jueves, 27 de marzo de 2014

La integración en otras tribus ya existentes: las rurales.

En este aprendizaje de lo tribal que muchos hemos emprendido (aunque no siempre hemos sido conscientes de que justo eso era lo que estábamos aprendiendo), uno de los conflictos típicos surge cuando tú vas a un lugar, por ejemplo un pueblo, que todavía es muy tribal, y pretendes quedarte a vivir ahí sin el menor problema. El desconocimiento de las leyes no dichas de toda tribu, e incluso el desconocimiento de que acabas de entrar en el territorio de una tribu, puede pagarse caro. Porque, sin que medie ninguna mala intención ni por tu parte, ni por la ajena, los conflictos debido a malentendidos están servidos. Dos mundos se miran cara a cara, el individualista y el tribal, sin saber que eso es lo que está sucediendo, porque aparentemente todas las personas somos iguales, y ninguno llevamos escrito en la frente un cartel que diga en qué idioma acostumbrmos a a relacionarnos.

Es decir, los que procedemos de ciudades donde hemos experimentado las alabanzas e ideales de ser cuanto más individual y autosuficiente, mejor, tenemos un lenguaje de gestos, actitudes y respuestas a los problemas, que no tiene prácticamente nada que ver con el idioma tribal. Los que crecimos aprendiendo que el ideal era el heroísimo individual o solitario, y que el gregarismo, o "la masa", eran despreciables y cosa de borregos, o que cada uno debía mirar por sí mismo sin meterse en las vidas ajenas y que para eso uno debía andar sólo por su carrilito vital, sin mezclarse demasiado con los ajenos, chocamos de frente con los tribales de toda la vida. No nos entienden, ni los entemdemos, y las malinterpretaciones se suceden.

Los individualistas no estamos por la labor de hacer demasiadas concesiones a los usos tribales. Atesoramos nuestro tiempo y espacio como bienes muy preciados, y administramos nuestra energía personal celosamente, empleándola exclusivamente en cosas que nos aporten satisfacción íntima y personal. Nos cansa, nos molesta el reclamo de las gente tribales (rurales, por ejemplo) que esperan que empleemos infinidad de tiempo y energía en actos aparentemente vanos y estériles, como charlar por las esquinas, tomar algo en los bares y "arreglar el mundo" aunque no se llegue a ninguna conclusión, pasear juntos sin más, entrar en las casas ajenas cuando te invitan para tomar algo, aunque estés lleno o no te apetezca especialmente la enésima rodaja de embutido del país o el vasito de vino, zumo o lo que se tercie...Tampoco somos suficientemente ágiles, al menos de entrada, en lo de hacerse favores. La gente tribal espera que te unas a esos favores sin que te lo tengan que pedir. Esperan, casi, que lo adivines, porque han crecido en un entorno donde se da por sentado que así es, y así ha de ser. La tribu hace piña y es piña. No se concibe que uno se reserve el derecho de opinar de manera "muy" diferente, o de decidir cosas al margen de los demás. Se espera, en lugar de eso, que uno permanezca unido a ese clan aunque opine distinto, porque hay que hacerse favores, y ya está. Hoy es por tí, mañana por mí, ésa es la norma.

Los individualistas aprendemos, a copia de experiencias más o menos fallidas y más o menos exitosas, a hacer concesiones. Pero a menudo no dejamos de verlas como concesiones, así que nos cansan, porque el propio concepto de conceder implica desgaste, cesión a regañadientes. No con entusiasmo. Pero resulta que lo que une a una tribu no solo es lo serio, la co- responsabilidad, sino también lo alegre: el vibrar juntos en algunos momentos, bailar, cantar, reir, charlar, comer...He ahí el gran significado de las fiestas de pueblo, de las celebraciones de clan o tribu (santos, bodas, comuniones, domingos, paellas, etcétera), y de todo lo que, desdeñosamente, muchos individualistas, de entrada, consideran paripé y compromiso desgastante.

Estas tribus existentes (me refiero al mundo rural español, ahora mismo) son vestigios últimos de las redes humanas rurales. No son, seguramente, como las tribus originarias de esos paisajes que se fueron extinguiendo a copia de "civilizacion", pero se les parecen bastante. A los neo rurales nos engaña el hecho de que tenemos los mismos rasgos faciales y vestimos de la misma manera, pero deberíamos ser conscientes, cuando vamos a algunos pueblos de determinado tamaño, ubicación geográfica e historia, que estamos entrando en el territorio de una tribu específica que tiene sus normas y leyes no escritas, y también su idioma gestual y de actitudes. Y que éste no es el mismo que el nuestro. Así nos ahorraríamos muchas dificultades.

Si los neo rurales que van a un pueblo, además, quieren formar ahí una tribu propia, el conflicto se multiplica en hondura e intensidad. Porque no es sencillo encajar una nueva tribu en el seno de una vieja tribu. Sobretodo si no hay un reconocimiento previo, por parte de los nuevos, de la existencia de la vieja tribu, y de su derecho natural y prioritario a seguir dominando de algún modo ese espacio. Pretender lo contrario es iluso y ciego. ¿En qué parte del mundo una tribu nueva es aceptada como parte más dominante que la vieja tribu? Hay que ser realistas: esto no es posible. Si ya existe una tribu añeja, arraigada y consolidada en un terriotorio, no es de cajón intentar enmendarles la plana. Se lo van a tomar mal, y con razón. Las leyes universales de respeto y cortesía son muy claras: adonde fueres, haz lo que vieres. Y si no quieres hacer lo que vieres allí donde fueres, vete a otra parte, pero no intentes reformar una tribu a base de intentar inyectarles otra tribu, minoritaria además, en vena. Sin su permiso. Y sin haber rendido primero pleitesía a las autoridades o círculos de poder de la otra.

La arrogancia de los individuos criados en la creencia del poder personal frente al colectivo, hace que muchos hayamos pasado por alto esta ley. No sólo llegamos a una tribu y no la reconocimos como a tal, sino que además pretendimos reconducirles hacia otra parte, aunque fuera en nuestra sombra, inconscientemente. En otros casos, esperamos (ilusamente) que los tribales actuaran de manera acorde a nuestro idioma y costumbres, y nos enfadamos o frustramos cuando esto no fue así. Nos ha faltado realismo.

Lo primero que uno debería hacer, si quiere encarnarse en un territorio que YA está ocupado por una tribu, es reconocer a esa tribu. Luego, presentar los respetos a las autoridades o a los círculos de personas que dirigen o lideran el cotarro. Es lo que haría cualquier antropólogo, cualquier viajero. Si este gesto tan simple ya nos supera, porque detestamos la idea de presentar respetos (o hacer concesiones) a una autoridad ajena, entonces es mejor dejar de lado la idea de encarnarse en ese terriotorio, porque el experimento, tarde o temprano, fracasará. Sencillamente, la ley tribal es como es y no es posible saltársela.

Si, en cambio, uno se ve capaz de hacer estos pasos, luego puede continuar con lo demás, que es CULTIVAR las relaciones con esos miembros de la tribu. Desde ese punto pueden tejerse redes de amistad con los tribales, y empezaremos a vivir conforme a lo tribal, al menos para asuntos colectivos. Entraremos en la cadena de favores, "concesiones" y usos comunes. Si nos descubrimos disfrutando con ello, entonces significa que empezamos a estar encarnados ahí. Sólo entonces. De otro modo, sólo coexistimos junto a una tribu, pero no convivimos. Que no es lo mismo. No dejaremos de ser un cuerpo extraño que no se sabe bien qué hace ahí, ni cuál es su lugar o función.

Muchos de nosotros nos enamoramos de territorios, y lo hicimos tan apasionadamente, que olvidamos, o medio olvidamos, que la tribu que los habitaba tal vez no era como la tribu que nosotros soñamos. Quisimos saltarnos las normas tribales y crear nuestra propia tribu en ese terriotorio, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, estábamos atentando contra la ley universal tribal. Fuimos vistos, entonces, como una amenaza en el peor de los casos, otras veces como un elemento prescindible e incomprensible, con lo cual fuimos ignorados, dejados de lado. Sea como sea, el fracaso en la encarnación tribal nunca es porque sí. Saberlo ver es otra cuestión, pero de entrada es imposible comprender las razones del fracaso si no se ha entendido que el asunto se trataba de integrarse en una tribu ya hecha, y además añeja.

En este largo camino hacia la realización o materialización del sueño tribal que muchos tenemos, una de las cosas que habrá que plantearse, pues, será el asunto de las otras tribus, esas que ya ocupan, habitan y dominan un territorio. Hay quienes optan por huir de las mismas y crean ecoaldeas, u ocupan pueblos abandonados, porque ni les gustan las "concesiones", ni la idea de no ser ellos los que dominen un territorio. Es una opción. Otros, sin embargo, nos resistimos a esto porque nos parece demasiado endogámico, y querríamos integrarnos en algún pueblo o entorno humano más variado. La cuestión, entonces, es tan simple como empezar reconociendo la existencia de la tribu dominante, y observarla y estudiarla como a tal. Y si nos sigue interesando luego integrarnos en ella, adoptar los usos y costumbres necesarios para ser entendibles por la tal tribu. Hablar su idioma, y no estar esperando que ellos adopten el nuestro, al menos de entrada. Pero si vemos que no nos es posible integrarnos, porque hacerlo requeriría ir en contra de algunos de nuestros principios, entonces lo sensato es marcharse a otra parte.

Las tribus ya existen, y vamos a tener que convivir con ellas. Para muchos, de entrada nos resulta duro asumir el status de "minoría", porque en nuestro sueño de "tribu y territorio" no entraban tantas "concesiones" ni complejidades. Nos imaginábamos poco menos que íbamos a ser reyes del paisaje, como Robinsones Crusoes de una isla paradisíaca y particular, solo que en familia (o en tribu) Fuimos un poco como esos exploradores que dijeron: "Cómo me gusta esta tierra, quiero quedarme en ella" y se olvidaron de un pequeño detalle: ya estaba habitada, y tal vez a sus habitantes no les gustaba la idea de integrarnos.O sí, les encantaba, pero el precio a pagar nos resultaba demasiado alto. En todo caso, lo importante es saber ver que no hay ninguna tierra vacía, y que uno no puede, por lo tanto, fijarse sólo en el paisaje. Ha de observar y tener en cuenta, también, a sus "dueños".

Hay que replanteárselo todo, entonces, y decidir: ¿queremos integrarnos en otra tribu, sí o no? Porque eso lo define todo. Si es que sí, entonces uno debe pasar a la siguiente fase, discernir a qué tribu o tribus se integra, y hasta qué punto. Si es que no, entonces es inútil buscar nuestro lugar en pueblos, sobretodo los pequeños, porque su carácter tribal es mucho más marcado. Mejor echarse al monte salvaje y solitario, conseguir tierras vacías de gente, si es que se puede, u ocuparlas. O  dejarse de sueños rurales y tejer tribu en la ciudad, cuyas leyes y normas son muy distintas.


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