jueves, 7 de marzo de 2013

Madre Cosmos, y el Padre de todas las Luces





Si consideramos que lo propio de la feminidad, corporalmente hablando, es "contener dentro la vida", surge la extrapolación correspondiente al universo mítico. Los pueblos que han venerado los rostros femeninos de Lo Uno (sin concederles menos importancia que a los rostros masculinos) suelen hablar de un principio divino femenino de cuyo seno "salimos" como hijos. 

Algo así tiene que ser, por norma, gigantesco, ya que de otro modo no podría contener y dar a luz a todos los seres. Para algunos pueblos, esta Madre fue el mar (aquí tenemos a Yemayá, por ejemplo) Para otros, se trata de la Tierra (La llamada Pacha Mama para los amerindios, en definitiva la Madre Tierra) Para los antiguos egipcios, la escala era mayor aún, ya que abarcaban en su mitología al cosmos estrellado: surgen ahí las representaciones de la Diosa Nut, curvada sobre la Tierra, envolviéndola y protegiéndola. 

Curiosamente, para los egipcios en la tierra también había un principio sagrado al que deificaron, pero éste no era femenino, ¡sino masculino!. Se trata del dios Geb, a menudo representado con un enorme falo erecto que (también curiosísimamente) fecunda...a la Diosa del Cielo.

           (Arriba, La diosa del Cielo Nut, curvada sobre el dios Tierra, Geb)

Personalmente, y aunque me encanta la esencia profunda que late tras el mito de "la Madre de las Aguas" o de la Madre Tierra, no puedo sino mirar con gran complacencia la cosmovisión egipcia por una razón: me parece que decir que el mar es el origen de toda vida es en parte verdad, pero también quedarse corto. 

También me parece que, decir que la Tierra es nuestra Madre, aunque sea cierto, tampoco es toda la verdad, porque el universo no empieza y termina en Ella. Incluir en la mitología a la negrura del cosmos y a sus estrellas me parece una actitud de lo más sabia, más que nada porque nos sitúa en nuestra justa dimensión e importancia. ¿Qué somos? Apenas polvo que nada como un pez en el inmenso "vientre" del cosmos.

En cuanto a la visión de la Tierra como ente masculino y fecundador del Cielo, me parece útil para reconocer que, en primer lugar, ningún elemento de la naturaleza puede o debe ser visto como de "un" sólo sexo (pues de hecho, ni siquiera es algo sexuado), y en segundo lugar, que el planeta Tierra, con toda su riqueza de vida, es comparable a una semilla increíble que literalmente "fecunda" el cosmos, o lo hace más pleno, más vivo. 

En realidad una semilla no es ni masculina, ni femenina, pero como existen muchas cosmovisiones en las que la Tierra "sólo" es vista como ente femenino (Madre Tierra) está bien que se vea también el potencial masculino asociado a la fecundación. Un mito que nos recuerde que no sólo la Tierra es "fecundada", sino que también ella fecunda al Cielo, nos da una perspectiva más completa del asunto.

No puedo, sin embargo, engañar a nadie y decir que asumí estas ideas solo a través del razonamiento intelectual. En realidad, mi camino ha sido a la inversa. Partí del descreimiento y el escepticismo, fui sorprendida en sueños por indígenas de diferentes partes del mundo (que hoy tildo, sin lugar a dudas, de chamanes), y así me empecé a adentrar en la realidad chamánica. 

Luego viví un proceso terapéutico que sin pretenderlo me catapultó al desarrollo de un "oído interno" capaz de traducir o descodificar múltiples informaciones asociadas a la materia, tanto la palpable como la sutil o intangible, y ahí es cuando mis experiencias chamánicas propiamente dichas empezaron a suceder. Es decir, empecé a percibir el mundo no sólo con el hemisferio izquierdo, sino también con el derecho, y empecé a tener, en ese estado de percepción, diálogos desde el corazón con la realidad. O con determinada realidad que, aunque siempre estuvo ahí, hasta el momento me había pasado totalmente desapercibida.























En esas experiencias, conecté con el mar como dador/a de vida, y también con la energía de la Tierra como Madre y Maestra muchas veces, aunque en otras ocasiones la sentí como un principio masculino de tendencia ascendente, pujante y claramente "penetrante". La búsqueda de información mítica que encajara con esas "energías masculinas intraterrestres" que yo notaba, me condujo, por ejemplo, al hallazgo   antiguo mito del dios Geb. Pero, de paso, me conectó con los mitos de dioses celestes, y así tuve mi experiencia de lo que llamo "Madre Cosmos", la Inmensa Negritud.

Sin embargo, según mis experiencias chamánicas, su "consorte" es la luz primordial, una especie de "Padre de Todas las Luces" según "oí" en mi interior y que no sé cómo describirlo, porque no es luz física, sino una especie de luz interior, inherente a todas las cosas. O sea que, aunque me gusten ciertos aspectos de la mitología egipcia, tampoco son todos, ni suscribo todo lo dicho en ella. 

El consorte de Madre Cosmos no puede ser, al menos de manera exclusiva, el dios Geb.  Pero claro, ¿cómo podría serlo, si Geb "sólo" representa a una parte muy pequeña de la materia del Cosmos? Existe otro principio divino masculino, una energía luminosa y generadora de "luces" (estrellas), y de la fusión entre ambas (la energía negra y la luminosa) surge todo lo que conocemos.

Así, he deconstruído progresivamente todas mis creencias - y no creencias- previas y me he construído un mundo mítico distinto, personalizado. Después, y sólo después de estas experiencias, he ido reflexionando acerca de ellas con la razón (hemisferio izquierdo), lo cual me ha permitido comprender, asombrada, cuán "real" es, en esencia, la realidad que he percibido en estado de trance. No es la verdad absoluta, pero ¡es mucho más veraz que el mito religioso que ha sido común en mi sociedad durante siglos! 

Gracias al estudio de la materia y el universo tal y como lo conocemos, he podido perfilar más mi cosmovisión y comprender mejor una serie de cuestiones. No tengo claras aún muchas cosas, pero sí tengo clara cuál es mi verdad esencial, y qué lugar ocupo en el cosmos o universo, según ésta: Soy una pequeña hija de Madre Cosmos y el Padre de Luz, que navega en brazos de su otra Madre/Padre (la Tierra), buscando perfilar y mejorar mis relaciones con todos los seres, mis compañeros de navegación, mis compañeros de vida. Aspiro a dejar una huella que contribuya al bien colectivo o que, por lo menos, no lo entorpezca...
                                               

En esta perspectiva, la importancia de mis padres carnales es grande, y debe ser tenida en cuenta, claro, pero ¿es tan determinante como la psicología clásica pretende? Pues no. 

La prueba es que me he salido de todas las directrices que éstos me dieron, y no porque yo eligiera deliberadamente llevarles la contraria  y así reafirmarme como algo diferente o separado de ellos (que es la forma de rebeldía más común) Si he terminado rompiendo con la mayoría de creencias que mis padres me inculcaron, ha sido porque, inesperadamente, se han dejado oir, o sentir, mis otros "padres y madres", ¡y tenían otras ideas sobre el mundo y la vida!

¿Y qué voz humana puede superar a la voz de la Tierra, o la voz del Cielo, cuando éstas se dejan "oir" en el interior de un ser humano? ¿Qué madre carnal puede tener más poder que la madre cósmica? Puede que en términos carnales yo nunca deje de ser una mujer humana que hereda genes, rasgos y rutinas de sus padres carnales, pero en espíritu...¡Ah, ahí puede suceder cualquier cosa!. El mundo de las ideas es más libre que el de los genes. Es más: se puede sobrevivir a los padres, pero no a una debacle terrestre o cósmica. Ahí nos acabamos. 

Por la misma regla de tres, y aunque no nos lo parezca, nos influye más el cosmos, o la tierra, que lo que digan unos seres humanos, aunque sean los propios padres. ¡Prueba a llevarle la contraria a la gravedad, al influjo lunar, o a algo tan simple como el clima! Si no nos hemos dado cuenta de ello, es porque somos como peces que no se han fijado en el mar, o como cachorros que todavía no se han separado de su madre carnal y por lo tanto no perciben el mundo más allá de su radio de acción. Una vez que lo hagan, entenderán que el rol de ésta era ayudarles a crecer, pero pasada esta etapa, La Madre, el principio sustentador y de mayor influencia, pasa a ser otra cosa: la Naturaleza entera.

El reconocimiento del legado carnal tiene su importancia, pero no debe confundirse con un sometimiento de por vida a unos "poderes" humanos que son enormemente limitados. El camino de maduración tal vez pasa por desprenderse de la dependencia psíquica de los padres, al tiempo que uno se abre, acto seguido, a la influencia del verdadero poder que nos sustenta y que, por lo tanto, nos puede y nos debe guiar en la vida desde ese momento: La Naturaleza, Madre Tierra, Madre Cosmos... elijamos la escala y perspectiva con la que nos sintamos más cómodos, y el resto ya se hará.




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