miércoles, 5 de junio de 2013

La Misión Espiritual

La enseñanza que yo he recibido por parte de mis Guías, afirma que todos tenemos una misión espiritual por realizar, pero ésta no consiste exactamente en lo que se suele pensar. Nuestra misión espiritual no consiste en hacer ésto o aquello, sino en SER con mayúsculas, es decir: en desarrollar al máximo nuestro potencial interno. Este potencial es algo así como una semilla que, aunque contiene un patrón de cualidades características y particulares, puede crecer de diferentes maneras, y alcanzar diversos grados de desarrollo. Por así decirlo, el potencial de cada uno sería volverse como una planta en su plenitud. Si, por ejemplo, uno es un roble, su despertar espiritual se producirá cuando se descubra siendo una bellota cuyo germen interno pugna por brotar. Sentirá nostalgia de su "ser esencial". En su memoria está la esencia maravillosa del roble adulto que lo dio a luz, y soñará con converitirse en´un roble, a su vez. El recuerdo del origen va asociado, siempre, al deseo de la realización del ser, pues en la tradición en la cual soy enseñada, principio y final son una misma cosa. Alfa y Omega, el principio y fin que ya mencionó Jesucristo, son conceptos unidos a las enseñanzas "arbóreas": También Jesucristo comparó a la humanidad con semillas que intentan crecer, y al Reino de Los Cielos (estado de armonía, realización y santidad) con un árbol frondoso que beneficia a todos los seres, y en cuyas ramas anida la vida...

(A la izda., la zarza ardiente del mito bíblico, otra imagen del patrón arbóreo de la energía sagrada)

Somos semillas, entonces, según estas enseñanzas. Algunas personas, sin embargo, no llegan ni a germinar. Permanecen dormidas en la tierra, y no "despiertan" a sus verdaderos dones (o a su vocación espiritual, pues ambas cosas son lo mismo) Otros germinan, pero por diversas circunstancias no logran crecer mucho. No importa, y no deben ser juzgados, pues una planta no es mejor o peor "persona" por el hecho de haber llegado a tener un tamaño más grande. Además, la mayoría de las circunstancias que hacen que una planta crezca o, por el contrario, muera pequeñita, no dependen de ella misma, ni está en su mano controlarlas. Sé que a muchas personas hoy en día les resulta molesto, o hasta odioso, pensar que estemos tan determinados por los actos ajenos, ya que las enseñanzas de moda niegan ésto y recalcan, sobretodo, la importancia de las propias decisiones. Sin embargo, las enseñanzas espirituales más eternas dicen que somos mutuamente responsables los unos de los otros. El trato que dispenses a los demás influirá decisivamente en su desarrollo, en su experiencia vital. De acuerdo, no determinamos al cien por cien lo que otros vivan, y su experiencia dependerá, en parte, de otros factores (inclusive sus decisiones), pero la influencia de nuestros actos en las vidas ajenas es incuestionable. Del mismo modo, también es innegable cuánto nos afectan los actos de los demás.

Si somos como semillas, el cuidado mutuo es esencial. Si no somos como semillas, entonces nada importa y podemos actuar sin miramientos hacia nadie, ya que, total, cada uno ya es lo que es y no es nuestra responsabilidad nada de lo que les acontezca a los otros. Sin embargo, si observamos la vida, ya sea al microscopio o con la perspectiva del águila, comprobaremos lo preciosa y delicada que es. Es fácil romper el equilibrio que ésta precisa para desarrollarse con plenitud. Es demasiado fácil estropear las cosas, ensuciar un paisaje, devastar una vida...Lo difícil, lo casi milagroso, es vivir con cuidado, tratarse mutuamente con delicadeza, con la consciencia de que cada uno de nuestros gestos importa. Mutuamente nos afectamos. Mutuamente importamos. Un mal gesto o un desplante a un ser firme y bien desarrollado como un roble, no le afectará apenas, pero al un ser que germina puede marchitarlo para siempre. No sabemos en qué fase está el otro, por lo tanto, cuidado con ser despiadados...

(A la izda. pintura de Léon Fréderic)

Pero hay otro aspecto de la misión espiritual del que quería hablar, también relacionado con la metáfora de las semillas y las plantas. Nuestra misión espiritual, según esta enseñanza, estaría indisociablemente unida al lugar en el cual vivimos. Si somos, por ejemplo, una semilla de Edelweiss, prosperaremos malamente en una ciudad. Si somos en potencia lo más parecido a un cáctus del desierto, no podremos dar todo nuestro potencial al mundo viviendo en un llano pantanoso. Si somos una semilla capaz de llegar a gran árbol, a la larga terminaremos por sentir una imperiosa necesidad de tener "espacio" a nuestro alrededor, y lo ocuparemos sin poderlo remediar, salvo que algo externo nos lo impida, causándonos sufrimiento. En la ciudad, es algo común quejarse de las raíces de los árboles que "rompen" el cemento o el asfalto, como si fueran algo malo, pero en realidad lo malo es ponerle puertas al campo, y pretender que un árbol no se desarrolle como su potencial exige.

No se debe juzgar a una persona por su potencial, ni por su "diseño". Cada planta, cada ser, cumple con su función en el inmenso y complejo entramado de la vida. Lo que causa sufrimiento es no poder desarrollarse tal cual uno es. Por eso, una vez que uno despierta a su esencia y se descubre siendo "x" cosa en potencia, se encontrará en una encrucijada vital en la cual deberá decidir si quiere luchar para lograr un desarrollo pleno, o no. Y digo luchar porque lo más habitual es que nuestro despertar nos suceda estando en lugares y/o situaciones que no siempre son las idóneas para crecer "a nuestra manera", según lo demanda nuestro germen interior. Entonces, si escuchamos el impulso de ese germen, si nos ponemos a sentir la "tensión" o empuje de esa fuerza que quiere brotar, desarrrollarse, y ser, tendremos la guía básica para saber dónde y cómo debemos movernos.

Sí, estoy afirmando que nuestra guía básica y esencial para saber si debemos cambiar de lugar, o de situación vital, procede de nuestro interior. No de nuestro exterior. Y esta guía es el impulso o energía que anhela ser, crecer, romper nuestro cascarón dormido o aletaargado para brotar, extender raíces y ramas. Y hasta sueña con florecer, y dar fruto...Lo que sucede es que, en el estado de aletagarmiento, las guías externas son útiles como "despertadores" y también como jardineros o cuidadores de la semilla que somos. Por ejemplo, en mi percepción particular, los ángeles han sido algo así como jardineros de parte del Sol, casi como sus rayos, seres de energía fueguina que han despertado en mi interior el deseo de crecer...hasta alcanzar, algún día, el Sol con mis ramas. Pero también ha habido otros guías, otras energías/consciencias guiándome hacia mi plenitud, como aquellas que me han conducido hacia la reconexión con la tierra (raíces), otras con el agua...En definitiva: con todo lo que necesita una vida para ser y crecer. De esa alquimia ha surgido mi reencuentro con la esencia o semilla que soy, mi reconocimiento, mi recuerdo del "origen" y mi deseo de alcanzar ese final. Pero después, todas estas fuerzas, materiales y espirituales a la vez, me han dicho: "Bien, ahora sigue el impulso de tu germen interno. Haz caso de esa fuerza enorme que surge de tu vientre, donde se aloja tu semilla vital, y vete donde ella te pida. Porque la semilla sabe perfectamente dónde necesita arraigarse para ser, qué tierra necesita para crecer mejor, y qué cielos pueden beneficiarla al máximo".

Sí, he dicho que la semilla vital se aloja en el vientre, por lo tanto el vientre no es ese lugar denostado por algunas tradiciones corrompidas o confundidas, sino el espacio sagrado donde se aloja el potencial divino materializado. Ahí mora lo que Dios sembró en cada uno, para que "fuera". Sí, luego está el templo del corazón, donde son sembradas otras cosas, y donde se produce otro desarrollo. Y el templo de la cabeza...Y en definitiva, al final somos un solo templo...Pero sin el vientre no somos materia, y sin abrazar a la materia ¿tiene sentido estar aquí? Para ser "sólo energía" (Si acaso tal cosa imposible es posible, pues materia y energía son dos caras de lo mismo) ¿hacía falta nacer?

A veces se dice que el lugar en el que uno vive es, espiritualmente, algo irrelevante, puesto que uno puede dar lo mejor de sí en cualquier espacio. Pero esto no es del todo cierto. Si eres edelweiss, lo siento, pero no sólo no prosperarás en una maceta de balcón, sino que, aunque lo logres por unos días, sufrirás, porque no tienes lo que tu germen interior siente que necesita. Lo que sucede es que la mayor parte de personas están desconectadas de su cuerpo, de su vientre, y por lo tanto de este sufrimiento visceral que surge cuando no estamos donde sentimos que deberíamos estar, haciendo lo que sentimos que deberíamos hacer: crecer "a nuestro aire" en una tierra que sintamos "propia".

Por supuesto, a veces no podemos movernos, aunque quisiéramos, a donde realmente queremos, porque lo cierto es que uno no es dueño al cien por cien de sus circunstancias. Nos toca, entonces, tolerar cierta frustración y postergar el sueño de llegar a vivir en circunstancias mejores, esperando realizarlo más adelante, mientras uno se enfoca en sobrevivir lo mejor posible a un entorno adverso al propio ser, a la propia esencia. Sobrevivir es perfectamente posible, y es un logro muy importante, al margen de lo que uno consiga más adelante. Pero conviene observar muy atentamente si este "no poder cambiar de entorno" o de circunstancias es algo real, o sólo creemos que lo es. Porque a menudo creemos que no podemos cambiar, y sí podemos, aunque sólo sea acercándonos un poco más al lugar/situación que sentimos "que debe ser" nuestro espacio, nuestro entorno, nuestra vida.

¿Y dónde queda el trabajo hacia los demás, o el servicio a la vida, dentro de esta perspectiva de ser semillas o plantas potenciales? Pues es muy sencillo: el desierto se ve beneficado por los cactus; las montañas con sus flores de primavera; los espacios de media altura con los bosques...Es decir: seas lo que seas, si logras realizarte un mínimo y llegas a desarrollarte y "ser" tu esencia, vas a beneficiar a todos los seres a tu alrededor. Por lo tanto, enfócate en realizar tu potencial y no te apures por si haces o no haces lo mejor que puedes hacer, pues ya lo estarás haciendo. Basta con ser. Y por último: no te compares. Comprende lo absurdo que sería que se comparara la amapola con una flor alpina, o el roble con una palmera. ¡Vive tu diferencia sin miedos y sin complejos! Ahí radica el secreto del entusiasmo, de la autenticidad, de la vida apasionada y, por qué no, de los intensos instantes de felicidad que uno experimenta al... realizarse.


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