sábado, 22 de junio de 2013

Confundir al arquitecto con los inquilinos (y agredirlos por odio a un edificio)

("Los primeros mártires", pintura de Geròme)

La metáfora del edificio molesto y el odio hacia sus inquilinos es lo que me viene a la mente cuando pienso en el odio anti cristiano que, por alguna razón, últimamente veo crecer (más y más) a mi alrededor. De hecho, antesdeayer tuve un sueño muy intenso que creo que se basaba en alguna percepción peculiar sobre este asunto. Aún no lo he entendido del todo, porque era un sueño muy simbólico, y en él aparecían elementos que no sé cómo interpretar. Pero me desperté pensando: "Oh, Dios mio, en un futuro posible y no muy lejano, tal vez vaya a perseguir a los cristianos de a pie, tal y como ya ha sucedido en otros momentos de la historia".

En el sueño, veía la tierra (es decir, el suelo, literalmente) alrededor de un monasterio medieval. En esa tierra había, sembradas, "semillas crísticas", que yo percibía como huevos luminosos con cuerpos de luz que se gestaban, acurrucados, en su interior. Me parecía captar que esas "semillas crísticas" se correspondían con personas físicas vivas que estaban relacionadas de algún modo con aquel lugar. El caso era que veía como aquellos huevos luminosos enterrados iban emergiendo, subiendo hacia el exterior...hasta que, despacio, algunos salían del todo y empezaban a ascender, flotando, subiendo hacia el cielo. Por alguna razón, la visión me conmovía tanto que me ponía a llorar con gran intensidad. Luego desperté pensando, no sé si acertadamente, que esos huevos luminosos "ascendiendo" con cuerpos humanos en su interior significaban muertes...

Le he dado unas cuantas vueltas al sueño en estos 2 días, sin verlo claro. Pero, en todo caso, me ha empujado a reflexionar sobre la extrema rabia anti cristiana que percibo en muchísimas partes. Rabia que entiendo, porque en cierta época yo también la viví, al descubrir cuán corrupta era la Iglesia, o lo enfermizas que son realmente algunas de sus posturas y muchas de sus ideas. Pero con el tiempo fui adquiriendo perspectiva y refinando mi enfoque. Donde antes, al oir "cristianismo", lo veía todo rojo, ahora distingo un montón de colores, gamas de grises y elementos distintos en el paisaje. Y eso que ni soy cristiana (es decir, no creo en la Iglesia, ni me adhiero a sus dogmas) ni pretendo serlo. Pero tengo un compromiso con la verdad y el discernimiento, el cual me ha hecho sentarme a escuchar a muchas personas, inclusive las del bando contrario a mis ideas, para aprender y saber mejor lo que se cuece en su terreno.

No hace mucho, uno de mis conocidos se leyó un libro sobre la persecución anti religiosa desatada en la Guerra Civil. La Guerra Civil es una herida sangrante en nuestra historia reciente, y digo sangrante porque está lejos de haber sido curada o cicatrizada. Y el caso es que hubo atrocidades y salvajadas en los dos bandos. Que ganara uno a costa de crueldad, y que la victoria diera como resultado a una penosa dictadura, no significa que los perdedores hubieran sido unos santos, o se hubieran comportado siempre como héroes. En ambos bandos, insisto, hubo barbarie y horror. En el libro sobre esta persecución, se narran los horrorosos asesinatos de muchos religiosos (miles, contando sacerdotes, frailes, monjas y seminaristas) sólo por el hecho de serlo. A veces, este asesinato iba asociado a torturas, como el caso de aquellos sacerdotes a los que arrojaron al mar después de haberles cosido la boca, una crueldad totalmente gratuita, digna del peor sadismo. A mi juicio, la Guerra Civil se convirtió en la "excusa" y "oportunidad" para vengarse de los resentimientos y heridas psíquicas mutuas, y en ese sentido, no pudo ser justa para nadie, porque donde entra el deseo de "vengar" o "castigar", se acaba la verdadera justicia.

      (Arriba, iglesia conventual quemada durante la Guerra Civil, y profanación de las tumbas de religiosos)

En fin, me quedé reflexionando acerca de lo próxima que estaba, en el tiempo, aquella persecución religiosa del día de hoy. Y me pregunté si podría repetirse algo similar. Parece difícil, y sin embargo, el odio hacia la Iglesia crece, azuzado en parte por el desacuerdo intelectual (que comparto bastante) y la indignación desatada por la crisis y los recortes (que hacen que la gente se enoje contra algunos privilegios eclesiales) Pero entonces es cuando pienso que la "culpa" de los arquitectos de la "estructura" eclesial la podrían acabar pagando los creyentes de a pie, la gente que va a la iglesia y cree en esa religión, gente entre la cual hay de todo, como en botica. Personas excelentes y lobos disfrazados con piel de cordero, y en el medio, personas del montón...que simplemente van a la iglesia porque lo han aprendido así o porque sienten que "les ayuda" o reconforta de algún modo.

Entonces, imaginemos que hay un edificio mal contruido, o que molesta a determinados colectivos en un lugar por cualquier razón, pero las personas de fuera, en lugar de pedir responsabilidades al arquitecto, al constructor o al alcalde, se dedicaran a agredir e insultar a sus inquilinos. Lo veríamos como algo absurdo, y sin embargo es lo mismo que sucede con la Iglesia. Es una construcción muy rígida, muy organizada y apuntalada por dos mil años de esfuerzos para mantenerla fuerte, pero se engañan los que creen que los cristianos de a pie tienen algún poder de decisión en ella, o responsabilidad en las decisiones o discursos de, qué se yo, el papa, los cardenales o los obispos. Aunque todos los creyentes se fugaran en masa de las misas y dejaran vacíos los templos, la estructura eclesial jerárquica no desaparecería, al menos de momento. No hasta que dejaran de ordenarse sacerdotes, cosa bastante difícil...porque entre millones y millones de personas ¿Quién podría impedir que algunos sintieran la "vocación" o el deseo de volverse sacerdotes? El espíritu es, realmente, misterioso, y, como dicen los cristianos, "sopla donde quiere y cuando quiere".

Muchos cristianos dicen "No, la Iglesia somos todos". Pero esa no es la exacta verdad. Es decir, es cierto que todos los cristianos cuentan a la hora de saber cuán extendida está una religión, pero en realidad, la Iglesia se caracteriza por estar dominada y dirigida por una estricta y férrea jerarquía piramidal, en la cual uno de los requisitos para ordenarse sacerdote, obispo o cardenal es jurar obediencia al superior de turno. ¡Obediencia, incluso si lo que se te pide va en contra de tus ideas! Así que el primer pilar de la estructura o arquitectura eclesial es la jerarquía piramidal; y el segundo la obediencia a los superiores. Sin estas dos cosas todo el tinglado se desmoronaría. Estos dos elementos son como los hierros y el cemento con los que se ha construido el "templo" eclesial. Y poca gente, de entre sus creyentes y "usuarios", piensa verdaderamente en las implicaciones de ambos elementos. Acuden al templo porque encuentran en él las imágenes y los ecos de una doctrina que les gusta o les ayuda. Porque, por dentro de ese armazón estructural, hay imágenes de la bondad y la compasión de Jesús, de María (una madre amorosa) o de otros "santos" famosos por su caridad hacia los demás (etimológicamente y en origen, caridad significaba "amor") Así que la gente se siente atraída por eso (pues la huella de Jesucristo es ancha y profunda, y también la necesidad de sentir internamente el amparo de una "verdadera madre") y se meten en el "templo" sin preguntarse con qué fuerzas se hizo -y se sostiene- su estructura de poder. O se dicen que eso no importa, que lo que importa es encontrarse, dentro del templo, con la huella de Cristo, y que con Cristo basta.

Incluso aunque se considere a la Iglesia como una secta, no es de cajón perseguir a las víctimas de una secta. En teoría, a los que están dentro de las sectas hay que ayudarles, (si es que se dejan) o en todo caso dejarles estar y que sigan su camino. No perseguirlos, ni mucho menos masacrarlos. Sólo en caso de infringir delitos deberían ser llevados a juicio.

La realidad cristiana, y concretamente la eclesial, es demasiado compleja como para resumirla en resentimiento y odio generalizado hacia los creyentes, o incluso hacia los religiosos que ocupan el escalón más bajo de la estructura. Además, es precisamente en este nivel de la pirámide donde se ven más algunos casos de personas entregadas verdaderamente a la ayuda de los demás. De acuerdo, no es algo generalizado, pero los hay. Por eso, a mí me produce tristeza pensar en esta "manía", en esta burla constante que se hace de lo cristiano, e incluso en este desprecio generalizado de las religiones organizadas. Y no porque no comparta la mayoría de los argumentos esgrimidos por escépticos, críticos, o incluso creyentes que no abogan por la religión estructurada, sino por una espiritualidad libre (grupo entre el cual me cuento). Sino porque los respionsables de la mayoría de atropellos son "los de arriba", o sea, el equivalente a los jefes de la secta.

Además, conozco demasiado bien lo que es estar dentro del "templo" eclesial de manera ingenua, incauta y bienintencionada, porque yo misma estuve en esa situación cuando era niña y adolescente. Y me veo a mí misma, mirándome en las imágenes de mi propio pasado, y me entra un escalofrío al imaginar una persecución masiva, un odio agresor capaz de volver a suscitar que los anti eclesiales entren en las iglesias para destruirlas y atacar a sus ocupantes. Porque entonces me imagino a mi niña sufriendo eso, y no puedo dejar de ver que muchas otras personas son hoy así, como yo lo era. Niños inclusive. No puedo aceptar mi infancia sin aceptar a los cristianos "eclesiales", porque no son diferentes de lo que yo era, y sé, de buena tinta, que yo no era "mala". En todo caso, bastante ingenua... y demasiado sumisa.

Por lo tanto, enfoquemos bien el asunto: la lucha ideológica requiere disolver la falsedad de ciertas ideas. Es en el campo intelectual en el que se puede trabajar para que, generación a generación, menos personas adopten determinados puntos de vista y la libertad ideológica y personal crezca. Mientras tanto, no es de recibo alentar el odio hacia colectivos humanos, todo porque sus ideas no nos gustan, siempre y cuando no nos agredan o estén cometiendo un delito.

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