lunes, 24 de marzo de 2014

La rebeldia de querer vivir en un nicho ecológico "mejor".




 (Arriba, miembros de la tribu samburu en su entorno "natural". Fotografía de Jimmy Nelson)

Ando estos días a vueltas con el tema de los lugares. ¿Cuánta importancia tiene para nuestra mente, emociones y espíritu, el lugar en el que vive alguien?¿Determina el espacio físico en el que vivimos la calidad de nuestra vida interior?¿Hasta qué punto influye el lugar en nuestra sensación de felicidad?

El tema tiene su miga, y si lo estoy observando tan a fondo es porque mi último intento de mejorar nuestra calidad de vida familiar mediante un traslado a un entorno supuestamente más adecuado, acabó en desastre. Un desastre tan desastroso que ha resultado traumático. Por eso, ahora mismo me siento obligada a entender mejor el asunto del lugar en el que se vive, porque de otro modo no me veo capaz de tomar futuras decisiones al respecto. ¿Cómo elegir, de entre varias opciones, la más adecuada? Pero sobretodo: ¿Tanto importa el lugar para sentirse medianamente feliz o satisfecho?

En estos últimos años, no pocas personas me han dejado entrever que les parece que soy demasiado perfeccionista, que tal vez estoy buscando un paraíso que no existe, un lugar perfecto y mítico que es producto de mi mente y que, en realidad, lo que uno debe hacer es adaptarse a lo que hay. Resignarse, en suma, y abandonar esos sueños en cuya persecución nos hemos embarcado como familia y que tanto sufrimiento, al final, nos han reportado. Al menos en esta ocasión.

El debate se ha resumido finalmente en dos tendencias de opinión. Una, la que sostiene que el lugar es no sólo importante, sino crucial en la sensación de bienestar que un ser puede tener, y por lo tanto constituye una influencia nada desdeñable en lo que llamamos felicidad o "sensación de estarse realizando". Dos, la que defiende la idea de que uno debe crecer y desarrollarse sin rechistar demasiado, donde sea. Porque lo sabio es aceptar. O, ya poniéndonos espirituales, que uno debe quedarse en el sitio donde "Dios le sembró". Que si uno está donde está, es “por algo”, y que pelearse contra ello y desdeñar la materia (el lugar material, en suma) que uno tiene al alcance de la mano, es un error fruto de la soberbia, la ceguera o una especie de infantilismo egoísta y pretencioso, completamente carente de realismo y abocado al desastre. “Hay que adaptarse”, podria ser el lema de la segunda opción.

He estado dándole muchas vueltas a este dilema, porque personalmente he estado, a ratos y a temporadas, en ambos bandos de opinión, y a los dos les veo visos de sensatez y realismo a partes iguales. Creo incluso que es un error verlos como cosas excluyentes, y que todo depende de la combinación de factores que incidan en cada situación y momento personal.

Examinemos la primera opción. ¿No está más que comprobado que, para un animal, existe un nicho ecológico ideal, y que cuando lo alejas del mismo el animal sufre, independientemente de las razones morales o éticas que acompañen a tal separación del bicho con su medio? Yendo más lejos, los etólogos se han dado cuenta, sólo recientemente, que era absurdo e inútil intentar definir el comportamiento de una especie animal a partir de la observación de su conducta en cautividad (zoológicos, por ejemplo), ya que las pautas de conducta animal se ven muy alteradas cuando separas al animal no sólo de su entorno, sino también de su libertad. Y ambas cosas van unidas, nótese esto, ya que si un animal hubiera sido libre siempre, ni borracho se hubiera dejado llevar hasta un zoo, no sé si me explico. 

Y bien, los animales del zoo son lo que son. Un tigre encerrado sigue siendo un tigre, pero digamos que no es el mejor ejemplo de tigre que podamos observar para ver cómo es ese animal, en esencia y plenitud. Aunque los cuidadores intenten imitar en esos espacios el entorno salvaje del que proceden, esa realidad nunca pasa de ser un sucedáneo para ellos, y mira, no terminan de realizarse. De ahí que les cueste un horror algo tan simple, en teoría, como reproducirse. Y es que cuando a una especie le falla algo tan básico como la reproducción, apaga y vámonos, algo anda muy mal.

¿Pero tienen los animales un infantilismo pretencioso que les impide contentarse con el lugar donde "Dios les sembró"? ¿Les falta la sabiduria la "aceptacion" ¿Son acaso sus ideales los que les hacen sufrir? ¿Se deprimen en cautividad (o fuera de su medio ideal), llegando en casos extremos a enfermar y morir, todo porque se agarran a una idea fija de “su lugar ideal para vivir” que han creado en su mente? No, ¿verdad? Nadie juzgaría mal a un dromedario si se deprimiera o sufriera viviendo en Manhattan o en el Polo Norte. Lo entenderían y se esforzarían en reubicarlo. Tampoco nadie se rasga las vestiduras si un perro que vive encerrado en un piso todo el día, sobretodo si es un perro grande, demuestra un comportamiento alterado. Se entiende y se hace lo posible por “sacarlo”, e incluso se dice (porque se sabe) que esos animales “no están hechos para vivir encerrados”.

Pondría muchos más ejemplos de animales, pero de nada servirían para entender lo que nos pasa como seres humanos, si no se asume que también somos animales. Mientras pretendamos carecer de las memorias atávicas animales (relativas a genes, adaptación y especie) y de instinto (ese que hace que el animal busque caminos para huir de cualquier cárcel, si puede), seguiremos juzgando a los individuos que se atrevan a afirmar que no se sienten a gusto en el lugar en el que viven, como personas demasiado inconformistas, o incluso erróneas y defectuosas.

Porque mucho me temo que nuestros deseos de buscar un lugar “mejor” no siempre parten de ideas preconcebidas acerca de un ideario "mental" que hemos aprendido en alguna parte, sino de una verdadera comezón interior, animal, instintiva y muy poco racional, que nos insta a intentar conseguir vivir en nuestro nicho ecológico idóneo. Lo que sucede es que este nicho es algo tan alejado de los entornos urbanos en los que acostumbramos a vivir, que cuando sentimos ese impulso de abandonarlos somos señalados precisamente como bichos raros. Y tal vez lo seamos, al menos tanto podría serlo un animal nacido en el zoo que decidiera escaparse para volver, no a su Africa natal, sino al Africa de sus ancestros. Porque él nació en el zoo, claro. 

¿Se juzgaría este instinto como algo desviado o inconveniente, o por el contrario se admiraría, tomándolo como una milagrosa supervivencia del impulso animal genuino frente a la adaptación a la cautividad? Ahora bien, tampoco hay que ser un científico brillante para saber lo que hasta la gente de la calle sabe cada vez más: que un animal que ha sido gestado y criado en cautividad tiene pocas posibilidades de llegar por sí solo a su medio ecológico “natural” o “ideal”; y aunque por azares de la vida lograra realizar semejante éxodo heroico sin perder la vida en el intento, también necesitaría mucha ayuda para adaptarse a lo que significa la vida salvaje, porque al no haber sido educado o criado para sobrevivir en ese medio, no sabría ni cómo desenvolverse en el mismo, y duraría muy poco en él. Y eso, por mucho que su instinto le dictara que estar ahí es lo mejor para él.

Así pues, considero que existe una parte instintiva, animal y profunda en el ser humano que puede sobrevivir en nuestro interior, y que estaría impulsándonos a buscar lugares “mejores”, o a tener determinadas experiencias vitales que esa parte animal siente necesarias e imprescindibles, pero que tal vez no se ve capaz de realizarlas en el entorno en el que vive, porque el cuerpo “no se lo pide” o su energía acaba siempre enfocada y dispersa en otras cuestiones. Tal vez anhele la experiencia de vivir inmerso en la naturaleza, por ejemplo, aunque sea a ratos. O la de caminar libremente y sin impedimentos durante horas, en espacios naturales... O la de amar, reproducirse y criar en espacios "más" naturales, y definitivamente más abiertos y libres que los edificios en los que vivimos...

Pero tenemos el súper cerebro complejo que tenemos, con ese neocórtex que nos distingue de los demás animales (al menos, en parte) y en el cual, sí, se gestan y generan ideales, abstracciones y filosofías varias. El neocórtex es lo que nos hace inventar religiones, filosofías o partidos políticos. Es lo que nos hace componer sinfonías musicales, realizar obras de arte diversas o ser capaces de debatir durante meses y años teorías matemáticas. O lo que nos hace inventar novelas o comedias para reirnos de nosotros mismos o dramatizar hasta el infinito con nuestras manías, filias y fobias. Ningún animal hace todas estas cosas, somos únicos en ese sentido.

También es lo que, me parece, nos permite elaborar complejas teorías mentales para forzarnos (o ayudarnos) a adaptarnos a contextos nada ideales desde el punto de vista de nuestra animalidad, "trascendiendo" la sensación de malestar visceral, irritación o depresión, y convirtiendo una experiencia que hubiera sido penosa en el mundo animal, en una ocasión para ejercitar la virtud y "crecer como personas". Ahí están los ejemplos extremos de individuos que han sido encarcelados y han padecido toda clase de infortunios, pero que en lugar de seguir el camino recto hacia el autoabandono, la enfermedad y la extinción de la esperanza, han superado de manera misteriosa todo ese innegable sufrimiento, e incluso lo han utilizado para hacer, con él, algo interesante, fructífero y de ayuda a otras personas. Eso, según los científicos, sería gracias a la sinergia del neocórtex con el resto del cerebro.

El tal neocórtex o “cerebro superior”, pues, sería lo que posibilitaría nuestra súper adaptación no tanto física, como sobretodo mental, a condiciones de vida a veces infames. Puede que nuestro cuerpo aún se rebele a vivir en determinados lugares o circunstancias y nuestra parte animal aún tire de nosotros hacia el monte... pero el cerebro superior a lo mejor ya está elaborando sus teorías para hacer del encierro y limitaciones inherentes a la "vida urbana moderna" una virtud, o algo provechoso. 

Y esto tiene ventajas e inconvenientes. La parte buena es que, con tanto pensar, sobrevivimos a veces a condiciones muy adversas que habrían liquidado a cualquier otro animal en nuestras circunstancias. Somos tremendamente sofisticados en nuestra mente, y eso nos hace ser creativos hasta para buscar arreglo y soluciones a situaciones que ningún otro animal toleraría sin extinguirse por depresión o por agresividad mutua. La parte negativa es que... A ver cómo lo digo sin que escueza: ¿Es realmente saludable adaptarse a toda clase de condiciones de vida, inclusive a las peores? Es decir, en términos individuales, es obvio que parece mejor sobrevivir con entereza a una situación horrorosa que no hacerlo, pero ¿qué pasa cuando es todo un colectivo, o incluso la misma especie humana, la que, gracias o debido a su pensamiento “superior” se va adaptando o acostumbrando a condiciones de vida cada vez más insalubres desde el punto de vista del "nicho ideal", y que incluso (yendo más allá) son insostenibles desde el punto de vista ecológico?

Es decir, ¿qué pasa si, como colectivo, hemos asumido como formas normales e incluso ideales de vida unas que a largo plazo no nos benefician  en nada sostener o continuar, no sólo como individuos sino como especie? ¿Cuáles son las consecuencias naturales y ecológicas (a largo plazo) de esto? Nuestro cerebro es capaz de mucho. Imaginemos que padecemos mucho dolor físico y que, para sobrevivir al mismo, nos desconectamos de esa sensación y ampliamos más y más nuestro umbral del dolor. Esto es una ventaja, pero sólo hasta cierto punto, ya que sin el aviso del dolor podemos llegar a ir más allá de nuestros límites físicos y pagarlo con la vida. ¿No podría estar sucediéndonos lo mismo con el "olvido" o desconexión de nuestro instinto animal, todo para no sufrir como animales enjaulados que somos? ¿Hasta qué punto este olvido es una ventaja evolutiva...? ¿No nos puede conducir (y de hecho, tal vez lo esté haciendo) a sobrepasar ciertos límites, más allá de los cuales sólo queda la extinción de la actual humanidad por delante, porque toleramos grados de contaminación cada vez mayores y nos acostumbramos a formas de vida cada vez mas artificiales? 

El olvido de nuestra animalidad puede resultarnos muy caro en muchos sentidos. Porque otra de sus consecuencias es la desconexión con el resto del medio natural, y la construcción, cada vez más elaborada, de modos de vida que se proyectan como al margen de la naturaleza salvaje, desentendiéndose de la misma e incluso requiriendo de su destrucción para ser realizados. Porque cada vez vivimos más en el piso de arriba de nuestro cerebro, y menos en el de abajo, justo el que nos conectaría más con la tierra y nos situaría en una órbita de mayor sensatez. Como colectivo, hemos perdido la prudencia animal y hemos caído en la fantasiosidad grandilocuente de esa parte del cerebro cuando actúa demasiado en solitario, una parte de nuestra mente que incluso se ve capaz de hacer filigranas con el sufrimiento y luego exponerlas como obras de arte.Y así, llevadas las cosas a un extremo, podemos llegar a ver como ideales situaciones que no lo son en absoluto. 

Dejamos de ver la adaptación al sufrimiento y su superación como una consecuencia de-, la convertimos en causa, ¡y llegamos a pensar que sin sufrimiento no habría creatividad artística...! De ahí a todas esas teorías que afirman que sin sufrimiento no hay aprendizaje, y que necesitamos sufrir para sacar lo mejor de nosotros mismos, no hay mas que un paso. Pero sinceramente, a mi me parecen las teorías de una especie que ha asumido el masoquismo como modo de adaptarse a algo insoportable que no sabe como solucionar. A los defensores de la dignidad animal no se les ocurre decir que los animales necesiten sufrir para ser mejores o para evolucionar". ¿Por que se supone tan alegremente que el ser humano es distinto, y que para él es necesaria otra cosa -sufrir- para ser mejores?

Por eso afirmo que en nuestra sociedad, nadie está, hoy, en condiciones de saber qué significa ser humano, ni cómo es el ser humano en realidad. Lo que se ha descrito como modo de ser humano, me temo que a menudo no es más que el patrón de comportamiento de seres humanos adaptados a formas de vida muy alejadas de su nicho ecológico ideal, a saber: un entorno medianamente “natural”, en el que los humanos se organizan en pequeños grupos de clanes o tribus y nomadean y/o se asientan por el paisaje más o menos libremente, más o menos temporalmente, dependiendo de sus necesidades de sustento y de lo que el entorno con su climatología y posibilidades les ofrezca. Porque ese es el nicho ecológico original del ser humano, y de hecho es el contexto en el que vivimos, como especie, durante cientos de miles de años. Muchos de nosotros tuvimos abuelos que aún vivían en pequeños pueblos, y por lo tanto en unas condiciones más cercanas a las "originales" que a las nuestras. Al lado de esa magnitud de centenares de miles de años, un par de generaciones (menos, en algunos casos) empleadas en cambiar modos de vida no son casi nada, y es comprensible que en una parte de nuestro ser surja la incomodidad, la depresión o la irritación, todo porque se siente confinada o atrapada en un entorno que, incluso sin saber bien por qué, no termina de satisfacerle.

Y si tenemos en cuenta que la vida “civilizada” de las últimas décadas ha vivido una revolución tecnológica sin precedentes, y que estamos sumergiéndonos a marchas forzadas en entornos y estímulos muy alejados de aquello a lo que estamos adaptados como especie, es natural, creo yo, que algunos individuos, al menos, sintamos cierta inquietud que no siempre sabemos como definir o explicar. Adaptarse es relativamente sencillo: basta con usar el cerebro superior y resignarse a encontrarle la virtud o “parte positiva” a lo que “nos toca vivir”. Lo difícil es conservar el instinto humano básico. Y ya no digamos, ser un humano de verdad, un ser humano pleno, hoy, en el contexto más habitual del mundo "civilizado". Eso es algo casi tan imposible como lo sería, para cualquier animal criado en cautividad, actuar como le sería propio en libertad y en su medio natural.

Por lo tanto ¿qué sabemos de lo que significa ser humano real y natural? Poco, salvo que nos enfoquemos en la observación de las escasas tribus seminómadas y “salvajes” que aún quedan en el planeta. Curiosamente, algunas de ellas se autodenoniman “seres humanos” y llaman “mutantes” o “distintos” a los demás. Nos ven como inferiores o infradesarrollados. No les hace falta leer libros para ver algo que, para ellos, debe de ser evidentísimo: que toda nuestra tecnología no nos ha humanizado más, ni nos ha hecho mejores como personas. Somos los mismos de hace tiempo, sólo que con juguetitos más caros o con armas más eficaces. En cuanto a nuestras ciudades, a sus ojos no deben ser más que horribles montoneras de jaulas apiladas unas encima de otras. Eso sí, con aire acondicionado y relucientes griferías por las que sale agua a pedir de boca. Pero jaulas al fin y al cabo. No las sentimos así, nosotros, y en cuanto a nuestra persona, la sentimos bien humana, pero está claro que todo depende de los ojos desde los que se mira. Es decir, somos como el tigre enjaulado. Es un tigre en cuanto a su cuerpo, pero sus experiencias vitales e incluso su vida interior, se parecen muy poco a las de los tigres libres.

En fin, que la inquietud por encontrar un lugar “mejor” para vivir que muchas personas “civilizadas” están teniendo en estas últimas décadas, y que las mueve a intentar organizarse de otra manera, (más tribal), volviendo a un medio rural o más natural, para intentar vivir de otra manera, da mucho de sí. Cabría preguntarse si lo que todas esas personas (entre las que me incluyo) no están buscando, a fin de cuentas,  es experimentar siquiera por un tiempo corto lo que significa ser humano de veras y en plenitud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario