lunes, 10 de junio de 2013

Parábolas (más del enigma crístico)



Pasaron los meses, y otra vez el “tema de Cristo”, tal y como terminé llamándolo, quedó arrinconado y casi olvidado, como una carpeta que yo hubiera recibido por correos y con cuyo contenido, a pesar de encontrarlo interesante, no supiera bien qué hacer. 

¿En qué lugar de mi biblioteca mental encajaba el asunto crístico? No tenía ni idea, ya que, en principio, me parecía que mi camino personal discurría bastante alejado del mismo, por otros lugares poblados de otras creencias y, en definitiva, otras “movidas” de energía. Pero al cabo de unos meses, el tema crístico resurgió de nuevo, y finalmente se convirtió en un clásico. A pesar de mi rechazo inicial, los Guías eran persistentes y me presionaban para que enfocara ese asunto, pues, según ellos, se encontraba en mi “bandeja de entrada” espiritual, y sin procesar determinadas historias relacionadas con él, permanecería atascada y ciega a muchas cuestiones esenciales sobre el ser humano.

El problema era -y sigue siendo- que todo lo relacionado con la energía crística surgía en un formato enormemente enigmático, muy visual, muy simbólico, y con una gran austeridad verbal asociada. Por decirlo de alguna manera, cuando emergía el tema crístico en mis espacios de meditación y sanación personales, no recibía explicaciones adecuadas a mi hemisferio izquierdo, tan inquisitivo, literal y puntilloso, sino impresiones -generalmente visuales, no sé por qué- que sólo mi hemisferio derecho parecía poder manejar. 

Acostumbrada como estaba a recibir charlas y respuestas más o menos detalladas a mis muchas preguntas, el asunto crístico se me escapaba porque, en caso de surgir acompañado de palabras, éstas eran siempre de índole poética o metafórica, es decir, curiosamente recibía parábolas, justo el recurso comunicativo que más dicen que utilizó el personaje histórico al que llamaron Jesu-Cristo. Parábolas. ¡Y ya en su tiempo sus discípulos se quejaban de no entenderlas! Yo no era distinta, y me quedaba rumiando las parábolas, sintiendo que estaba a punto de comprender algo de crucial importancia, pero sin llegar a “pillarlo” jamás, al menos racionalmente y verbalmente.

Por ejemplo, me dijeron: “Cristo es como el código numérico que hace que se abra una caja fuerte. ¡Ahí surge el verdadero poder de actuar! Eso no tiene nada que ver con los actos que conoces”. 

Cuando yo preguntaba qué significaba eso, la voz me contestaba con otra parábola: “Cuando todos tus centros de energía están armonizados y purificados, cada uno de ellos suena y vibra de un modo específico. Pues bien, la unión en el mismo instante de todos estos sonidos y vibraciones tiene que ver con Cristo. Un ser humano que viva esto, dejará de ser simplemente la persona que es, y en él y a través de él podrá actuar la energía de Cristo...”.

Yo no entendía prácticamente nada. Pero, si preguntaba otra vez, surgían más parábolas: “Cristo es el árbol que florece, como un almendro florido.” 

Cristo es como el arco iris, es la unión de todas las luces de colores que puede irradiar un ser humano. Cuando alguien se ha purificado y armonizado, hasta el punto de que sus colores son perfectos, Cristo puede manifestarse en él...”. 

O también: “Cristo es la llave de acceso al verdadero potencial del ser humano. Sin Cristo no hay perfección, ni plenitud”. 

"Cristo es la plenitud del ser humano" 

"Cristo está en la unión de todos los seres humanos, en estado realizado

Y yo preguntaba, erre que erre con mi intento de comprender: “Pero entonces, ¿exactamente qué es Cristo? ¿Un ser, o qué?”. Y la respuesta era, más o menos: “Un estado de ser, que al mismo tiempo es Ser y puede ser percibido como un ser”.

Yo podía entender superficialmente lo que significaba “un estado de ser”, (y según eso, Jesús y Cristo eran algo distinto, aunque Jesús podría haber haber llegado a “ser” Cristo o a encarnar esa energía espiritual) Pero el “estado de ser” no me encajaba del todo con eso de que al mismo tiempo “fuera un ser”. ¿De qué clase de ser hablábamos, entonces? También me daba cuenta de que mi manera de percibir el mundo y de comprender la existencia me impedían oir la verdad. Y es que uno no puede “escuchar” verdaderamente algo que no comprende. Puedes percibir el ruido de un lenguaje exótico, pero no entenderlo, no captar su significado. 

Los Guías querían transmitirme la verdad, pero realmente no podían ir más allá de las parábolas, porque mi parte racional no contenía los elementos y conceptos necesarios para entender a qué se referían con "cristo" o "energía crística". Tal vez por eso me impulsaban a vivir esa verdad, para que yo misma obtuviera mi comprensión. De ahí que me dijeran, al final: “Ábrete a la semilla de Cristo que vive en tu interior y en su día lo comprenderás”. 

¡Semillas! De nuevo las semillas. Pero yo no estaba segura de querer tener ninguna semilla “crística” en mi interior. No sin saber antes, mínimamente, de qué se trataba. ¡A ver si iba a crearme otra instalación dentro del cuerpo, como aquel armazón dorado y asfixiante que Anubis se comió en su día! Qué difícil es discernir a veces...

Pero viví una experiencia que me aproximó más al “ser” de Cristo, fuera eso lo que fuera, y al mismo tiempo sembró otro enigma en mi interior. Y de esa voy a hablar en la próxima entrada, porque merece un capítulo aparte.


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