sábado, 8 de junio de 2013

Cristo y la Unión de Dos.


(Arriba, pintura de Maxim Sukharev)

Cuando sucedió esto (año 2004), estaba pasando unos días en casa de una amiga que compartía bastante mi perspectiva espiritual de aquel momento. En aquel entonces yo estaba completamente sumergida en un intenso proceso sanador que implicaba la "escucha" de las sensaciones corporales. Había empezado a "oir" luego a otras energías/consciencias y, siendo todo tan nuevo e intenso para mí, me habia convertido en alguien hipersensible. Mi cuerpo era lo más parecido a un sismógrafo delicado que se alteraba con la más mínima variación de energía psíquica en el ambiente. Enseguida notaba un dolor aquí, una tensión allá, y cuando me detenía, en silencio, a sentirla del todo para "escucharla" o traducirla, emergían toda clase de historias, memorias, voces...

Mi vida no era, desde luego, nada aburrida, aunque yo estaba tan perpleja por toda la información que iba emergiendo a través de mi cuerpo-instrumento, que todavía no sabía qué pensar. Al final, bromeaba diciendo que no sabía si me estaba volviendo loca, o me estaba iluminando. Pero aquello era tan interesante que...¿quién podía desecharlo sin más?

Y recuerdo muy bien aquella tarde, en la cual me empezaba a agobiar uno de mis terribles dolores de cabeza. Fastidiada por él, y temerosa de que se iniciara uno de esos procesos migrañoides que me duraban luego tres días seguidos, dejándome fuera de combate, decidí pedirle ayuda a mi amiga para observar mi dolor, con la esperanza de que, así, se aliviara o incluso desapareciera del todo. Y es que en aquel entonces, todavía me costaba mucho "escuchar" a solas mis propias sensaciones. 

Así que le pedí ayuda a mi amiga, ésta accedió, y nos sentamos ambas en uno de sus cómodos sofás, en silencio. Para ayudarme más, puso su mano respetuosa y cálida en mi dolorida cabeza, interrogó a mi cuerpo, y entonces empecé a tener una visión interna que me mostraba una desagradable imagen: una montaña enorme de calaveras, ennegrecidas por sangre corrompida, ascendía hacia el cielo. En la cúspide de esta montaña, aparecía una cruz de hierro oxidada, llena también de sangre podrida. 

Entonces oí una voz que me decía: "Esto es lo que han hecho con la realidad de Cristo". La imagen traía más calaveras, más huesos, más sangre corrompida y más hierro oxidado. Viendo todo aquello mi dolor de cabeza se mezclaba con un asco profundo y ganas de vomitar algo venenoso, horrible.

"Claro- añadió la voz- sientes náuseas porque te has "tragado" toda esta inmundicia, toda esta perversión. Tienes que purificarte de lo que la Iglesia ha hecho contigo, porque en su día lo absorbiste". 

Me invadió un hastío, un cansancio, un horror profundo, un deseo de liberarme de todo lo que fuera "eso", y entonces la imagen de la montaña de calaveras fue disolviéndose en mi mente, mientras la voz me decía: "Han utilizado "Cristo" para sembrar la muerte, y han convertido a Cristo en una caricatura, en un hierro muerto, asesino, tiránico y oxidado. Pero Cristo no es eso". 

Me pareció comprender que un poder muy perverso había tergiversado por completo algo valioso, y tuve la ominosa y terrorífica impresión de que la Iglesia estaba influída, y hasta medio dominada, por este poder oscuro, al menos en gran parte. ¡Cuánto error, cuánto engaño vivía la humanidad!

                                   (Arriba, imagen de Patrick Byers que me recuerda a mi visión)

El dolor de cabeza disminuyó durante unos momentos. Creí que con esa comprensión ya era suficiente, pero más tarde volvió a aumentar el dolor. Esta vez, además, sentí malestar por toda la zona de las costillas. Me sentía como atenazada por algo invisible y me costaba respirar. Le pedí a mi amiga que pusiera sus manos en mis costillas, para ayudarme a observar la sensación, y entonces se formó otra imagen en mi mente. Veía el interior de mi cuerpo, y era como si mi tórax estuviera cubierto, por dentro, con un armazón metálico, nada menos que de oro. ¿Qué significaba aquello? Me sentí confusa, porque relacionaba el oro con algo valioso o "bueno", pero en realidad aquello me estaba haciendo daño. Al enfocar mi visión en las varillas de oro que, curvadas y ensambladas entre sí, constituían una especie de esqueleto interno fijado a los huesos de mi tórax, ví que tenían letras grabadas. ¡Qué enigmático!

Volví a pedirle ayuda a mi amiga, porque yo no me veía capaz de ver más, y entonces ella, poniendo sus manos sobre mí, me dijo que, lo que le llegaba, era que aquellas letras tenían que ver con una especie de nombre de Dios y con promesas y pactos de fidelidad y "pertenencia". Mi pertenencia a Dios. De nuevo, yo no supe qué pensar: ¿Eso era algo bueno, o algo malo? 

Mis condicionamientos religiosos antiguos, que yo había creído desechar muchos años atrás (cuando me convertí en agnóstica), emergieron todos de golpe. Según éstos, "pertenecer" a Dios era lo deseable, y ser "poseída" por "El" también. Sin embargo, mi cuerpo decía que todo aquello le dolía y no le dejaba respirar. Mi sentimiento visceral, interno e instintivo, gritaba que algo muy feo sucedía, aquello no era correcto. Por muy dorado que fuera aquel armazón, no era bueno tenerlo dentro de mí.

Entonces surgió otra visión interna, y ví una imagen que, en aquella época de mi vida, se iba a repetir muchísimo: un triángulo con un ojo en el centro me observaba. De hecho, aquel "ojo" se haría tan persistente en esa temporada, que terminaría por llamarlo con sorna "El Ojito", porque sólo bromeando podía asumir su realidad, su presencia de ojo-espía. 

En fin, en aquel momento sentí miedo, pero notaba que mis Guías me daban ánimos y me impulsaban a dialogar con "él" sin miedo. La voz que salía de aquel "ojo" decía, más o menos, que yo le pertenecía y que nunca me liberaría, que yo le debía sumisión, etc. Por lo visto, aquel armazón era algo que él me había puesto dentro, porque yo lo había aceptado al prometerle (aunque fuera de manera más o menos inconsciente) "fidelidad eterna" durante mis tiempos de "creyente eclesial".

Luego hasta tuve una especie de regresión a otra vida, en la cual me había "entregado" con un rito a Dios, para así acceder a la "Vida Eterna", pero ese rito, hoy, me parecía casi un rito mágico. Había, allí, una mezcla de creencias mágicas y religiosas de lo más peligrosas e indigestas. ¿De dónde salían algunos ritos religiosos? ¿De dónde salían ciertos ritos mágicos? Lo ví todo mezclado y sentí pesadumbre y arrepentimiento. 

Comprendí que me había "vendido" con ritos a mi idea de "dios", como quien mercadea, todo de manera interesada, por obtener Vida Eterna o conseguir "dones" especiales. Busqué "poderes", ¡no estaba pensando en el amor! Aquello no era unirse a Dios, ni nada, sino otra clase de cosas... Sentí arrepentimiento. Menuda cagada, qué poca honestidad, cuán lejos estaba aquello de la espiritualidad natural, que se mueve, fundamentalmente, por amor... Y el amor no crea "armazones metálicos" con los que agarrarse al cuerpo del amado, ni trata de obtener favores con ritos de esos. ¡Las jaulas no son amorosas! Todo eso no era Dios...

Sentí miedo de todos modos. ¿Cómo me iba a liberar de la instalación que ese "dios" tenía dentro de mí? Él me aseguraba que no lo lograría, porque decía que las promesas y pactos hechos con él eran "eternos". Por fortuna, yo ya llevaba un tiempo (meses) "oyendo". El suficiente como para saber que existían otros "dioses" que pretendían lo mismo, ser los únicos y los mejores y los más poderosos, con lo cual lo del dios aquel hablando como si fuera una persona más, ya no lo hacía creíble para mí, salvo como "uno más" peleando por su parcela de poder sobre la gente. Tal vez existía algo así como Dios con mayúsculas, pero no era "esos dioses" con minúsculas, tan angustiados por perder su dominio sobre las personas.

También sabía que uno podía escuchar casi cualquier cosa surgida con cualquier apariencia, pero que ésto no quería decir que el mensaje fuera real, o verdadero. ¿Un triángulo con un ojo dentro simbolizó a Dios en algún momento? Ok, pues espera encontrar toda clase de energías y realidades utilizando ese símbolo, apropiándoselo y pretendiendo dominar o ser "lo más de lo más"... 

En fin, era consciente de que, en el mundo de la energía psíquica más cercano al ser humano dormido, existían guerras, tensiones, luchas de poder... y que los engaños, manipulaciones y espejismos estaban a la orden del día. Por ejemplo, hasta había experimentado, durante unas semanas, la persecución de un dios antiguo de cuyas ataduras previamente había ayudado a liberarse a una mujer (mi primera paciente), ayudándola a romper un pacto inconsciente y milenario realizado con su energía... Aquel viejo dios autoritario e iracundo se había sentido muy ofendido con mi impertinencia, así que había jurado vengarse de mí. Pero a fin de cuentas no era más que otro dios, una energía / consciencia reacia a desaparecer y aficionada a poseer a la gente para "que le fueran obedientes para siempre". ¡Lo típico!

En fin, que mi cuerpo hablaba y los Guías me sostenían en la "escucha", y por eso ya no caí en la tentación de asumir el armazón de oro como algo "bueno". Tal vez era cierto que yo misma había aceptado esa mordaza interna, confundida por su brillo dorado, como un pájaro incauto que se traga una moneda porque se parece al sol, y es bonita, pero luego le sienta mal, y con esa moneda queda encarcelado. Pero si eso había sucedido, era el momento de rectificar el error.

Me quedé en suspenso, preguntándome qué podía hacer para remediar aquello, ya que no me veía capaz en ese momento de emprender una lucha contra otro dios para deshacerme de su armazón rígido (la anterior lucha me había supuesto mucho sufrimiento, y aún no estaba repuesta del todo del desgaste vivido) Ymenos si aquel ser tenía tanto poder como parecía ostentar aquel dichoso "ojito". Además, ¿puede uno exorcizarse a sí mismo? 

Pero de repente, algo decidió las cosas por mí. Escuché gruñir a Anubis, y dijo: "¡Ya estoy hasta las narices! ¡Déjame a mí!". Perpleja por su irrupción en el escenario, dije "De acuerdo", y entonces una especie de extensión de la negra energía anubísica ascendió desde la Tierra, subió por mis entrañas, llegó al armazón dorado y... ¡Se lo empezó a comer a grandes y furiosos bocados! Yo no daba crédito a lo que "veía", pero no pude más que echarme a reir cuando "oi" un sonoro eructo y la voz de ultratumba de Anubis, que decía: "Bueno, ahora tendrás que sacar algunos gases, y ya está. Asunto liquidado".

Se lo conté a mi amiga, y nos pusimos a reir. ¡Era tan absurdo, tan loco aquello, que no podíamos hacer otra cosa! Yo me había asustado mucho con la visión del ojo dorado, creyendo que sería algo tan... poderoso... pero luego ¡se lo había comido Anubis, como si no fuera nada, solo energía medio estropeada! ¿Qué significaba todo aquello? 

Hoy puedo comprender que el "ojo" era una especie de residuo de un programa mental con cierta vida o auto consciencia latente. Y que Anubis a veces se asocia a la "digestión" visceral de impurezas y carroñas, pues en parte éso es Anubis, un carroñero. Un purificador de lo muerto, ni más ni menos. Y el tal armazón de oro, con el tal "ojo dorado" y todas esas letras, no eran más que algo muerto, del pasado, de lo que mi cuerpo -mi ser profundo y verdadero- deseaba liberarse, desprenderse, para poder brotar y crecer.

¡No más fijaciones, armazones y ortopedias! Llegaba la época de volverme natural como los árboles, y libre, y llegar a ser lo que realmente era en esencia, más allá de doctrinas antiguas, religiones organizadas y acartonadas, miedos y dogmatismos, fueran creyentes o ateos, qué mas daba.

Todo en mí se alegró con aquel acto de liberación espiritual (que tuvo su continuación, por supuesto) Me sentí mucho mejor con ello, y mi pensamiento le daba vueltas a cuán distorsionada podía estar una religión, aún a pesar de que en su origen pudo tener una gran dosis de verdad. Volví a pensar en la imagen de la montaña de calaveras sangrientas, con toda esa sangre putrefacta y corrompida, y en aquella feísima cruz, negra y oxidada, y pensé: "¿Y entonces, qué pasa realmente con Cristo?"

No esperaba para nada la respuesta que me llegó. Una imagen se formó ante mí: dos figuras luminosas, de igual tamaño, irradiación y estatura, se daban la mano. Una era de luz verde, la otra roja, y supe que una era masculina y la otra femenina. Entonces oí que alguien me decía: "Cristo es lo gran desconocido, porque Cristo son dos, hombre y mujer". Me quedé desconcertada con aquello. ¿Gran desconocido, después de que miles de personas hablaran de Jesús (y se suponía que era "El Cristo") durante dos mil años seguidos? ¿Hombre y mujer...? ¿Significaba aquello que había existido realmente una pareja femenina de Jesucristo, o quería decir algo más profundo, algo más místico, relacionado con la unión de lo masculino y lo femenino?

Pero aquel día ya no hubo respuesta para esto. Tuve la sensación de que mis esquemas mentales explotaban, dinamitados por algo, y me quedé como en encefalograma plano, con mis neuronas mudas, desconcertadas, sin palabras. "Cristo es lo gran desconocido", toma ya.

(Arriba, pintura de Alexander Prostev sobre la unión de almas gemelas)
















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