sábado, 29 de marzo de 2014

Padezco biofilia, o el síndrome de Heidi.

Llega la primavera y la noto cada vez más, pero por una inevitable asociación de ideas, no puedo evitar vivir una regresión momentánea a lo que es la primavera en "el campo". No puedo olvidar el pack de multisensaciones que he vivido paseando por ciertos paisajes donde la vista se pierde hasta el horizonte sin toparse con edificios, ni carreteras. Suaves montañas o llanuras, amplitud de cielo, una brisa cálida perfumada del dulce olor de las flores variadas...El canto de los pájaros, el zumbido de los insectos, el cricri de los grillos. El colorido de la retama amarilla, el espliego violeta, el brezo blanco y morado, el blancoamarillo de la manzanilla silvestre, el violeta de las campanillas, el índigo de los acianos, el fucsia de las dedaleras, el verde intenso de la tierna  hierba, el verde oscuro de encinas y pinos lejanos, el rojo de la tierra, el negro de algunas piedras brillantes por el hierro que contienen, el blanco inmaculado de los preduscos de cuarzo lechoso...

Sí, estoy describiendo una primavera específica de una tierra específica. Qué pena no poder olvidar a voluntad la belleza y el éxtasis, el recuerdo de lo agradable, perfumado, suave y delicioso de algunos días de mayo. Qué pena no poder eliminar del archivo el recuerdo de los escarceos amorosos en bosques de pinos y robles, la visión fugaz de los corzos saltando entre los brezos, escondiéndose de nuestra presencia. Y de los elusivos y silenciosos lobos, a los que sólo con el rabillo del ojo pudimos detectar. O los tremebundos jabalíes corriendo a galope por aquella pradera...

Qué duro no poder aparcar a un lado el recuerdo de lo que fue gestar vida en esos espacios, y traerla en marzo, y vivir la primera primavera con bebé en brazos inmersa en aquellos campos. Qué dolor sentir que parí un hijo de aquella deliciosa tierra, sabrosa y crujiente en mis entrañas como la mejor empanada del mundo, la mejor torta de pan con relleno que puedo recordar haber comido. A mi vientre le gustaba estar allí. A mi parte animal también. Yo era entonces como hembra que vive lo natural sin problemas, porque todo fluye en la correcta dirección: las hormonas, los sentidos, los huesos y el espíritu. Hasta que...¿Qué? Tengo que entenderlo.

Qué desesperante se me hace no poder seguirle dando a mi hijo lo que siento que le corresponde por herencia "natural". Tal vez sea el hijo más sentido que aquella tierra ha podido tener en las últimas décadas, porque literalmente nació sobre ella, sin otra separación entre su regazo y el tierno cuerpo de mi bebé que una manta y un viejo linóleo sobre el suelo de piedra. Ya no se pare sasí en ninguna parte, porque ni siquiera son así las casas. Aquello fue un agujero de oportunidad a través del cual se coló, en esa tierra, un último vestigio de algo inmenso y sin nombre moderno, un parto a la antigua usanza sin más, celebrado por toda una tribu. Nacía uno "de los suyos", y me colmaron de regalos: comida casera y ropita de bebé.

Pero sin casa propia, sin refugio, desencarnada o separada tanto de la tierra como de la tribu en la cual aquello sucedió, ando por el mundo como aturdida y siempre tan fatigada, a medio gas. Me cuesta un esfuerzo todo, como si hasta enderezar en cuerpo me resultara un desafío en algunos momentos. Qué lejos estoy de sentirme como aquella brava mujer que andaba horas por el monte y el bosque sin cansarse. No soy ni sombra de la que fuí, me sostengo por fuerza de voluntad como una planta medio seca que hace un esfuerzo para no arrugarse del todo y aguantar un poco más.

Me pregunto, entonces, a la luz de todo lo que voy investigando y aprendiendo acerca de la etología animal, el cerebro humano y todo eso, si lo mío tiene arreglo. Si no será tan simple y tan inmutable a la vez como que soy como las hembras animales que vivieron en el libertad y manada, y luego tuvieron que volver al zoo y a la jaula. Si no hubiera salido nunca del cubículo  no estaría como estoy, porque no habría probado el sabor de la plenitud animal salvaje. Pero lo he vivido, y ahora ¿qué? 

Si ya de niña padecí el síndrome de Heidi al marchar de lugares más campestres a la gran ciudad, ahora lo vivo con doble intensidad. Sobretodo porque de niña me aferraba a la esperanza de crecer, independizarme y volver a marchar hacia el campo. Pero ahora ¿qué? Los días de mi juventud se me escurren entre los dedos, ya me queda poco de florecimiento, y la perspectiva de crecer e independizarme ya no existe. Es al contrario. Cada vez me siento más atada por circunstancias que no controlo, y con menos vitalidad.

Biofilia, llaman los científicos a esto que me pasa. Un nombre técnico para definir la oculta (porque casi siempre es inconsciente) necesidad de vivir rodeado de naturaleza, o en contacto con ella. Dicen que se han hecho estudios en hospitales, en los cuales los pacientes que tenían delante de la cama un gran póster con paisajes naturales, mejoraban antes que los que no. Pero que los que tardaban antes en reponerse, o incluso veian tal vez entorpecido el proceso, eran los que tenían ante ellos cuadros de arte abstracto. Justito el estilo de nuestras modernas ciudades, tan abstractas todas ellas. Tan cubistas, tan grises, tan "conceptuales".

Así que me tendré que conformar con pósters y fotos de naturaleza salvaje, pero como resulta que mi cuerpo se acuerda de lo real, no podré morir como aquel viejo de la película "Soylant Green. Cuando el futuro nos alcance", con emoción y expresión beatífica ante la proyección cinematográfica de campos en flor. Yo tendría que cerrar los ojos para recordar lo real, porque lo virtual casi que me da rabia. Me gustaría, por eso, envejecer y morir en un paisaje real. Para tener una muerte animal digna. Pero de no poder ser así, cerraré los ojos para ver mejor "mi" realidad. Qué cosas me da por pensar. Es el síndrome de la primavera a unos 42 años un tanto zarandeados. Me queda mucho por delante aún, supongo, pero siento el paso de las décadas y no me gusta la tendencia que está adoptando últimamente mi trayectoria.

Todo aquello lo hice adrede, con plena consciencia de lo que hacía. Mi elección de lugar, de tribu y tierra, fue premeditada. Lo recuerdo, eso, perfectísimamente, y además lo tengo escrito, así que sé que no me lo invento para rehacer la memoria según mi fantasía caprichosa. Estaba en mi mente hasta el sueño del hijo que tal vez algún día tendría allí, porque había sentido que a él le gustaba esa tierra, ese paisaje. Que le parecía adecuado. 

Son demasiadas cosas intensas y profundas como para que el tránsito, el dejarlas atrás, no resulte duro, no duela. Es fácil morir cuando todo ha sido una p. mierda en tu vida. Pero cuando ha habido cosas muy buenas, es difícil desprenderse salvo que te sientas muy, muy mal, muy acabado. Y tal vez yo me siento demasiado poco acabada como para renunciar aún a recuperar todo eso. Pero mis sueños se estrellan contra los muros pétreos de la realidad. Los caminos permanecen cortados, las puertas cerradas, los corazones demasiado tibios todavía como para arder e incineran esas cerraduras celosamente clausuradas. ¿O es mi corazón el que no arde suficientemente aún?

Necesito poner orden en todo lo que sucedió, para comprender por qué las cosas fueron como fueron, porqué hicimos lo que hicimos y desencadenamos la sucesión de causas y efectos que nos han traído hasta aquí. Tal vez esté en un momento de tránsito tan fuerte que me conduzca hacia otra parte completamente distinta, donde me pueda encarnar plenamente otra vez y la plena vitalidad animal vuelva a correr por mis venas. 

Pero de momento estoy entre tierras, en los limbos, como en esas zonas brumosas y cargadas de energías psíquicas tendenciosas y sugerentes que dicen que cruzan los espíritus de los que van a nacer, antes de ser paridos y de concretarse en el mundo de carne. Son mundos etéreos donde todas las voces y tendencias resultantes de las personas y colectivos de alrededor tiran de uno mismo hacia un lado u otro...intentando hacerle "caer" hacia aquí o hacia allá. Es un trayecto como el de los héroes míticos que atravesaban los inframundos para ir a alguna otra parte, o encontrar algo. 

El consejo siempre era. "No prestes demasiada atención a las voces que surjan de los laterales. Sigue adelante centrado solo en tu interior, en tu corazón, y en tu determinación". Tal vez sea el consejo aplicable a este caso, pues: centrarse en el interior y nada más. Y esperar que el trayecto nos conduzca hacia días de mayor claridad, dejando las brumas del inframundo, o la infra vida, atrás.

...



2 comentarios:

  1. Urboreas. Una preguta: ¿cómo están esos jardines, esos montes, esa naturaleza interna? ¿cómo está el planeta que eres?¿cómo le das a cada una de tus células, tus habitantes, que existen viven y te aman absoluta e incondicionalmente, el ambiente natural y adecuado que anhelas? Hace mucho tiempo una persona escribió que los malosos iban a romper las relaciones,y una de ellas es la de nosotros (nuestra conciencia) con nuestro cuerpo. La otra es tu conexión con esa tierra, que sabes que existes, pusiste tu cuerpo ahí, sentiste el aire, ahora viaja en alma, continúa tu relación con ella, para que se den las condiciones para que puedas volver. Deja de anhelar, construye el puente para que eso sea, y aprende a recibir, porque lo divino existe en todos lados incluso en los cubos grises y está listo para dar, somos nos los que no sabemos recibir.

    Una técnica que empecé a usar hace muy poco: "orificar" volver oro las malas energías, como si uno fuera midas. Ese oro hay que seguir empujando para que se orifique hasta sus átomos, y luego se hacen viajar hasta donde uno sienta que corresponde. Sirve harto para limpiar y activar y te la cuento porque lo del oro la primera que dijiste fuiste tú:

    "Acepta tu Oro interno, y disponte a partir desplegando las alas.
    Pues éstas alas son de oro y surgen de tu oro interior,
    y se hicieron, como el oro, para reflejar la luz en los lugares oscuros
    y dotar de cierta energía a la consciencia."

    Salud

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    1. Ay, Día...
      Me vienen bien tus palabras, gracias.
      Ultimamente me siento como un hobbit en Mordor, o en las minas de Moria, je, je. Pienso en todos los momentos de conexión, belleza y sentido profundo que he vivido, y me parece increíble lo diferente que es ahora mi experiencia, andando por espacios angostos y oscuros, únicamente centrada en dar el siguiente paso y no desfallecer, continuar y continuar con persistencia y determinación, confiando en salir del túnel.
      Tienes razón en lo que dices y lo curioso es cómo he olvidado tantas cosas...
      Algo en mí sufre mucho por sentirse "fuera de lugar" y, una de dos, o reconecto y vuelvo a ese lugar, o reestructuro mi mente y mi ser de tal manera que sea capaz de sentir como "mi lugar" otro espacio. Lo cual implica una metamorfosis que no sé si me corresponde vivir, o no. En otras palabras, carezco ahora mismo de perspectiva para saber si lo que me pide mi ser es esa transformación, o luchar por reordenar una vez más mi vida en cierta dirección.
      Ahora bien, es cierto lo que dices: mi cuerpo sabe...puedo viajar en el alma...hay caminos, modos de actuar, de salir de este estado.
      De lo del oro tomo nota. Es una idea interesante :-) Igual hasta me hago rica, ja ja.
      Gracias :-)

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