jueves, 6 de junio de 2013

La desasosegante posibilidad del error, ¿existe?

                             
                                                     (Arriba, pintura de Sanna Tomac)

La pregunta que titula esta entrada parece tener una respuesta obvia: sí, los errores existen. Por ejemplo, podemos cometer un error de memoria con mucha facilidad, y "recordar" un evento como si hubiera sucedido en una fecha ficticia, y no en la que verdaderamente sucedió. Podemos intentar resolver un problema matemático y equivocarnos, o también podemos fallar jugando al tenis, o a cualquier otro juego, sin ir más lejos.

Los errores forman parte de la vida, y especialmente de cualquier proceso de aprendizaje. A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría negar su existencia. Pero entonces, ¿por qué está tan de moda esa tendencia que, aludiendo a otros asuntos, como los emocionales y, sobretodo, los espirituales, niega la existencia del error? ¿No es la vida, de por sí, un proceso empapado de aprendizaje? ¿No es cierto que muchas veces intentamos realizar, en ella, determinadas acciones, no siempre con éxito? ¿Por qué existe, entonces, esa resistencia a hablar del "error"? ¿Por qué cuando una persona siente que se ha equivocado al tomar una decisión concerniente a su vida espiritual, se levantan tantas voces diciéndole que no, que el error no existe y que todo es perfecto o "como debe ser"?

Sólo se me ocurre una explicación, y es el miedo a estar equivocados. Yendo más lejos aún, la desazón que puede producir estar cometiendo un acto que pueda perjudicarnos espiritualmente, tal vez se emparente con el trauma debido a un pasado culpabilizante, a causa de las enseñanzas de -por ejemplo- la Iglesia con su concepto de "pecado". Muchas personas han sufrido mucho debido a la interiorización del concepto de "pecado", con su noción asociada de castigo. Luego con el tiempo y el salto generacional, se ha producido una lógica  reacción en contra de esto. 

Lo que sucede es que la reacción contraria se ha ido al otro extremo y, queriendo curar las viejas heridas de la culpa, han borrado toda noción de error, de equivocación. Por si acaso, arranquemos toda la hierba que pueda producir malestar interno de cuajo. Sintámonos siempre bien, huyamos del dolor asociado al reconocimiento del error, vivamos en la idea (y el sentimiento) de que todo cuanto hagamos es, sencillamente... ¡perfecto!

La verdad es que yo también caí en esta moda del "todo está bien", al menos durante un tiempo. Justo hasta que empecé a experimentar regresiones a épocas muy remotas, y viví comprensiones profundas asociadas al procesado de éstas historias, y a "oir" a mis Guías. 
Entonces comprendí tres cosas:

1 - La idea de la "culpa" es una especie de virus mental pernicioso, creado en el ámbito religioso con la finalidad de someter a las gentes y atarla a la voluntad tiránica de la autoridad de turno. No sirve de nada "sentirse culpable", salvo para fustigarse y maltratarse internamente. Pero por mucho que te flageles, no vas a mejorar nada.

2 - Que la noción "culpa" sea lo que es, no implica que no exista algo muy distinto, llamado responsabilidad. Somos responsables de nuestros actos, al menos en cierto grado, o deberíamos irlo siendo conforme crecemos. Sobretodo si deseamos andar un camino "espiritual". ¡El más alto grado de espiritualidad está asociado a asumir el más alto grado de responsabilidad hacia los que nos rodean!

3 - Existe un arrepentimiento asociado a sentirse culpable, que busca el auto castigo y se asocia a la depresión, a la apatía, y al miedo a tomar nuevas decisiones por uno mismo (con el consiguiente sometimiento a la autoridad de un líder religioso o espiritual), por si acaso volvemos a equivocarnos. 

Este arrepentimiento, de rasgos enfermizos, es muy diferente, sin embargo, del arrepentimiento que surge de comprender que uno fue el responsable (o el co-responsable) de un acto x, que trajo consecuencias dolorosas o dañinas para otras personas. Esta comprensión se asocia a un deseo de rectificación que impulsa al individuo a volverse activo, y enmendar el error cometido, a poder ser. Y, si ya no es posible arreglar el daño, se produce un firme propósito en el interior de esa persona: "Nunca más...repetiré esto". Estoy hablando, pues, de un aprendizaje profundo que produce un cambio radical en la vida de un individuo.

Negar la existencia de los errores en nuestro camino espiritual implica negar nuestra capacidad para equivocarnos, cometiendo actos que no traen las consecuencias que buscábamos (por ejemplo, cuando hicimos daño a otro sin querer) Pero también implica negar nuestra responsabilidad hacia los demás y, finalmente, nuestro potencial como "aprendices" de la vida

Si no existe el error, si todo es "perfecto", no hay aprendizaje y entonces nada importa. Tampoco lo que les hagas a los demás. Incluso el acto de un psicópata puede ser visto, en esa ideología negacionista extrema, como "algo perfecto en sí mismo". Yendo a un ejemplo mucho más banal, dar un pisotón sin querer a un transeúnte tampoco merece mayor atención, ni disculpa. ¿Por qué? ¿Quién se equivoca, aquí? ¡Nadie! ¡Todo es perfecto! De hecho, ¡hasta su dolor es perfecto! Que lo viva con agradecimiento porque la vida es así de rica, compleja y bella, y ya está.

Se confunde la perfección de los sistemas vivos, y sus interrelaciones equilibrantes, siempre tendentes a la armonía y a la compensación de los desniveles y extremos, con una "inexistencia del error". Que la Vida sea mucho más grande que uno mismo y en Ella se pulan los altibajos, se equilibren todas las cosas y se alcance un nuevo equilibrio, no quiere decir que nada importe y que nada de cuanto hagamos vaya a afectar negativamente a la Vida. 

Lo que se hizo en Hiroshima es un buen ejemplo de ello; el cambio ecosistemático que ya estamos viviendo es otro ejemplo de cómo algunos actos deliberados (decisiones, en suma) pueden producir una cascada de consecuencias "desfavorables" a los seres vivos que conocemos. 

Yendo a un extremo, una hecatombe nuclear simultánea en diferentes puntos del planeta demostraría cuán responsables somos de la vida sobre él, y cómo de difícil se hace a la Vida (esta vez con mayúsculas, sí) "reparar" nuestros actos, o hacer como si no existieran. Podría darse una extinción total de la vida por nuestra causa y responsabilidad (ya que no queremos hablar de "culpa") No creo que lleguemos a hacerlo, de acuerdo, pero es una posibilidad que significaría cometer un "error" de tamaño grandioso. ¿Cómo negar algo así?

En términos de nuestra vida espiritual individual e interna, existe otra confusión, que consiste en afirmar que "nada es un error", ya que es posible aprender de cualquier circunstancia, o aprovecharla, y entonces todo cuanto suceda, conlleva para nosotros el potencial de adquirir riqueza interiror. Y sí, es cierto que nuestra consciencia puede crecer y aumentar con la comprensión de toda clase de desgracias y la superación de numerosos traumas, pero eso no significa que éstos sean "el" único camino, ni que, en ocasiones, estos traumas o desgracias no sean consecuencia de los errores (decisiones equivocadas) de otras personas. Por ejemplo, de aquellas bajo cuya responsabilidad estábamos, cuando éramos niños, o de los poderosos con poder para tomar decisiones capaces de afectar a millones de personas, sin que éstas se hayan ni siquiera enterado.

Así que existen los errores, existe la responsabilidad, y también es posible "arrepentirse" y rectificar. El "todo es perfecto" sólo es aplicable al proceso de consciencia que, a posteriori, podemos realizar enfocando un acto; o a la perspectiva del águila que, por verlo todo desde arriba, ve la concatenación de causas y efectos que producen cada evento y se dice: "Está sucediendo lo que tenía que suceder, porque, visto desde aquí, era de cajón que cada ser reaccionaría como la hecho y ha sucedido lo lógico". Pero este "todo es perfecto" no es aplicable a la responsabilidad. 

Como madre, por ejemplo, no admito que se diga esto, ya que sé muy bien que no es lo mismo abofetear por "falta de paciencia", a un hijo, que hacer acopio de aire respirando hondo e intentar otras vías. ¿Cómo va a ser "todo perfecto"? ¿Cómo no va a existir el error? ¿Cómo no va a existir el arrepentimiento? Si falto a mi hijo, me siento mal porque veo su dolor, y entonces surge ese propósito interno que dice: "Nunca más haré lo mismo".También hay un intento de curación de la herida, de la ofensa que le hemos hecho al otro (sí llamémoslo ofensa, ¿por qué no?) 

Y lo mismo me sucede con mi pareja, con los amigos...o con cualquier otra persona cuya vida transcurra cercana a la mía. Es más: puede que hasta sienta la necesidad de pedir perdón al otro (o pedirle disculpas, si se prefiere verlo así, para que nada tenga una connotación cristiana, que ya se sabe que eso enlaza con el trauma ancestral debido a la implantación forzada de ideas eclesiales atemorizantes) Y no veo nada malo en ello. Pedir perdón, sí, ¿por qué no? A fin de cuentas, es verbalizar empatía: "Siento que te he hecho daño, porque me he puesto en tu piel y lo he sentido. Lo siento, sí".

Conclusión: No todo es perfecto. Nos equivocamos, aunque tenemos la capacidad de aprender y rectificar. ¡Qué gran oportunidad!

Aplicado a lo que comentaba ayer: en determinado momento de nuestra vida espiritual se nos pedirá que nos comprometamos con la ayuda a "la Vida" en un grado u otro. Esto se asociará a la petición o inspiración para que vayamos a ciertos lugares, tomemos algunas decisiones o realicemos determinadas iniciativas. Viviremos encrucijadas, en las que las diferentes fuerzas que se arremolinan ante algo "que crece" tirarán de nosotros en diferentes direcciones, impulsando diferentes oportunidades, consecuencias, repercusiones históricas de nuestros actos. 

Y lo siento, pero no será lo mismo elegir izquierda, que derecha, Norte que Sur, Este que Oeste. Cada elección conllevará un enraizamiento diferente de nuestra "planta del alma", y éste producirá una expresión diferente de nuestro potencial y características. Y algunas serán más fructíferas que otras, sí. Así es. Por lo tanto, quedará en nuestras manos la aceptación de este proceso de aprendizaje espiritual, en ocasiones similar a una peregrinación por la tierra, hasta dar con nuestro espacio, o con aquello que produzca una mejor expresión de lo que somos en potencia. Un aprendizaje que incluirá, cómo no, la posibilidad del error, lo cual conlleva, a su vez, la asunción de la verdadera humildad.

Pero la palabra humildad es otra que no sólo no está de moda, sino que suscita rechazo debido (de nuevo) al trauma antiguo producido por religiones dogmáticas y culpabilizantes. 

Se ha confundido mucho humildad con autoflagelación. La verdadera humildad, sin embargo, es saber lo que se es: ni más, ni menos. Ser consciente del potencial glorioso que contenemos, pero también de las pifias que cometemos a veces, o podemos cometer. 

Ni somos dioses, ni somos mierdas. Estamos en el medio: una de nuestras decisiones no moverá a todo el planeta de golpe, como si nuestra palabra fuera la del mítico dios creador; pero tampoco es inconsecuente nada de lo que hacemos, y desde nuestros actos pueden fluir cadenas de acontecimientos de alcance insospechado. 

Vivir la realidad, especialmente la "nuestra", siendo conscientes de la misma ¡ese es el desafío!



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