miércoles, 26 de marzo de 2014

Cultivar la tierra, cultivar la tribu.


Una de las mayores dificultades que veo para realizar el sueño de la tribu y el territorio es que partimos, la inmensa mayoría de nosotros, de entornos urbanos donde rara vez (salvo excepciones) se ha experimentado desde niños "lo tribal". Y con tribal no me refiero al grupete de amigos adolescentes, ni a las tribus urbanas. Me refiero a la tribu-tribu de toda la vida: la red de relaciones humanas familiares y amistosas que permitían a las familias salir adelante, ayudándose mutuamente en lo que hiciera falta, desde el cuidado de los niños hasta ir a por el pan.

La mayoría de nosotros, sin embargo, somos de generaciones o lugares donde esto ya se había perdido. Hemos crecido inmersos en un ambiente de familias bastante aisladas, cada uno en su piso, y donde los amigos vivían a manzanas de distancia y solo los podías ver fuera de clase. Y eso, si no tenías demasiados "deberes". Con lo cual hemos crecido aprendiendo a relacionarnos con los amigos casi exclusivamente para el ocio.  Los días estaban organizados alrededor de las clases (ahora que lo pienso, qué palabra más fea para definir los espacios de supuesto estudio), donde pasábamos horas y horas bajo la autoridad de terceros que, a veces, no sólo no nos importaban, sino que incluso nos podían parecer personas no especialmente agradables. Y en esas "clases", a veces compartíamos mesa y esfuerzos con amigos, pero otras veces no, porque, contrariamente a lo que muchos padres quieren creer, la escuela y el instituto no garantizan la vivencia de la amistad. Depende del caso.

Así que durante los años más preciosos de nuestro desarrollo cerebral, mental, emocional, psíquico y espiritual, años en los que todo deja profundas huellas, repetimos hasta la saciedad un patrón conductual muy concreto, que se resume en: sigue y obedece a la autoridad que te pongan delante (no importa si te gusta o la sientes justa, sabia y coherente, o te parece que es un impresentable, porque total, no podrás cambiarlo); aprende a soportar lo que te toca y relega la vivencia de la amistad a los espacios de ocio, si es que puedes. Porque lo primero es la obediencia a las autoridades (ir a clase) Y lo demás, solo se acepta para rellenar huecos.

Si tenemos en cuenta que la repetición induce al aprendizaje, y que la infancia es el espacio donde más se graban las vivencias en nuestro interior, ¿de qué nos extrañamos cuando vemos que, en una sociedad como la nuestra, parece imposible cambiar el sistema, la gente soporta a autoridades corruptas, y salvo unos cuantos -minoría- que gritan "¡Cambio, cambio!", el resto permanece sin saber qué hacer, o incluso pensando que no se puede cambiar nada? Bueno, la respuesta es, para mí, tan evidente que resulta aplastante. Las cosas son como son porque hemos aprendido esto, y no hay vuelta de hoja. Desaprenderlo sería la cuestión.

Pero yendo al tema de la tribu que cierto sector -minoritario, no me cabe duda- de la población estamos buscando, ¿por qué nos extraña que sea tan difícil reunirnos, integrarnos en proyectos comunes, andar todos a una, organizarnos en algo que realmente se sostenga...? Pues nos extraña porque somos como el pez que no ve el agua del océano. Estamos tan inmersos en la "mente" del sistema (la manera en que hemos crecido y aprendido a "ser") que no nos damos cuenta de cuán ignorantes somos respecto a lo que implica formar parte de una tribu.

Sí, ignorantes. En lo tribal, somos como esos niños modernos que creen que el pollo que comen sale de las bandejas del súper. No llegamos a esperar que las coles nos broten espontáneamente en las macetas del balcón, o en la tierra de al lado de casa, porque al menos sí compramos libros de cultivo, o lo investigamos por internet, o (los más afortunados) tenemos cerca a algún pariente o vecino que sabe cultivar, y a quien podemos preguntarle. Pero ¡pásmate!, esperamos que la tribu surja de la nada y que las relaciones intertribales den fruto sin más, por obra y gracia de la pura espontaneidad de la amistad. Esperamos que, sólo por el hecho de ser amigos, podamos ser capaces de hacer cosas como proyectar algo juntos, convivir o desarrollar un plan de vida interrelacionado (al antiguo modo tribal) a largo plazo.

No nos damos cuenta de cosas tan simples como, por ejemplo, que proyectar un plan de vida común es mucho más complejo que tener un hijo. Al menos, un hijo es cosa de dos. Pero ¿de cuántas personas es un "proyecto tribal"...? ¿Qué implica plantearse decir algo como "Nos gustaría vivir cerca los unos de los otros", "Nos gustaría compartir espacio" o incluso "Nos gustaría ayudarnos en la crianza de los hijos"? ¿Cómo se elabora eso, cómo se consigue? Desde la ingenuidad de los ignorantes, esperamos que sólo por el hecho de decirlo, suceda. Dices: "Me gustaría que este árbol diera fruto", y entonces vas, te sientas y esperas.Y luego te frustras o sientes un desengaño si las manzanas no llegan al momento, o ni esperando meses salen, porque un bicho se las comió cuando eran tiernos botoncitos. Igualito.

Hemos aprendido (por repetición o condicionamiento de años) a vivir la amistad sólo para compartir el ocio, o para desahogarnos puntualmente en los baches de la vida. No hemos aprendido a convivir con amigos. De hecho, muchos de nosotros ni siquiera estamos satisfechos con la experiencia de convivencia familiar que hemos tenido, y (salvo excepciones) no disponemos de otros referentes exitosos o satisfactorios. E incluso en el caso de personas que, como yo, sí disponemos de experiencia en asuntos de convivencia con no-familiares; así como de haber formado parte de organizaciones humanas de algún tipo, no solemos saber ver qué elementos indujeron al éxito o fracaso de las mismas, porque, al ser la estructura tribal algo desconocido y no compartido por la mayoría, no se suele hablar de ello, ni existen libros que expliquen las pautas de cómo cultivar la tribu, ni nada por el estilo.

Por eso me estoy dando cuenta de que el cultivo de relaciones armoniosas es la clave en el éxito de cualquier iniciativa o sueño tribal que nos planteemos. Y cultivo es la palabra clave. Deberíamos aprender a relacionarnos de manera que seamos capaces de compartir algo más que el ocio, los desahogos o ciertas actividades cuando "nos apetecen". No hemos aprendido nunca ni a comunicarnos en círculo de manera sostenida, continuada, rutinaria, como se hace o hacía en las tribus indígenas, por ejemplo. Cada poco se sentaban y debatían, y cada uno exponía sus puntos de vista. La cantidad de horas empleadas en el cultivo de la comunicación mutua que muchas tribus empleaban, y el tiempo que les llevaba decidir ciertas cuestiones, nos parecería impresionante. Desde el aprendizaje o condicionamiento individualista que tenemos, podría parecer incluso una pérdida de tiempo. ¡Con lo fácil que es decidir las cosas uno solo! Tenemos dentro un niño que lucha por hacer lo que le da la gana. Está tan harto de décadas de escolarización forzosa y seguimiento a autoridades a veces estúpidas o insensibles, que no quiere ni oir hablar de sentarse a esperar a los demás, escuchar detalladamente sus puntos de vista, y ya no digamos hacer concesiones en aras de conseguir algo común. "¿Realmente es necesario tanto esfuerzo?"- se pregunta ese niño- ¡Bastaría con que me hicieran caso! ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? ¿Por qué no es tan simple como juntarnos con los colegas y marcharnos juntos a pasarlo bien por ahí?"

Sí, no tenemos otro aprendizaje salvo el de seguir a una autoridad x (lo aprendimos en las "clases") o la anarquía total, el dejar que cada cosa siga su curso sin intervenir lo más mínimo, por miedo a presionarnos, a resultar pesados, o defraudar al otro con cosas que parezcan exigencias o recriminaciones...Lógico, puesto que la mayoría padecimos demasiado autoritarismo de niños, y nos fuimos al otro extremo: que cada cual haga lo que le salga del...y vivamos felices sin presionarnos, que la vida son dos días. Y por eso, y dado que interiorizamos que las amistades eran algo sólo para pasarlo bien, no sabemos cómo resolver una ecuación en la que el factor "amigos" se conjugue con el factor "creación de proyecto de vida común", algo que es, por definición, laborioso, exigente, y que puede traer momentos y etapas de muchísimo estrés y desgaste, ¡como cualquier otro proyecto!

Así las cosas, da la sensación de que las convivencias, los intentos tribales o de proyectos, salen bien de p. casualidad, si hay suerte o la gente "congenia" sin más y ¡hale, qué suerte, coincidimos todos de repente en lo que queremos!. Lo cual explica la cantidad de anécdotas de fracasos y desengaños que he ido recopilando en estos años, mías y de otros.

Generalmente, si las circunstancias son muy propicias, las convivencias y proyectos se sostienen durante un tiempo. Los amigos se embarcan juntos en una nave, y sólo en las largas travesías, o en las más difíciles, descubren con aturdimiento y agobio que la experiencia se tuerce y no resulta como esperaban. Claro, como ni siquiera se sentaron las bases de adónde iba el barco, ni quién manejaba el timón, las velas, los remos... El miedo al autoritarismo nos impide vivir el liderazgo, no queremos roles de capitán ni de oficial ni de grumete. Nada. Solo espontaneidad y sin organizar nada, que eso es represor.

Así que los barcos comunes (proyectos tribales o comunitarios) a menudo son un caos que mientras la mar está tranquilota y el viento va a favor, va de p. madre y todos contentos. Qué guays somos, somos los más libres y los mejores, la crema de la humanidad. Pero cuando viene una tormenta o escasean las provisiones, se inicia el agobio, el sufrimiento, y se empieza a mirar mal al otro, y surje el "sálvese quien pueda".

En definitiva, en cuanto el estrés aprieta o se dan situaciones de "emergencia" o "crisis", las frágiles estructuras de estos ingenuos y bienintencionados grupos humanos saltan hechas pedazos, porque en realidad las relaciones no estaban correctamente cultivadas, ni los vínculos se afianzaban en algo más sólido que el "me apetece, y mientras me apetezca seguiré ahí, no puedo ni quiero prometer más, ni dar a entender que podáis esperar más de mí".

El agricultor, en cambio, está más allá del "me apetece/no me apetece". A veces disfruta con lo que hace, pero a veces no. Le toca las pelotas salir a regar algunos días, pero lo hace por no ver morir a las plantas, porque ama a su huerta, y además quiere comer los frutos. El ganadero, tres cuartos de lo mismo o peor: ha de dar de comer a sus animales día tras día, tanto si le apetece como si no, y encima limpiar sus cacas aunque huelan mal. Y un padre y una madre aún están mucho más allá de la "apetencia", o debieran estarlo, porque un hijo exige muchísimo más que una huerta o que un animal doméstico. ¿Se entiende lo que quiero decir...?

¿Qué implica, entonces, crear una tribu de personas afines porque sentimos que queremos compartir nada menos que el trabajo cotidiano, e incluso ayuda en la crianza de hijoS en plural? Tienes un hijo y te parece mucho trabajo, ¿vas a asumir tener dos niños, o tres, o cinco de golpe, que además no serán "tuyos"? Porque en una tribu de esas características, no puedes decir "este niño no es asunto mío, es cosa sólo de sus padres". No, vincularse con un niño, o con otros niños además de los propios, es algo más serio. Y siento usar esa palabra, "serio", porque sé que a muchos les da "yuyu", pero me refiero a que es mucha más responsabilidad que compartir el trabajo en una huerta, o el cuidado de unos animales. Porque los niños crean vínculos de afecto muy intensos, son mucho más dependientes cuando son pequeños, y esperan y necesitan muchas cosas de los adultos con los que crean vínculos familiares o tribales. Los niños, además, tienen necesidades muy diversas, específicas, continuas e insoslayables.

Por esa razón, no es de extrañar que elaborar un proyecto "tribal" que incluya el ayudarse con los niños resulte, a la hora de ponerse manos a la obra, una empresa titánica. Descubrimos, algunos, que era muy fácil y bonito decirlo, pero otra cosa es llegar a plasmarlo. Si llegar a tener un hijo a veces ya es difícil, por ganas que se tengan, llegar a reunirse varias... ¡familias!... de manera más o menos sólida, es un asunto de enjundia considerable. Casi casi una utopía.

Así que pienso que lo que toca, si se quieren coles o manzanas tribales, es cultivar primero las relaciones y abrir las perspectivas. De entrada hay que desbrozar (dialogando, compartiendo comunicación, tiempo y espacio) las hierbas y piedras que impiden la siembra de algo comúnmente acordado en el "terreno" de nuestra amistad. Porque claro, primero hay que estar de acuerdo en algo tan básico como que se quiere sembrar "con otros", y la clase de semillas que se quieren cuidar. Y luego se requiere un compromiso mínimo para cuidar de lo sembrado. ¿Se podría proyectar una tribu con personas que sienten urticaria ante la palabra compromiso? Mal asunto, casi tanto como tener un hijo con alguien dispuesto a abandonarte si siente que, de repente, le apetecen más otras hembras a su alcance, o descubre que le agota la rutina del esfuerzo diario que implica criar. Prepárate para el abandono cuando más ayuda necesites, o cuando peor te encuentres, porque el estrés y el agobio es lo que hacen "saltar" fuera del círculo a los que sólo siguen la ley de su apetencia porque "no quieren más represión".

Aplicado todo esto del cultivo a otros rasgos de lo tribal que muchos nos proponemos, hay otro factor de tremenda ingenuidad y falta de realismo que, me doy cuenta, pasa factura a muchos proyectos y sueños de tribus que nunca llegan a cuajarse. Somos, la mayoría, como jóvenes entusiastas que se enamoran de alguien y creen, ilusos de ellos, que sólo se van a comprometer con esa persona, y que su familia no importa, ni cuenta. Pero ¡ja!. En las bodas, aparecen las familias siempre, y sus relaciones con nuestra pareja terminan siendo mucho más determinantes en nuestra relación de lo que querríamos en principio, o esperábamos.

Pues bien, en los proyectos tribales las cosas también son así. No es realista pensarse como una comunidad o grupo humano de personas jóvenes y alternativas desvinculadas de padres, madres, tíos, tías y abuelos. En la foto grupal deberían salir ellos también, aunque sea en la retaguardia, advirtiéndonos de su presencia y peso. Y todo por la sencilla razón de que son nuestro origen y lo llevamos con nosotros, pero además, para muchos, esos vínculos y relaciones siguen vivos y tienen una importancia y valor considerables. Son, de hecho, parte de nuestra tribu, aunque por cuestiones ideológicas o emocionales no siempre (o rara vez) compartan nuestros criterios y sueños, y de ahí el hecho de que intentemos crear "más" tribu u otra tribu con personas "más" afines. Sea como sea, del mismo modo que cuando nos casamos nos vinculamos también con la familia de nuestra pareja, cuando creamos un proyecto tribal nos estamos vinculando a las familias de los otros. Y esto tiene una miga considerable.

Crear tribu sin raíces es relativamente fácil. Basta con esperar una confluencia de factores propicios, una primavera lluviosa y un poco de sol, y salen las flores como por arte de magia. ¿Una tribu con raíces, sólida y capaz de soportar etapas de crecimiento, crianza, desarrollo, cambios, y todo el estrés que ello pueda conllevar...? No basta, para eso, con esperar. Habrá que cultivar. Habrá que cuidar. Habrá que esforzarse más allá de la apetencia. Trabajar el asunto, ¡oh, temida palabra...! Pero claro, eso es sólo si lo quieres vivir. Si no, ni falta que hace tanto trabajo, porque fíjate: hay que aprender hasta a comunicarse adecuadamente. A sentarse juntos. A dialogar desde la horizontalidad amistosa. A decir la propia verdad, atreviéndose a ser sincero, honesto. A arriesgarse. A compartir algo más que cine y palomitas.

En fin... No bastan los libros, porque éste, mucho me temo, es un terreno virgen. Encontraremos infinidad de libros sobre desarrollo personal, pero me atrevo a decir que ninguno sobre el cultivo de lo colectivo o comunitario, ni del cuidado de "relaciones armoniosas tribales". Si hay o hubo expertos en ello, no nos han retransmitido sus conocimientos, o no sabemos cómo dar con esa fuente de enseñanza. Así que ésta será una cuestión de exploradores y pioneros, o no será. He ahí nuestra "terra incognita", nuestro continente virgen y sin explorar: el tribal.





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