martes, 22 de octubre de 2013

El llanto de los supervivientes

(Arriba, pintura de Brigid Marlin sobre la "Visitación", momento estelar de comunicación entre dos bebés en el vientre de sus madres)

La investigación acerca de las neuronas espejo aún está en pañales, y lo mismo sucede con muchos aspectos de la neuropediatría. En general, los científicos están de acuerdo en que los bebés (incluso antes de nacer) ya perciben mucha información del entorno a través de sus sentidos. Parece ser que al menos determinados sonidos, luces, e incluso sabores y tal vez olores atraviesan la barrera placentaria. Y no sólo eso: parece que los bebés son también muy sensibles a los estados anímicos de la madre, estados que les son retransmitidos a través de los pulsos físicos (latidos del corazón, sonidos de la respiración, fluctuaciones hormonales asociadas a los diferentes estados, etc) y que, por lo tanto, les afectan carnalmente tan de pleno, que el bebé termina viviendo, digamos que por "inmersión", los mismos estados que la madre.

Sin embargo, la ciencia también se inclina a creer que, dado que el cerebro infantil nace muy poco desarrollado (en comparación con el estado que alcanzará cuando ese ser se convierta en adulto), y dado que, por ejemplo, la zona que se asocia en investigaciones a la "empatía" es una de esas zonas que no nace funcionando a pleno potencial, los bebés en general "sienten poco" lo que los demás sienten. Eso explicaría el mal llamado egoísmo infantil, esas etapas de crecimiento en las cuales un niño necesita reafirmar constantemente que todo es suyo, que él es lo más importante del mundo, etc.

Personalmente, cuando me detengo a observar esta cuestión desde la perspectiva puramente intelectual, me quedo confundida. ¿En qué quedamos? ¿Siente o no siente un bebé, o un niño pequeño, los estados emocionales ajenos? ¿Empatiza o no lo hace? ¿No se está demostrando la fusión emocional entre un bebé o niño y sus principales cuidadores o "figuras de apego" (como las nombra la literatura de género)? Entonces ¿por qué seguimos pensando que, en otros sentidos, un niño siente a los demás menos que un adulto? De acuerdo, su cerebro está a medio desarrollar, pero ¿acaso sentimos sólo o únicamente con el cerebro? ¿Qué hay de las otras zonas corporales repletas de neuronas y , por lo tanto, de receptores a los estímulos externos? En cuanto al egocentrismo infantil, atribuirlo a algo como que su pobre y pequeño cerebro no da más de sí, ¿no implica la presuposición de que ese egocentrismo es un signo de inferioridad o incluso una especie de síntoma de discapacidad infantil, como si un bebé naciera poco preparado para la vida que le espera en el mundo?  ¿Y si no fuera así?

¿Y si el egocentrismo infantil no partiera de una incapacidad para sentir a los demás, y en lugar de eso surgiera de un mecanismo instintivo pero inteligentísimo (en suma, EFICAZ) para mejorar las probabilidades de supervivencia en un entorno donde se es, a causa de la vulnerabilidad del físico de un bebé, más débil que el resto? ¡Es muy fácil ser generoso y desprendido cuando se es adulto, se tienen o han tenido -y disfrutado- montones de cosas, y se tiene la capacidad de moverse con libertad para ir tomando de la vida aquello que deseemos! Por así decirlo, ser desprendido en esas condiciones tiene muy poco mérito. Pero ¿nos hemos detenido a imaginar cómo se siente un bebé o niño que depende de los adultos para todo, y que se puede permitir muy pocos espacios y momentos en los cuales poder disfrutar de algo "por sí solo"? ¡A lo mejor resulta que el ansia de los niños por retener las cosas consigo y no quererlas compartir sólo expresa la frustración que sienten en otros ámbitos de su vida, donde se saben y se sienten -con razón- muy poca cosa en términos físicos, viviendo una vida llena de incertidumbre.

Estoy elucubrando, claro está, cosa que, por otra parte, es una actividad muy típica del hemisferio izquierdo, y de toda nuestra parte cerebral asociada a lo intelectual. Pero como ejercicio de elucubración es válido preguntarse ésta y muchas otras cuestiones. Eso sí, ahora voy a hacer un salto de los míos. Voy a abandonar el predominio del lado izquierdo y de esas zonas cerebrales tan educadas para regirse únicamente por las pruebas, los datos intelectuales y las razones razonables, y voy a sumergirme de lleno en el sentimiento crudo y sin censuras. El mío, claro está, así que ya digo de antemano que, a partir de ahora, lo que diga va a ser totalmente subjetivo, puesto que es parte de mi cosecha de "sensaciones sentidas" en sesiones de auto terapia.

Me retrotraigo, ahora, a los días inmediatos al nacimiento de mi hijo. He de decir que yo tenía unas ideas preconcebidas acerca de cómo sería la crianza, y según estas mi hijo sería un bebé plácido y feliz...Tuve un parto "de libro", es decir, casi casi perfecto (según los manuales del "buen parto en casa") así que, según las estadísticas y las afirmaciones habituales en todas esas investigaciones pediátricas y obstétricas, mi hijo debería nacer sin llorar, casi sonriendo (o sin casi), se "engancharía" al pecho enseguida y todo transcurriría así, en un estado beatífico...Por eso me sorprendió tanto que mi pequeño naciera llorando y no dejara de llorar en un buen rato. Tan sorprendida estaba que recuerdo que le pregunté a mi pareja: "Pero, ¿por qué llora?" Me había pasado el embarazo intentando conectarme con el sentir de mi hijo, comunicándome con él en silencio, y por eso me había hecho a la idea de que, cuando éste naciera, la comunicación mutua seguiría igual. Nos entenderíamos sin palabras, etc.

No fue así. Por el contrario, me encontré con un bebé cuyo llanto casi constante yo no entendía, porque además no había razones médicas (ni de otro tipo que resultaran evidentes) que justificaran su llanto. Mi pequeño no quería, por otra parte, estar con nadie más que conmigo, pero entraba en un estado de tal nerviosismo y llanto si, por unos instantes, lo dejaba despierto en el moisés para, por ejemplo, ir al baño o ducharme, que me encontré viviendo una situación para la que nadie me había preparado. Yo recordaba perfectísimamente la estampa de mis hermanos pequeños durmiendo plácidamente en sus cunitas durante horas seguidas, o pasando el rato en brazos ajenos (no de su madre) sin mayor problema. ¿Qué le pasaba a mi pequeño? ¿Por qué estaba tan inquieto, tan nervioso, tan desasosegado?

Si yo hubiera leido antes libros o artículos acerca del concepto de "apego" en la crianza, hubiera llegado a la conclusión de que me había "tocado en suerte" un hijo "de alta demanda", es decir, según esas teorías, sencillamente mi hijo tenía un instinto más feroz y despierto que la media, de manera que experimentaba un viejo (y eficaz) mecanismo de supervivencia, consistente en reclamar a gritos la constante presencia de su madre. Durante cientos de miles de años, la supervivencia de los bebés ha dependido de eso, puesto que el ser humano ha vivido de manera integrada en una naturaleza llena de depredadores y peligros, en la cual un bebé que se queda solo un instante no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Pero claro, ya lo he dicho: yo no había leído nada acerca de esas teorías (Las descubrí bastante más tarde en el libro "El concepto del Continuum" de Jean Liedloff) así que estaba perpleja y, lo que era peor, angustiada.

Por suerte, tenía todo un bagaje chamánico a mis espaldas. A falta de unos libros que todavía no tenía, (por no tener, ni internet tenía en ese momento) podía intentar averiguar por mis propios medios lo que le pasaba a mi hijo. Además, y precisamente debido a toda mi larga experiencia como humana más "sintiente" que la media, temía que mi pequeño estuviera sufriendo alguna clase de terror o angustia producida por realidades de las llamadas "invisibles", entidades del mundo sutil y esa clase de cosas.

Me costaba, sin embargo, entrar en trance porque, si algo caracteriza a una crianza en esas condiciones, es un constante estado de alerta y mucho cansancio, factores ambos que son antagonistas con aquello que facilita el "percibir" las cuestiones sutiles. Pues, generalmente, para sentir lo que habitualmente no se siente, uno debe tener cierto sosiego, cierto silencio, y además un estado mental lúcido. Todo eso es imposible con un bebé que se retuerce y llora en tus brazos, o después de haberte pasado días sin dormir más de una hora seguida.

Finalmente, la propia desesperación me indujo a hacer el esfuerzo necesario para "sentir" eso que acongojaba a mi hijo y que se me estaba pasando por alto. Sucedió una tarde en la que me quedé sola en casa. Mi hijo sólo aceptaba estar en mis brazos, en mi pecho, y lloraba incluso si yo cambiaba de posición. Durante horas no pude ir al baño ni cambiar de postura, me dolía el cuerpo (hacía tan sólo unos pocos días que había parido) y me empecé a sentir tan agobiada que me dije que aquello no podía continuar así. Entonces, en lugar de entrar en una crisis de lamentaciones, hice un acopio de energía y de determinación, centré mi consciencia y pedí ayuda internamente a mis Guías para que me acompañaran y ayudaran a solucionar aquella situación. Luego me puse como pude en estado receptivo: ¿Qué podía hacer? "Siente a tu hijo"- me respondieron. Protesté diciendo que llevaba dias intentando entenderlo, sin éxito, pero los Guías insistieron: "Es que no te has abierto a sentir lo que él siente. Sólo te has preguntado mentalmente qué le sucede, lo cual no es lo mismo que abrirte a experimentarlo en tí misma".

Tuve que admitir que tenían razón. Así que hice otro esfuerzo y cambié de chip, por así decirlo. Dejé de pensar y me di internamente la orden (¿o el permiso?) de abrirme a sentir. Y en ese instante sentí de manera vívida un miedo atroz a...¡a ser abandonado! Pero, un momento ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía mi hijo tener ese miedo, si no había nada más lejos de mis pensamientos que la idea de abandonarlo? ¡Me quedé perpleja!

Pero sí, ahí estaba el miedo. Entonces, gracias a mi capacidad de traducir sensaciones y energías emocionales en forma de diálogo interno, le pregunté a mi hijo si realmente eso era lo que sentía. A lo cual me respondió que sí, pero que esto no se debía, tal como yo estaba pensando, al hecho de que pensara (con su parte racional) algo del tipo "Oh, Dios mío, mis padres me pueden abandonar" sino al hecho de que sentía el miedo al abandono de miles de otros bebés e incluso el abandono REAL que muchos estaban experimentando". Esto me dejó aún más sorprendida, pero no censuré el diálogo. Simplemente respondí lo único que se me ocurrió: "No te preocupes, yo no te voy a abandonar".

Pensé que al decirle eso mi bebé dejaría de llorar, pero no fue así. Entonces, volví a preguntarle internamente cómo podía aliviar eso, o ayudarle. Y entonces me dijo una frase que no olvidaría jamás: "Si me quieres, ayuda mis hermanos". En ese momento empecé a llorar, conmovida. ¿Cómo podría yo ayudar a "sus hermanos"? Me encontraba confinada en un rincón del planeta, sin grandes medios a mi alcance. ¿Cómo podía luchar contra algo tan enorme como el abandono infantil? El shock que sufrió mi mente racional fue tan grande que aquel diálogo se extinguió.

Los Guías acudieron a mi rescate, sin embargo, explicándome algo que me dejó profundamente impactada: No era sólo mi hijo quien sentía lo que sentían todos sus demás hermanos. De hecho, TODOS los bebés nacían experimentando un estado de Unidad que los adultos ya no recordábamos, de manera que eran profundamente sensibles a la suerte que corrían sus "hermanos". Luego, lo cierto era que cada bebé era más sensible a unos temas que a otros, pero a pesar de todo, nacían experimentando un nivel de Unidad/Fusión con el entorno mucho más elevado que el de cualquier adulto "normal", con lo cual a veces  eran asaltados por innumerables sensaciones y emociones procedentes del entorno, sensaciones y emociones en las cuales nosotros ni siquiera reparábamos por considerarlas alejadas o ajenas.

En cuanto a lo de "ayudar a sus hermanos", el consejo de los Guías fue archi típico, y consistió en el clásico "Ya lo entenderás mejor en su momento". Por último, me dijeron que lo que acababa de sentir debería ayudarme a no juzgar como "malo" o erróneo el llanto de mi hijo, y que una vez yo abandonara ese juicio negativo hacia su expresión emocional, todo mejoraría.

Han pasado los años, y he decir que los Guías tenían razón. En aquel momento yo no podía entender bien aquello de "ayudar a los hermanos" de mi hijo. Porque, de entrada, ni siquiera había comprendido la realidad que experimentan muchos bebés y niños. Creía, en aquel entonces, que el sufrimiento del abandono sólo aludía a los casos en los que literalmente una madre abandona a su hijo permanentemente. Hoy sé que el sufrimiento del abandono lo experimentan, en algún grado, todos los bebés (y niños pequeños) que se ven privados del contacto de su madre antes de sentirse lo suficientemente maduros o seguros de sí mismos como pasar amplios espacios de tiempo a solas. Hay también una forma de abandono emocional que se produce incluso estando presente la madre. Existen muchas mujeres que cuidan físicamente de sus hijos, pero cuyo corazón y sentidos están muy lejos, en otra parte...Y en ese sentido hube de batallar yo, porque ése fue mi punto flaco en muchos momentos. Yo era abnegada en lo físico, pero tendente a "estar en otra parte", y éste era un abandono sutil, pero no menos real que los otros. Un abandono al que mi hijo temía, y con razón...

Con los años, esta experiencia me ha ayudado a situar en su justa perspectiva otras anécdotas de mi vida interior, y también de mi proceso terapéutico. Por ejemplo, en una ocasión sufrí una regresión muy traumática en la cual un adulto familiar abusaba de mí, siendo yo muy pequeña. Los recuerdos eran visualmente borrosos, porque procedían de un tiempo muy remoto, pero fueron muy intensos en otros sentidos. Fue escalofriante "revivir" cómo todo mi cuerpo se tensaba con  desagrado, angustia y pánico ante "aquello" que me estaba sucediendo, y reviví una emoción de enorme impotencia y de resignación fatal, del tipo "Esto es lo que hay, esto es la vida, estoy en manos de alguien así". Muchas veces, después de aquella regresión, intenté recabar más información para saber si aquello de verdad me había sucedido o, por el contrario, podía tratarse de una memoria de "otra vida" o incluso de un trauma ancestral heredado, ya que ya sabía por experiencia que uno puede recordar, en estado de trance, cosas que no ha experimentado literalmente en su cuerpo.

Pero si mi hijo recién nacido había experimentado en su ser el abandono que otros bebés sufrían, y había llorado a causa de ese dolor, entonces...¿quién me aseguraba que yo, siendo pequeña, no había podido conectar con el trauma de los abusos sufridos por otros niños? No tenía respuestas para eso, porque aquel hecho, de haber sucedido, era actualmente indemostrable y casi, casi, in-investigable. Tanto si me había sucedido a mí, como si se trataba de un trauma heredado, no había modo humano de remover aquel asunto de manera científica (lo único que hubiera apaciguado a mi mente indagadora) por ejemplo interrogando a la gente que tuve alrededor cuando era niña. Algo así se oculta por norma, y es tan espantoso que no se admite ni su sugerencia, porque enseguida se considera ofensiva y monstruosa. Pero si hablamos de un trauma de "otra vida" aún es más difícil investigarlo. Y más cuando el recuerdo que yo "reviví" partía de los extrañados y aún inmaduros ojos de un bebé...

Los Guías pusieron un día punto final a mis elucubraciones con estas palabras: "En determinado nivel del ser no es tan importante averiguar quién sufrió esto, sino saber que cualquier atrocidad de este tipo afecta a todos los niños, aunque no la sufran en su carne. Tú sabes que a tí te ha afectado esto, y te afecta. Asúmelo, pues, y deja de oscilar entre el rechazo y la aceptación, todo porque no sabes si esta memoria es "tuya" o "ajena". Lo más importante que debes aprender de esto es que todo cuanto sufra un niño afecta a los demás. Por eso, todos los pequeños que no han sufrido abusos, sufren en una parte de su ser el trauma del superviviente, un trauma similar al de los niños que asisten al asesinato de sus amiguitos durante las guerras; o al de los pequeños que ven cómo sus padres golpean a sus hermanos; o al de los que, en la escuela, son testigos del acoso y humillación que sufren otros, etc."

"El trauma del superviviente es tan enorme que llega a producir pánico y horror incluso en los bebés que han "sentido" que otros de sus "hermanos" eran abortados. Ni te imaginas la marca de miedo que todas estas "memorias" infantiles dejan en el ser humano, individual y colectivamente. Por esta razón el miedo impera en vuestro mundo y es el dueño de una parte recóndita de vuestro ser, una parte que, siendo muy pequeña, asistió impotente y horrorizada a la masacre de sus "hermanos", al abandono o maltrato de otros, o al asesinato en las guerras, etc. Os sabéis vivos y "sanos" de casualidad, pero también os sentís afectados y bajo el poder de aquellos que han actuado de manera tan impune y cruenta con vuestros "hermanos". Lo cual es cierto, porque uno siempre está bajo el poder de aquel tirano de cuya presencia no se ha percatado, y por eso sólo descubriendo la verdad es posible liberarse. Y todo eso os desazona por dentro, especialmente cuando sois niños y más sensibles a sentir lo que otros sienten".

Protesté. Me parecía demasiado enorme el problema-raíz de la humanidad, y por lo tanto casi irresoluble. Pero además no veía -palpablemente- que los niños fueran realmente conscientes del sufrimiento ajeno. ¡Si parecen tan ignorantes, viviendo en su propio y pequeño mundo! Mi propio hijo lo parece, porque de hecho nun ca más he vuelto a tener otro diálogo con él como cuando fue un bebé. Ya no debe estar viviendo en "la Unidad", debe de estar individualizándose a marchas forzadas, como todos lo hacemos.

Sin embargo, los Guías también tenían una explicación para eso: "Confundes sentir con ser consciente verbal o intelectualmente de algo. Un niño pequeño lo siente casi todo, pero efectivamente no es consciente "verbalmente" de ello. No está maduro para procesarlo, ordenarlo y expresarlo en conceptos, palabras, frases. Tú "tradujiste" mentalmente el llanto de tu hijo, pero eso no significa que él naciera con la capacidad cerebral de desarrollar esos conceptos y explicarlos con palabras. Y así sucede con los niños en general, lo cual no impide que sientan y que estas cosas sentidas queden en sus memorias inconscientes para toda la vida, como marcas o huellas incomprensibles...Salvo que, de adultos, y ya con la capacidad de racionalizar y conceptualizar, se atrevan a sumergirse en una manera consciente y lúcida de sentir, para integrar, por fin, todo lo sentido en su vida. A eso le llamamos despertar".

¿Qué puedo añadir a esto? Nada o muy poca cosa. Lo dejo aquí, pues, y que cada cual elucubre, sienta y saque sus conclusiones...

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