viernes, 21 de agosto de 2015

Hécate, la que ilumina con fuego los infiernos y cataliza el tránsito.

La relación personal con un mito puede ser, a grandes rasgos, de tres tipos:
1- Buscas el significado de un mito en un diccionario o en internet, te lo dicen, te lo aprendes de memoria y piensas el mito a partir de lo aprendido. Te conviertes en alguien con ciertos conocimientos sobre mitología.

2- Lees un tratado analítico sobre el mito y rastreas diferentes significados, tanto desde lo racional como desde lo simbólico. Luego piensas el mito en base a ello. O lo utilizas como herramienta de meditación "arquetípica". Con eso, te conviertes en alguien con mayor conocimiento que quien sigue el punto 1.

3- Tal vez nunca has pensado en un mito concreto, porque a lo mejor ni siquiera lo conoces, o no has oído gran cosa sobre él, pero su "personaje" principal entra en tus sueños por no se qué puerta misteriosa y te viene a encontrar. Te conviertes en alguien asombrado que siente que empieza a comprender algo, porque lo que creía que sabía ya no le sirve. Se le rompen los esquemas. Esa persona se convierte en conocedora del mito desde adentro. (Más adelante puede unir su conocimiento al punto 2, y seguir experimentando cosas del mito, pero ya de un modo más consciente)

Respecto algunos mitos estoy en el punto uno, en otros en el punto dos, y finalmente en otros estoy en el tres. A veces también se me han mezclado todos los puntos, de manera que he pasado por una etapa de haber aprendido ciertos datos sobre un mito, luego he seguido con una reflexión más amplia e "interdisciplinar", pero finalmente el mito se ha cansado de esperarme por esa vía y se ha presentado en mi casa a la hora del sueño, para decirme: "Mira, en realidad soy esto".

Hoy traigo a Hécate como personaje mítico. Y lo que voy a hacer es contar una vivencia de tipo 3, y no por convencer a nadie de nada, sino porque soy como un pájaro que siempre canta su verdad. Y porque quiero dar testimonio de cómo a veces los mitos actúan sin que los busquemos, y cómo pueden actuar en tu vida incluso aunque no te des cuenta de que lo están haciendo.

Yo ¿qué sabía de Hécate? Nada. Solo sabía algo de diosas más luminosas, terrenales y celestiales, pero no de Hécate, que es como muy oscura y misteriosa y no salía en las historias de la Antigua Grecia que nos contaba mi padre. Ni en las pinturas renacentistas que tanto me gustaban, plagadas de Afroditas, Artemisas, Minervas y demás, todas luz y belleza. Los pintores célebres no se han entretenido retratando a Hécate, la verdad. 

La verdad es que yo era ignorante y escéptica de mucho hasta que empecé a investigar el mundo de los sueños. Soñaba muchísimo con muertos, y me di cuenta de que la inmensa mayoría de conflictos en los que me veía inmersa mientras dormía, eran cosa de muertes mal sanadas, mal vividas o mal asumidas. Vino entonces un mito contundente a encontrarse conmigo: la energía de Anubis, ¡pam!, irrumpió sin que yo hubiera leído nada sobre mitología egipcia. Primera pedrada a mi cristalera de creencias. "Pero, pero...¿los dioses existen?" me pregunté al despertar, incrédula.

Oh, resultaba que había muchas cosas a las que llamamos dios. Pero sí, podíamos decir que, en cierto modo, existen energías a las que a veces la humanidad ha llamado "Dios" o Diosa", "dioses" o "diosas". Aunque no son siempre el mismo tipo de energías y sobre la génesis de dioses y diosas habría mucho que hablar. En todo caso, existen, aunque no en el nivel de realidad que llamamos "realidad".

Después de Míster Anubis irrumpiendo en mis sueños, ya todo se puso muy mítico en general. Y empezaron a pasarme toda clase de cosas. Y un dia, Anubis me dijo en un sueño que él tenía un "libro" que era una especie de "Who´s who" del mundo infernal, del inframundo, la muerte y el tránsito. Me dijo: "Conozco a todas las divinidades y entidades que en todo el planeta y la historia se han ocupado o se ocupan de estas tareas fuerarias y del tránsito. Todos somos compañeros, colegas, y colaboramos entre nosotros. Estamos en lo mismo. Tú, por estar en estrecho contacto conmigo, también lo vas a estar con ellos, y a más de un dios o una diosa los vas a conocer personalmente, porque se te van a presentar".

Uau. Un "Who´s who" del mundo del inframundo. Caray, era como de película. Pero en fin, soñar es gratis, percibir también. Y si empiezas a censurar con la mente algo así, no avanzas ni te enteras de nada, porque cortas el rollo a la película que se quiere mostrar ante ti. Pues toda entidad, energía o ser que se te presente delante, es porque quiere ser conocido, o busca testigos de algo. Nunca se te presentan porque sí. La energía espiritual es muy práctica y no se desperdicia a si misma, así que las experiencias espirituales siempre tienen su utilidad, aunque sólo sea, a veces, vivir cierta belleza. 

Y en esa etapa de mi vida estaba, cuando una noche, en sueños, me encontré reventando a patadas la puerta de unos tétricos hangares abandonados para entrar en ellos. Iba acompañada de un hombre y una mujer ypor lo visto yo sabía muy bien adónde nos dirigíamos, aunque si me pidieran que lo explicara en términos racionales, no podría hacerlo, pues seguía solo a mi instinto. Les fui diciendo a los demás por dónde debían seguir y les guié por intrincados almacenes, pasillos, lugares llenos de polvo añejo, trastos viejos, telarañas.

A mi derecha iba un doberman negro de tal tamaño que su cabeza estaba a la altura de mis hombros. A mi izquierda, un mastín gris oscuro de igual envergadura y corpulencia. Eran como mis guardaespaldas y ayudantes.

Entonces, detrás de mí descubrí una bestia gigantesca que me sobrepasaba en más de un metro y medio de altura y que no pertenecía a ninguna raza animal conocida. Era una bestia peluda como un mamut, maciza como un muro, de color marrón oscuro, con una gran cabeza roma de enormes ojos inteligentes que asomaban tras el pelo y me miraban fijamente. (¡Dios...! ¿Qué era eso?) 

A través de esos ojos entre lanas, con una mirada que se me antojó antigua como el mundo, la bestia me dijo mentalmente: "Llevabas mucho tiempo buscándome".

Y yo asentí, en el sueño. ¡Como si supiera algo de eso! Aquí mi conciencia ordinaria se desdobló y empezó a observar el "personaje" que yo era en sueños, y que no era "yo", porque yo no tenía ni la más remota idea de quién era esa bestia lanuda. O sea que me volví lúcida en el sueño y pasé a ser una conciencia observante dentro de un personaje desconocido. Era como haberse fusionado con la conciencia de una "mujer" que no era yo, y que sabía lo que se traía entre manos en ese misterioso sueño.

Siendo "ella", el animalazo me recordaba cosas que yo no era capaz de traducir con palabras. Tenía la sensación de haberlo buscado durante milenios. En un tiempo pasado fuimos uno, siempre juntos. Algo sucedió, y un día perdí a esa bestia, pero siempre eché en falta su ausencia y la busqué, sin saber bien qué buscaba, o a quién. Ahora por fin nos habíamos encontrado y Ello, Ese Animal Enorme de ojos inteligentísimos (mucho), se quedó a mi espalda. Quedó claro que me protegería en ese sueño de un modo contundente e implacable, siendo una muralla gruesa e impenetrable de músculos, pelo y consciencia despierta.

Continué avanzando con la triple y bestial escolta, y con el hombre y la mujer desconocidos cerca. Al fin llegamos a una sala habitada, llena de imágenes. Las investigué minuciosamente. Buscaba pistas. Al mirar cada imagen comprendía lo que significaba, la energía de la que estaba compuesta, su procedencia, y qué o quién hacía que esa imagen estuviera allí.

Comprendí que estaba en una especie de infierno o mundo de muertos, y que en esos lugares nada está ahí salido de la nada. Lo más habitual es encontrarse con montones de despojos. En los sueños que giran en torno a los mundos de muertos, aparecen objetos de todo tipo que son como excrecencias de los pensamientos, emociones y recuerdos de los seres que deambularon por ahí. En ocasiones los objetos son alimentados por un apego o recuerdo constante y parecen tener vida. En otras, si los muertos se van despojando de ese apego y van dejando su mundo conocido atrás, los objetos van cayendo a sus espaldas, se van llenando de polvo, se deterioran y desaparecen progresivamente.

Así que los muertos dejan un rastro como los caracoles. Allá por donde pasan van dejando restos: cositas, souvenirs, papelitos, fotografías o imágenes, cacharros… Entras en un sitio de muertos y lo sabes aunque no los veas a ellos, porque es la pura imagen de una chatarrería decadente y deslucida, de un mercadillo de objetos de segunda mano medio rotos, de un batiburrillo de despojos inservibles con la pátina del uso y del tiempo, trozos de hogares, historias, situaciones, recuerdos… A veces entras en lugares muy muertos pero ordenados,  otras te encuentras en espacios que literalmente parecen habitados por el peor síndrome de Diógenes.

En fin, seguí observando. Me detuve ante unos dibujos de tréboles negros de cuatro hojas que, al mirarlos, se convertían en símbolos de antiguos escudos nobiliarios, y de repente supe que el hombre que tenía que ver con la presencia de aquel recuerdo o imagen, había matado a alguien. El asesino estaba en esa sala, un poco más lejos, y daba la espalda al grupo que yo guiaba, haciéndose el distraído, aunque había notado perfectamente mi presencia allí. 

Y no le gustaba, porque sabía quién era "yo" (o sea, "Ella") El tipo llevaba mucho tiempo escondido en ese infierno personal, atrincherado en esas naves industriles abandonadas, pero ahora le quedaba claro que la puñetera Fuerza del Tránsito acababa llegando hasta el último rincón del Infierno, valga la ironía. Ni muerto te libras de morir. Es decir, no te libras al final de transitar.

La mujer que me acompañaba en el sueño se preguntaba qué relación tenía conmigo y con ese hombre con el que acabábamos de encontrarnos, porque sentía que no era una casualidad. Y no lo era, pues yo les había llevado hasta ahí intencionadamente. Entonces la mujer obtuvo la respuesta en su interior: resultaba que ese hombre había asesinado a su marido tiempo atrás. Lo hizo muy astutamente, logrando que pareciera un accidente. 

Precisamente era esta tragedia, algo que la mujer nunca sintió que fuera accidental, lo que la mantenía atrapada en el sufrimiento interior, y había hecho que al morir continuara andando en círculos viciosos sin resolución, en su propio infierno personal. Ahora sin embargo descubría al asesino y, muy determinada, sintiendo que algo se liberaba de golpe, se confrontó con él. Lo increpó y quería golpearlo, castigarlo. Su furia reprimida durante mucho tiempo salió a borbotones, sintiendo que por fin podía volcarla en el culpable.

"Yo" (Ella, la del sueño) no juzgué a la mujer. Y es que mi función en el sueño no era juzgar actos ajenos ni aconsejar comportamientos, sino HACER que los encuentros necesarios se produjeran, o que las circunstancias necesarias se dieran. ¿Necesarias para qué? Para romper inercias. ¿Y cómo lo lograba? Seguía intuitivamente señales, rastreaba la energía. La cabeza pensante no tenía mucho que ver con lo que yo hacía. Podría haber aparecido ante aquellos humanos en la forma de un animal o de cualquier otro ser, porque yo podía ser cualquier cosa. Pero para esta gente era necesario ver a alguien "comprensible" en quien confiar, o tener a alguien humano con quien interactuar, así que me aparecí en forma de mujer.

El infierno tiene mucho que ver con sentirse o estar aislado interiormente y no saber salir de inercias mentales repetitivas, viciosas. No importa si estás rodeado de gente, porque a lo mejor sientes que no hay modo de hacer contacto con los demás, o que si lo haces, es erróneo, desenfocado y calamitoso. Por eso yo ("ella") estaba allí, para movilizar las cosas. Para "Mover la movida", o "Hacer hervir la olla" como solía decir en broma, haciendo que lo estancado se desbloqueara, se crearan ENCRUCIJADAS de oportunidad y las cosas SE DECIDIERAN. 

En ese instante supe, no sé cómo (una sensación irracional, del hemisferio derecho) que estaba asistiendo, desde dentro, a lo que era Hécate. Se me estaba permitiendo asomarme a sus ojos o a su sentir, y entendí que hacer de Hécate tenía que ver con actuar como catalizadora, detonadora de encrucijadas vitales, situaciones capaces de resolver antiguas fijaciones y atascos existenciales.

La mujer desconocida había necesitado enormemente encontrar al asesino de su marido, enfrentarse con él, sacar afuera toda su ira contenida. Así que por eso la dejé hacer. La dejé ir contra el asesino, y miré la escena como quien ve cómo se prende la mecha explosiva de una reacción en cadena, en un escenario donde hasta entonces el argumento había permanecido estancado.

Reaccionando ante el ataque de la mujer, el asesino se volvió hacia nosotros y nos miró. Supe al ver su rostro que tenía rasgos de psicópata. Percibía en sus ojos la implacable ausencia de empatía hacia el resto, y un sarcasmo ácido flotando en su media sonrisa. Llevaba en una mano enguantada unas largas pinzas metálicas articuladas, como de cadena de montaje industrial, con las que sostenía, alejado casi a un metro de su cuerpo, un frasco de cristal con un líquido altamente explosivo e inflamable.  Supe que estaba calculando cómo lanzarnos eso sin herirse a sí mismo, puesto que aquel líquido era tan rápido y potente al explotar que, si no tenía un mecanismo de seguridad y aislamiento, aquel que lo manipulaba normalmente se abrasaba. No le daba tiempo a resguardarse, la onda de fuego era demasiado rápida y la sustancia era tremendamente ligera, evanescente…se colaba por todos los rincones.

Entonces intervino el otro hombre desconocido del grupo, que había permanecido silencioso hasta ahora junto a mí. Sin decir palabra, se abalanzó sobre el psicópata y agarró con sus manos el frasco de cristal. En un acto quijotesco y suicida, corrió hacia otra habitación con la intención de lanzarlo lejos, dejándonos a las mujeres al fuera del radio de influencia de la explosión. Todo transcurrió como a cámara lenta. Vi las secuencias separadas de lo que hacía cada uno. La mujer que se había enfrentado al psicópata gritó horrorizada al comprender lo que iba a hacer el hombre que adoptaba el rol de salvador que da su vida por otros. Quiso disuadirle de su intención, gritando con desesperación y horror, porque no quería que se quemara vivo, pero ya no podía evitarlo, pues una vez que el hombre ya llevaba en sus manos el explosivo, y sin otros medios técnicos a su alcance, lo soltara como lo soltara o lo dejara donde lo dejara, bastaría un mínimo roce para que aquello explotara.

Mientras, el psicópata se había quedado un poco sorprendido con el giro de la situación. No esperaba ver aparecer a un "salvador" entre el grupito, eso no entraba en sus expectativas. Capté de sus pensamientos que estaba convencido de que el ser humano era egoísta y cobarde, porque lo había sufrido así en algún remoto momento de su vida. Nadie se había arriesgado por él, nadie había tenido el valor de dar su vida por él, y había experimentado algo terrible mucho tiempo atrás. Tan terrible que lo partió como en dos y abandonó las emociones empáticas para siempre. Había creido que la amenaza de morir por ese tipo de fuego sería demasiado aterradora como para que nadie se atreviera a frenarlo. Esperaba abrasarnos a todos en décimas de segundo y quitársenos así de encima, fácilmente. Seguramente ya lo había hecho más veces con otros que llegaron a su infierno de aislamiento enfermizo.

Me senté aparte, en unas escaleras, sin inmutarme, porque era como estar muy segura de la perfección del momento, a pesar de lo terriblemente trágico del mismo. Observé todo aquello, que transcurría condensado en segundos, aunque yo lo veía en secuencias lentas, perfectamente claras y ordenadas.
El hombre salvador arrojó finalmente el frasco en un contenedor metálico que encontró por ahí pero, tal y como era de esperar, instantáneamente hubo un enorme fogonazo ardiente entre naranja y blanco, de pura incandescencia. El psicópata y la mujer se agacharon y se acurrucaron en rincones para que aquel fuego, velocísimo, y de una naturaleza casi corrosiva de tan abrasadora, no les tocara. Todo fue rapidísimo.

La mujer gritó de nuevo al ver al hombre salvador con la cara y las manos envueltos en llamas, sufriendo por él. Se diría que esa sustancia química atacaba especialmente la carne humana, cebándose con ella. Era sin duda un fuego infernal con muy mala idea, algo anti natural. Tenía un punto ácido, incluso. Pero de repente el psicópata hizo algo inesperado: cogió unos trapos mojados y los arrojó con puntería sobre el rostro y las manos del hombre, y así apagó sus llamas.

Ahí supe que todo estaba hecho. Suspiré. Fin del acto. Se acaba de resolver la encrucijada. 

Al conducir a esas tres personas hacia ese encuentro, había provocado una catarsis en la que cada uno había encontrado respuestas y soluciones a ciertas trabas que mantenían atrapado a cada uno en esa dimensión infernal. 

La mujer había comprendido que su marido, efectivamente, había sido asesinado, y eso era un alivio para ella, pues la duda que la había corroído y mantenido atrapada en círculos viciosos mentales había terminado. Al enfrentarse al psicópata, además, había tenido la posibilidad de expresar su ira y buscar justicia a través de una confrontación. Sin embargo, su acto había tenido una consecuencia destructiva y dañina para otra persona, algo que ella no esperaba, pues la reacción violenta y cruel del psicópata había quemado de gravedad al otro hombre. Obviamente, la mujer compasiva no sabía de qué modo es capaz de comportarse alguien sin empatía cuando se siente atacado o acosado. Eso, has de verlo para comprenderlo. O mejor dicho: has de sentirlo.

Así que para la mujer empática, estar allí durante la reacción violenta del psicópata fue la enseñanza final que necesitaba para comprender no solo cosas relativas al asesinato de su esposo, sino también que la ira no es lo mejor como método de justicia, al menos cuando uno se enfrenta con seres que precisamente se fortalecen, o crecen con la ira que sienten los demás. Gracias a su empatía y compasión ella al final sintió y supo lo que "era" el asesino y dejó de buscar esos caminos para obtener justicia.

El psicópata, por su parte, había sido tan sorprendido por el gesto de auto sacrificio altruista del "salvador", que vio surgir en su interior un inesperado rasgo de compasión, tan sorprendente que casi no le parecía que hubiera surgido de si mismo. Su inercia, su estancamiento en la insensibilidad, habían sido rotos, pues no solo había lamentado (aunque fuera solo durante una milésima de segundo) el sufrimiento del hombre que se abrasaba, sino que había actuado para disminuirlo. 

El había deseado matarnos a todos, partiendo de su idea de que todo el mundo es despreciable, fundamentalmente egoísta y no existe coraje suficiente para arriesgarse por los demás. Pero el salvador le había roto los esquemas, pues nadie hasta el momento se había atrevido a hacer algo así con "su" fuego infernal, símbolo de su ira acumulada y escondida. Ver cómo un desconocido tomaba ese fuego sobre sí mismo y asumía morir para salvar a otros, había incidido directamente en las heridas antiguas del asesino, justo las que le habían convertido en un ser despiadado. 

Al apagar el fuego del salvador, el asesino había dado inicio a una nueva etapa en la que su frialdad y crueldad se habían resquebrajado. Era tan sólo una grieta, de acuerdo, pero por ese resquicio entrarían algo nuevo y mejor. Era justo la primera pequeña pieza de una cadena que iría moviéndose, punto por punto... Se abría una posibilidad de sanación.

Y el salvador… ¿Quién era? Alguien que había vivido toda su vida sin arriesgarse por los demás ni comprometerse jamás con ninguna ayuda humanitaria. Era un hombre que había vivido sólo enfocado en sus asuntos, en su trabajo, en ganar dinero y mantener la estabilidad de su empresa y su familia y poco más. Su corazón estaba bajo mínimos y encerrado en un armario bajo siete llaves, siempre temeroso de implicarse emocionalmente en problemas ajenos para no meterse en líos. Su lema era no involucrarse y no tomarse las cosas a pecho. Al final de su vida se había vuelto un ser apagado y gris pero, tras la muerte (porque estaba muerto hacía años) había percibido las cosas desde otra perspectiva y había lamentado no haber vivido con más arrojo, y no haberse arriesgado por algunas personas.

Ahora, al ejercer el rol de salvador que llega al extremo de dar su vida, acababa de darse a sí mismo la oportunidad de romper de un modo terrible, pero muy efectivo, con su miedo y estrechez. Acababa de matar a su "personaje", pero había sido liberador. Paradójicamente, su sufrimiento de ahora le hacía feliz. Un fuego externo había liberado su fuego interno, el de su corazón amordazado. Una explosión visible era la imagen de su propia explosión interior, la de un corazón atado y relegado al olvido que ya no puede más, y al fin toma las riendas y comete una aparente locura suicida, todo para salir de su encierro, aunque sea con una explosión destructiva. Pero así acababa de romper su infierno personal, su aislamiento. Ahora podría cambiar de etapa y transitar.

Los tres animalazos continuaban a mi lado, cada uno en su puesto, inalterables y sin sufrir daño alguno, como si vieran explosiones de fuego cada día. Supongo que estaban acostumbrados a los infiernos. Su función era tan solo ser consciencia. Es por eso que podían protegerme o protegerla a "ella", por ser consciencia observante, en este caso una consciencia tremendamente instintiva.

Me desperté, salí del sueño y me encontré en mi vida normal. Y acudí a los libros y a las imágenes de Hécate para intentar entender mejor lo que había soñado. Al principio me sentí confundida, pues los datos no encajaban con lo que yo había visto. Que si una diosa de la brujería, que si la luna, que si hechicera... Nada de eso era lo que yo había sentido. Ah, ¡pero las encrucijadas sí salían en los escritos sobre su mito! Y los perros infernales. Lo demás... No me terminaba de encajar.

Sólo cuando encontré las pinturas de las antiguas cerámicas griegas y vi la imagen de una Hécate joven y fuerte, casi una guerrera (porque a veces luchaba contra gigantes, como en la imagen de la izquierda), portando antorchas de fuego, sentí que ahí estaba el punto de conexión o el símbolo de la verdad que se me acaba de mostrar.

Llevar antorchas en los caminos oscuros, nocturnos o infernales,  ¿no significa llevar luz donde no la hay? Una luz que al mismo tiempo es transmutación (porque el fuego purifica) y también energía capaz de reanimar y "hacer hervir" situaciones estancadas.

Así comprendí que se me estaba mostrando la raíz o semilla de un mito antiquísimo relacionado con las energías vitales capaces de transitar e iluminar los estados del ser más infernales y oscuros. Y sentí que, una vez más, el mito nació para reflejar una realidad, pero después fue cambiando y viviendo mutaciones. Mil veces retocado, tomado, utilizado para esto o aquello, al final teníamos una diosa Hécate muy distinta. ¿Dónde estaba aquella joven intrépida de rastro de fuego, con su jauría de bestias, promoviendo catarsis en los infiernos? ¿En qué había quedado el antiguo conocimiento de los que sabían cómo inducir el tránsito o el renacimiento en quienes atravesaban la mayor oscuridad?

La respuesta la tenía en mi propio sueño: Allí seguía estando. Nunca había dejado de estar. Sólo que no se la solía reconocer, porque iba cambiando de aspecto. Ni se la nombraba igual. Pero a Ella le daba lo mismo porque, como bien me mostró en el sueño, podía adoptar cualquier forma de ser, cualquier traje, personaje o disfraz, con tal de seguir siendo ella misma, es decir: La fuerza del fuego divino femenino que atraviesa las entrañas infernales de la dimensión psíquica terrestre y produce (re) nacimientos, liquida bloqueos y que a veces acaba, por eso, con cárceles y tiranías psíquicas de siglos. O de milenios.

Estamos salvados, pues. Las energías sagradas verdaderas, esenciales y profundas, son eternas y permanecen con nosotros. No importa cómo se las nombre o la categoría de ser en la que las clasifiquemos. Actúan sin importar lo que pensemos o creamos, y aunque no creamos en nada, qué más les da eso. Las religiones y los trajes les resbalan, los usan y se los quitan como si nada. Les importa un comino ser nombradas así o asá, vestirse con esto o aquello, que las tengan por divinas, o por demoníacas, porque en realidad, la "adoración" humana ni la necesitan, ni la buscan, porque les "fija" demasiado en un aspecto y les ata. 

A estas energías sagradas (tipo la Hécate que soñé) solo les importar ser, actuar, servir. Ni se les ocurre pedir altares o que las fijen con imágenes. Pero qué dices, si son encrucijada, si son tránsito. "No me quieras agarrar y tener en casa amarrada, que no podrás y encima te vas a quemar". Su energía se te escurre entre los dedos, te rompe el esquema otra vez o se marcha para que no te quedes embobado, intentando fijar tu experiencia con grapas o pegamento para intentar repetirla, o creando una religión estructurada y estable con eso. Pues el mundo, nuestro mundo, no es más que un espacio donde a menudo (o casi siempre) acabamos atrapados en historias, roles, personajes y fijaciones.

Fue así como tomé conciencia por primera vez de las energías divinas o sagradas vivas que actúan según particularidades o virtudes diferenciadas, pero sin estar identificadas con los dibujitos que los seres humanos hacen de las mismas. Son energías vivientes que no habitan dentro de nuestro escenario, ni están sometidas a su influjo. 

¿Dónde vive el aire que nos da vida? Lo tenemos dentro del cuerpo pero nos recorre enteros, y sale afuera cuando quiere, no podemos fijarlo en un punto del mismo, ni atraparlo. Es constante flujo renovador. Así mismo, estas fuerzas sagradas entran y salen de nuestro sistema humano recorriéndolo sin esfuerzo, son energías que tejen y destejen el tapiz de la vida, entrando y saliendo del entramado, o, en este caso, son una fuerza que actúa para deshacer los nudos vitales más infernales. Los nudos que se forman en algunos puntos de nuestra existencia anímica y que amenazan con estropearlo todo y obstaculizar el pulso de lo vivo.

Hécate, deshacedora de nudos (las encrucijadas son hilos entrecruzados) Es normal que la llamaran en los partos, porque a veces éstos también se complican o se "atascan". Y porque nacer es transitar. Y porque es deseable que todo nacimiento se produzca "hacia un estado mejor". Por bueno que sea estar en el vientre materno, es deseable que sea mejor todavía llegar a los brazos de la madre y verle el rostro, tocarla. 

Por eso, la Hécate más desconocida es la que se sitúa al lado de las madres intentando que los niños nazcan a "mejor estado". Y para ello impulsa catarsis emocionales en el corazón materno, o en sus entrañas. Intentando deshacer sus nudos, derretirlos con su fuego, de manera que se conviertan en madres más "cielo" y menos infierno. 

Así, Hécate es suscitadora de removidas parto y pos parto, muestra infiernos y heridas ocultas y por eso hasta se le tiene miedo. Pero Ella lo hace porque es así, y porque las madres piden saber o poder amar mejor a sus hijos, y entonces "Ella" se presenta a su lado. Permanece sin decir palabra, pero cataliza. Detona. Prende la mecha de la catarsis interior. Y las madres tiemblan y se agitan y entran en sus infiernos. Y al fin, algunas, transitan hacia mejor estado y entonces abrazan a su criatura con otro ánimo. Y el niño o niña siente que, por fin, está un poco más en el cielo. Un poco más con mamá "bien". Seguro y en paz.

Hécate se marcha entonces, misión cumplida, impulsada como sangre ardiente a través de las venas de energía de la Inmensa Tierra, latiendo como un fuego viajero a través del basto tapiz de la vida. Llevada y traída adonde hace falta. Sin pensarse. Sin aferrarse. Sin identificarse. Sólo como un pulso de fuego-luz-consciencia navegando por los capilares o tejidos vivos de la Gran Madre, en cuyo interior todos vivimos.






No hay comentarios:

Publicar un comentario