martes, 11 de marzo de 2014

¿Ayudar (a morir) a la Tierra?


Mientras muchas personas se esfuerzan en evitar la muerte del mundo natural, tal y como lo conocemos (o el derrumbamiento del orden actual, del equilibrio de la biosfera) a otras personas el Espíritu nos pide, casi nos exige, que ayudemos a la Tierra a morir.

Recuerdo un sueño que tuve hace años, en el cual me encontraba con un grupo de gente, y entre todos intentábamos curar a una tortuga. La tortuga era muy bella, pero había sido pasada de mano en mano, entre gentes ignorantes y poco cuidadosas, y se les había caído al suelo y se le había roto el caparazón. Yo la llevaba entre mis manos y lloraba, porque entendía que su herida era fatal. Sabía que la tortuga ya no podría recuperarse, porque estaba como partida en dos y ya no podía protegerse de nada. La herida llegaba a mucha profundidad, no tenía arreglo. ¡Y todo por que unas personas no fueron cuidadosas...! No la habían roto adrede, había sido sin querer, pero el caso es que estaba rota, rota sin remedio.

En ese instante lloré mucho más aún, porque oí, en el sueño, una voz que decía que esa tortuga era La Tierra, y que las acciones de humanos carentes de cuidado habían roto su caparazón (o estropeado el equilibrio de su capa viva, y más superficial) Con lo cual su vida actual se terminaba, y no tenía remedio. Tardaría más, o tardaría menos, pero era el fin de lo que conocíamos, la muerte de la tortuga. Yo me moría de pena, pero la voz me dijo: "Tú, como muchas otras personas, viniste para eso. Naciste para ayudar a la Tierra a realizar su tránsito adecuadamente. Pues es muy importante cómo se vivan los finales. Sucede como con una persona: es muy distinto morir en paz, que morir entre tormentos interiores". En ese momento me desperté, con una tristeza horrorosa.

Han pasado no menos de 6 años desde ese sueño, he tenido otros con un mensaje similar, y también visiones en estados de meditación, pero sigo negando lo que, incluso para muchos biólogos y científicos, ya es evidente. Que esto se acaba. Que la Tierra como planeta aún tiene cuerda para rato, pero que la biosfera actual está herida de muerte, y la vida tal y como la conocemos se termina, y vive una crisis que podría parecerse a alguna de las anteriores extinciones masivas terrestres (eras de dinosaurios, etc), de las cuales quedaron muy pocas especies supervivientes.

Ayer tuve una visión medio en sueños que volvió a redundar en lo mismo. Una entidad semidivina del mundo natural, el Rey Ciervo, me pedía que les ayudara a "guardar", en forma de concentrados de energía, la memoria de lo que ha supuesto su vida sobre la tierra y nuestra coexistencia como especies. Que condensara, desde mi corazón y entre mis manos, la energía/consciencia de lo que esto ha sido, y lo entregara a las rocas (los huesos de la tierra) para que éstas lo guardaran y custodiaran para un futuro x, un tiempo que no se sabe cuándo será, pero en el cual la memoria de esta vida, y de la consciencia realizada en ella, pueda integrarse con otras y ser de utilidad y ayuda a otros seres.

Entendí, entonces, un mensaje que lleva tiempo repitiéndose. Mientras negamos al moribundo la realidad de su estado, no le estamos ayudando. Al moribundo le ayuda más saber que eres fuerte y vas a estar ahí, a su lado, preparado para hacer lo necesario. Tal vez un enfermo grave se sane, o tal vez no. En todo caso, cuando un ser (cualquier ser) percibe o intuye que su fin se acerca, lo que quiere es preparasrse. Y nada le consuela más que sentir que puede poner sus "asuntos" en orden, dar su herencia, sanar los conflictos, atar cabos sueltos, liquidar temas pendientes y, también, asegurarse de que alguien va a cuidar de su cuerpo y su memoria una vez muerto. Que alguien dirá una oración, o tendrá un pensamiento cariñoso y bello para él. Que su vida no habrá sido en vano y deje un rastro útil, benéfico. Un buen recuerdo. Algo.

El Rey Ciervo de mis sueños me ha enseñado que no sólo las personas, sino también el mundo natural espera esto de nosotros, o al menos de muchos. Y que no hablar nunca de la muerte de la biosfera, del desmoronamiento de tantos sistemas ecológicos vivos, y del sufrimiento real que ésto produce a muchos seres, no es una buena opción para todos aquellos que se precian de amar al mundo natural e, incluso, de ser (o querer ser) chamanes que sanan los espíritus del mundo vivo. No sólo los humanos. Chamanes que cantan para ellos, que sueñan con ellos y trabajan, en una labor íntima y callada, para ayudar a tantas consciencias dolientes como en este planeta, ahora mismo, hay.

Hace un tiempo vi un documental de chamanismo siberiano. En él, salía una señora ya mayor, de una aldea, que se dedicaba, entre otras cosas, a hacer ritos de curación para ayudar al medio natural. Iba a las fuentes y cantaba para ellas, quemaba hierbas para limpiar espacios...La buena señora no recibía ni un duro por aquel trabajo continuado, callado, íntimo, y de hecho era lo que diríamos pobre. Pero entregaba gran parte de su existencia a esa labor. En sus trances, entablaba conversación con los espíritus del mundo natural, les prestaba atención, resonaba con sus problemas y los acogía. No sé si sus ritos cambiaban gran cosa en la materia. Dudo mucho que si, por ejemplo, hubiera algún vertido tóxico en un río de aquella Siberia rural, los cantos de la buena señora pudieran revertirlo. Pero tal vez sí servían para ayudar al espíritu, al interior de las cosas y los seres. Para ordenar en la consciencia lo que sucedía. Para comprender e integrar emociones. Para ayudar, en definitiva, a transitar a todo lo que es y siente, piensa y padece (o disfruta, dependiendo del caso)

Supe entonces que ese era mi camino. Siempre lo había sentido así, pero nunca había visto un referente externo de lo mismo, un ejemplo, un testimonio de otra persona que estuviera en  "mi" mismo camino. Pensé en lo diferente que era esta senda de otros caminos chamánicos que se venden y publicitan, únicamente enfocados a la adquisición de poder personal para seres humanos individuales. Y en la cantidad de personas que enfocan al chamanismo como un modo de "ganarse la vida". Como los seres de la naturaleza "no pagan", o no lo hacen con dinero, ¿quién querría andar, en nuestra sociedad capitalista, un camino como ése? Y sin embargo ¡es tan necesario...!

En los primeros años de mi camino chamánico, muchas veces me quejé en mi interior, a mis Guías, diciéndoles que no podía "trabajar" en lo que me pedían porque nadie me pagaba. Necesitaba mantenerme con algo, y sin embargo el trabajo chamánico me llevaba muchísimo tiempo y energías. Descubría, consternada, que vivía en una sociedad completamente de espaldas a la realidad del mundo espiritual natural. No existe una red de apoyo tejida en torno a los chamanes que trabajan ayudando a "lo invisible", como sucede en otras culturas, donde la gente ayuda o apoya a los hombres y mujeres que se entregan a estas labores. Si yo fuera una monja cristiana, muchas personas me ayudarían, e incluso me sustentarían con donativos. Si, en cambio, soy una especie de "monja" servidora de los espíritus, de las voces y los ecos de "lo invisible", mi opción de vida resulta incomprensible, inviable o incluso vista como síntoma deposible  locura. Como mucho, podria montarme en el carro de los chamanes que cobran por dar talleres de sanación personal, empoderamiento individual y tal, lo cual sería una opción, pero...¿y si no es mi camino, al menos de momento?

Cada vez que me quejaba de mi trabajo y amenazaba con dejarlo para dedicarme a asuntos que pudieran reportarme dinero, oía la voz de unos seres, u otros, que decían: ¿Y quién nos escuchará y prestará atención? ¿Quién mediará en nuestros conflictos? ¿Y quién contará nuestra historia al mundo?

Ah, su eterna petición siempre ha sido: "Cuenta nuestra historia al mundo". Y eso empecé a hacer. Me convertí en escritora por esa razón, ni más ni menos. Porque acepté ser testigo íntima de muchas resoluciones de conflictos, de historias que nadie más parecía ver ni oir, y éstas querían ser contadas. Sus protagonistas consideraban que era necesario que su experiencia vital no se perdiera, porque podría ser de utilidad a otros...

Con el tiempo, he aprendido a ir sorteando obstáculos económicos, aunque sigue siendo mi gran asignatura pendiente. Siendo realistas, sé que en mi sociedad sólo me queda la opción de dedicarme al chamanismo en lo oculto, casi de tapadillo, mientras me dedico mayormente a otras labores entendibles y que sí pueden reportarme un dinero, ya que tengo que vivir y aquí hay que pagar para todo (con dinero, y no con oraciones o abrazos o comida o labores). Y ya no me lamento por eso. Simplemente, las cosas son como son y mi contexto material es así.

También he ido entendiendo que contar historias de seres que "fueron", narrar sus sueños, sus conflictos y sus esperanzas, es sanador para todos. El poder de narrar es muy fuerte, y está aún por entenderse y reconocerse en todo su justo valor. Yo he vivido sanaciones internas profundas gracias a mi acto de narrar, pero también las han vivido otros, al escucharme o leerme. El poder de la palabra no es pequeño. Tampoco el poder del canto, aunque ése es más difícil de compartir, en principio, para mí.

Si la biosfera se está muriendo, al menos en grandes espacios del planeta, entonces es justo y necesario que muchos chamanes o gente "del espíritu" ayudemos en ese tránsito. Dejemos de negar lo que sucede. No hagamos como esas personas que, al visitar a un moribundo, y recibir su petición de hacer testamento, arreglar sus asuntos o sanar rencillas pasadas, le tapan la boca y le dicen: "No digas eso, no te vas a morir". Porque así no le estamos ayudando. Así dejamos al moribundo a solas con su intuición del final inminente, y con su angustia de no saber cómo ordenar, en su interior, lo que debe ser ordenado.  Dejémosle hablar y expresarse. Dejemos que su consciencia se libere. Si después vive una curación casi milagrosa ¡perfecto! Pero si no lo hace, que transite en paz.

Y en todo caso, ¿podría ser posible curarse de manera tan milagrosa y radical sin haber podido procesar e integrar los peores conflictos experimentados en vida? No sabemos qué puede suceder en el interior de los moribundos, ni qué consecuencias puede tener, para ellos, escucharles sin reprimir su expresión ni juzgarla como inadecuada. Lo que sí podemos saber es que es bueno acompañarlos desde el corazón, hacer que no se sientan solos, que son importantes al menos para nosotros, y que alguien se ocupará de cerrar sus ojos con cariño cuando su espíritu ya no esté más aquí.

Tratar con amor al cuerpo que muere tal vez sea la mejor prueba, y la definitiva, de nuestro amor por la vida, y por ese ser que ya no está más aquí. Pero lo que rige para los seres humanos, debería ser válido también para el mundo natural.


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