un desdoblamiento astral (y no lo sabía todavía) Así que les pregunté, algo dudosa:
- Pero vosotros no sois de aquí ¿verdad?

Se rieron con cierta picardía y miraron a otra parte, como haciéndose los locos. Luego me dijeron:
- Ehhh… No, no somos de aquí, vinimos a ver a una tía nuestra que vive cerca de este lugar.

Yo me di cuenta de que esquivaban decirme de dónde eran, pero no dije nada. Estaban muy contentos y en esos momentos todos brincaban entrando y saliendo de mis brazos, como disputándose mi atención. Yo, sencillamente, seguía perpleja.

Y entonces me desperté de golpe, y ni niños, ni nada. La sensación de realidad de la visita de los niños era tan fuerte, que no podía creer que no estuvieran ahí, ahí mismito. ¡Y ya les estaba echando de menos! Hasta me levanté a mirar por la ventana, como si esperara verlos escurrirse por la pared, cual spidermans en miniatura. Pero no, no había ningún niño a la vista.

Fui entrando en lo "real"  y sólo entonces me di cuenta, al pensar en su aspecto, de que eran indios, es decir nativos americanos. No sabía el lugar exacto, ni si eran del Norte, del Centro o del Sur, pero me conmoví mucho, porque en aquella época soñaba mucho con temas indígenas, había soñado varias veces con nativos de Norte América, y esos sueños siempre me afectaban muchísimo en términos emocionales. Además, la calidez de su presencia me había impactado. Los echaba de menos. Yo vivía sola y hasta ese momento me parecía perfecto, pero de repente ya no... mi soledad de mujer joven "fashion" e independiente me pareció desolada, como un campo vacío. Tan sin vida. Tan gris. Hubiera querido volver a ver a esos niños, decirles que regresaran otro día, qué se yo… invitarles a una merienda…

La verdad es que yo no era nada “niñera” en la vida real y por eso no tenía ningún contacto, pero que ninguno, con niños. Mi mundo más bien era muy al estilo que hoy llaman "childfree" , "solo para adultos". Tal vez por eso me dio pena que aquellos niños se marcharan así, plof, esfumándose, llevándose su bullicio de risas a otra parte. Miraba mi cama, ya sin niños saltyando sobre el colchón, y casi me daba tristeza. Esperaba encontrar en ella las marcas hundidas por los alocados saltos del niño moreno, pero no. Nada. ¿Y el peculiar niño de los ojos grises…? Ese niño me había tocado de manera especial el corazón.

Entonces recordé sus palabras: “Los coches se vuelven grises”. Y lo de la grieta. Fui a mirar la pared e, impresionada por la casualidad, encontré una grieta exacta a la que había visto en el sueño. Yo no recordaba que estuviera ahí, pero estaba. Y nunca me había fijado. Me asomé por la ventana y miré la fachada: la grieta recorría verticalmente toooda la pared del edificio, que era muy viejo, por cierto, más de 100 años, hasta la calle. Me dio muy mal rollo. ¿Y si aquel sueño era un aviso? ¿Y si estaba viviendo en un lugar totalmente inadecuado? ¡A ver si se iba a derrumbar mi casa! A veces pasan esas cosas, y más en edificios como ése.

No me pude quitar la sensación de desgracia inminente de encima. Era como si presintiera algo muy gordo, pero tampoco sabía qué hacer. Salí a la calle para que me diera el aire, para volver a las sensaciones cotidianas, pero ni así. Miraba a la gente que rodeaba el concurrido mercado, cerca de donde yo vivía, y me entraban ganas de llorar. Era como presentir un futuro con problemas, desgracias…y gente que, en algún lugar del mundo, en alguna ciudad, fuera a vivir algo horrible. Esperaba que no fuera en Barcelona.

Realmente, no sabía cómo interpretar aquel sueño. Al cabo de los días, la sensación angustiosa se me fue pasando, pero lo que sí permaneció fue un toque de aviso respecto a mi manera de vivir. Yo estaba intentando, por aquel entonces, dar un giro radical a mi vida. Quería estudiar acerca de las plantas medicinales, porque en sueños no paraba de verme metida en actividades sanadoras y también dialogando con los seres verdes, vegetales. Y esto me retrotraía a cuando había iniciado la carrera de biología, hacía muchos años ya, con la idea de estudiar botánica. Nunca pasé del primer año, pero siempre me quedó la espinita de haber dejado de lado a mis queridas plantas.

Entonces, si quería estudiar algo nuevo, necesitaba tener tiempo libre para ello, y no podía reducir drásticamente el tiempo que dedicaba a trabajar, y al mismo tiempo ganar suficiente dinero como para continuar pagando el alquiler y sumar, además, el precio de las matrículas de los estudios. Estaba en un dilema, y el sueño de los niños indios al final permanecía en mi mente como una señal en una dirección clara: si quería ir a por el cambio, tenía que dejar mi pisito, al que tan apegada estaba, y en el que tantas cosas había vivido. Tenía que abandonarlo todo si quería empezar una nueva vida. Con grieta o sin grieta física, tal vez existía una grieta "en la energía" en mi modo de vida. Así lo interpreté.

No estaba segura de que fuera a suceder ninguna desgracia real, pero sí me quedaba la sensación de que, por lo menos, las “grietas” de mi casa y los problemas “en los cimientos” aludían a un fallo total y rotundo en mi estructura personal, en mi casa-persona, en mi ser. Mi modo de vida actual estaba condenado, no se sostenía. Algo, no sabía aún el qué, iba a pasar en el mundo. Algún cambio fuerte. Y yo no estaba precisamente bien situada para afrontarlo.

Por otro lado, dejar mi piso y mi independencia personal era algo que parecía absurdo y que iba en contra de lo que cualquier persona, desde fuera, me hubiera recomendado. Porque la alternativa a abandonar mi casa y dejar de trabajar, o trabajar la mitad sólo era una: volver a casa de mis padres. Y esto era aparentemente un retroceso, una vuelta atrás. Me había costado mucho mantener mi independencia, encontrar mi lugar…y ahora…¿ahora qué?

Pero lo sentí con tanta fuerza que creí que me volvería loca si no tomaba ese camino. Así que me rendí. Me lancé al vacío con todo mi equipaje, por decirlo de algún modo, y aposté todo en una dirección: iniciar una nueva vida como fuera. En mayo dejé mi piso, regalé todo lo que tenía a las amistades y a la gente que pasaba por la calle, salvo mis libros, mi ropa, las dos máquinas de coser más los materiales técnicos que acumulaba, y regresé a casa de mis padres, asumiendo que no iba a ser, aquello, un cambio precisamente fácil.

Tenía casi 30 años, estaba acostumbrada a hacer lo que quería y a no dar explicaciones a nadie, y encima, ahora, como se diría vulgarmente, estaba “sin oficio ni beneficio”, porque había renunciado prácticamente a todo. No era precisamente una buena noticia para mis padres, tenerme de vuelta en esas condiciones, aunque aceptaron acogerme de nuevo, preocupados por mí. No entendían ellos tampoco que acabara de tirar por la borda así, inesperadamente, todo el asunto del diseño y del mundillo “fashion”… Hubieran preferido que mi vida fuera distinta. Pasaban los años y no me veían asentarme, sino al contrario. Habían esperado que con el diseño, esta vez sí, su hija iba a "salir adelante"...pero ¡ja! 

Sin embargo, yo tampoco podía decirle prácticamente a nadie una parte de las causas de mi decisión final de cambiar de residencia, de mi renuncia radical a mi querido piso y a mi manera de vivir: que tres niños indios entraron por la ventana de mi casa, en sueños, y me dijeron que, si no me marchaba de allí, lo lamentaría mucho, porque poco menos que el mundo se iba a volver del revés, y tal y como estaba situada yo, mal lo llevaba. Y es que claro, decir eso hubiera parecido el discurso de una loca. Lo comenté con alguna amistad más próxima, como quien cuenta con la boca pequeña una rareza, y me miraron con preocupación. Mis intereses por el mundo onírico y chamanístico empezaban a ser notados por mis amigas de entonces y no eran, precisamente, algo tranquilizador para ellas. Supongo que pensaron, lógicamente, que se me estaba yendo un poco la pinza con mi afición a observar y estudiar los sueños nocturnos…

Al cambiar de casa, sin embargo, la ominosa sensación de peligro se esfumó. Sentí que a pesar de que en apariencia había cometido una locura, había hecho lo correcto. La prioridad en mi misterioso camino era tener más tiempo para dedicarlo a lo nuevo, a estudiar aquello que tanta ilusión me hacía…y también liberarme como fuera de la esclavitud que supone tener que pagar un alquiler cada mes, más las facturas, porque necesitaba emplear toda mi energía en otras cosas. Qué cosas serían ésas, aún estaba por verse. En realidad, lo que requería toda mi energía personal era mi proceso interior, pero eso, yo, aún no lo sabía ver. Estaba muy dormida.

Sólo cuando en setiembre sucedió la catástrofe del 11-S volví a acordarme de la frase que repetía aquel niño: “Los coches se vuelven grises”. Y supe, o sentí, que aquellas escenas eran las que él veía con tanta insistencia, 6 meses antes. No se me había ocurrido en su momento pensar que el niño viera algo de EEUU, pero ahora le veía mucho sentido al hecho de que hubiera "pre-visto" algo así, pues ese era su propio país. 

 Pero entonces…¿eso me afectaba a mí, tal y como me pareció sentir en el sueño... o solo fue un malentendido por mi parte? Hoy pienso que lo que sucedió en el 11-S fue un síntima y también un detonante de una serie de enredos y cambios en todos los ámbitos, no sólo en el plano físico, cambios que continúan aún hoy. Y creo que, efectivamente, fue cierto que en aquel momento yo no estaba en buena posición vital ni contextual para vivirlos, viviendo como anteriormente hacía. La decisión que tomé me encaminó a mi propia cadena de cambios, y me condujo, con los años, a irme fuera de la ciudad, donde he podido tener una vida diferente. Hoy no soy capaz de imaginarme viviendo allí. Nunca he lamentado abandonar aquella vida, aquellos proyectos, y aquel lugar. He vivido mucho más intensa y profundamente después, sobretodo desde que me fui de la ciudad.


Y así fue como tres niños indios contribuyeron a dar un giro radical a mi vida, sin el cual...quién sabe hoy dónde estaría. Nunca más les he vuelto a ver, pero siempre habrá un rinconcito en mi corazón para ellos, y cuando alguna vez vienen a mi recuerdo, aun me pregunto con una sonrisa quiénes serían, y cómo es que aparecieron en mi casa de aquella manera. 

Misterios. 

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