martes, 11 de junio de 2013

Anubis, o Cristo en los Infiernos.

(Arriba, pintura de Henry O.Tanner)

Año 2005 ó 2006, si no recuerdo mal. Era la víspera de San Juan, y pintaba bastante fea. No sólo por el calor agobiante que reinaba en el pueblo donde yo vivía en aquel entonces, sino porque tanto a mi compañero de vivienda como a mí, nos había parecido que la energía ambiental estaba enrarecida. Una especie de inquietud nos invadía, y yo me encontraba particularmente mal, con una especie de ansiedad cuyo origen no sabía explicar. 

Más tarde, al anochecer, y debido a los petardos que lanzaron unos chicos del pueblo para celebrar San Juan, se prendió fuego en la ladera de la montaña que había enfrente de nuestra casa. Como la hierba, en aquellas fechas, era lo más parecido a paja reseca, el incendio empezó a avanzar a gran velocidad. Por suerte los bomberos llegaron enseguida y no hubo que lamentar grandes daños, pero ardieron algunos de los árboles que embellecían aquella montaña, y a punto estuvieron de arder hasta algunas casas. Quedó una gran mancha negra en la ladera, y un olor desagradable en el aire.

Para nosotros dos aquello tenía un significado especial, ya que en aquella pequeña montaña habíamos vivido momentos importantes, realizando meditaciones y oraciones juntos, en ocasiones solos, en otras acompañados por otras personas. En nuestra perspectiva del entorno que nos rodeaba, aquella era una montaña sagrada, el lugar más importante del pueblo y un pequeño pilar espiritual de la zona. Así que el hecho de que, después de sentir durante un día entero que algo "malo" rondaba el ambiente, se quemara parte de la montaña, lo interpretamos como una manifestación visible y "externa" de una guerra espiritual invisible que, de algún modo, percibíamos. 

De hecho, si yo intentaba ponerme en "modo chamánico on" y me enfocaba en "escuchar" la energía, lo que oía eran amenazas a insultos del tipo: "Te odiamos. Vamos a acabar contigo, hija de puta" y cosas así. Dado que me encontraba físicamente mal y muy baja de energía, no tenía ánimos para tirar del hilo de aquello, ni tampoco ganas. Aquel era uno de los días en que esa perorata me resultaba especialmente cansina, así que opté por hacer caso omiso de mi malestar, pensando que tal vez desaparecería por sí solo.

Error. Pasé una noche plagada de pesadillas y amanecí peor. ¡Vaya día de San Juan más siniestro! La ansiedad era más fuerte, tanto, que me dolía todo el lado izquierdo del cuerpo y empecé a tener miedo de que me diera un ataque al corazón. Mi compañero de vivienda no se encontraba tan mal como yo, pero tampoco estaba lo que se dice bien, así que decidimos reunir fuerzas y energías y realizar una sesión de "petición de ayuda". 

Básicamente, la cosa consistía en sentarse en el suelo, quedarse en silencio, rezar y ponerse en manos de las presencias espirituales al Servicio del Bien Mayor, pedirles ayuda, dejar un espacio de silencio para que la energía se moviera en esa dirección, y ya está. Sin embargo, aquel día yo me encontraba tan agotada y dolorida por las extrañas tensiones que sentía en mi cuerpo, que opté por tumbarme en el suelo boca arriba, única postura en la que podía sentirme mínimamente cómoda.

Así estaba cuando, poco después de formular nuestra silenciosa petición de ayuda, empecé a sentir que todo mi malestar se empezaba a disolver. Se formó entonces una visión: enfrente de mí, visible en mi interior pero invisible para mis ojos físicos, se estaba manifestando un foco de luz dorada poderosísimo, muy grande, y con una forma ovalada como la de una mandorla. La intensidad de aquella luz no era cegadora, pero de algún modo era tan fuerte que casi la sentía de manera corporal, como si hubiera una onda de calor que presionara a mi cuerpo y me empujara hacia atrás. Es decir, era como estar ante un campo de energía que irradiara o despidiera ondas de fuerza que, literalmente, me empujaran hacia atrás debido a su intensidad. Pero, al mismo tiempo, sentía que esa energía era amorosa, benéfica, y que estaba "limpiándome". La ansiedad se esfumaba, y la sensación de que algo hostil me rodeaba, también.

Yo había esperado que, en la sesión, aparecieran mis Guías invitándome a dialogar con las fuerzas hostiles, como en otras ocasiones, para que entendiera algo o liberara alguna cuestión, pero no estaba sucediendo nada de eso. Sentía que aquella presencia dorada de radiación casi tangible por lo intensa, estaba expulsando o arrancando de mi campo de energía algo muy tenebroso, y me daba la sensación de estar siendo liberada de lo más parecido a ataduras dolorosas e invisibles.

Me pregunté de quién o de qué se trataba esa energía tan potente y liberadora, y entonces la propia visión me lo dijo de manera simbólica: de la mandorla luminosa surgió, en medio de los rayos de luz, una mano humana que adoptaba una postura característica (un mudra), que consiste en el dedo índice y corazón extendidos hacia afuera, y el anular y el meñique plegados hacia la palma de la mano. Y yo ya había visto alguna vez imágenes de una mano así, con ese mudra. De hecho, puede que otras personas de otras culturas también la conozcan por otras fuentes, pero aquello me recordó a las imágenes románicas cristianas que representan al Pantócrator o Cristo "en Majestad". 

Lo curioso era que no se me mostraba ningún rostro, ni la típica figura masculina que se relaciona con Cristo entendido como "hombre" (persona masculina) Pero es que tal vez existía una coherencia entre aquella experiencia y mis visiones crísticas anteriores, siempre sin forma humana visible. Incluso en una ocasión se me había dicho que la energía crística no era algo de género masculino, sino algo universal que podía manifestarse en hombres y en mujeres por igual. Me faltaba entenderlo, claro.

Fuera como fuera, ver aquella mano emergiendo del mega-foco de luz dorada que, además, me empujaba hacia atrás por su intensidad, me impresionó. Porque una cosa es oir a tus Guías hablar de Cristo, y otra cosa es sentir que está manifestándose ante tí, o al menos infiltrando parte de su luz a través de las rendijas de tu estrecho mundo. Y encima, sin haberlo invitado, ni llamado, ni esperado. 

Vamos, Cristo era lo último en que yo estaba pensando cuando me tumbé en el suelo y pedí ayuda. Esperaba a los consabidos ángeles, o a Anubis...o sea, a mis "familiares" de siempre, o como mucho a algún aspecto de la Madre Tierra, espíritus de la naturaleza, en fin, cosas así. No a Cristo, porque nadie llama a un enigma que no entiende para que le ayude, sino a aquellos a quienes entiende más, y que le acompañan en su día a día.

Pero esa energía parecía presionar hacia atrás, de tan intensa, de tan sólida. ¿Sería eso a lo que mis Guías se habían referido con "el poder" de Cristo? Aquello, para mi parte infantil, era demasiado y casi increíble. Me parecía desmesurado. Yo sólo me encontraba mal, y había pedido ayuda... ¿Hacía falta que viniera una ayuda tan grande como "esa"? 

Entonces oí internamente una frase: "A grandes males, grandes remedios", y no supe qué pensar. ¿Tan "malo" era lo que había estado causando mi malestar? No era consciente de ello, porque tampoco sabía a ciencia cierta a qué se había debido el "ataque".  Intuía que tenía que ver con los mensajes de advertencia que le había retransmitido recientemente a un amigo que andaba enredado con una oscura organización religiosa (en la que no faltaban corrupciones y asuntos de magia negra) porque la ansiedad se había iniciado entonces, pero la verdad era que no lo sabía, y sólo podía elucubrar.

Fuera como fuera, ahí estaba la "ayuda" que yo había pedido. La "mano" adoptó una postura erguida, y sentí que me bendecía. En aquel momento me abandonaron todos los pensamientos propios de la mente racional. Sencillamente, me dejé llevar por la sensación de paz creciente, de serenidad, y pronto mi cuerpo recobró todo su bienestar. De repente era como volver a casa, después de haber estado perdida durante días, y la emoción hizo que me cayeran unas lágrimas de felicidad. ¡Qué bueno era sentirse bien! Ya me daba igual si aquella presencia era Cristo o lo que fuera, sólo me importaba el efecto tan positivo que había logrado en mí.

Entonces la visión de la mano bendiciéndome desapareció, y en su lugar ví otro de los símbolos tradicionales asociados con Cristo, tal vez el más antiguo de todos: un trazo cruzado que simboliza un pez. (Para quien no lo sepa, y de wikipedia: "El ichtus o ichthys (en griego "pez")  fue empleado por los primeros cristianos como un símbolo secreto. El acrónimo significa: Iēsoûs CHristós THeoû hYiós Sōtér; "Jesucristo, Hijo de Dios, Redentor")

El pez parecía confirmar que la "presencia" luminosa y dorada se trataba de Cristo. Ahora bien, mis esquemas mentales hicieron ¡paf! y se rompieron en pedazos cuando el pez se movió, adoptó una postura vertical, y en el punto donde se cruzan las dos líneas para formar su cola, se le unió otra línea, un segmento recto que acababa de aparecer en el aire. Luego, las dos líneas de la cola del pez se extendieron y alargaron hacia los lados, horizontalmente, hasta que lo que ví ante mí se transformó claramente en...¡un ankh! (La cruz de la vida egipcia) Y ostras, ¡eso sí que era inesperado! ¿Qué tenía que ver Cristo con lo egipcio?

La visión volvió a representar lo mismo: el pez horizontal, su cambio de sentido, el añadido de la otra vertical, el alargamiento de los extremos de su cola y la transformación en ankh. Y entonces oí que algo o alguien me decía: "Anubis no es algo diferente/separado de Cristo. Lo propio de Cristo es descender a los infiernos, y ¿qué hace y qué es Anubis? Anubis es Cristo que desciende a los infiernos".

Me quedé callada, procesando la frase. ¡Anubis...! Bueno, él siempre me había ayudado en los "asuntos infernales", y le había visto muchas veces echando un cable a los "perdidos" en infiernos de diferentes tipos (entendidos como ámbitos de energía donde el espíritu se atasca, no avanza, y sufre), pero nunca se me había ocurrido relacionarlo con Cristo. Ahora, la voz insistía en que Anubis no era "algo separado" de Cristo. 

Pero, además, estaba claro que la propia presencia Crística me estaba invitando a entender de una manera diferente y más "justa", en tanto que real, la clase de "ser" o energía que era Anubis. De hecho, yo sentía que la luz radiante aquella, con su "mano" bendiciendo, me pedía que me abriera a contemplar una faceta más profunda aún de lo que era Anubis y de su trabajo espiritual, y que me atreviera a vivir ambas realidades en mí, la de Anubis y la de Cristo

Y lo cierto era que había mucha diferencia entre prestar atención a un Guía al que tomas como "egipcio", o prestársela viéndolo como a alguien más...hum, universal...y conectado a lo que fuera que significara Cristo. O viceversa: había una diferencia entre tomar a Cristo como alguien "nacido en Nazaret, siglo 0 de nuestra era", a verlo como una energía más...sí, universal, y conectada a otras energías espirituales que habían sido conocidas o nombradas de manera distinta, en otras partes y épocas del mundo.

Entonces, se formó una cruz en mi visión, y la voz me dijo: "Pero ten mucho cuidado, y no asumas la doctrina del sufrimiento como bien en sí mismo, ni la carga ideológica que está distorsionada en la Iglesia. No es esto lo que te estamos sugiriendo". Yo asentí, recordando la visión que había tenido, años atrás, de una montaña de calaveras podridas y de la cruz de hierro oxidada por tanta sangre y tantas muertes, como realidades abominables de las que debía separarme. Y dijo la voz: "Cristo es lo que acabas de ver, luz viva. Cristo NO es una cruz". Entonces la visión me mostró otra vez el anhk, y me dijo la voz: "Medita sobre esta cruz, pues es una cruz viva, y para siempre te recordará que Cristo y Anubis están unidos. Pero además, tu camino espiritual tiene que ver con esto. ¿Vas a ayudar en este trabajo? ¿Vas a descender a los infiernos?"

Me quedé conmovida. Los infiernos no me eran extraños, pero no había pensado nunca que formaran parte de mi camino como algo "esencial", o que definieran de algún modo mi vocación. Hasta el momento creía que mi tropezón con algún que otro infierno había sido casual. Simplemente me había ofrecido para ayudar a algún muerto, y mira por dónde, me había encontrado con un infierno. Como quien va a buscar raíces de hierbas al campo, tira de una, y encuentra sin querer un enterramiento clandestino colectivo. Algo así. Ahora la voz me estaba diciendo que se me requería justo para eso. 

El descenso a los infiernos -se me dijo- era la "parte más olvidada del mensaje de Cristo", y la frase del "Credo" (aquella antigua oración que a muchos nos hicieron aprender de niños) que más extravagante e incomprensible parecía a los llamados "creyentes" cristianos. Pero Cristo descendía siempre a los infiernos, pues esto formaba parte de su naturaleza. Y Anubis, con su omnipresente acompañamiento en mi camino espiritual estaba "relacionado" con eso, pues era un experto en infiernos.

Mi parte racional hubiera querido "pensárselo", analizarlo, meditarlo, elaborar el asunto y dar una respuesta en varios días. Muy profesional, mi mente. Pero...Pero la verdad era que si me escuchaba a mí misma, mi corazón ya ardía en deseos por decir que sí. Sentía casi que se me "escapaba" la energía vital corriendo en pos de esa dirección, diciendo "si, si, sí, claro que voy a ayudar en eso". Así que mi parte racional tuvo que conformarse, como siempre, con asumir ser la escribiente de turno. La cronista.

Una vez acepté el compromiso, la visión se diluyó, y aquella energía dorada tan intensa, aquella Presencia Sagrada sin rostro visible, fue atenuándose, hasta que todo volvió a la normalidad. Pero ahora me encontraba estupendamente, y si me ponía a "escuchar" mi cuerpo, sólo percibía paz. Nada de voces amenazándome, ni cosas por el estilo. Paz, silencio y bienestar físico. ¡Estaba como nueva!

Le pregunté a mi compañero qué había notado, y me dijo que "algo de muy buen rollo, muy buena sensación". El también se encontraba mucho mejor, con mucho bienestar. Por mi parte, me daba como apuro o vergüenza mentar lo que había vivido, así que resumí y le hablé de una presencia dorada que me habia bendecido, y de la cruz y el ankh...Y ya está. 

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