miércoles, 13 de marzo de 2013

Hablando de exterminios: la "Diosa Palmera".



(Arriba, relieve hitita encontrado en Karatepe, Anatolia/Turquía, de una (¿diosa?) madre dando el pecho junto a una palmera)

A lo largo de mi camino chamánico, he recibido muchas, muchísimas veces, información sobre momentos históricos que podrían ser considerados como "Finales del Mundo", puntos de la historia en los cuales una cultura terminó, un pueblo se extinguió, una tierra fue conquistada de manera irreversible o una era acabó. Esta información, sin embargo, nunca me ha llegado de manera lineal, sino a través del recuerdo de la historia personal de alguien implicado en el proceso. 

De lo que estoy hablando es que he revivido esas memorias, las he sentido -al menos en parte- en mi interior. De hecho, podría decir que soy experta en recordar y entender "Finales", porque la inmensa mayoría de las memorias que he procesado aluden a eso. Incluso mis Guías bromearon conmigo una vez, diciéndome que ahora ya sabía todo lo que no debería hacer, si no quería morir de manera involuntaria y traumática, así que me bastaría con tomar unas decisiones diferentes a las equivocadas en "esas vidas", y así llegar a un final de la vida pleno, y en el momento más adecuado.

Y es que, en mis recuerdos, me he asomado a múltiples y terribles tragedias de personas que vivieron finales no deseados, pero además crueles y espantosos, por lo que fueron muy mal procesados y asumidos. Pero claro, esto tiene sentido, ya que una de las facetas de mi vocación es la de "muertera", o sea: soy una mujer comprometida en la ayuda a los espíritus que sufren, y por lo tanto ¿con qué me voy a encontrar, si no es con los espectros del dolor? Los que murieron "bien" transitaron felizmente, asumiendo el pack completo de su experiencia vital, y por lo tanto no dejaron detras de sí mismos espectros traumáticos. Pero los que mueren "mal"... ¡Esa es otra cuestión!

¿Cómo explicar esto? El sufrimiento, cuando es extremo, produce una escisión en la conciencia humana, la cual produce (o "es", en realidad) una escisión de la energía vital. Una parte del ser (de su energía) sigue adelante, pero otra no. Se atasca en el sufrimiento, y permanece ahí enquistada hasta que lo procesa, lo sana, o lo integra. Así que me he pasado años encontrándome con los pedazos de energía malheridos y sufrientes de incontables personas que vivieron en la tierra y que, por alguna razón, cuando murieron dejaron aquí parte de su ser, convertido en una masa de sufrimiento sin sanar. 

 En ocasiones estos pedazos son tan grandes e intensos que puede llegar a parecer que constituyen "todo" el ser del fallecido, y que nada de aquella persona transitó, pero mis Guías me han dicho que siempre hay algo que transita: el fuego esencial del arder vital, la chispa del alma, por así decirlo, es vida por definición y por lo tanto no puede ser al mismo tiempo algo apagado y fijo en un tiempo y unos acontecimientos. 

Sin embargo, el asunto de nuestras "escisiones" y/o disociaciones es muy complejo y me temo que aún no lo he visto todo sobre este tema. Sólo menciono ésto para que quede más claro de qué hablo cuando menciono que he "recordado" muchas vidas, que he "procesado" muchas memorias. No las considero mías, aunque sí he cargado con ellas, a veces durante años, y también me he identificado con las mismas durante largas etapas. (A veces conscientemente, pero casi siempre de manera inconsciente)

Así que, cuando hace unos días, los Guías me advirtieron que llegaría un momento en que tendría que "esconderme" (?) porque existía una especie de genocidio (?) encubierto en marcha, y las "personas como yo" (?) serían perseguidas, se detonaron en mí un montón de recuerdos de estas memorias de "finales" ya procesados en mi camino chamánico. Pero recordé especialmente 2 viejas historias, que voy a relatar a continuación, porque si fue su recuerdo el que asomó en mi consciencia y no otro, por algo será.

La primera trata de lo que en su día llamé "La diosa Palmera", porque no sabía de qué otra manera referirme a aquella forma de energía luminosa, vital y colorida en forma de una alta palmera, extendiendo sus "hojas" hechas de puntos de luz en el cielo desde un punto. La diosa Palmera era algo así como una forma de energía/consciencia de matriz arbórea, que unía las energías terrestres con las celestes en algún lugar de Medio Oriente. Esta forma de energía/consciencia se encarnaba en una serie de mujeres que eran algo así como sacerdotisas benevolentes, amantes de la Tierra y el Cielo, y expertas en favorecer y cuidar la fertilidad de los seres vivos, ayudando a paliar cualquier problema relacionado con esto. También ayudaban a los espíritus de los niños que se gestaban, acompañándoles en el largo viaje del alma que implica encarnarse y nacer.

Me experimenté como una de estas sacerdotisas, y recordé que a mi querida tierra la llamábamos "la Tierra de la que mana leche y miel", una expresión que yo (la yo actual) había leído en la Biblia para referirse nada menos que a la famosa Tierra Prometida. (Aunque actualmente sé que se usó anteriormente en otras culturas, como en Ugarit)

Y sentí que la sacerdotisa recordaba el significado de la leche y de la miel: la leche era un símbolo de los fluídos masculinos, la miel de los femeninos; y de la correcta mezcla de ambos surgía la vida.  Y como ese conocimiento estaba firmemente enraizado en aquel lugar (incluso físicamente encarnado en personas, diríamos), aquella tierra era considerada un lugar maravilloso, muy apto para la vida en todas sus facetas.

 (a la izda, junto a una palmera y un espíritu masculino de la naturaleza, la diosa de la fertilidad Ninhursag, que era un aspecto de Ki, la diosa Tierra, en la antigua Sumeria)

Pero un día llegaron hordas invasoras de un pueblo que se regía por principios muy distintos. Se avecinaban problemas, y la sacerdotisa cuya memoria experimenté, lo supo con antelación, porque notó la amenaza creciente en la energía. 

Sin embargo, estaba firme y espiritualmente comprometida con aquella tierra. Ella era una de las encarnaciones vivientes de la Palmera Sagrada, y uno de sus principios era actuar allí, localmente, con los pies bien asentados sobre aquella tierra cuya energía era tan particular. Era una Guardiana del Lugar, una mujer que ayudaba a aquella tierra local y la servía, así que no podía concebir la idea de "desenraizarse" y escapar, abandonando a su querida tierra. 

Si ella abandonaba su puesto, ¿quién escucharía a aquella bondadosa diosa palmera-tierra madre y maestra, ayudando a su fertilidad, y al nacimiento de los nuevos niños? Así que confió en su astucia y diplomacia, y se dijo que tal vez podría permanecer en su lugar, capeando el cambio social como pudiera. Confió en que los invasores no fueran del todo hostiles, o en que podría llegar a un acuerdo de convivencia con ellos. No les molestaría, así que no podía resultar una amenaza para sus planes allí.

Pero cuando aquella gente belicosa llegó, lo primero que hizo fue asesinar a cualquier persona que representara al poder de los otros pueblos, inclusive religioso. No hubo la menor oportunidad de diálogo, y se sucedieron masacres terribles. Antes de matar a la sacerdotisa, la violaron. Luego, profanaron aún más su cuerpo, desmembrándolo, quemándolo y esparciendo sus restos con desprecio, pisoteándolos y mezclándolos con la tierra, a fin de que no quedaran restos a los que dar sepultura. 

 La sacerdotisa intentó conservar la entereza de ánimo durante su desgraciado final, pero no pudo. La violación era, para ella, casi peor que una tortura, pues en su cosmovisión se concedía una suprema importancia a la pulcritud y la manera en que debían mezclarse los fluidos sexuales, pero también al deseo mutuo como cosa imprescindible, y motor fundamental de la unión de los cuerpos y personas. Así que no podía asumir una monstruosidad como aquella. La violación era una aberración, una abominación.

Se sintió, más que ensuciada, "mal mezclada" con hombres llenos de odio, lo cual, en su sistema de creencias, era aterrador. Una vez perdida la "pureza", ya no podría vivir un estado espiritual sagrado o santo. Ya no podría encarnar a la Sagrada Palmera y, lo que era peor, el conocimiento sagrado que ella, como sacerdotisa experta poseía, se había perdido de manera fatal. ¡Pues no quedaba nadie vivo para transmitirlo! ¿Quién ayudaría ahora a la encarnación de los niños? ¿Quién enseñaría a los jóvenes los secretos de la unión de ambos fluídos? ¿Quién celebraría con danzas y cantos la bondadosa fertilidad de aquella tierra? Había querido quedarse para salvaguardar a su tierra y su tradición sagrada, ¡pero lo había perdido todo!

Recordar aquella memoria me resultó muy duro, porque había muchos sentimientos mezclados en todo aquello. Lo que me resultó más peculiar fue la repetición de la frase: "Mezclados, ¡ahora todos estamos mezclados! ¡La humanidad está irremediablemente mezclada! Esto ya no tiene solución, ya nada podrá ser como antes"

Parecía que, según su percepción, hubiera una sustancia "contaminante", un misterioso efluvio pernicioso que viajaba a través de ciertas aberraciones y crueldades (violaciones, torturas y asesinatos) , del cual se había ido preservando la Tierra de Leche y Miel hasta la llegada de aquellos invasores, tal vez porque éstos habían sido contaminados con antelación y difundían el "contagio". 

Mis Guías mediaron en la sanación de aquella mujer, ayudándola a soltar su obsesión por la "pureza" (que la hacía sentirse incapaz de transitar, y condenada sin remedio a una vida arrastrada cual serpiente, ya no como palmera que se yergue hacia el cielo) Mis Guias le mostraron que nada era imposible para lo Sagrado, ni siquiera limpiar la sangre de efluvios perniciosos, pero para eso uno debía empezar por asumir lo sucedido y dejar de torturarse por ello.

Por otra parte, algo que lastraba a aquella sacerdotisa era su excesivo apego por aquella tierra local, o su fijación por la misma. Verbalizando su dolor, de repente ella misma se dio cuenta de su error. Si hubiera tenido en cuenta las advertencias que había recibido, hubiera escapado a tiempo de la masacre, lo cual no sólo era importante para vivir un tiempo más, sino -sobretodo- para poder retransmitir a otras mujeres sus conocimientos. Una sacerdotisa fugitiva, una maestra como ella, no era una deshonra, sino una oportunidad de llevar su Sagrado Conocimiento a otras tierras, para que no se perdiera.

La sacerdotisa comprendió, entonces, que aunque el ideal es perseverar en el compromiso físico con una tierra local, en caso de peligro extremo, es más importante preservar el conocimiento espiritual y desarrollarlo en otros lugares (aunque para ello debas partir de tu tierra amada) que quedarte en ella, intentando debatirte contra algo que, por otro lado, puede ser muy superior e imparable. Sobretodo si formas parte de un grupo muy pequeño frente a uno mucho más numeroso y fuerte en términos de ejército. 

El pueblo de la sacerdotisa era más pequeño que el invasor. No estaba ni remotamente preparado para repeler su ataque. Pero aquello no fue tan sólo un choque entre individuos, sino también entre diferentes culturas y modos de entender la vida, en el cual ganó el que menos apreciaba esa clase de espiritualidad. Así de simple.

La parte más dolorosa de la memoria, sin embargo, llegó al final. La sacerdotisa muerta recordó a sus discípulas, sus aprendizas. Todas eran más jóvenes que ella y la tenían como a una madre y maestra. Se amparaban en su sombra de "Gran" Palmera, como palmeritas pequeñas que crecen, y confiaban en su visión y en su sabiduría. Por eso, para la encarnación viviente de la Gran Palmera resultó terrorífico y dolorosísimo asistir a la violación y asesinato sistemático de sus queridas seguidoras, sus hijas del alma. ¡Fue en esos momentos que yo lloré muchísimo, expresando las lágrimas de aquella mujer! ¡Lo sentía tantísimo...! Su apego por aquella tierra, su elección de quedarse allí, había causado no sólo su muerte, sino la de muchas otras mujeres inocentes...! Porque todas la siguieron y se quedaron con ella! 

Ay! Es muy grande la responsabilidad de quien es considerado un líder espiritual. De sus decisiones dependen otras vidas, porque aunque alguien así insistiera en liberar a los demás, y les empujara a tomar sus propias decisiones en esa crisis de peligro, existe una innegable tendencia a "seguir" el ejemplo, poderosísimo, de un líder, máximo si es un auténtico maestro. Es una tendencia natural que hay que conocer y que a menudo no se puede evitar, porque los que aprenden de alguien son como sus hijos temporales: en cierto sentido están dependiendo del maestro, porque esperan "completarse" en una faceta de su ser a su vera, en este caso tal como los hijas se completan en su crecimiento junto a su mamá.

Sí, la mejor decisión hubiera sido huir con sus aprendizas. Marcharse cuando fue el tiempo de hacerlo, apreciando las advertencias como lo que eran: la señal Divina (y de la propia Gran Palmera) de que no quería ser cortada, troceada y quemada a través de sus encarnaciones humanas (sus sacerdotisas), sino ser llevada y trasplantada en otra parte. Vivir, en suma, un nuevo comienzo, para continuar siendo lo que era en esencia: dadora de placer, fertilidad, fecundidad...¡Vida! 

Pero donde entra la tortura, el gozo termina, y la integridad o cohesión de la energía psíquica también. Ni muertas pudieron aquellas mujeres servir más a la Diosa Palmera, porque su espíritu quedó tan troceado y herido como sus cuerpos.

Se puede morir de muchas maneras, y tras algunas de éstas es posible continuar transmitiendo a los vivos una enseñanza que ha quedado pendiente, como una herencia espiritual o un legado ancestral. Pero muriendo de otras maneras terribles, es muy raro que se pueda. Y no sólo eso: aunque no lo quieras, si a causa de una muerte traumática te quedas hecha un espectro traumatizado y fragmentado, te conviertes en un lastre para los seres vivos, en un dolor permanente enquistado en su psique. 

Y es que todos estamos relacionados, todos somos Uno, al menos en determinada dimensión de la existencia. Y por eso el sufrimiento de un grupo de sacerdotisas, junto con su maestra, no es de ninguna manera algo olvidable y baladí. Por más remoto que sea el rincón del mundo donde eso sucedió, y por más lejanos sean los tiempos de aquella tragedia, aquello seguirá presente en la psique de los vivos, aunque siempre de un modo inconsciente, claro está. Y necesitará ser sanado.

Así que por el bien de ellas, y por el bien de los vivos, por fin aquel día , desde mi casa, sus espíritus fueron abrazados, acogidos y escuchados. Un suspiro de alivio recorrió el espacio, tras aquello. Pero corría el año 2006, y hubo en aquella etapa de mi vida tantas otras memorias traumáticas recordadas, que aquella historia fue quedando relegada en mi mente hasta que emergió con fuerza hace pocos días (hoy es 13, de marzo del 2013) 
¿Por qué?


(En la siguiente entrada, cuento la otra historia con final dramático que vino a mi mente tras el "anuncio" de un futuro en el que debería "esconderme")

***

                                

(Grabado de un sello mesopotámico, en el cual destaca la palmera central, árbol sagrado, rodeada de dioses)


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