jueves, 14 de marzo de 2013

Muerte-vida en el bosque.

La otra memoria que emergió en mi mente hace unos días (cuando los Guías me dijeron que en un futuro probablemente debería "esconderme, o incluso encriptar mis conocimientos y esconderlos, para legarlos a las siguientes generaciones"), no procedía de las desérticas tierras de Oriente Medio, sino de los frondosos bosques del continente europeo. Además, esta vez no se trataba de la memoria de una mujer, sino de una memoria masculina.

 Esta regresión me sucedió en el 2005, y en ella me encontré recordando cómo era ser una especie de mezcla de sabio, chamán, místico, o no sé cómo llamarlo, de algún lugar boscoso. Este hombre estaba viviendo también el final de su mundo, su apocalipsis particular. Una nueva religión se había ido imponiendo a la par que un nuevo orden político. Guerras, invasiones, pactos y nuevos adoctrinamientos se habían sucedido y la tradición espiritual a la que él pertenecía había ido extinguiéndose. La gente iba abandonando los antiguos senderos de conocimiento, y las personas como él iban convirtiéndose en elementos sociales cada vez más extraños, solitarios e incómodos.

Se sentía como un dragón o un dinosaurio superviviente, un animal fuera de tiempo, al que cada vez le costaba más encontrar a otros de su especie, porque además tenía que disimular sus conocimientos, su vocación, sus actos. Llegó un momento en que asumió por completo su soledad, y con ella tuvo que asumir algo que le resultaba doloroso: no iba a encontrar a nadie a quien poder enseñarle lo que sabía. La Tradición quedaría truncada, al menos en aquellas tierras, porque él era el único superviviente de la misma. Se hacía cada vez más viejo, y no conocía absolutamente a nadie capacitado o con suficiente interés como para escucharle y aprender lo que implicaba, además, un largo camino vital. Y es que, sumando dificultad a su incierta búsqueda de un heredero espiritual, darse a conocer como sacerdote o sabio de la antigua Tradición se había convertido en algo sumamente peligroso desde hacía un tiempo. 

Por esa razón él había entrado en el silencio, y disimulaba su verdadera identidad y naturaleza. Andaba errante por los caminos, cruzaba los bosques y las aldeas, y desde hacía mucho tiempo ya no daba a conocer a nadie ni una sola pista de su saber. Era mejor ser tomado por un viejo medio loco o solitario. Su misión, su deber, era vivir hasta el final su vocación sacerdotal, e intentar un final honroso y no demasiado destructivo de su existencia ya que, gracias a sus conocimientos de la vida espiritual tras la muerte carnal, una vez muerto su cuerpo, esperaba que al menos parte de su consciencia quedara en buen estado y cerca de la esfera psíquica humana. Pensaba que tal vez podría permanecer allí, en el bosque, esperando que los tiempos volvieran a cambiar, para poder retransmitir a otros sus conocimientos, por ejemplo a través de los sueños o de estados de trance espontáneos. Y para lograr eso, debía morir de manera, digamos, "controlada".

Así que se preparó para ello y enfiló el último tramo de su vida enfocado en recoger su energía y consciencia, con el fin de concentrarla e intensificarla de manera que pudiera dar el salto existencial que se proponía dar. Un día, se internó en el bosque donde más lúcida y perfecta había sido su comunicación con los espíritus arbóreos y los demás seres de la naturaleza, y ya nunca más salió de él. 

Murió adrede, pero sin hacer nada violento para lograrlo. Su cuerpo detuvo sus funciones de manera pacífica, suavemente, sin ruido alguno y con una sonrisa el el rostro, en un claro del bosque. Había entregado su consciencia al mundo natural y sagrado y entonces ésta se había fusionado con las consciencias de los árboles. 

El alma del chamán, del último sacerdote de la Tradición antigua, pasó a convertirse en algo entremezclado, fusionado con lo arbóreo. Allí viviría durante siglos, quién sabe si hasta milenios, mientras hubiera bosques, o al menos quedaran algunos árboles en aquella parte del mundo. Y, navegando por la savia verde y luminosa de los árboles, esperaría encontrarse con la consciencia de nuevos seres humanos capaces de escucharle y de acoger en sí mismos su legado espiritual.


Recordé cómo era vivir fundida con los árboles en un destello hermoso y fugaz. Luego tuve algunos vislumbres de la energía de aquel viejo sacerdote. En uno de ellos, sólo percibía una energía sonriente y silenciosa brillando con destellos entre las hojas verdes de los árboles de algún bosque. En otro, ví la figura de un anciano caminante, vestido con una túnica de lino o lana de color crudo, un tejido rústico, basto y sin teñir. No llevaba adornos corporales de ningún tipo y su única posesión parecía ser un bastón de madera, también muy sencillo. 

El aspecto de aquel anciano me recordaba a una mezcla entre Gandalf (el mago bueno del Señor de los Anillos) y el druida Panoramix (del cómic de Astérix y Obélix), aunque mucho más rústico y austero (en definitiva, menos novelesco e impresionante y mucho más "vulgar" o "real"). ¿Estaba recordando la vida de uno de los últimos druidas que vivieron en Europa, en las tribus celtas?

-Lo que recuerdas es anterior -me dijo una voz-. A menudo las cosas que conocéis de la historia, como el asunto de los druidas, no son más que reflejos secundarios o ecos de algo mucho más antiguo. Los druidas descritos por los historiadores romanos ya no eran exactamente como el sacerdote que tú has recordado ser. ¡Estaban demasiado organizados! Tú has recordado lo que era ser un "Hermano del Bosque", un espíritu libre y afiliado de manera íntegra a la Madre Naturaleza. Has recordado un destello de la Hermandad de los Arbóreos, pero sobre eso no hay una descripción exacta en la historia escrita, así que no te esfuerces buscando en los libros, porque no encontrarás en ellos un registro de la Tradición de este hombre.
- Me parece fascinante- dije yo, realmente atraída por una sensación exquisita de armonía que no sabía ni describir.- ¡Me gustaría saber más sobre esta Tradición! ¡Fue una muerte muy hermosa la de este hombre, lo puedo sentir!
- No te preocupes, sabrás más a su debido tiempo. Como curiosidad, te diremos que el antiguo poema sobre "la Batalla de los Árboles", que llamó tu atención hace años, es otro eco procedente de esta antigua Tradición.
- ¡Cad Goddeau, La Batalla de los Arboles...!Entonces tengo que volver a leerla, porque ya no la recuerdo.
- Bueno, pero no te obsesiones con esos versos, porque son un eco de un eco de un eco muy posterior...No encontrarás en ellos el conocimiento. Sólo te lo decimos para que comprendas mejor porqué resonaron contigo hace años. Ya llevabas en tu interior la memoria del Hermano del Bosque: estaba en tu potencial recordarla, y era natural, en ese contexto, que te atrajera un poema medieval tan misterioso sobre los árboles.
- De acuerdo, pero tengo otra pregunta: Si no era el cristianismo, ¿qué nuevas creencias atentaban contra la Tradición de este hombre?
- Fue una lucha muy anterior, aunque algunos de los Hermanos del Bosque sobrevivieron hasta la romanización.
- ¡Pero entonces sí era un druida! Los druidas conocieron a los romanos y se extinguieron tras la conquista de sus tierras y la dominación de sus tribus.
- Ya te hemos dicho que lo que tú sabes sobre los druidas no es exacto, y por esa razón nos resulta difícil responderte. La Hermandad del Bosque no se corresponde con un sistema druídico organizado, y además es muy anterior.
- ¿No se corresponde, en presente? Creí que aquello se había acabado.
- Los Hermanos del Bosque permanecen fusionados con el alma arbórea, esperando transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones. En cierto sentido desaparecieron, ¡y lo hicieron literalmente!, pero en otro sentido no han muerto nunca.
- ¡Vaya...!
- Existían maestros especializados de los abedules, del tejo, del ciprés, de los pinos, de los olmos, de los robles...
- ¡Vaya! ¡Qué interesante! ¡Cómo me gusta todo esto! ¿Cómo puedo encontrarlos?
- No te apures, ellos te encontrarán a tí. Eres tan invisible como una manta de color rojo llameante arrojada en medio del bosque más verde que te puedas imaginar. Tu pasión por los árboles, tu amor por ellos, flamea en sus ojos como una bandera diciendo: "Aquí, venid aquí". Pero de todos modos, la memoria que acabas de procesar te aúna con el bosque. Tu destino y el suyo nunca podrán ser algo independiente. Tu camino, o mejor dicho parte de él, corre con el bosque, y "es" el bosque en cierto sentido.

En este punto de la conversación, me detuve a repasar los muchos recuerdos especiales que tengo, asociados con los árboles o los bosques. Han sido muchos, ya desde niña. Mi diálogo con los árboles se inició antes de que yo empezara a andar conscientemente mi camino como chamana, y de algún modo siempre han estado ahí.

Después, el trance se fue esfumando y dejé de sentir las presencias de los Guías. Sucedieron muchas otras cosas relacionadas con el bosque y los árboles, en los años posteriores a aquel recuerdo. Y la consciencia de aquel viejo sacerdote vestido de color crudo, aquella energía sonriente y silenciosa, apareció más veces en mis trances, constituyéndose, con el tiempo, en una clave esencial del legado ancestral que he heredado de la dirección Norte. Otros ancestros de la humanidad han apadrinado, por así decirlo, mis direcciones Sur, Este y Oeste. En total son dos hombres y dos mujeres, pertenecientes a las 4 masas continentales, y el Hermano del Bosque es una de estas dos consciencias masculinas, situada en las tierras europeas.


                                                 (Abajo, "Millenium Tree" de Josephine Wall)

Pero luego hay más legados ancestrales a heredar, claro, porque la humanidad es amplia, su memoria es espiritualmente muy rica, y si uno se abre a sentirla y acogerla, recibirá mucho más de lo que nunca hubiera imaginado. Sólo si uno se queda encerrado en lo que conoce de sus antepasados se privará a sí mismo de verse "encontrado" en la energía por todos los espíritus ancestrales que simpatizan o resuenan con la propia esencia, vocación o chispa del alma

Es mejor abrirse a sentir hasta la última fibra del inmenso, ramificado y complejo Arbol de la Humanidad, porque entonces te llega lo que te tiene que llegar. A fin de cuentas ¿no somos los últimos brotes del árbol inmenso compuesto por todos los seres humanos? Si, como retoño, aceptas que perteneces a ese todo, se terminan definitivamente los tiempos de carestía interior. Y el alma florece, porque no hay como las miradas amorosas de los que fueron sabios y murieron "bien" para reverdecer al espíritu más reseco, al más necesitado de afecto, pero también de conocimiento. ¡Saber cómo vivir es tan importante como desear vivir gracias al amor!

Mi camino vuelve a buscar el bosque en una etapa en la que he vivido demasiado alejada de él, pero mientras enderezo la dirección de mis pasos, me pregunto: ¿Por qué recordé este final de una era, junto con el de la Diosa Palmera? ¿Qué relación existe entre ambos, más allá de la conexión con los espíritus arbóreos? La sacerdotisa de la Diosa Palmera murió "mal", éste murió "bien", pero ninguno logró hacer pervivir en su día la tradición espiritual a la que representaba. La sacerdotisa no huyó de su tierra, y murió a causa de ello, pero el sacerdote no huyó. Eso sí: se escondió, disimuló su verdad, volviéndose silencioso y discreto para no llamar la atención, y puso a buen recaudo su legado espiritual, confiándolo, en forma de energía condensada, a los espíritus arbóreos y a la consciencia colectiva o alma del bosque. Lo cual es, tal vez, una interesante manera de estar y no estar presente al mismo tiempo en una tierra local...

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